HACER TEATRO HOY. URUGUAY LA DRAMATURGIA Y EL QUÉ DECIR: PROBLEMAS
DE ANTENA
"Yo sólo tengo esta pobre antena, que me transmite lo que decir", dice Charly García y me digo yo frente a la página nueva, pantalla blanca, el cursor que marca el paso del tiempo, dándome ánimo a ver si esta vez si le acierto con "lo qué decir", si tuviera acaso una milésima parte de la antena de Charly, por aquello de que para escribir más que buena pluma se precisa buena oreja, y porque el teatro tiene esa maldita cierta urgencia de querer encontrarse con el público ahora, enseguida, apenas puesta la palabra fin, letras buscando cuerpos que buscan cuerpos que compartan cierto lugar, el teatro, y yo aquí tan lejos, será que estoy equivocada y no existe la urgencia, y debo escribir lo que quiera, sin tiempo-actores-público, pero el quiero es demasiado poco, sería la poesía en todo caso, a lo mejor escribo teatro porque no sé escribir poemas, como sea ganas no me faltan, me falta el qué, asunto extraño dado que son tantas las cosas que me apasionan, me duelen, tantos los personajes que me acometen, tantas las cosas que quisiera decir, el teatro, el arte más tardío, el que nació después que la pintura, la música, la poesía, la narrativa, o el teatro compendio de las artes, o el teatro el primigenio, hermano de cualquier religión o fe, el teatro, que exige la mayor premeditación, no le basta el impulso, demanda construir un universo del cual se muestren un par de granos de arena que en la mano del espectador le muestren el universo, ordenar el caos, hacer selección, dar sentido, sentido, un espectáculo en el mundo que está espectacularizado, hiper-expuesto, saturado de información, de imágenes, imágenes, ¿qué metáfora será válida si para ser tal necesita de la realidad? ¿dónde está la realidad entre tanto ruido?, nunca tan presente y nunca tan ausente, y yo insisto en que hay una hacia la que debo dirigir mi antena, si la tuviese, y hay un ruido que viene del mundo simbólico del mundo, cargado del sentido que le dan otros, el mercado por ejemplo, y nosotros en vano esfuerzo insistiendo en darle otro, nada se escucha o se escucha todo, y el peor ruido, la más dañina interferencia: la que viene de la propia sopa en la que nos cocinamos cada día los teatreros, mediando, mediando, (omito la queja porque el teatro es asunto colectivo o no es), enfocando la antena a los deseos de los actores, santos deseos, o a los señores que nos dicen lo que debemos hacer porque tienen su antena mirando a Europa o Buenos Aires y si les hacemos caso a lo mejor nos dan un premio o publican una sesuda nota o nos montan la pieza, o cuando la antena se dobla tanto que solo capta mis propios berretines, entonces la enderezo y canto "yo sólo tengo una pobre antena que me transmite lo qué decir", y le agrego un ojalá, y festejo la ocurrencia de Charly que alienta todo un asunto sobre la naturaleza del arte, en el que un dramaturgo, quizás, con un poco de suerte, puede ser mediador entre la gente y la gente, entre el mundo y el mundo, sabiendo escuchar, sabiendo decir, creando sentido y tal vez, belleza. Ojalá.
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