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URUGUAY. Teatro o literatura: una oposición artificial

Por Ricardo Prieto

 

En la representación de una obra confluyen signos que el director debe ensamblar de manera adecuada. El proceso empieza con la elección de un texto, producto de la visión del poeta dramático, primer y primordial motor del teatro, porque es él quien reúne y confronta las máscaras contradictorias de la realidad, las conjuga en torno a un núcleo y explora esas zonas de lo existente a las que no podríamos llegar sin su escritura.
Ese texto es un valor de por sí, y no es necesario que sea llevado a escena para que nos revele sus contenidos, como se desprende del hecho de que puede ser reconstruido en el espacio de una puesta en escena imaginada por cualquiera de sus lectores, pero padece empero el conflicto de haber sido escrito para formularse en el tiempo de una representación que incluye actores, espacio, volúmenes, gestos, iluminación, voces, música y color. Esta dualidad intrínseca genera problemas, propicia malentendidos y fomenta arraigados prejuicios.
Casi todo el teatro contemporáneo parece signado por la lucha entre dos corrientes antagónicas: la que le confiere al texto una función protagónica en el plano conceptual y la que lo somete a signos plásticos o sonoros que aspiran a ser los transmisores primordiales.
Pero es absurdo ensalzar los aspectos visuales y sonoros y desdeñar los literarios, porque el hilo conductor de una obra es la acción dramática, que se manifiesta a través de antagonistas que hablan, se mueven y se transforman operando en el corazón del lenguaje. Éste los convierte en representaciones simbólicas capaces de sumergirnos en el flujo de las conflictivas fuerzas que nos regulan, pues hasta las pausas breves o extensas son, o prolongaciones de las palabras emitidas, o introducciones a los nuevos temas en que ellas nos sitúan. De acuerdo a la enunciación de Dilthey en su "Poética", la acción no aspira a copiar la naturaleza sino que, a través de la síntesis, establece un nexo que origina la apariencia del movimiento de la vida. "La articulación de los sucesos constituye una acción unitaria, algo irreal que provoca una ilusión. Mientras que en la vida real todo se presenta encadenado de manera casual, la ley más general que rige la estructura de la acción poética o el acontecimiento, establece que esta acción tiene principio y fin, y que entre ambas transcurre una sucesión unitaria, y se parece a lo que nosotros deseamos para la vida misma."
La acción se sustenta con la escritura de un dramaturgo que imagina un personaje, lo sitúa en el seno de un conflicto e introduce a ambos en un ámbito de vocablos y acciones significantes con las que explora la vastedad del mundo psicológico o metafísico. Como bien lo ejemplifican Esquilo, Sófocles, Shakespeare, Tennessee Williams, Edward Albee o Chéjov, entre otros, el poeta dramático registra los impulsos que desencadenan las acciones humanas, obligándolos a enfrentarse y medirse con los que expresan las fuerzas universales. Sólo cuando el conflicto se intensifica y se resuelve, la oscura energía que impele a los antagonistas logra clarificarse y exorcizarse a través de una intensa elaboración del lenguaje que concentra e ilumina la percepción del espectador, lo ayuda a comprender, desarrolla su empatía, fomenta su piedad y le permite correr el velo que lo separa del misterio de su propia existencia simbólicamente crucificada.
Adheridas a la acción dramática como la carne a su esqueleto, las palabras son el principal elemento constitutivo de la creación dramática. Un escenario sin escenografía, dos actores, un texto organizado y un coordinador que podría prescindir también de la iluminación y la música, son suficientes para crear un espectáculo teatral de magnitud. Al referirme a un texto organizado aludo a la escritura que refleja el dialéctico proceso de cambios que el antagonismo genera en los personajes, y a la acción a que estos son impulsados por aquel.
¿Qué es la acción? Henri Bergson la califica de "esquema dinámico", y afirma que el escritor que escribe una novela o el dramaturgo que crea personajes y situaciones tienen en la mente algo simple y abstracto, es decir, incorpóreo, no bastante consistente para adquirir forma y espesor de cuerpo. "Una especie de tesis para desarrollar en acontecimientos, un sentimiento, individual o social, para materializar en personajes vivos". El incorpóreo esquema inicial no es inmutable, porque las propias imágenes con que trata de llenarse lo modifican. "El desarrollo del esquema es un paso de lo virtual a lo actual: aunque ni vista ni oída, la palabra está, sin embargo allí: bastará con que se la formule".
Los contenidos diluidos en la acción sólo serán captados por el lector o el espectador de la obra si los personajes están sometidos a determinadas relaciones y si el juego organiza esas relaciones en escenas. "El desarrollo será esa creación continua por la que se completará con otros personajes y escenas imprevistas hasta la disposición final que es la pieza. Personajes, movimientos que los ponen en situación, significación, tales son los tres componentes que el lenguaje destaca artificialmente en la acción, la que precisamente expresa la unidad de esos componentes", afirma Henri Gouhier.
La acción es, pues, un esquema dinámico con personajes que pueden vivir y situaciones que tienden a ser representadas, estando vida y representación dirigidas en cierto sentido que no podría excluir al lenguaje de las palabras.
Antonin Artaud, que ha sido uno de los más encarnizados detractores de ese lenguaje, vincula el teatro de la peste al Manas de los pueblos primitivos mejicanos, es decir a las fuerzas que duermen en todas las cosas, y afirma en su primera carta sobre el lenguaje: "Y parece que en la escena (ante todo un espacio que se necesita llenar y un lugar donde ocurre alguna cosa) el lenguaje de las palabras debiera ceder ante el lenguaje de los signos, cuyo objetivo es el que nos afecta de modo más inmediato".
Esta arbitraria afirmación soslaya el hecho de que la palabra es también un signo con poderes metafísicos, y que es una fuerza disociativa de las apariencias materiales, como lo reconoce él mismo en su ensayo sobre teatro oriental y teatro occidental. Porque nuestra relación con el mundo es, en el fondo, un acto lingüístico. Por eso dice George Steiner que en el siglo XI Pedro Damián expresó esa idea de modo rigurosamente claro cuando afirmó que incluso el paganismo en que había caído el ser humano era consecuencia de un defecto gramatical: debido al hecho de que el lenguaje de los paganos tenía una palabra en plural para referirse a la divinidad, la humanidad concibió una multitud de dioses.
La prédica de Artaud ha sido nefasta y es responsable de que en el teatro contemporáneo proliferen obras inconsistentes y superfluas. Representadas por Grotowski, Arianne Mnouchkine, la Zaranda o Eugenio Barba, entre tantos otros, las corrientes que propenden al servilismo del texto o propugnan su muerte definitiva, pujan por ocupar un sitial que, aunque se estableciera, sería endeble, pues al mismo tiempo que acrecientan el valor de la escenografía, la música, la danza, la iluminación y la imaginería de la puesta en escena, despojan al teatro de su vocación indagadora.
Lamentablemente, a gran parte de la crítica teatral le cuesta advertir la vacuidad de un espectáculo despojado de personajes, acción dramática y antagonismo. "El drama -afirma Alfredo de la Guardia- se genera cuando el hombre, que siempre es su protagonista, se enfrenta con otros hombres, con el cosmos o consigo mismo". Y añade que "la dramaturgia posee un valor intelectual sin menoscabo ni discusión posible y que es un género determinado dentro de la literatura en general. Se separa de los otros modos y se define de una manera rotunda porque su género está en la palabra clave de la oración: el verbo. El drama nace en el instante en que el hombre adquiere la facultad y la potencia de pensar y formular lo pensado a través del lenguaje".
Por eso el espacio escénico es el ámbito donde la palabra organizada en acciones se corporeiza, se bifurca y se magnetiza a través del actor, operando como signo revelador de las categorías visibles e invisibles de la realidad.

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