HACER TEATRO HOY. URUGUAY
DRAMATURGIA Y ANGUSTIA RADICAL
Ricardo Prieto
Hace muchos años, cuando era
alumno de la Escuela de Arte Dramático del Taller de Teatro de
Montevideo, en una improvisación debí subir al escenario
llevando una caja. La ausencia de pautas previas permitió que mis
compañeros y yo actuáramos con libertad, dejándonos
llevar por los impulsos que desencadenaba la acción. Yo asumí
el papel de un padre que regresaba a su casa después del trabajo.
Cuando mi mujer y mis hijos de ficción me preguntaron qué
contenía la caja respondí que no sabía. Tampoco les
permití que la abrieran. Pocos segundos después se produjo
una cruenta discusión plagada de reproches hasta que, enfurecidos,
me la arrebataron y descubrieron que estaba vacía.
A pesar de que han pasado más de cuarenta años recuerdo
con asombrosa nitidez el contenido de mi conciencia en aquel instante.
Por primera vez en mi corta experiencia escénica, sentí
el incomparable poder de la angustia que salía de mí mismo
y se acrecentaba a través del diálogo. Pero aquella angustia
depositada en el inconsciente era diferente de la que había experimentado
hasta ese momento, pues se nutría, más que de la propia
y limitada memoria emotiva, de la vasta memoria de la especie. Sin darme
cuenta acababa de ponerme en contacto con una de las vertientes de la
creación dramática.
VED DE CUÁN POCO VALOR...
"Oye el grito del que nace y mira la agonía del que muere
y dime si quien empieza y acaba de ese modo, está hecho para la
alegría y para el goce", afirma Kierkegaard.
La brevedad de nuestras vidas, sometidas a temibles fuerzas que nos crean
pero también nos destruyen, y el saber que moriremos sin haber
comprendido casi nada, encubre el presentimiento, que nos empeñamos
en sepultar, de que somos prescindibles e ignorantes y que para la potencia
energética del universo pesamos menos que una hoja al viento. Pero
la poderosa necesidad de vivir a pesar de todo parece indicar que, aunque
sólo sea oscuramente, confiamos en las fuerzas universales.
"Este camino me conducirá a la lucha pero no me apartaré.
No me pesa lo pasado, pues ¿de qué sirve quejarse? Con todas
mis energías iré al encuentro del futuro sin perder tiempo
en lamentos, como el hombre que hundido en una ciénaga se ocupara
primero en calcular su profundidad y no considerara que mientras así
malgasta el tiempo, más y más se sumerge. Quiero correr
por la ruta elegida, gritando a los que me salgan al paso que no se vuelvan
para mirar atrás como la mujer de Lot, y que recuerden en cambio
que estamos ascendiendo por una pendiente", concluye el filósofo
y teólogo danés en su "Diario íntimo".
Vivimos en medio del dolor, y nos domina la conciencia más o menos
subliminal de que no podemos escapar de él. Por eso debemos conferirle
a la angustia la jerarquía que posee. También debemos asumirla,
y proyectarnos en vida y obra desde su Poder.
"La verdadera vida está ausente. Nosotros no estamos en el
mundo". Estos melancólicos versos de Rimbaud nos anuncian
quizá que la fatuidad del mundo visible encubre un trasfondo que
deberíamos tratar de descubrir.
ANGUSTIA Y LITERATURA DRAMÁTICA
A pesar de que tiene la ventaja de imaginar y crear, el dramaturgo sabe
-como cualquier ser humano- que está perdido, que no ganará
la batalla y que será víctima de las terribles fuerzas que
desintegran y aniquilan todo lo que existe.
Algunos autores teatrales afirman que escriben porque saben que van a
morir, o porque quieren descargar intuiciones o pesadumbres, o porque
anhelan escapar de sí mismos. En casi todos los casos, la escritura
parece nacer de la necesidad de huir del propio yo confinado y de la insoportable
conciencia del derrumbe; también de la búsqueda de lo trascendente.
No es casual que Tennessee Williams afirme en sus "Memorias"
que "en la vida alcanzamos a vislumbrar a veces destellos de algo
que se encuentra más allá de la carne y su mortalidad".
Después de todo, "lo visible es sólo una parte de lo
real", como ha dicho Paul Klee.
Cuando escribe una obra teatral el autor aspira inconscientemente a perpetuarse.
Se intercambia con el objeto que la escritura produce porque quisiera
durar tanto como él. El secreto afán de inmortalidad impulsa
su creación, a pesar de que en pocos campos como el de la escritura
para el teatro es tan patente la inutilidad del esfuerzo. Muy pocas obras
han logrado perdurar, y gran parte del esfuerzo creativo de los dramaturgos
de todos los tiempos sucumbió olímpicamente porque no rescataba
la plenitud de la existencia, que incluye asombro, amor, pasión,
reflexión filosófica, anhelo metafísico, violencia
y afán de poder pero también angustia e impotencia. Aunque
nos empeñemos en disfrazarla o soslayarla la angustia siempre está
ahí, oculta en la maraña de conflictos que son nuestras
vidas y poniéndole límites a nuestro ego envanecido: es
suficiente la aparición de cualquier descompensación física
para que el ser humano más arrogante se convierta en un gusano
lleno de pánico. ¿Acaso no es cualquiera de nosotros un
niño envalentonado por la edad?
Es notable, sin embargo, que las obras que han sobrevivido al naufragio
reflejen situaciones, personajes y pensamientos vinculados al instinto
de muerte. Desde "La Orestíada" de Esquilo hasta "El
regreso del zoo" de Albee, ira y desolación, impotencia y
enfrentamiento, soberbia y caída, vacío existencial y soledad
han sido el hilo conductor de la gran escritura para el teatro. La obra
impar de Shakespeare nos ilustra sobre la importancia que tiene la angustia
como generadora de situaciones dramáticas, y nos recuerda que,
quizá, no hay pausa para el odio, la violencia y la desolación
que nos dominan. El dolor está metido en el texto teatral como
el carozo en el fruto. A diferencia de la narrativa, que también
elabora progresiones dramáticas y diseña personajes pero
se apoya en recursos descriptivos que suelen sepultar las emociones primarias,
la dramaturgia sólo puede culminar en el plano de la angustia extrema.
ANGUSTIA RADICAL
"Estamos crucificados", dice Teilhard de Chardin, y "cuanto
más refinada y complicada se hace la Humanidad, tanto más
se multiplican y agravan las ocasiones de desorden; porque no se domina
una montaña sin sondear los abismos y toda energía tiene
la misma potencia para el bien o para el mal". En medio del cruce
de esas energías vivimos, y por eso sufrimos y no podemos sustraernos
del dolor. Existe una angustia que ha sustentado las obras literarias
del existencialismo ateo, por ejemplo, o las del teatro del absurdo, o
la dramaturgia de Brecht o de Müller. Miradas en perspectiva, las
obras que nacen de esa angustia que podríamos denominar intelectual,
nos parecen endebles y sometidas al flujo del pensamiento circunstancial,
epidérmico y filosóficamente sofisticado que ni siquiera
roza lo esencial. Son obras retóricas, y en ellas el concepto y
el afán demostrativo o la presunción cartesiana ahogan las
emociones, la furia y las intuiciones que provienen de la mente colectiva.
No hay ningún presentimiento de lo trascendente en esas obras,
ningún atisbo de la trama oculta que ordena nuestras vidas. Apoyadas
en la razón, son demasiado conceptuales y expositivas aunque parezcan
desmesuradas e intenten recrear la condición agónica de
la existencia. Piénsese en "Las moscas" de Sartre, o
en "Esperando a Godot", de Beckett, o en "Calígula"
de Albert Camus, o en "Cuarteto" de Heiner Müller. Egocéntricas
y autoabastecidas, estas piezas no anuncian el orden de otro mundo ni
exploran cabalmente la complejidad de nuestra existencia. En las antípodas,
encontramos la dramaturgia de Shakespeare, Chéjov, Ingmar Bergman,
Edward Albee, T. Williams o Pinter, que se nutre de lo que los teólogos
holandeses denominan angustia radical (radical angst), opuesta a la intelectual
porque proviene del núcleo oscuro de la existencia y nos sume en
la gefangenis (prisión), solitario recodo del vacío donde
nadie podría formular teorías, crear sistemas o resguardarse
en los silogismos del mundo mental superficial. No hay utopía,
consuelo o esperanza que logren neutralizar la angustia radical, y sólo
drogándonos o muriendo podríamos huir de ella.
De esa angustia se nutre la dramaturgia, de ella sacan grandes autores
como Chéjov hasta sus imágenes luminosas. Porque el deseo
de trascenderse a sí mismos que domina a casi todos sus personajes
se nutre de desesperación. Para escapar de ella intentan remontarse
por sobre la inanidad, la desolación y el vacío.
La angustia radical no está ligada a la historia de la persona,
ni a su carácter ni a su ámbito. Nace de la conciencia de
esa complejidad de la vida que está impresa en nuestra memoria
síquica. Es angustia vinculada al silencio, al movimiento o a la
metamorfosis, y se apoya en la conciencia de nuestro trágico pasaje
por este mundo. Cuando es radical, la angustia que genera la escritura
para el teatro potencia la acción dramática y le confiere
la fuerza reveladora que nos inicia, nos enfrenta a nosotros mismos y
nos redime.
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