LA ESCENA IBEROAMERICANA. MÉXICO
PROMEDIANDO

Bruno Bert

Gerardo Trejo en "Autoconfesión".

Para el hemisferio norte, al que naturalmente México pertenece, las vacaciones de julio/agosto dividen claramente el año en dos partes. Veamos que pasó entonces en el primer semestre del 03 en el área de teatro.

Antes que nada, abundancia de estrenos. Segundo, buena alternancia de lo nacional con lo extranjero, y por último, presencia de los jóvenes con producciones de calidad. Lo demás, sigue tan errático como la política cultural de nuestro actual gobierno.

Dentro del área de estrenos tenemos a dos monólogos destacándose claramente, aunque, como en muchos otros casos, la calidad no siempre ha significado una sala llena y una continuidad de temporada. El primero es "Autoconfesión", sobre texto de Peter Handke, dirección de Rubén Ortiz y la extraordinaria actuación de Gerardo Trejo Luna.

CONFESIÓN DE TALENTO

El teatro, lugar aparente del engaño, es un espacio "autoconfesional" para sus hacedores. Y cuando esto sucede de verdad, cuando ese territorio poblado por el actor se abre efectivamente como un lugar de verdadera creación artística, es entonces cuando el teatro recupera su sentido originario de comunicación con los dioses o el vacío. Se hace arte por un lado y acto esencial de comunicación por el otro, con un público que se vuelve participante aunque no actúe en el sentido estricto.

A Handke ( Austria 1942) no es necesario presentarlo porque es un escritor y dramaturgo que se dio a conocer en los sesenta ("Insultos al público") a través del teatro y luego ha mantenido una presencia regular en las letras mundiales. Sus textos suelen ser fuertes, de una subjetividad desgarrada, muy poco complaciente en cuanto a estructura literaria, difíciles a veces de leer y frecuentemente cargados de un denso pesimismo. En cuanto al director, Rubén Ortiz, es un creador joven que en nuestro medio ha construido en las últimas temporadas espectáculos muy poco concurridos pero de sólida factura ("Ondina", "Conato de amor", etc). Es riguroso, imaginativo y generalmente evita irse "por la fácil" en el terreno teatral. En cuanto al actor – que también es un músico profesional – posee las mismas virtudes que su director más algunas otras que le son propias. Evidentemente una buena tercia para construir un espectáculo con ese radical texto de Handke.

Allí palabras marcan una larga, interminable, enumeración de actos pensamientos o sentimientos indefinidos en el tiempo y el espacio, siempre en primera persona, como corresponde a una confesión, al estilo de " Yo nací, yo fui hecho...yo comí cuando no debía y miré las sombras cuando eso estaba prohibido. Yo envidié..." Y así alrededor de una hora. Esto en un escenario trazado como una cruz de san Andrés en una minúscula sala en contacto inmediato con el público que rodea el trabajo.

Evidentemente un texto no narrativo que por su extensión y pluralidad de contenidos termina abarcando al hombre como especie en todo lo más miserable y sublime que pueda tener. La función se vuelve como un rito colectivo, con una teatralidad casi sacra que sin embargo no está exenta de cierto sentido del humor. Un teatro maduro, que no intenta la novedad y que exige un cierto esfuerzo por parte del espectador. Y que bien que así sea en un medio plagado de complacencias.

DE SIRVIENTA A MAESTRA

El otro monólogo es "La sirvienta de Karl Marx", cuyo autor y director es Isaac Slomianski. Aquí, el tema es la doble moral. Aquella que se predica contra la otra que se practica. Era un lugar común del siglo pasado poner a la burguesía como un ejemplo de lo que estamos hablando. Burguesía, clases sociales, lucha y transformaciones... y ya estamos de pleno en el pensamiento de K. Marx, aquel filósofo alemán del siglo XIX que fungiera como máximo teórico del socialismo y que sirve como tema a esta obra.

Entonces, la vida privada de nuestro barbado patriarca, que aquí aparece a través de la mirada de Lenshen, su sirvienta, como un ser sucio, bruto, egoísta, borrachín, explotador, violador, irresponsable, insensible y dedicado al exclusivo interés de sus investigaciones y la política. Un tanto contradictorio, digamos. Bueno, no creo que se aleje demasiado de la realidad histórica, sólo que uno se pregunta porque fue Marx el elegido. Si no se tratara de una figura histórica, lo importante hubiera estado en la denuncia sobre la doble moral, resultando el personaje como un ejemplo soporte. Siendo alguien que existió, el ataque se invierte volviéndose directo hacia él. Pero como la vida privada de las grandes figuras no interesan históricamente hablando, lo que se da por elevación es un ataque a lo que él defendía. ¿Otro que ataca lo ya caído? Si de doble moral se trata mucho más interesante y pertinente hubiera sido tomar a personajes que detentan el poder en nombre de la moral hoy día, convocar a regímenes en existencia o utilizar parábolas para hable de ellos. Que no faltan es muy claro para cualquiera.

Pero bueno, salvando este factor "ideológico"de considerable peso, podemos decir que todo lo demás es excelente: la estructura dramatúrgica, el trabajo de Carolina Jiménez como escenógrafa e iluminadora y el de Sofía Salomón como actriz. En el caso de la primera porque logra en unos brevísimos metros cuadrados y lo esencial en objetos, dar el espíritu de lo tratado y el mundo de la Lenshen: la miseria que excede en limpieza lo que le falta en libertad y medios.

Y en lo que hace a la intérprete, es admirable como escapa a todas las posibles tentaciones fáciles del texto, oponiéndose a ellas –seguramente en complicidad con el director– generando un tono muy medido, apreciable especialmente porque podemos verla perfectamente a no más de dos metros de nuestra ubicación como espectadores.

En definitiva, un trabajo polémico en su decir pero muy elaborado en la estructura de su discurso, placentero para un espectador que –como en el caso anterior– está más interesado por la consistencia que por la novedad.

Claro que por otra parte también existió un teatro inteligente y con la capacidad suficiente como para convocar amplio número de espectadores. Aquí se trató de nombres: por un lado la autora/directora: Sabina Berman, sustentada ya por varias temporadas de éxitos continuados (el último fue "Feliz nuevo siglo, Dr. Freud"), y por el otro la de los hermanos Bichir (Bruno, Odiseo y Demián) jóvenes talentosos que encontramos tanto en cine como el televisión y por supuesto en teatro. Juntos armaron "Extras", adaptando el libro de Marie Jones, en una sala para mil doscientas personas que se ha mantenido prácticamente llena desde el inicio de temporada hace ya varios meses. Y sigue por más. Igual que aquel "1822 – El año que fuimos imperio", estrenada en los recintos universitarios en el 2002, y que continúa en temporada ya como record en ese tipo de teatros.

LOS NUEVOS DRAMATURGOS

Hay países donde los escritores teatrales son contados, en el nuestro contarlos cuesta por su cantidad, aunque por supuesto la calidad de los mismos, sobre todo en su período de afirmación, sea muy irregular. Muchos hay que entran al ruedo y aunque la mayoría quede sobre la arena, el número de los sobrevivientes es notable.

Acabo de conocer a una veintena de ellos, con una edad de entre 25 y 35 años, agrupados bajo una organización llamada Telón de Aquiles, un nombre un tanto bizarro que agrupa las más diversas tendencias y talentos. Luego de algunos días de leer y escuchar obras me resulta claro que ciertos nombres son realmente interesantes y que en las próximas temporadas los habremos de encontrar con seguridad. Menciono sólo dos como ejemplo: Luis Enrique Gutiérrez y Edgar Chias. Sus últimos textos –"De bestias, criaturas y perras" y "Telefonemas", respectivamente– son sumamente provocadores, cargados de sugestión y tan libres como para seducir a un director de la misma generación.

Hasta hace pocos años la escritura mexicana estaba lastrada por el testimonialismo realista. Los 90 sirvió para cuestionarlo, y ahora aquello quedó atrás: de veinte obras sólo dos siguen aún aquella corriente. Apenas un diez por ciento. No está nada mal si pensamos lo que cuesta librarse de las inercias históricas en arte.

PARA CERRAR

Se mantienen casi todos los festivales que se llevaban a cabo en el país y corrían riesgo firme de supresión. Eso significa que la Red Nacional de Festivales se ha consolidado. No recuerdo la cantidad exacta que se encuentra registrada, pero digamos que hay que calcular alrededor de 300 festivales teatrales por año a nivel nacional. Naturalmente allí encontramos desde el Cervantino hasta los que se hacen en honor del patrón religioso de un poblado; pero esto nos dice a las claras que la teatralidad –o la parateatralidad, en algunos casos si queremos ser escrupulosos– en México es un entramado de enorme potencia y raíces básicamente populares.

Bueno, los fondos siguen reduciéndose, pero van poco a poco apareciendo sponsors impensables hasta poco tiempo atrás: empezamos a ver obras patrocinadas por bancos, cerveceras o productoras de refrescos... y el teatro sobrenada el panorama social con bastante vida, al menos en lo que va del año.