LA ESCENA IBEROAMERICANA. PUERTO RICO
RELEVO DRAMATÚRGICO
Rodolfo Santana y José Luis Ramos Escobar
El 5 de agosto de 2004 se presentó
en San Juan de Puerto Rico el libro Serie de Teatro de Cámara publicado
por Cuarzo Blanco para el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
El libro recoge seis piezas de la más reciente promoción
de dramaturgos puertorriqueños. Dos dramaturgos, uno latinoamericano,
Rodolfo Santana, y otro puertorriqueño, José Luis Ramos
Escobar, presentan sus impresiones sobre este pase de batón creativo.
A MANERA DE PRÓLOGO
En nuestro continente, los autores teatrales no sólo deben escribir
obras sino sufrir el calvario de verlas anónimas en las gavetas
o enfrentar las múltiples dificultades para su edición.
Por ello, me lleno de orgullo al escribir estas notas, a manera de prólogo,
sobre las obras de Adriana Pantoja, Carlos Raúl Acevedo, Miguel
Diffoot, Pedro Rodríguez Ortiz y Vincent Landrau, autores que forman
parte de la generación de relevo en las construcciones dramatúrgicas
que se efectúan en Puerto Rico, y herederos de una tradición
en el discurso escénico que ha otorgado valiosos aportes al teatro
latinoamericano.
Cuando hablo de generación de relevo, me refiero, como bien dice
Buero Vallejo, "a los jóvenes que afrontan retos distintos,
osadías de tiempos nuevos, sin olvidar la memoria de los antecesores".
Obras altivas, arriesgadas, en innovadoras perspectivas que, sin embargo,
son herederas de tradiciones dramatúrgicas abiertas, se quiera
o no, a la renovación que ofrecen los intrincados hallazgos de
la condición humana. Bien sabemos que los caminos de las nuevas
generaciones no se inician al término de aquellas que las preceden,
sino en su interior y más allá, en lo hondo del pasado,
con la misión de trascenderlas y alcanzar difíciles estadios
de creación destinados a su vez a ser superados. Si en América
Latina los jóvenes dramaturgos responden a las nociones de cambio
(y es el caso de Pantoja, Acevedo, Diffoot, Rodríguez y Landrau)
usualmente no existen actitudes receptivas hacia sus obras en el entorno
en que surgen. Por odiosas circunstancias estructurales y mentales, en
el mundo teatral de nuestro continente persisten mecanismos aberrantes
que constriñen la participación fluida, protegida, de los
jóvenes que acceden con sus creaciones en el hecho teatral. Nuestras
instituciones culturales carecen de mecanismos generosos donde las nuevas
expresiones dramáticas posean una base sólida de proyección.
Así, la integración de los nuevos creadores se formula con
cierta dosis de batalla, de antesalas penosas y negaciones rotundas, lo
que confirma que el arte (y existen abundantes pruebas históricas)
es uno de los campos de la actividad humana que más se resiste
a los cambios. La vanguardia, la innovación, el escándalo,
cuando son bastiones que se niegan ferozmente a las innovaciones que con
el tiempo las cuestionan.
Entre tanto marasmo (necesario de mencionar) es que son editadas las obras
del presente volumen que, por cierto, constituyen sólo una muestra
de los trabajos que logra, por primera vez, irrumpir en el campo tan necesario
de la edición.
Adriana Pantoja, entre sus obras, ha seleccionado "Muera el recuerdo",
pieza que ha sido presentada en el marco del 10º Festival de Teatro
de Aruba en 1996; en el Anfiteatro Julia de Burgos, Universidad de Puerto
Rico, como parte del ciclo de lecturas dramatizadas del CELCIT en 1995:
en el Teatro Salvador Brau, Santurce, en 1995; y en el Ateneo Puertorriqueño
en 1996, como parte de la Serie de Teatro de Cámara. "Muera
el recuerdo" es un equilibrado pequeño universo donde se conjugan
el amor, la memoria y la opresión filial en situaciones dramáticas
donde el tiempo pierde su calídad y adquiere facetados complejos
que van acorralando la memoria de las Julianas, niña y mujer, sumando
pequeños dramas que se trastocan en tragedia. En esta obra de Adriana
Pantoja no encontraremos climax exaltados, acciones de elevada tensión.
No. La autora prefiere cierto recogimiento hasta en las situaciones más
conflictivas lo que, paradójicamente, le agrega a la trama un perfil
de subterránea ebullición que dibuja ternura y trazos fuertes
en las imágenes. Es una obra que también posee precisa rítmica,
teatralidad, lo que no sorprende al conocer que Adriana Pantoja está
acostumbrada a las exigencias rigurosas del escenario por su calidad de
directora.
"Johnny Le Dú", de Carlos Acevedo, es una excelente muestra
del imaginario profundo y violento de este dramaturgo que ya posee un
conjunto de piezas que avanzan con decidida prestancia en la circunstancia
puertorriqueña. La pieza, creada a partir de un hecho real, ahonda
en las circunstancias de dos narcotraficantes que se refugian en una casucha
y allí, poco antes de morir a manos de sus perseguidores, surcan
una memoria íntima, cruel pero no exenta de las transiciones con
eficacia cinematográfica. Cada cuadro ahonda en la mentalidad de
Johnny Le Du y Paco, atados por un mismo destino y extraños afectos
capaces de desdoblarse en cualquier momento, en amenazas de muerte. No
sólo huyen de asesinos, sino de agotamientos, odios y frustraciones
interiores quizás más implacables, transformando la obra
más allá de su origen documental en un carrusel de zonas
oscuras del ser humano.
Miguel Diffoot ha incursionado como actor en diversos montajes, y como
director en la obra "Des-tierra" de Pedro Rodríguez Ortiz.
Diffoot nos entrega en este volumen su pieza "Área de fumar",
a la que califica de comedia infernal. Y, en efecto, lo es para los cinco
últimos fumadores de un país súper contaminado que
diariamente se reúnen durante una hora para compartir su vicio.
Los personajes carecen de identidad específica y pareciera que
el tiempo que comparten no ha logrado superar temores que aparentemente
provienen de un exterior dictatorial. Así, la comunicación
entre estos últimos consumidores de nicotina está dada entre
angustias, hasta que el personaje Cinco confiesa que ha fumado en su casa,
fuera del área legal que el sistema proporciona. La primera reacción
es de espanto, hasta que poco a poco van descubriendo que cada uno de
ellos es un infractor que fuma en sectores y horas prohibidas. Así,
la trasgresión común los une expandiendo la confidencia
y la rebeldía, sabiendo incluso que son observados mediante cámaras
por un mundo que no los perdonará. Al final, suena la alarma y
la entrada se abre con estruendo. Los cinco personajes sonríen
a las cámaras, plenos, con miradas dirigidas a los hombres que
no creen que es posible lo imposible.
"Des-tierra", de Pedro Rodríguez Ortiz, fue estrenada
en el Ateneo Puertorriqueño el 12 de julio de 1996. Tres personajes
elaboran un drama de poéticas repercusiones. Elias es un hombre
destinado a morar por siglos sobre la tierra, pues Itzia, la muerte, trasgrediendo
sus normas superiores, al amarlo sin ser correspondida, lo somete -o condena-
a vivir el dolor de una pasión sin respuesta por parte de Clara
que, a su vez, es abandonada por el hombre que ama. Con suave filigrana
dramatúrgica, Rodríguez retrata a estos personajes plenos
de amor, y sin embargo solitarios.
Por último, encontramos la obra de Vincent Landrau, "Polos
opuestos", un drama íntimo donde dos amantes, Albert y Kelli,
muestran sus soledades y recelos, en una trama sencilla y fluida. Albert,
casado con Cassandra, una mujer a la que no ama, se entera que Kelli,
agobiada por las dudas, ha abortado un hijo suyo. La noticia conmueve
a Albert, hasta el punto de llevarlo a sincerar la relación casi
estrictamente comercial que mantiene con su esposa, y solicitar de Kelli
un estrechamiento de sus afectos y la búsqueda premeditada de un
nuevo embarazo. Los personajes (incluyendo a Elena, prima y confidente
de Kelli) se mueven en una atmósfera de pulcra cotidianeidad, donde
las relaciones entre los personajes revisten cierto tono melancólico.
En Polos opuestos, la existencia presenta sus matices, y decisiones aparentemente
lógicas, normales, se vuelven nudos de difícil solución.
Un examen profundo de las obras de este volumen, que no es la intención
de este prólogo, nos afirmaría en cierta unidad rítmica
e imaginaria entre Pantoja, Acevedo, Diffoot, Rodríguez y Landrau.
Más allá de sus particulares perspectivas dramáticas,
poseen vínculos de observación, acercamiento al mundo, resguardos
poéticos que, sin duda, han contribuido a la concepción
de la presente edición. Para mí es una gran satisfacción
rubricar la excelencia de las obras y la personalidad de sus autores con
estas sencillas notas.
Rodolfo Santana
REBATO EN EL ESCENARIO PUERTORRIQUEÑO
El atrevimiento de los jóvenes no conoce límites. Desafían
las caídas de la bolsa de valores, se burlan de la globalización
y el neoliberalismo, parodian a los exitosos autores de best sellers,
ridiculizan a los dictámenes del Fondo Monetario Internacional
y se mofan de los empresarios new age de final del milenio. Y para colmo
de atrevimientos, se dedican a escribir obras de teatro.
En una época en que prevalece la más absoluta superficialidad
y la mediocridad es la mejor recomendación para el ascenso, cinco
jóvenes puertorriqueños, atrevidos, insolentes y desvergonzados,
nos lanzan al rostro sus obras de teatro, exploraciones del ser y sus
vericuetos, cuestionamientos agrios de la violencia nuestra de cada día,
reconstrucciones del olvido, genuinos buceos en la profundidad del quehacer
artístico. Se olvidan de las leyes de la oferta y la demanda, de
las imágenes prefabricadas, de las sonrisas de plástico,
y nos confrontan con nuestra realidad distorsionada, con los principios
sepultados, con los amores fracasados, y peor aún, exigen nuestra
respuesta.
Estos cinco jóvenes: Miguel Diffoot, Vincent Landrau, Carlos Acevedo,
Pedro Rodríguez y Adriana Pantoja viven en otro mundo donde la
escritura todavía trasciende y el arte es necesario y pertinente.
Son tan obcecados y tan perseverantes que quieren ejercitarnos en la creación
y zambullirnos en las corrientes entrecruzadas de la imaginación.
Siguen rutas diversas que incluyen desde lo cotidiano hasta las asociaciones
maravillosas y disparatadas del subconsciente, pero les une la convicción
de que en el final, como en el principio, fue y será el verbo.
En esta época de clonación y duplicación, estos cinco
dramaturgos apuestan a lo distinto, a lo peculiar, a lo diferente. Buscan
al otro y se sumergen en él para rescatarse. No temen retar los
límites del escenario y se ríen de la creación acanalada,
encarrilada, dirigida. Hay en sus obras una honestidad artística
que conmueve, dada la reverenciada preponderancia del mercado del arte
en nuestros días. Lejos de instalarse en los predios requeridos
por la oferta y la demanda, estos dramaturgos buscan confrontar posiciones,
provocar reacciones, desmontar conceptos y desarmar convencionalismos.
Podemos concurrir con ellos a esta cita de la creación dramática,
diferir de sus enfoques, compartir sonrisas o enfrentar diferencias, pero
resulta imposible quedarse impávido ante esta provocación.
De alguna manera, el gusanillo de la duda y de la conformidad nos será
transmitido por estas obras, dejándonos inquietos para siempre.
Ante las pretensiones de aplanarnos el mundo y hacernos cada vez más
aburridamente iguales, estas cinco voces se alzan con tonos diversos para
romper con la monotonía globalizada. No hay duda: ¡son unos
atrevidos!
José Luís Ramos Escobar
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