LA ESCENA IBEROAMERICANA. ARGENTINA

MARILU MARINI: "LA TIERRA TIEMBLA"
Entrevista de Olga Cosentino

 

De regreso en París, después de dos meses a sala llena en el Teatro San Martín de Buenos Aires, Marilú Marini repasa la experiencia para la revista Teatro/CELCIT, vía telefónica. Sin detenerse demasiado en la autocomplacencia por las críticas unánimemente elogiosas que recibió su actuación en "Los días felices", de Samuel Beckett, la actriz acepta reflexionar sobre la versión castellana de la puesta en la que fue dirigida por el francés Arthur Nauzyciel. Y disfruta anticipando su próximo proyecto escénico. "Estoy ensayando "El castillo de Cène", de Bernard Noël, adaptación de una novela de los años 50 que en su momento fue prohibida en Francia. Estrenamos el 14 de setiembre en el teatro Road Point, de París, con puesta de un joven y talentoso director libanés, Wissam Arbache. Para mí es un desafío, ya que nunca actué un texto tan directamente osado, que habla con una crudeza muy poética de lo que significa el sexo como motor y como camino de iniciación al conocimiento".
Además, Marini intervendrá también en el próximo proyecto de Alfredo Arias, "Mambo místico", sobre un texto de Gonzalo Demaría. Cuenta la actriz que se trata de un musical cuyo estreno está previsto para febrero en el Theatre de Chaillot, en París, y cuya música está compuesta por Aldo Brizzi, un músico italiano residente en San Salvador de Bahía. "Responde a una estética contemporánea pero contiene referencias a las raíces musicales bahianas, especialmente las asociadas a rituales como el candomblé o la capoeira. Y mi personaje será el de una mujer malvada", define. La obra saldrá después en gira por Nantes y Marsella para presentarse finalmente en Marruecos.

 

UNA IDENTIDAD INTEGRADORA
Marini vive en París desde 1976, aunque su caso no es exactamente el de tantos artistas que debieron exiliarse compulsivamente para sobrevivir, durante los años oscuros de la dictadura militar de la Argentina. No lo es, al menos, en los términos dramáticos que significaron en los 70 las amenazas, la censura o los atentados. Pero la mordaza y la asfixia que aquellos años oscuros representaron para la cultura y el pensamiento no estuvieron ausentes, sin duda, de aquella decisión suya de partir y -sólo en apariencia- quemar las naves. Es que si bien no volvió a instalarse en su país con el retorno de la democracia y, tras adquirir una dicción tan impecablemente francesa como una francófona nativa logró reconocimiento y participación en el teatro y el cine galos, no es menos cierto que mantuvo un permanente y vigoroso vínculo afectivo, artístico e ideológico con la Argentina y los argentinos.
Empezando por sus compañeros de migración (entre otros, el actor y director Alfredo Arias, el escenógrafo y artista plástico Roberto Plate) junto a los que participó inicialmente de la sociedad o compañía artística identificada como Grupo TSE. Con ellos vuelve periódicamente a compartir proyectos escénicos allá, acá o en ambas márgenes geográficas, haciendo valer una identidad artística integradora, que el océano no consiguió debilitar. De hecho, se casó en Francia con el actor argentino Rodolfo de Souza, su partenaire en muchos espectáculos, y mantiene con Arias una amistad entrañable y una relación artística cuyos resultados han podido comprobar los espectadores argentinos en varios y aplaudidos títulos ("Mortadela", "La mujer sentada", de Copi; "Las criadas", de Jean Genet o, recientemente, "Los días felices"). "Tengo muchos y muy buenos amigos franceses, no voy a negarlo, pero hay un código que se establece con los argentinos que es irrepetible. Es algo del orden de lo no dicho, que nos habilita para comunicarnos por vías alternativas, con una complicidad y una sintonía a la que bastan una frase, un acento, un guiño o un gesto", dijo en su última visita a Buenos Aires.

 

PERSPECTIVAS
-¿Considera que vivir a más de diez mil kilómetros de su país le da una perspectiva distinta para mirar y comprender esta sociedad?
No puedo juzgar yo misma mi propia mirada pero sé que en mi país suceden cosas que merecen ser conocidas más allá de sus fronteras, por quienes no están en condiciones de verlas o valorarlas.
-¿Por ejemplo?
Concretamente, el fenómeno de resistencia cultural que se ejerce aquí. Cuando estuve en 2003, en ocasión del Festival Internacional de Buenos Aires, me asombró la energía con que el teatro y otras manifestaciones artísticas hacían frente a las secuelas de la crisis atroz que se había desatado en diciembre de 2001. La cantidad y calidad de actores, autores, músicos, bailarines, artistas plásticos que crean y muestran lo suyo no sólo en espacios subvencionados o en grandes ámbitos sino en los márgenes, a veces en la más literal intemperie, es algo que merece conocerse en el mundo. Eso me decidió a hacer una serie de reportajes, una suerte de registro testimonial de lo que piensan y sienten algunos de los protagonistas de esta realidad, para difundirla en Europa.
- Digamos que pasó de actriz a comunicadora. ¿A quiénes entrevistó y cómo organizó esa difusión?
Grabé conversaciones con los directores Ricardo Bartís y Daniel Veronese, con el dramaturgo Federico León, con la actriz María Onetto, con la escenógrafa Oria Puppo, con los cineastas Diego Lerman y Pablo Trapero, con la música Carmen Baliero entre muchos más. Y se emitieron por France Culture, una radio oficial equivalente a lo que acá es Radio Nacional.
Marilú Marini no sólo habló con gente de teatro. También dedicó dos audiciones del ciclo al cine, una a la plástica, otra a la danza y otra a la música. Además, entrevistó al sociólogo Manuel Mora y Araujo, al librero anticuario Alberto Casares y al humorista Enrique Pinti para que ubicaran a los oyentes en lo que fue una coyuntura particularmente dramática dentro del marco de las crisis cíclicas y recurrentes que parecen formar parte del destino histórico de los argentinos.
-¿Cuál es el interés que despertó en Francia lo acontecido en la Argentina en diciembre de 2001?
Las informaciones sobre el default, sobre el tembladeral económico y político que sufrió en ese momento la Argentina, llegaban a través de la televisión y los demás medios. Pero yo quise que, además de conocerse el desastre, el deshilachamiento de la identidad de la gente, se viera cómo a través del arte la sociedad intentó recuperarse. Acá la clase media perdió sus signos de identidad, pero hubo un reflejo social de supervivencia, de autoconservación. Se siguió haciendo teatro y se siguió yendo al teatro. Hubo una defensa de la pertenencia y hasta de la inclusión de otros sectores que antes no participaban de la movida cultural.
El énfasis que pone la protagonista de "Los días felices" en referir aquella tarea extraescénica en la que se involucró voluntariamente confirma que, efectivamente, su energía estuvo al servicio de la difusión de lo ocurrido en la Argentina. Sobre todo -destaca- "quise que esa actitud vital de nuestra sociedad sirviera para hacer reflexionar a los europeos".
Cuesta imaginar que la vieja Europa acepte que comportamientos sociales de la periferia puedan marcar el camino de nuevas revelaciones o modifiquen criterios de análisis. Pero Marini insiste: "Allá están todavía todos los recursos, los subsidios oficiales y los sponsors, pero la creatividad se va aplanando. Y además, no nos engañemos, con la recesión económica que avanza también sobre el Primer Mundo, todo ese Estado de bienestar y de apoyo a la cultura ya se empieza a resquebrajar".

 

UN PROGRAMA DE INTERCAMBIO TEATRAL
-¿Usted observa en Francia algo más que el típico interés por lo exótico, propio de los países centrales?
Ha despertado mucho interés, por ejemplo, el nuevo cine argentino. En cuanto al teatro, a mí me llamaron para hacer lecturas de obras de Daniel Veronese, traducidas al francés. La dramaturgia argentina es muy valorada allá, y hay intelectuales franceses, como la traductora Francoise Thanas, que han traducido muchos autores de las últimas generaciones como Rafael Spregelburd, Marcelo Bertuccio, Pedro Sedlinsky o Alejandro Tantanián. El programa Tintas Frescas, que la Asociación Francesa de Acción Artística concluirá en noviembre de 2004, fue una muestra del interés de las instituciones culturales francesas por el teatro latinoamericano en general y particularmente por el argentino. Para mí será una buena ocasión para volver otra vez a la Argentina, ya que voy a participar junto a Alfredo (Arias) de la lectura de "Incrustaciones", una obra escrita especialmente para este programa por una joven escritora francesa, Chantal Thomas, que en 2002 fue premiada por su novela "La despedida de la reina". Pero lo que me parece evidente es el interés que despierta el teatro argentino. No casualmente se decidió clausurar en Buenos Aires ese programa de intercambio que se extendió a lo largo de dos años.
-Sin embargo aquí, la mayor parte de los artistas vive como consagratoria la posibilidad de exponer su trabajo en Europa. ¿No cree que, al menos entre las burguesías urbanas de América Latina se sigue arrastrando un complejo de inferioridad cultural respecto de Europa?
Tal vez, pero hay síntomas muy significativos que van a determinar cambios. Por ejemplo, lo que ocurrió el verano pasado, durante la ola de calor que se padeció en Europa. No eran las altas temperaturas las que azoraban sino lo que ese fenómeno climático puso en evidencia. Once mil ancianos muertos en la soledad de sus departamentos desnuda un drama subterráneo: el abandono de la gente mayor.

 

EL ÉXITO Y SUS RAZONES
Precisamente de la soledad y de la muerte bajo un sol calcinante habla el clásico de Samuel Beckett que Marilú Marini protagonizó en Buenos Aires en 2003 y 2004. La primera vez en francés y la segunda, en temporada de dos meses, en la Sala Casacuberta del San Martín, en castellano. La actriz que deslumbró a los argentinos en su rol de Winnie reconoce la curiosa coincidencia: "Se trata de un texto de una actualidad impresionante. Winnie va hacia su propia muerte durante esa tórrida jornada y su lucha por sobrevivir como si nada especial ocurriera se transforma en la materia dramática de la pieza". La intérprete valora como lo más conmovedor, el hecho de que a través de esa mujer simple que ahora le tocó encarnar, Beckett consiguió hablar de lo humano con trascendencia. "Creo que en esa sencillez hay una profundidad metafísica", subraya. Pero está convencida de que el éxito porteño del espectáculo tiene que ver con la calidad del público. "Pude percibir que los espectadores recibían esta obra no desde una particular cultura beckettiana, que sin duda la tienen, sino como algo que conocían de manera carnal, por haberlo vivido. Creo que muchas de las vivencias sociales de los argentinos han provocado esa sensación de hundimiento que sufre la protagonista". Y ejemplifica con una anécdota: "Me pasó varias veces que algunos espectadores me esperaban después de la función para comentarme sus impresiones, pero no me voy a olvidar nunca de un joven que acompañaba a su madre y que, después de hablar sobre la obra me dijo ¿Sabe qué pasa?, Marilú; que en la Argentina todos somos Winnie".
Quienes hayan tenido la fortuna de ver el espectáculo -y no han de ser pocos los afortunados ya que casi todas las funciones, a lo largo de junio y julio, agotaron sus localidades- habrán disfrutado el virtuosismo expresivo de Marini, una intérprete particularmente dotada para comunicar el aliento poético que late en los signos de la partitura que le toca ejecutar. Además de la fuerza de cada gesto, de cada silencio, de cada inflexión, la actriz incorporó a su labor la intensidad de las interrupciones. Aspecto clave de la escritura beckettiana, los cortes abruptos en el hilo del discurso, lo mismo que los cambios de entonación, reflejan la dificultad de Winnie para mantener su concentración. Este fraseo crea una musicalidad que la actriz supo materializar con rigor minimalista.
Y si bien Beckett estrenó esta pieza hace 41 años, la respuesta del público porteño puso en evidencia hasta qué punto se trata de un texto vigente y necesario. "Es que Los días felices habla de la vida codificada, de una experiencia contemporánea en la cual es cada vez más improbable alcanzar el deseo, cumplir con las grandes ilusiones. Todo seguirá igual, con la pesadez propia de una burguesía sin utopías", dice la protagonista.
- ¿No cree sin embargo que las crisis políticas, el terrorismo, el hambre o los desastres ecológicos son contradictorios con esa idea de rutina?
La tierra tiembla, es verdad. Pero sobre todo en el Primer Mundo, esto se vive con cierta lasitud satisfecha, con la actitud de quien está convencido de que no vale la pena intentar nada porque todo seguirá igual.
- Además de ser la pintura de una realidad reconocible, ¿considera que el texto de Beckett deja abierta alguna esperanza?
Con Arthur (Nauzyciel) tratamos de que Winnie no aparezca como una melancólica sino como alguien que resiste. Creo que la energía que le hamos dado a Winnie hace más trágico el humor beckettiano.
- ¿El humor del escritor irlandés es fácilmente decodificable por el espectador latino?
En el caso puntual del humor argentino, considero que está bastante cerca del humor inglés y del judío. A diferencia de los franceses, que son más frontales en su comicidad, nosotros somos capaces de reírnos de nuestras peores desgracias. Tomamos distancia para contemplarnos desde afuera y para reírnos de nosotros mismos. Por algo éste es el país del psicoanálisis. Tenemos una gran capacidad de introspección y cuando sospechamos que algo puede hacernos doler sabemos escapar por la tangente del humor.