LA ESCENA IBEROAMERICANA. MÉXICO

DE LO CRUDO Y LO COCIDO. UNA AÑO DE TEATRO EN MÉXICO
Bruno Bert

 

En cuanto a calidad las cosas parecen haber mejorado. En tanto nivel medio, quiero decir. Se produce menos pero con mayor consistencia. Y eso no deja de ser un buen síntoma frente a lo mucho y mediocre de un par de años atrás. Hoy pareciera consolidarse un panorama plural, con muchos frentes, tanto estéticos como ideológicos, donde cada quien asume una identidad que se ha ido fraguando en medio de las repetidas crisis y va empezando a mostrar su madurez.
Tal vez lo más práctico, debido a lo reducido del espacio, es llamar la crítica de algunos casos para que aparezcan los nombres de obras y hacedores más las contextualizaciones del caso.

 

LA ESCUELA DEL DOLOR HUMANO DE SECHUÁN
Es habitual que el hombre hable de lo cercano e inmediato mediante parábolas que mencionan lo lejano en el tiempo y el espacio. Así lo hizo Brecht, entre muchos otros, y una de sus obras más conocidas se llama justamente "El alma buena de Sechuán". Ahora, esta región China que el teatro ha vuelto mítica, regresa en el título de un texto mexicano escrito por Mario Bellatin y dirigido por Philippe Eustachon. Se trata de "La escuela del dolor humano de Sechuán".
Y con ella podemos preguntarnos si no ha regresado el propio Brecht en un planteo un tanto burlón y contemporáneo de técnicas y postulados, aunque ya no se pretenda la transmisión de una ideología marxista.
El espacio (a cargo de Yvett Rotscheid al igual que los vestuarios) es absolutamente teatral, es decir que no pretende la ilustración de un ámbito real, sino que generara un cubo de tela traslúcida sobre el que se proyectas imágenes o a través del cual se ven los cuerpos que narran y actúan ciertas escenas bien particulares con un sabor "chino". Cuentos escenificados de cierto supuesto teatro oriental que adiestra para el dolor y que unidos entre sí en una lectura unitaria producen un "particular estado catártico" en el público que los presencia.
La relación con el público es directa, la voz que narra distanciada del natural y el manejo de los cuerpos evita los estereotipos del teatro tradicional tanto chino como oriental en general, y juega básicamente sobre las tensiones contenidas, creando resultados capaces de atraer e irritar al mismo tiempo.
Lo que nos cuenta es un juego de opuestos complementarios, de contradicciones dolorosas y placenteras al mismo tiempo de carácter sado/masoquista. De acciones absurdas, de mutilaciones deliberadas, de tradiciones incongruentes a partir de las cuales los hombres se alienan en su estructura social y/o familiar desde la infancia. La forma narrativa, deliberadamente ambigua en cuanto a valoración de lo narrado, y los desarrollos anecdóticos que incluyen dedos cercenados, testículos atrofiados, violaciones anheladas, uñas quemadas y otros "embellecimientos" por el estilo, vuelve a rememorar los tópicos occidentales sobre la cultura china, en una clave no exenta de un humor ácido y distanciado que, vaya uno a saber porque, me recordaba vagamente cierta literatura de Apolinaire.
Una propuesta global -actores/espacio/texto- muy coherente, con una estructura dramatúrgica sólida y un concepto de puesta capaz de extraer lo más interesante de lo que el autor propone. Nada complaciente, poco dada a hacer concesiones, aun si el espectáculo pueda sorprender y aun molestar a los espectadores. Buen trabajo de sus intérpretes: Juan Navarrete, Mario Oliver, Jacqueline Serafín y Javier Soto.
Me preguntaba hace un tiempo cual sería la forma de un teatro político de nuestra tiempo, que fuera capaz de evocar el pasado sin negarlo ni repetirlo. En la función que asistí de "La escuela del dolor humano..." aparecían respuestas -bastante inquietantes por cierto- encarnadas en lo que iba viendo y escuchando. Y me interesó por encima de compartir o no lo planteado y las formas empleadas. Un teatro polémico, que cuestiona lenguajes e ideologías, sugiriendo respuestas bastante irritantes en más de una oportunidad, pero sólidamente instalado en el teatro como herramienta de conexión activa con el mundo. Un material inteligente que no está llamado a "gustar" sino a expresar a partir de un grupo solvente de artistas.

 

SALOMÉ O PRETÉRITO IMPERFECTO
La ciencia y el arte, al menos hasta el Renacimiento, no estuvieron disociadas en absoluto. De allí que gentes como Leonardo se fascinaran tanto por la pintura, la escultura o la arquitectura, como por las matemáticas, la física o la botánica. Hoy eso es mucho más raro, y aún más que esa preocupación persista dentro mismo de un producto artístico, que puede volverse así una reflexión simultánea sobre algún campo de la ciencia y sobre su proyección imaginaria en el arte. Y todo esto viene a cuento por "Salomé, o del pretérito imperfecto", un material de Héctor Bourges Valles que convoca los textos de la obra homónima de Oscar Wilde.
El trabajo ha rotado por diversos espacios en los que va sufriendo adecuaciones, pero una de sus características fundamentales es que no se ve lo que los actores hacen de manera directa, sino por proyección a través de espejos. Y si la habitación donde transcurre es pequeña, suelen ponerlos por partida doble en cada uno de los muros extremos, lo que hace que entonces no sólo veamos lo que sucede a nuestras espaldas sino también el reflejo de nosotros mismos, en un juego de cajas que se prolonga hasta el infinito.
Todo esto parece partir de la física cuántica (que también interesa al maestro Mendoza, por ejemplo, aunque desde otras perspectivas), cuando habla del Universo y del tiempo y expone la posibilidad de que existan infinitos futuros alternativos a cada estado de presente, y que la subjetividad de cada uno determina la concurrencia de esas facetas existentes en un nuevo presente inmediato que vamos construyendo. Para ser simples: todos los futuros son posibles y simultáneos (en este caso pensados no como posibilidades sino como universos paralelos y coexistentes) y a nosotros cabe conjurarlos de una u otra manera. Así, todo es posible más allá de lo probable.
Bien. A partir de aquí, el espacio se vuelve un laboratorio donde un grupo de actores proyecta videos, dice textos de Wilde y deambula en ese ámbito sembrándolo de íconos referidos a los personajes -sobre todo la propia Salomé, que se multiplica como la ciencia sugiere- y a la hipótesis sobre la que trabajan. Claro, no se trata de una exposición científica, sino de cómo el arte se acabalga a la ciencia creando sus preguntas paralelas. Un texto dice: "La realidad es como una esfinge enigmática", y en otro nos cuenta como el director, en el proceso de trabajo, comentó que frente a esto, lo que cabe al artista es aumentar aún más la confusión. Obviamente eso tiene que ver con la teoría del caos que a su vez plantea que esta "confusión" no es más que la generación de mayor cantidad de alternativas probables y reales.
El espectáculo está constituido sobre el juego de la ilusión, sobre la idea de que en el núcleo de cada cosa o ser hay un secreto inaccesible. De allí que sólo nos entregan reflejos y sombras, en una historia inconclusa e infinita en la que estamos incluidos. Y es interesante, porque no es sólo una especulación científico/filosófica que usa al teatro como puente, sino una pregunta hecha desde el teatro y sus posibilidades como lenguaje y como estructura comunicacional.
Al principio, cuando nos vamos acomodando, hay una grabación no muy comprensible, de una entrevista con Gurrola que nos habla de su idea del personaje de Salomé. En las paredes hay diseños, frases, gráficos sobre la obra y la física cuántica, los actores comentas el proceso... y la obra se entremezcla con estos materiales, cortándose, rehaciéndose, repitiendo... como un magma confluyente que el espectador espiga en un proceso conciente e inconsciente de selección...
Un buen trabajo de construcción, un juego disfrutable en el plano de lo sensorial, una labor de equipo que contiene a ocho actores y un sentido de grupo bastante prometedor.

 

DE BESTIAS, CRIATURAS Y PERRAS
Hay en nuestro medio algunos escritores jóvenes (pero que ya han pasado la adolescencia intelectual), que realmente merecen no solamente recibir premios sino también, y sobre todo, tener una mayor difusión de su obra. Uno de ellos indudablemente es Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, que está presentando, de la mano de Alberto Villareal (otro individuo talentoso de la misma generación, pero sobre todo en el área de dirección) "De bestias, criaturas y perras", en el foro de La Gruta.
Ya sé que acabo de adelantar juicios antes de hablar de la obra, pero esto es una crítica y no una novela policial, así que el orden de los factores no va a alterar el producto.
Me tocó ver una lectura dramatizada de este material hace más o menos un año, en Querétaro y me pareció entonces que se trataba en realidad de un montaje sintético especialmente apropiado, así que me alegré de volver a encontrarlo ahora en el foro de la Gruta prácticamente intacto, con sólo pequeñas modificaciones en la tensión que calibran los actores en ese tenso contacto que es la obra.
Sólo hay un espacio vacío, apenas partido por un hilo de nylon que separa al hombre de la mujer, los dos únicos intérpretes bajo un haz de luz, que al calor del texto va adquiriendo la densidad de un muro infranqueable. Y los cuerpos, como arcos disparando o a punto de hacerlo. Naturalmente, la palabra se vuelve cuerpo y viceversa en un juego a la vez perverso a ingenuo, medio thriller, medio video irritante de una mala novela de ciencia ficción.
Él y ella son los únicos visibles, pero también hay, apenas detrás de lo inmediato, una criatura, un "producto", como el hombre insiste en calificar, como una especie de monstruo mutante hurgándose constantemente el ano con los dedos. Como un mandril, también se acotará por ahí.
La relación entre ambos es ambigua, entre la pareja y la vinculación cliental de una prostituta. Pero sobre todo es un juego de poder, una no tan extraña historia de amor y una condena a la soledad en el centro de un espacio social que cuando es mencionado tangencialmente aparece sugerido como un detritus, tal vez de una guerra nuclear, tal vez simplemente como resultado de una total contaminación de la naturaleza, de los sentimientos y de las ideas de lo que podría significar "humanidad".
Muy interesante la labor de Jorge Ávalos y Beatriz Luna, creando constantes fronteras que sólo ganan o pierden centímetros, pero que son microespacios capaces de contener los restos de esa humanidad destruida. Y naturalmente la labor de la dirección, que comprende perfectamente que el buen teatro es mucho más lo que fantasía el espectador que lo que muestran los hacedores. La puerta de ese teatro es la habilidad del creador: operar la llave que abre el otro lado, pero no mostrarlo sino a través de los impulsos que contiene.
Naturalmente hay una tristeza infinita detrás de lo retenido, y una sensación de muerte que tal vez hubiera sido posible evitar. Pero no hay compasión, ni condescendencia, sólo la instrumentación de un lenguaje que tiene largas raíces en el pasado, pero que es absolutamente pertinente para compartir en el presente. Así sea las negativas que ese presente contiene.
Es un trabajo con una luz crepuscular y áspera, sin dejarnos ver si está amaneciendo o si se acerca un anochecer definitivo.
Bueno, tres casos que no significaron necesariamente un gran éxito o una especial resonancia en nuestro ámbito, pero que dejan con su existencia testimonio de una transformación en la calidad de nuestro teatro serio en el lapso del último año.