De Florencio Sánchez. Dirección: Mariana Díaz
Escenografía: Fernando Díaz. Vestuario: Anastasia Meier. Iluminación: Marcelo Cuervo.
De Florencio Sánchez
Con
Luisa: Silvina Katz
Roberto/Enfermera: Eduardo Pavelic
Renata/Enfermera: Julieta Bottino
Mijita/ Enfermera: Celeste Monteavaro
Albertina/Enfermera: Julia Augé
Dr. Ramos/Médico/Enfermera: Tian Brass
Escenografía: Fernando Agustín Díaz
Realización escenográfica: Darío Tarasewicz
Vestuario: Anastasia Meier
Musicalización: Tian Brass y Mariana Díaz
Iluminación: Marcelo Cuervo
Asistente de dirección: Diego Salinas Slemenson
Dirección: Mariana Díaz
CELCIT. Temporada 2012
“Así han ido despojándome de la facultad de gobernar mi existencia, por el delito de tener la salud precaria, como si los bienes de este mundo fueran patrimonio exclusivo de la carne” Luisa, acto II
Año 1907. Luisa está infectada de tuberculosis. Su marido, hermana, amigos y criada, en complicidad con su médico personal, llevan adelante un pacto de silencio que intenta mantener a Luisa alejada de la realidad de su diagnóstico. De a poco irán separándola de todas las funciones de su vida. Luisa, frente al despojo, exigirá con furia la verdad y peleará por recuperar el gobierno de su existencia. La gran intimidad a la que las circunstancias de su enfermedad someterán a su marido y su hermana, encenderá entre ellos una pasión indisimulable. Finalmente, su progresiva enfermedad, agravada por el dolor del descubrimiento, podrá más, y ya nada les devolverá la armonía. Ni a ella ni a su entorno. Ni siquiera, el desenlace inevitable.
Los derechos de la salud (Una versión manipulada)
El silencio, el ocultamiento, la mentira, la salud y la enfermedad. La vida y la muerte. ¿Sólo los sanos tienen derecho a vivir la vida? ¿Cómo es el tiempo de vida que le resta a una persona condenada por un diagnóstico? ¿En cuánto le pertenece? ¿Qué suscita esta vida “limitada” en su entorno? Este texto de Sánchez (de una belleza poética sorprendente aunque para nosotros hoy, algo literario) se transformó en un complejo desafío y a la vez en la herramienta de oro. La textura de este lenguaje, su particularidad, exigió a los actores cuerpos, vínculos y modos de razonar que fueron construyendo el estilo. La propuesta se desarrolla en un ámbito en permanente reacomodamiento. Una casa devenida en sanatorio, a mitad de camino, que no lograr ser ni hogar ni hospital.
Cuatro directoras en sintonía con los problemas sociales
Ocurre muchas veces en el mundo artístico: varias obras tocan un tema en común, quizás producto del inconsciente colectivo. Actualmente hay cuatro piezas que tratan temas relacionados con la reciente ley.
Hablaban de lo mismo y no lo sabían. Sin ser conscientes que en el Senado y por el pedido histórico de cientos de familias se estaba por aprobar la ley de muerte digna, es decir, una legislación que le permite a pacientes y familiares limitar el tratamiento médico en caso de enfermedades terminales o irreversibles, un grupo de escritoras y directoras de teatro estrenaban sus obras sobre estos temas. Como muchas veces pasa en los escenarios, los artistas están en sintonía con los problemas sociales y los vuelven ficción.
Tiempo Argentino se reunió con las cuatro directoras que tienen en cartel obras de teatro que se refieren a la muerte digna. Sin darse cuenta, sus historias hablan de la angustia de los familiares y la dificultad de tomar semejante decisión. Los mismos miedos que plantearon las familias que impulsaron la ley. Los espectáculos en cuestión son: Los derechos de la salud (texto de Florencio Sánchez que dirige Mariana Díaz), Los insolados (pieza de Hernán Moran, que dirige junto a María Urtubey), Trabajo para lobos (de Maruja Bustamante) y El cisne (opera prima de Felicitas Kamien). Juntas, las directoras cuentan lo que significa escribir y actuar la muerte y cómo cambió la relación con el público cuando se aprobó esta ley.
LAS HISTORIAS. Los derechos de la salud es una obra que escribió Florencio Sánchez en 1907. En la historia, la familia de Luisa intenta ocultarle que está enferma de tuberculosis, en complicidad con su médico. El espectáculo funciona como un melodrama sobre los derechos de los enfermos terminales y las repercusiones en su círculo íntimo. “Luisa se la pasa tratando de averiguar qué callan sus familiares. Además, la convivencia forzada entre su hermana y su marido genera una historia pasional entre ellos”, cuenta Mariana Díaz, la directora.
Los insolados está escrita por Hernán Morán a partir de diez personajes de los cuentos más célebres de Horacio Quiroga. El argumento ubica a Alicia, que padece una enfermedad misteriosa. Su marido, Jordán, no quiere que la vean más médicos y decide llevársela al monte junto a su hermano menor y sus criados. “La obra plantea la negación del marido sobre su enfermedad, mientras que Alicia trata de reconciliarse con todas las cosas que la rodean para tratar de irse de la mejor manera posible”, dice María Urtubey.
Trabajo para lobos, el último espectáculo de Maruja Bustamante, reúne a tres hermanos y una madre adicta a los psicofármacos que se encuentran en la casa de crianza para llevar adelante la voluntad del padre antes de entrar en coma vegetativo: practicarle la eutanasia. “Los personajes justamente niegan toda el tiempo que esa persona ya no está, que su estado no le permite vivir ni compartir nada. Ellos están más preocupados por sus propios trapitos, que por el padre que está en la cama”, explica Bustamante.
En El cisne, Felicitas Kamien recurre al mito “del canto del cisne” para contar su relato. Bellos y largos, los cisnes no emiten sonido durante toda la vida. Sólo rompen la mudez cuando están a punto de morir. En ese mismo instante, cantan de una manera armoniosa y casi mágica. Dice Kamien: “En la obra, tres hermanas y una madre están conviviendo hace muchos años con un padre enfermo. El está en coma hace tiempo, hasta que en un momento, después de idas, peleas y trámites, deciden desenchufarlo, para dejarlo ir. La obra arranca con esa decisión, pero tiene un giro extraordinario y es que el padre se despierta.”
–En todas las historias se hace hincapié en cómo afecta al entorno familiar el hecho de una muerte cercana. ¿Por qué decidieron hablar de eso?
Mariana Díaz: –Justamente el dilema de una persona moribunda es el dilema que se le presenta a sí misma y lo que pasa con su entorno. No colapsa sólo ella, sino los que la rodean. Más aun si la persona pierde las riendas de su vida, pasa a ser un problema del entorno.
Felicitas Kamien: –Mi obra está atravesada por lo fantástico y lo extraordinario. El enfermo tiene un estado bastante onírico, no tiene una conciencia muy clara de lo que le está sucediendo. Entonces, el relato más afectivo tiene que ver con su entorno. El mundo que cuenta la obra tiene que ver con la familia y sus vínculos; el enfermo es un objeto. El concepto de muerte está mucho más ligado al entorno que a quien lo vive.
Maruja Bustamante: –Yo siempre me uno a mis vivencias para escribir. Nunca tuve una muerte cercana en mi familia. Mi bisabuela se murió a los 99 años y cuando se estaba por morir le dijo a mi papá: “¿Vas a traer el mate?”. Y él le dijo: “Sí, pero andá preparándote porque ya vienen los extraterrestres a buscarte”. Ellos jugaban a que los iban a buscar los extraterrestres y se iban a ir a otro planeta. Mi familia es así. Nuestras obras hablan de negar la muerte y en mi familia pasa lo mismo.
María Urtubey: –Es interesante plantear la aceptación de cada persona con respecto a la muerte. En pos de defender al enfermo, uno llega a hacer cosas, a veces, siniestras. En Los insolados, el esposo se propone cuidar a su mujer con plantas de la selva. Pero ella se muere y sabe lo que va a pasar. La obra plantea que es el resto el que no sabe qué hacer con la muerte.
–¿Es difícil tratar la muerte en el teatro?
MD: –Para nosotros es un tabú enorme hablar de la muerte. En mi caso, Florencio Sánchez, a principios del siglo pasado, escribió un texto que sigue absolutamente vigente. La ley de muerte digna logró, además, instalar el tema: en la peluquería la gente habla de la eutanasia. Lo digo porque en otras sociedades no hay una negación tan grande con la muerte, como pasa en nuestro caso.
FK: –Desde que el ser humano tiene conciencia de la muerte, toda su existencia está determinada por la idea de que se va a morir. El concepto de tiempo y de la vida está ligado a la muerte, todo tiene que ver con la conciencia de finitud.
MU: –Si hay dos cosas que no vamos a controlar nunca son el amor y la muerte. Nunca te vas a enamorar del que te conviene y la muerte no la podemos evitar.
–¿Sus obras plantean un dilema moral sobre dejar morir a una persona?
FK: –Estamos tan atravesados por eso. En El cisne hay muchos planos emocionales. Si se piensa en el otro, si veo a los demás reventados y el otro que no tiene ni conciencia de lo que está pasando. ¿Si se entera que lo desenchufé?
MU: –Siempre hablamos de que toma la decisión el que está sano, pero cuando el que está enfermo decide morir, ¿cuántas veces estamos dispuestos a aceptarlo? En mi caso, Jordán, el personaje de su marido, se siente traicionado por el hecho de que su esposa se deja morir. También hay que plantearse hasta qué punto se sostiene la vida artificialmente.
FK: –Pareciera que es la obligación de vivir, no el derecho de vivir.
–¿Qué valor le da la nueva ley de muerte digna a sus obras?
MB: –No puedo creer que apareciera el tema de la ley de muerte digna, porque es algo que tengo en la cabeza desde 2008. Tardé mucho en hacer esta obra. Yo siempre voy a la astróloga para preguntarle cuándo me conviene estrenar y ella me dijo que yo soy portadora de mensajes, y cuando aparece la ley, me pegó muy fuerte. La gente hace mucha catarsis en esta obra. Es un espectáculo que no tiene ternura, sí momentos lúdicos, mi lado infantil, pero es un poco más áspera y eso me daba miedo. Hay gente que se tensa, otros que lloran mucho.
MD: –El texto de Florencio Sánchez está atravesado por un discurso médico totalmente actual: el discurso de la medicina que prolonga a costa de todo, que trata al paciente como un diagnóstico. Es muy loco pensar que pasaron 104 años y que estamos hablando de lo mismo. Eso repercute con la nueva ley.
MU: –Yo pensaba en la madre que fue la impulsora de esta ley y todo el calvario que tuvo que sufrir, de por sí, con su hija. Ella está hablando de la dignidad de su hija, es muy feo perder la dignidad. En un hospital te van degradando minuto a minuto, te van invadiendo el cuerpo. Es terrible encontrarse en la situación de decir: “Ojalá que se muera, porque es lo mejor que le puede pasar.”
MB: –Mi papá cuando yo era chica, decía al aire: “Dios, si me estoy por quedar lelo, dame diez minutos que me pego un tiro.” Gritaba eso a la mañana y se iba trabajar.
Felicitas Kamien
Es directora, dramaturga y actriz. Se formó como actriz con Agustín Alezzo, Ricardo Bartís y Alejandro Catalán. Paralelamente, se recibió de Licenciada en Sociología (UBA) en 2004.
Desde 2006 entrena “expresión del movimiento” con Ana Frenkel. Es autora de Ojalá que no y El cisne. Esta última es la más reciente ganadora del premio TBK 2010 y obtuvo una mención de honor en el concurso Obras Inéditas de Teatro FNA 2010.
En 2001, trabajó en La tintorería, bajo la dirección de Martín Kahan, dentro del espectáculo Revoque Grueso, en el Sportivo Teatral. En 2003, actuó en la obra de Bernardo Cappa, Coágulo, bajo la dirección de Fabián Politis, con la que participaron en el Festival de Oriente en Venezuela; y en 2005 en Me dio lástima decirte que no, de y dirigida por Bernardo Cappa.
María Urtubey
Estudió en 2009 en la Ecole Florent de París. Se preparó en dirección con Ciro Zorzoli, teatro clásico con Franklin Caicedo, e improvisación junto a Fabio “Mosquito” Sancineto. Además, completó la carrera de formación actoral de Beatriz Urtubey.
Entre sus trabajos, se ocupó de la dirección de actores en Urdinarrain, de Hernán Moran y como actriz en Quetren, de Yamila Grandi. Fue asistente de dirección de varias de las obras de José María Muscari y asistente artística de los ciclos de biodrama del Teatro General San Martín.
Maruja Bustamante
Nació en Buenos Aires en 1978. Dice que quería ser vedette, a los ocho años se probó una estola de plumas y dejó su curso de danzas clásicas. Pero el cuerpo no le dio y escribió poemas al respecto, que su maestra de séptimo grado perdió y gracias a este accidente se recibió de la primaria con el premio a mejor alumna en Lengua y Literatura. Es actriz, performer y directora. Escribe teatro y estudió cine en la Universidad del Cine.
Participó en 28 obras en los últimos diez años, alternando los roles. Entre sus obras más destacadas se encuentran: Adela está cazando patos, Mayoría y Paraná Porá (Beca de Creación del Fondo Nacional de las artes).
Se ha formado con maestros como Helena Tritek, Mauricio Kartun, Ariel Barchilon y Ricardo Bartis.
Mariana Díaz
Egresó de la carrera de Actuación de la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD). Desde 2006 hasta 2011 fue alumna de dirección, de Juan Carlos Gené. También estudió con Lorenzo Quinteros y Ricardo Bartis.
Tomó clases de clown con Raquel Socolowicz, Gabriel Chamé y Hernán Gené, y dramaturgia con Mauricio Kartun y Ariel Barchilón. Como actriz, participó en diversas producciones independientes bajo la dirección de Jaime Kogan, Diego Kogan, Adrián Canale, Fernando Fagnani, Carlos De Matteis y Paco Redondo, entre otros.
Estrenó Las neurosis sexuales de nuestros padres de Lukas Bärfuss, El enemigo de M. Cardozo y En alta mar de S. Mrozek.
Quienes hayan leído alguna vez el magnífico cuento de Julio Cortázar ¨La salud de los enfermos¨, no podrán eludir relacionarlo con esta ¨manipulación¨ que del texto de Florencio Sánchez realiza Mariana Díaz. En el cuento de Cortázar (1966), una mujer agoniza durante años en la cama de su casa pero salvaguardada por toda su familia que se encarga de construirle, a cada segundo, un mundo externo perfecto y sin complicaciones. Una red de mentiras infinitas con el solo objetivo de que la enferma no se sobresalte y termine muriendo de un pico de presión ocasionado por el disgusto. Estrategia familiar que termina desembocando en tragedia.
En esta misma línea pero medio siglo antes (1907), Florencio Sánchez logró plasmar las problemáticas sociales y sanitarias de la época. Incluyo a las sociales porque es interesante ver como en pleno auge del discurso científico y su capacidad de acción sobre el mundo, aún las clases económicas más altas no estaban exentas de las enfermedades de la época, como en este caso, la tuberculosis.
Julia, una joven madre y esposa de la alta sociedad argentina de principio de siglo, vive encerrada en su casa con una supuesta bronquitis que no le permite recuperarse y reanudar su vida social. Pero sus sospechas son cada vez mayores con respecto a la veracidad del diagnóstico. Las pocas personas que la rodean (marido, hermana, amigos, criada y su médico) mantienen un pacto infranqueable con respecto a admitirle a la tísica la verdadera causa de su malestar y aislamiento: la tuberculosis. Si bien para los familiares el ocultamiento es en pos del bienestar de la enferma, esta situación compromete y superpone valores éticos y morales que ponen de manifiesto la represión y negación de la autonomía e identidad femenina de la época.
Julia es una mujer con sus derechos negados: una madre a la que no le permiten acercarse a sus hijos, una esposa que no puede besar a su marido, una amiga que no encuentra una confidente sincera y por sobre todo, un ser humano que no posee la facultad de gobernar su propia existencia. Y es aquí donde cabe preguntarse por el derecho de la salud, ¿será que sólo los sanos tienen derecho a vivir? ¿Puede la muerte ser una liberación ante el padecimiento? ¿Acaso los enfermos no tienen derecho a elegir como vivir sus últimos momentos? Si salud según la definición de la OMS es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades, ¿No estaría la enfermedad presente en cada uno de estos personajes que con excelente claridad estereotípica representan la culpa y la lástima de una sociedad enferma por la vergüenza, la mentira y el padecimiento?
Son varios los interrogantes a los que nos invita Mariana Díaz con esta magnífica adaptación. Una puesta que mantiene los elementos de época (en el muy bien logrado vestuario, en el mobiliario, en la utilización de formas pronominales y verbales del texto original) para generar esa continuidad ineludible que hoy, 105 años después de que Florencio Sánchez las hiciera visibles, mantiene vigentes las problemáticas sanitarias, morales y de género (Hoy más que nunca podemos afirmar esta vigencia en un marco nacional de debate y resolución institucional respecto al derecho a la muerte digna).
El espacio se reconstruye constantemente, pero manteniendo una constante, es un espacio escindido: los muebles de estilo y la cristalería características de una elite se entremezclan, en un ambiente blanco y frío, con enfermeras que deambulan sin cesar. La asepsia del lugar y la prudencia con la que los personajes se manejan ante la tísica, conforman el habitar de esta casa-hospital en un claro ejemplo de los ideales de la época de auge científico: el higienismo y la profilaxis.
Silvina Katz encarna a Julia con una presencia escénica y sensibilidad que deslumbran y conmueven al espectador. La acompañan con profesionalismo sus colegas Tian Brass (Doctor Ramos), Eduardo Pavelic (Roberto, el marido) Julieta Bottino (Renata, hermana), Celeste Monteavaro (Mijita, criada) y Julia Augé (Albertina, amiga), que junto a sus personajes específicos, representan a esas siniestras enfermeras-monjas de hospital que dan un tono tan inquietante a la puesta.
“Los derechos de la salud (Una versión manipulada)”, se representa en la sala del CELCIT, Moreno 431, los viernes a las 21.
Los derechos de la salud –Una versión manipulada- obra de Florencio Sánchez adaptada y dirigida por Mariana Díaz.
La adaptación que realiza Mariana Díaz de la obra Los derechos de la salud de Florencio Sánchez, recorre el sinuoso camino en que los actos sanitarios y humanitarios se van trastocando en acciones que se encuentran más cerca del morbo que de la sanidad.
Florencio Sánchez plantea una situación tristísima, con personajes transformados en culpas y dudas que hablan y caminan, enmarcados en una situación social en la cual las riquezas y las miserias humanas son llevadas al límite del patetismo. No es casual que Díaz renuncie a aggiornar la obra, ya que al mantener esa temporalidad de principios del siglos XX (la pieza se estreno en 1907) profundiza el encorsetamiento moral y social con sus dobles caras.
La adaptadora y directora parte de la lectura muy poco alentadora que realiza la pieza acerca de los comportamientos humanos frente a los efectos de una enfermedad crónica (que como una suerte de fuerza centrifuga, atrae y deglute todo cuanto le rodea) para instalar la duda acerca de que si todo acto magno o mínimo, comunitario o individual, por sanar a un enfermo, son realmente acciones efectivas o por lo contrario son puestas en escenas que ocultan desidias endémicas con respecto a la salud.
Así se observa que mientras Florencio Sánchez se ocupa de exhumar lacras de enfermos y sanos en lo íntimo, Díaz realiza el mismo procedimiento con lo social, rodeando e interviniendo el melodrama con signos y objetos iconos que representan la salud.
Mucho tiene que ver en esta intervención el diseño de escenografía de Fernando Díaz ya que en su elección de elementos que conforman la escenografía (desde los más grandes a los más pequeños) permite fundir espacialmente lo íntimo y lo público, en cuanto a salud se refiere.
El vestuario a cargo del diseño de Anastasia Meier ubica época y clase social, pero el vestuario de las enfermeras a cargo de Mariana Rotundo y Lorena Kaethner es lo que permite poner en cuerpos el giro de extrañamiento en la pieza ya que entremezclan la beatitud con lo siniestro.
Todo el elenco logra llevar a buen puerto un registro de actuación que surge de amplificar lo arquetípico de sus personajes. Las sufrientes, los culposos y el centrado, son llevados a sus extremos, logrando que lo melodramático imponga sus tensiones.
La obra Los derechos de la salud es un buen motivo para reencontrarse con Florencio Sánchez que, cuando se le zarandea un poco, aun produce escozores.
"Los derechos de la salud", de Florencio Sánchez, adaptada y dirigida por Mariana Díaz, llegó a la sala porteña del CELCIT para constituirse en un ejemplo de cómo se pone al día un texto escrito hace más de un siglo.
Contrariamente a las obras "rurales" del uruguayo -"Barranca abajo", "M`hijo el dotor"-, cuya dramaturgia es difícil de desbrozar de excesos melodramáticos típicos de su tiempo, ésta, ubicada en la clase alta porteña de 1907 luce radiante y con una gran teatralidad.
La directora Díaz modifica algunas cosas, aunque no tantas en el grato dispositivo escénico de Fernando Díaz y agrega un relator que con el optimismo científico de su época sitúa sobre la situación sanitaria, pero no altera el habla de los personajes.
Sigue usando las formas pronominales y verbales del original, lo que de paso da cierto distanciamiento que conviene, para que se sepa que lo que sucede en escena está allí pero pertenece a un pasado, con sus conflictos de género observado por un ojo libertario de esa época.
Allí, la protagonista está enferma de tisis -como se llamaba con aprensión a la tuberculosis- y esa situación la somete a una soledad desesperante, ya que ni su esposo, sus amigas, su mucama y su médico le revelan su gravedad.
De algún modo, esa mujer deseosa de afecto que no puede siquiera acariciar a sus hijos y es rechazada cuando intenta besar en la mejilla a sus allegados, es tramada por ellos, deja de contar su historia para que se la cuenten los demás.
Eso habla de un concepto de protección psicológica a la mujer que se confunde con un pensar patriarcal asumido incluso por ellas mismas, reducidas a labores hogareñas en los casos de las más humildes o a ser objetos exhibibles entre los señores de alcurnia.
Poco a poco la enferma, cuyo marido le oculta que la pareja fue expulsada de un hotel de Cosquín por pedido de otros pasajeros, va perdiendo sus derechos de madre y trascartón los de persona, hasta que una crisis la transforma en una suerte de fantasma que recorre la casona.
Hay situaciones paralelas a la suya, que en lo vidrioso de su visión pueden ponerla en peligro, como las componendas de sus allegados con la empleada de la casa y aun la reprimida relación erótica entre su esposo y su propia hermana, antigua rival ante el mismo hombre.
La versión "manipulada" de Díaz presenta al espectador una obra despojada de naftalina, tal el naturalismo que le impone la directora y a su lenguaje increíblemente moderno, y tiene en Silvina Katz una protagonista inmejorable.
La actriz, que a partir de ahora deberá ser tenida en cuenta en los numerosos premios al teatro que alberga Buenos Aires, ya había dado muestras de su talento en la versión de 2008 de "Las descentradas" y en "Amanda y Eduardo", ambas dirigidas por Adrián Blanco, y "Las neurosis sexuales de nuestros padres", también comandada por Mariana Díaz.
Su presencia escénica va en paralelo con una sensibilidad que le permite recorrer varias cuerdas y lograr composiciones muy finas, y en este caso se da el lujo de acompañar la caída de su personaje con recursos sumamente nobles.
La acompañan con profesionalismo sus colegas Tian Brass, Eduardo Pavelic, Julieta Bottino, Celeste Monteavaro y Julia Augé, que junto a sus personajes específicos representan a esas espectrales monjas de hospital que dan un tono tan inquietante a la puesta.
"Los derechos de la salud (Una versión manipulada)", se representa en la sala del CELCIT, Moreno 431, los viernes a las 21.
con Cintia Miraglia
3 de junio al 22 de julio
Lunes de 17 a 19
con Debora Astrosky
Sábado 24 de febrero
19 h (hora Argentina)
con María Svartzman
8 de abril al 25 de noviembre
Lunes de 18:30 a 21
con Paula Requeijo
20 de abril
15 h (hora Argentina)