LA ESCENA IBEROAMERICANA. ESPAÑA
TOROS Y TEATROS: A PROPÓSITO DE "DIOSES
O BESTIAS" DE XARXA TEATRE
Nel Diago
Universitat de Valencia
No
voy a revelar nada nuevo si digo que el toro, el toro bravo, está
intrínsecamente unido a lo español, que lo simboliza. Ya
al propio mapa de España se le suele denominar "la piel de
toro". Cualquiera que se aventure hoy por los caminos carpetovetónicos
tropezará tarde o temprano con una enorme figura del noble animal;
figura que en otro tiempo fue usada como reclamo de una bebida alcohólica
y que Bigas Luna se encargaría de popularizar en una célebre
película ("Jamón, jamón"). El toro ha servido
y sirve de divisa a los españoles en lo deportivo y hasta en lo
militar (el cuartel de las tropas enviadas por Aznar a Iraq estaba presidido
por la imagen de un toro). Artistas plásticos tan geniales como
Goya o Picasso se ocuparon de retratarlo en múltiples ocasiones,
y poetas no menos eximios, como García Lorca, se valieron de él
para elaborar bellas metáforas. La fascinación por este
animal, y por el arte espectacular que con el se practica, la tauromaquia,
también afectó a más de un escritor no hispano, como
el estadounidense Ernest Hemingway, que nos ha dejado vibrantes páginas
sobre el tema.
Como es natural, el teatro no podía permanecer ajeno a este hecho.
Y no lo hizo. Si ya Valle-Inclán, ante la decadencia imparable
de la escena coetánea, reclamaba para la salvación del teatro
el temblor de una fiesta de toros, en nuestro tiempo un creador como Salvador
Távora ha intentado conjugar arte escénico y tauromaquia,
actuando en plazas de toros y lidiando uno de estos animales en sus espectáculos
(no él personalmente, claro, aunque en sus años mozos pugnó
por ser torero). Una experiencia bastante discutible y discutida, y que
incluso tuvo algún tropiezo legal; significativamente en Barcelona,
donde las autoridades locales no vieron con buenos ojos esa especie de
Minotauro artístico y lo prohibieron. Prohibición que, imagino,
se mantendrá en el futuro, toda vez que los nuevos gobernantes
(una coalición de socialistas, comunistas, nacionalistas de izquierdas
y ecologistas) han decidido declarar a Barcelona "ciudad antitaurina"
(lo que no implica la supresión de las corridas de toros, ya que
esa decisión no les compete a los ediles). En todo caso, la postura
del consistorio barcelonés fue muy bien recibida por algunas almas
sensibles, como el escritor valenciano Manuel Vicent (1),
que considera la llamada "fiesta nacional" como una bárbara
costumbre, "una cochambre anticuada, llena de moscas". Paradójicamente,
en el mismo medio y día, el escritor peruano Mario Vargas Llosa
(2) hizo una encendida defensa del
arte de la tauromaquia manejando una serie de tópicos que no por
ser manidos dejan de ser eficaces. Sea como sea, la tendencia, en una
España que forma parte inevitable de la Unión Europea, llevará
a abolir tarde o temprano la fiesta de los toros. La tortura sistemática
y la muerte consiguiente de un animal, exhibidas como espectáculo,
no parecen ser bien asimiladas por los sectores dominantes en Europa (lo
que no excluye que este tipo de espectáculos se den también
en algunos lugares del Sur de Francia o que muchos turistas británicos,
alemanes u holandeses los contemplen embelesados). De seguir así
las cosas las corridas de toros en el futuro quedarán limitadas
a países periféricos, como los latinoamericanos, de México
a Perú, pasando por Colombia o Ecuador. O, tal vez, a un Euskadi
segregado de España e independiente. Digo esto porque hay quien
reniega de España, pero no de los toros, como el nacionalista vasco
Jon Idígoras, que en su juventud quiso ser torero, según
leí en una entrevista publicada hace años en un diario de
Navarra. En el reportaje, Idígoras, quizá por justificar
su afición, llegaría a afirmar que los "españoles"
se apropiaron de ese animal emblemático que en realidad debería
pertenecer al pueblo vasco. Y para confirmar su aserto daba ejemplos de
ciertas prácticas festivas con toros que, según él,
no se dan en "España". Entre ellas, los toros de fuego,
un ritual ancestral que, sin embargo, es muy común en el ámbito
valenciano (el bou embolat). Es evidente que o bien Idígoras tiene
muy escaso conocimiento del tema o que su idea de "España"
se reduce a Madrid o, a más estirar, a Castilla.
Curiosamente la lectura de esa entrevista la realicé en Pamplona
cuando acompañaba al grupo Xarxa Teatre en una de sus actuaciones.
Años después el grupo valenciano crearía un espectáculo,
"Déus o bèsties" ("Dioses o bestias"),
en el que se pasa revista a diversas manifestaciones populares que distintos
pueblos de España practican con el toro como figura central. El
montaje, que fue una de las principales atracciones en el reciente IX
Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (se dieron cuatro funciones
en la monumental plaza de toros La Santa María, con llenos hasta
la bandera, como suele decirse), rehuye deliberadamente cualquier referencia
a la tauromaquia. Un aspecto que hubo que explicar reiterada e insistentemente
a los medios que cubrían el festival bogotano, que no entendían
muy bien que un espectáculo que llegaba de España, se presentaba
en un coso taurino y centraba su mirada sobre el toro bravo, no hablara
en ningún momento del arte que cultivaron Rafael "El Gallo",
Manolete o "El Cordobés". Pero tal es la propuesta concebida
por Manuel Vilanova y Leandre Escamilla, directores de Xarxa Teatre y
artífices de "Dioses o bestias". Su dramaturgia, firmada
con el nombre de Vicent Martí Xar e inspirada en buena medida en
el libro "Ritos y juegos del toro", de Pedro Álvarez
de Miranda, y otros estudios etnográficos, nos plantea una visión
desacralizada de este animal mitológico que tanta importancia ha
tenido para los pobladores de la Península Ibérica, desde
los tiempos prehistóricos hasta hoy día.
Pieza objeto de caza, en un principio, el toro tardó en ser domesticado
por el hombre, que sólo lo pudo lograr castrándolo. Pero
para que la especie no se extinguiera había que dejar algunos ejemplares
intactos: los sementales. De ahí a convertir la res bravía
en una divinidad representativa de la fecundidad y la abundancia sólo
había un paso, y se dio. Las legiones romanas trajeron de Asia
el llamado culto de Mitra, cuyo momento cumbre era el sacrificio del animal
por el sacerdote y la purificación de éste por medio de
la sangre del toro-dios muerto, tras lo cual los fieles comulgaban con
la carne del dios recién sacrificado. Un culto que fue borrado
por el cristianismo transformado en religión oficial del Imperio,
pero que se coló por sus rendijas y sobrevivió de una manera
atávica e inconsciente entre los practicantes de la fe de Cristo.
Así, en la Edad Media, en muchos pueblos fronterizos entre España
y Portugal, durante la fiesta de San Marcos, un toro bravo era conducido
a la iglesia, asistía a la misa, engalanado, y luego era paseado
en la subsiguiente procesión.
También por esa zona, en Extremadura, y hasta el siglo XIX, se
mantuvo la tradición del toro nupcial: una res brava era conducida
a la habitación de los futuros esposos, donde el novio debía
clavarle un par de banderillas hechas por la novia, tras lo cual se empapaba
el tálamo con la sangre derramada y se aseguraba de este modo la
fecundidad de la pareja. Esa cualidad mágica, sobrenatural, de
la sangre del toro se dejará sentir asimismo en los pueblos valencianos
(también en algunos lugares del Sur de Cataluña o del Bajo
Aragón) con la práctica del llamado "bou embolat",
una tradición que hoy ha perdido su vertiente más cruel
(la normativa actual prohíbe el sacrificio del animal). Pero hasta
tiempos recientes, cuando todavía se mataba al noble bruto, no
era extraño ver a alguna madre manchando con la sangre del animal
a su hijito para que la fortuna le sonriera en la vida.
Ahora bien, todos estos ritos ancestrales que el espectáculo de
Xarxa Teatre nos va mostrando en una serie de secuencias de gran belleza
plástica, se han ido perdiendo o dulcificando por obra y gracia
de una conciencia ecologista que poco a poco se va extendiendo por toda
la sociedad, incluso en ámbitos rurales. El toro bravo, si excluimos
las corridas de toros (y el espectáculo, repito, las excluye),
ha dejado de tener cualquier clase de connotación divina, mágica,
mitológica, sagrada... Es un dios caído, un simple animal
sin más perspectiva que el matadero, como bien nos ilustra el final
de la obra. Los sacerdotes de antaño han dejado su lugar a los
matarifes de hogaño.
Cuánto de todo esto es percibido por el público que asiste
a las representaciones de "Dioses o bestias" es algo difícil
de precisar. En todo caso, el espectáculo ha sido diseñado
de tal forma que sus imágenes visuales penetran en las retinas
de los espectadores y las musicales calan en sus oídos tornándose
inolvidable. Gracias a una estructura vertical de doce metros de altura,
dividida en varias plantas, y al empleo de una serie de elementos escenográficos,
abstractos o figurativos, pero siempre estilizados, el conjunto puede
ser visualizado fácilmente y a gran distancia. La música,
compuesta por Jaume Gonsàlvez y Bernat Pellicer e interpretada
en directo por los músicos de la compañía, seduce
al espectador con su peculiar sonoridad de raigambre mediterránea,
siendo el penetrante sonido de la dulzaina su banderín de enganche.
Y por supuesto, la guinda de todo ello, como señala el crítico
Josep Lluís Sirera (3),
radica en el "tremendo potencial dramático, escenográfico,
rítmico y musical de la pirotecnia", un terreno en el que
los de Xarxa son consumados maestros (4).
Así pues, un montaje de impecable factura y muy trabajado dramatúrgicamente,
contra lo que suele ser habitual en los espectáculos callejeros
(claro que en este caso, más que de teatro callejero, habría
que hablar de teatro, de imagen, al aire libre). Una propuesta de singular
estética, que va más allá de lo puramente lúdico
o festivo, pero sin renunciar a ello (5).
Un producto artístico que, siendo profundamente valenciano, mediterráneo,
puede ser saboreado por los más disímiles paladares.
Los espectáculos de Xarxa Teatre atraen a multitudes y a nadie
dejan indiferente. Su poder de convocatoria es realmente fascinante. Y
como prueba, este botón: el último día de actuación
en el FIT de Bogotá, el Domingo de Resurrección, una tromba
de agua impidió la representación. La organización
del festival, de común acuerdo con el grupo, decidió que
la función se hiciera al día siguiente, lunes. Un día
laborable, después de una larga semana festiva, y tras tres actuaciones
previas. Pues bien, no sé si alguien llegó a devolver su
entrada, pero la plaza de toros bogotana volvió a llenarse y el
público se entregó agradecido a los generosos artistas.
No creo equivocarme si digo que esa noche nació un idilio entre
el grupo valenciano y el público colombiano. Ha ocurrido otras
veces, en otros lugares. Xarxa Teatre crea adición.
Notas
1. Manuel Vicent, "Más toros", El País, 02-05-2004.
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2. Mario Vargas Llosa, "La última corrida", El País,
02-05-2004. Volver
3. Josep Lluís Sirera, "Un gran espectáculo",
El Punt, 02-04-2000. Volver
4. Vid. Nel Diago: "Teatro y pirotecnia", en Propuestas escénicas
de fin de siglo: FIT 1998, Juan Villegas (ed.), Ediciones de Gestos, Saline,
Michigan, 1999, pp. 125-139. Volver
5. Sobre la estética del grupo véase: Nel Diago: "Xarxa
Teatre: el fuego como lenguaje", en Conjunto, nº 101 (1995),
pp.39-44. Volver
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