ESPECTÁCULOS EN EL CELCIT
ARÍSTIDES VARGAS ENTRE EL REALISMO MÁGICO Y LA ARGENTINA

Ana Seoane

 

Nació en 1954, en Córdoba, una de las ciudad con más historia cultural de la República Argentina. En esta capital se gestaron las reformas universitarias y fue el ámbito donde se dió el Cordobazo, movimiento obrero-estudiantil que dió el golpe más importante que recibió aquella dictadura militar de la década del 60.
De allí partió Arístides Vargas buscando nuevos rumbos, que parece haberlos encontrado en Ecuador. Sabemos que también incursionó en el cine, como guionista del film "Entre Marx y una mujer desnuda". Pero fue en Quito, en 1983 cuando eligió aglutinar a actores de distintas nacionalidades para trabajar con métodos de creación colectiva. El primer éxito del grupo teatral Malayerba fue "Mujeres", basado en textos de la italiana Franca Rame.
Para muchos especialistas de teatro se lo asocia, casi inmediatamente, con el realismo mágico, especie narrativa que nació junto con el mal llamado "boom latinoamericano" en la década del 60 y en el que se incluyeron los nombres de Alejo Carpentier (cubano), Gabriel García Márquez (colombiano) y también en cierta medida Mario Vargas Llosa (peruano).
Algunos preferían definir a esta narrativa novedosa bajo otros nombres, siempre muy parecidos entre ellos, "real mágico", o "real maravilloso". De una u otra forma este Nuevo Mundo, o sea América Latina le entregó al otro mundo una mirada diferente, donde sus miserias y pobrezas fueron encarnadas con un talento inusitado e imposible de encasillar.
Los personajes no sólo tienen nombre, apellido, cuerpo e historia, sino que trasuntan un espíritu que se hace evidente. "Lo que da valor literario es el misterio", escribía García Márquez y todos ellos encontraron "la magia que hay en los actos cotidianos".
La presencia de la memoria -casi como una Pachamama del siglo XX que premia y castiga a sus hijos- los expulsa de su territorio. Pero también les entrega una lucidez y recuerdos lacerantes, que los transformarán en personajes diferentes. Criaturas propias y únicas de este territorio invadido y destrozado de muy diferentes maneras. Como ocurre en México, donde el misterio resucita de entre la tierra, abriéndose paso entre esta nueva civilización, impuesta a través de la violencia de los dominantes, para demostrar que el pasado también existe.
Este recurso presenta con naturalidad lo que podría definirse como mágico. Es una mirada inocente y maravillosa de una realidad muchas veces pobre y triste. Seres que pueden adivinar el futuro, pero no salvarse de él. Muertos que resucitan, para seguir viviendo miserablemente, en su misma tierra.
Las obras dramáticas de Vargas exigen despojamiento escénico. Quizás porque han sido creadas para excelentes actrices que sólo necesitan de la palabra y la emoción para hacer creíble y querible cada uno de sus parlamentos.
Son propuestas que pueden conocer la luz en cualquier ámbito, desde una plaza hasta un escenario, desde una pequeña salita independiente hasta un inmenso escenario oficial. Siempre se iluminan, pero eso sí exigen obligatoriamente buenas interpretaciones. Pasión y entrega para poder vivir esta ficción diferente, donde todo es absolutamente verdadero, incluso lo que se acerca a lo más descabellado.
Arístides Vargas necesitó volver a su país. Lo hizo en silencio, junto a un grupo donde se entrecruzaban experiencias de distintas nacionalidades, así podría definirse a Malayerba. Y como sucedía con los héroes míticos griegos sólo lo reconocieron sus amigos más cercanos. Este Ulises llegó a Córdoba en 1985, casi como un extranjero y se lo descubrió en el II Festival Latinoamericano de Teatro, con "La fanesca", espectáculo basado en un texto de María Escudero. Pero no era el tiempo. Argentina vivía los albores de una democracia recién recuperada y no estaba preparada para bendecir a este hijo pródigo.
El tiempo, casi un personaje en sus textos dramáticos, por su presencia y ausencia, nunca aparece fijado, ni definido. No hay fecha precisas, pero deja arrugas, surcos, no sólo en los rostros, sino en las almas.
Fue el 12 de febrero de 1999, en el Teatro del Pueblo, y de la mano de un elenco de Costa Rica que algunos privilegiados conocimos su obra "La edad de la ciruela". El director Alfredo Catania, junto a sus actrices Eugenia Chaverri y Ana Clara Carranza deslumbraron a unos pocos. Casi oculto, pero muy presente estaba el nombre de Vargas. Ahí se decía que era argentino, radicado en Ecuador; ya empezaba a surgir el brote de aquella semilla cordobesa.
Volvió a pasar el tiempo. Durante el III Encuentro Iberoamericano de Teatro, que se realizó del 1 al 19 de marzo 2000, en la sala mayor del Teatro Nacional Cervantes se presentó el Grupo Malayerba con dos creaciones que no sólo habían sido escritas por Vargas sino que también él dirigía: "Pluma" y "Nuestra Señora de las Nubes". Ambas sorprendieron, pero quizás los mayores elogios se los llevó la directora actoral que deslumbró como intérprete: María del Rosario Francés (Charo Francés). Española, radicada en Ecuador y casada con Vargas demostró cómo se encarnaba con claroscuro, profundidad y talento este realismo mágico que conmovía desde las butacas del Cervantes.
Pero fue en el VI Ciclo de Teatro Semimontado, organizado por el Club de Autores, de la mano del director Rubén Pires, el 25 de septiembre de 2002 que encontró a un público más preparado para aplaudir nuevamente a "La edad de la ciruela" en el Teatro Picadilly.
Este mismo director gestionó una adaptación que llevó el título de "Vino de ciruela" con la que pisó los escenarios de la avenida Corrientes, aunque con una fortuna esquiva. Contó con un elenco de primeras actrices, entre las que estaban Susana Rinaldi, Perla Santalla y Rita Terranova. Pero no estuvo presente la magia y el desafío que había propuesto Vargas a sólo dos actrices. En esta versión las protagonistas estaban multiplicadas.
No fue casual el que hayamos usado el recuerdo de un héroe griego. Porque como ocurría con aquella civilización el exilio era el máximo castigo. Para este argentino, radicado en Ecuador, es también una obsesión, que poéticamente vuelca a su dramaturgia.
Escribió tres "ejercicios sobre el exilio", el último estrenado en Buenos Aires es su obra "Donde el viento hace buñuelos". Una de las dos protagonistas, Catalina pregunta: "¿Una nunca vuelve al lugar donde alguna vez le castigaron?". Y la respuesta inmediata de Miranda es: "No".
"El frío ha cambiado mis facciones. Este nuevo país ha desfigurado mi rostro. Estoy parada exactamente en la esquina donde hace cincuenta años un compatriota se prendió fuego porque estaba triste y no resistía el haber perdido el paraíso. Se prendió fuego y su calor no alcanza para devolver las facciones a mi cara". (Catalina).
Este dolor, el haber perdido el paraíso, es propio de los desterrados o como a veces hace referencia, autoexiliados. Optaron por ese rumbo, por muy distintas circunstancias, aunque casi siempre predomina la política, como se soslaya en "Nuestra Señora de las Nubes".
Sus personajes han aprendido, tal vez, como él a jugar con la distancia y no morir en el intento. Imposible olvidar a ese hombre y a esa mujer que pertenecían a "Nuestra Señora de las Nubes", lugar impreciso si los hay.
El país o la ciudad a la que se refiere, siempre parece ser la misma, para que cualquier espectador la sienta suya. Por eso Catalina y Miranda, como Vargas precisa en su acotación: "se encontrarán en diferentes lugares y en tiempos diferentes sin saber cuál es el tiempo real que les toca vivir". Luego detalla para el lector, director e intérprete que esta pieza ("Donde el viento hace buñuelos") surgió a partir de las improvisaciones de dos actrices (Charo Francés y Rosa Luisa Márquez) llevadas a cabo en las distintas ciudades: Madrid, Quito y San Juan de Puerto Rico.
"¿Sabes cuál es el mayor exilio? No es dejar un país o un paisaje, no es dejar un himno o una bandera, no es abandonar un acento o una cultura: es dejar a alguien sosteniendo un saludo como si te reclamara un porqué que nunca vas a poder responder" (Miranda).
Habría que subrayar que este dramaturgo/director/actor comprende y respeta como pocos al mundo femenino. Comparable a la profundidad de aguas que describe García Márquez, estas figuras teatrales de Vargas demuestran el mismo oleaje de temperamentos. Tal vez más suaves, quizás más femeninas, más predispuestas a compartir con las otras o con los otros, pero no por ello menos intensas.
Dibuja la amistad femenina, ésta que nace de infancias compartidas y también de miradas semejantes. Lo hace con extrema sensibilidad y acierto. Pueden ser hermanas de carne o de alma, eso es lo de menos. Sólo los poetas saben comprender estas particularidades del sexo débil, aquellos que respetan la otra respiración, que ven más allá de las diferencias físicas, que traspasan las rodillas, el cuello o las manos, para introducirse en las lágrimas y en la sangre. Así lo hacía Federico García Lorca, también lo ha logrado García Márquez, pero no son muchos más los que han conseguido encarnarse dentro de estas matrices.
Aquellas hermanas de "La edad de la ciruela" o estas dos mujeres de "Donde el viento hace buñuelos" van encarnándose en el cuerpo de las intérpretes para no dejarlas nunca libradas a la intemperie.
En la escena cuarta, Vargas introduce un nuevo personaje a esta historia y multiplica el significado de su título. Porque Buñuelo, no es un ejemplo de repostería, sino que es un perro ficcional que ha inventado para rendirle un merecido homenaje a Luis Buñuel. Cineasta provocador que conquistó un lugar de privilegio con su primer film de 1928, "El perro andaluz", transformándose tanto en un referente para España, México, como para los Estados Unidos.
En la puesta en escena que realizó Carlos Ianni de este texto, la resolución de Buñuelos es que fuera un títere de mano que manipula una de sus actrices. Solución efectiva, ya que mantuvo la magia y la candidez que se trasuntaba en la lectura. Los otros personajes, siempre encarnados por las dos únicas intérpretes, pasan a ser recuerdos de un pasado que se vincula con la censura, los pecados y obviamente con la infancia, así la Madre Superiora, la Madre y otros más cercanos como el Marido.
Aparecen sobre el escenario las distintas miradas sobre la misma persona. Un vecino acota: "No sé si guapa, no sé si profunda, ¡qué misteriosa es!", a lo que el Marido (siempre sin nombre, sólo como categoría) le responde: "La tontería, cuando es penetrante, se vuelve un misterio".
La sabiduría de sus personajes hacen que busquen salida, donde casi parecería que no existíera. Así reflexiona Miranda: "Pero cuando no tengo ni patria ni bandera, ni inflamado pecho, ni dónde caerme muerta, busco el calor de una persona y echo raíces en ella, dejo que crezca la hierba..."
En este invierno de 2004, en dos barrios tan distintos como distantes, están resucitando cada fin de semana las voces vargianas. En Belgrano, se entrecruzan las vidas de las hermanas de "La edad de la ciruela", mientras que en San Telmo se hablan y se miran, Miranda y Catalina ("Donde el viento hace buñuelos") aunque tal vez sea una misma mujer, duplicada frente la llegada del último aliento.
Tal vez Arístides Vargas y sus criaturas del aire hayan comenzado a invadir Buenos Aires, la arisca, difícil y maltrecha. Ciudad, país, tan al sur del continente que marca a fuego y agua a sus habitantes, transformándolos en cisnes maravillosos en otras tierras, pero vistos como patos en su propio suelo. Tal vez éste sea un nuevo realismo mágico, que recién ahora estamos comprendiendo.