Sumario

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La escena
iberoamericana

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VENEZUELA. Diario de un dramaturgo

Por Néstor Caballero

 

11 de abril 2005
No hay que olvidar.
No hay que olvidar qué es el capitalismo.
El capitalismo es un paradigma monstruoso donde todo un sistema económico, político, social y cultural, pregonan y sustentan que el oro, el dólar, valen más que la vida humana.
No hay que olvidar que el 11 de abril del 2002 fue un Golpe de Estado contra un gobierno que no se basa en ese paradigma, sino que la vida humana, la solidaridad, la igualdad, la justicia para todos, la hermandad, la inclusión, la paz, valen más que el oro, valen más que el dólar. No hay que olvidar.
No hay que olvidar que ese 11 de abril del 2002, fueron nubes de pólvora contra un pueblo; no hay que olvidar que, por momentos, el dominio de los truenos del terror, predominó contra la esperanza de los millones de excluidos de este país.
No hay que olvidar, cuántas alas desangradas. No hay que olvidar que quisieron robarnos los fulgores de la solidaridad, de la hermandad, para imponernos la implacable voracidad de unos pocos que todo lo tienen pero aún quieren más, en contra de los muchos que nada tienen salvo los sueños de una Venezuela de iguales.
No hay que olvidar, cuántos amigos perdidos ese día. No hay que olvidar cuántos desconocidos perdidos ese día. No hay que olvidar cuánto llanto, cuánta sangre. No hay que olvidar porque cuando se le quita la vida a un solo ser humano, se le está quitando también la vida a una familia completa, a un país íntegro, a una humanidad en todos sus cuatro puntos cardinales de ilusiones. No hay que olvidar, porque no bastarán todos los pañuelos del mundo para secarnos tantas lágrimas.
No hay que olvidar.
Los que estamos aquí, conmemorando ese día 11 de abril del 2002, no queremos olvidar, no debemos olvidar, porque olvidar figuraría que hemos vendido la solidaridad, la hermandad, la igualdad, en fin, los que estamos hoy aquí no vamos a olvidar porque eso significaría que hemos vendido nuestro corazón al oro, al dólar, a la crueldad. No vamos a olvidar porque nuestra alma entera palpita cada día más fuerte por los que nada tienen. Los que estamos aquí hoy, recordando, rememorando, conmoviéndonos, estamos llenos de infinito amor, de un amor amplio, desprendido, porque en nuestro espíritu tienen cabida todos los desposeídos de la tierra.
No hay que olvidar, porque los caídos del 11 de abril, y los 12 de abril, hoy, más que nunca, siguen marchando con nosotros por esta revolución bolivariana. Entonces, mientras marchemos, mientras recordemos, mientras no olvidemos el 11 de abril del 2002, el capitalismo, el oro, el dólar, el fascismo, el imperialismo norteamericano, no podrán con nosotros. No hay que olvidar. No hay que olvidar. No pasarán.

 

19 de abril
DISCURSO DE ORDEN DE NÉSTOR CABALLERO CON MOTIVO DE CONMEMORARSE EL 19 DE ABRIL DE 1810 EN LA PLAZA BOLÍVAR DE BARCELONA-ESTADO ANZOATEGUI.
Antes que nada, quiero agradecer el inmerecido honor que se me ha hecho al designarme como Orador de Orden para conmemorar tan magna fecha patria como lo fue y seguirá siendo el 19 de abril de 1810.
También permítanme decirles que, aunque tal honor es inmerecido, trataré de cumplir con mis palabras la distinción que fue me fuese signada por ese fiel, ese líder y ese ejemplo viviente de nuestra revolución bolivariana como lo es nuestro Gobernador Tarek William Saab.
Al ser un dramaturgo, considero, que en vez de disertar sobre una cronología de hechos, debería más bien hablar desde un encadenamiento, desde una sucesión, un ritmo y seguidilla de contingencias y sentimientos, que es al fin y al cabo mi oficio y es parte, forma y talante de repensar la historia desde el drama. Siendo así, tomándome esa licencia, adelanto mis disculpas por alguna inexactitud que temo serán muchas. Siendo así, dada ya las debidas excusas, pienso que hoy estamos celebrando, conmemorando, no una, si no a su vez tres fechas. La primera, abril de 1749, la segunda, la que nos convoca hoy, abril de 1810, y la tercera, la que vivimos no hace poco, abril del 2002.
Discúlpenme los historiadores, los estudiosos de la materia, pero, yo, dramatúrgica y modestamente pienso, que el 19 de abril de 1810 no fue el origen de la revolución venezolana, de la independencia venezolana. Para sustentar esto, les pido permiso para remontarme a un momento de nuestra historia poco difundido en las escuelas y en donde el pueblo, en armas, se levantó contra la tiranía y contra el imperialismo. Quiero referirme al 19 de abril de 1749. Fue, en esa fecha, donde Venezuela se levantó contra un poder tiránico, contra un imperio, contra una ahora llamada trasnacional, como lo fue la Compañía Guipuzcoana. Esta Compañía fue un poder tiránico que se apoderó de Venezuela disponiendo de sus productos, de sus rentas, de su gobierno, y hasta de la vida de los venezolanos.
Los sucesos del 19 de abril de 1749, comienzan en el pueblo de Panaquire y los encabezará don Juan Francisco de León. Pero ¿quién fue este hombre? Trazaré, dado este acto, un breve perfil del mismo, dejando para ustedes la inquietud de investigar más sobre su vida. Don Juan Francisco de León, fue un capitán poblador de la villa de Panaquire. Un hombre de virtudes pacíficas, generoso, de sanas ideas y apegado a las leyes de su época. Esas mismas virtudes lo llevaron a ser teniente de justicia del valle de Caucagua, al oriente de Caracas. Como hijo de cualquier oriundo de las Islas Canarias, León tenía casa en el ámbito de la Plaza La Candelaria de Caracas. Luego de casi veinte años de haberse instaurado en Venezuela, el pueblo no soportaba más la dominación, el despotismo y el monopolio de la Compañía Guipuzcoana. Esto va a tener su estallido, su ruptura, el 19 de abril de 1749, cuando llega a Panaquire don Martín Echeverría, dependiente, agente, empleado, en fin, servidor de dicha Compañía, quien de orden especial debía reemplazar de inmediato a Juan Francisco de León en su empleo como teniente de justicia del valle de Caucagua. Se trataba pues, de sustituir a un hombre justo y querido por la población, por otro que, aparte de no gozar de la simpatía del pueblo, representaba los intereses del poder económico más omnímodo, completo, general y oligárquico, encarnado y denominado, por aquel entonces, con el nombre de Compañía Guipuzcoana. Esto fue más que suficiente para que los habitantes de Panaquire y del valle de Caucagua, se lanzaran a la calle y lo rechazaran.
El pueblo se agolpa frente a la casa de don Martín Echeverría y con gritos le expresa su repudio. Echeverría huye a Caracas para contarles al Gobernador Castellanos y a sus jefes de la Compañía Guipuzcoana lo sucedido. Juan Francisco de León decide ir también a la capital, para manifestarle al gobernador Castellanos, que siendo Echeverría uno de los dependientes de la Compañía, no le parecía el adecuado para sustituirle en el cargo público que desempeñaba y que por lo tanto esperaba verse reemplazado por otro individuo que no tuviese los antecedentes del designado. Ahora bien, al marchar hacia Caracas, se le van uniendo, espontáneamente a Juan Francisco de León, campesinos armados con machetes, con instrumentos de sembradío, comerciantes con alguno que otro trabuco, agricultores con uno que otro mosquete, artesanos con armas rudimentarias, palos, todo lo que les sirviera para defender sus derechos. Son más de ochocientos hombres quienes se le suman espontáneamente, son el pueblo en armas quien lo acompaña, y ese, para mi, es el embrión del primer ejército de Venezuela. Tanto ayer, como hoy, el pueblo en armas son sus fuerzas armadas.
Juan Francisco de León llega con sus hombres a Caracas, a la entrada de Tócome. El Gobernador, las autoridades, los notables, la iglesia, los poderes económicos representados por la Compañía Guipuzcoana no saben qué hacer ni cómo defenderse, así que envían a una comisión integrada por los señores de la nobleza, los notables y por clérigos, para que lo convenza a no seguir avanzando hacia el centro. Es la primera vez en la historia del país cuando el pueblo se apodera de la capital. Juan Francisco de León accede a ubicar a sus hombres en la Plaza La Candelaria con la condición de expresarle al Gobernador lo que el pueblo siente acerca de la opresora, inmoral, Compañía Guipuzcoana. El Gobernador Castellanos consiente reunirse con León en esos términos.
Una vez reunidos, León pide, a nombre de los habitantes de la provincia, la expulsión de los factores de poder opresivos que constituyen la Compañía Guipuzcoana. Pide la expulsión de los agiotistas, de los tiranuelos, quiere justicia, abolir los impuestos de esa Compañía que pechaban a los más pobres, establecer un comercio libre, la libertad para todos aquellos que estuviesen en la cárcel por culpa de la Compañía Guipuzcoana. El Gobernador Castellanos concede todas las peticiones de León, y este, para que se conociesen, lo convida a hacerlas manifiestas a la población en la Plaza Mayor. El Gobernador Castellanos también acepta esta petición y León se retira. Pero, el Gobernador, la nobleza, clérigos, notables, imponen el más absoluto silencio sobre lo convenido para que no llegara a la opinión pública y al resto del país lo que estaba sucediendo en Caracas y así se ocultara los veinte y tantos años de expoliación sufrida por Venezuela. Qué fecha aquella tan parecida a lo que vivimos en el 2004. Al ver que nada sucede, el mismo León comienza a convocar a las personas de la capital para que asistan a la Plaza Mayor a oír lo acordado con el Gobernador. Ante esa arenga, y como en aquella época no había pregoneros, un joven agricultor de 25 años, ofrece a uno de sus criados para que vaya llamando de casa en casa y convocando a la gente a reunirse en la plaza. Cerca de ese joven agricultor, estaba otro hombre, de más edad, un comerciante, que igualmente le indica a sus criados para que vayan de puerta en puerta tocando y convocando a la gente a la plaza. ¿Pero quienes eran ese joven agricultor y el comerciante que hacían llamar a la población? Pues, el de más edad, el comerciante, era don Sebastián de Miranda, quien siete años más tarde sería el padre el Generalísimo Francisco de Miranda, Precursor de la Independencia. El otro, el más joven, el joven agricultor, era Juan Vicente Bolívar y Ponte, el que treinta y cuatro años después iba a ser el padre del Libertador de América, Simón Bolívar.
Por supuesto que todas esas promesas dadas al pueblo de Venezuela, fueron incumplidas y no ha poco tiempo, el nuevo Gobernador Ricardos, sofocó, con las fuerzas armadas del imperio español, la rebelión contra los poderes instituidos. Las cárceles se llenaron de seguidores de León, los caminos con sangre de aquellos que se enfrentaron al imperio, a la tiranía, a la oligarquía de ese momento, a la gran trasnacional expoliadora de ese período que se robaba nuestras riquezas. Juan Francisco de León se mantuvo en huida junto a sus hijos, luego se entregó y encarcelado fue enviado a España donde moriría años más tarde. El gobernador, para escarmiento, para que nadie se levantara más contra el imperio, ordenó derrumbar la casa de León en la Candelaria y regarla de sal, de montones de sal y colocó una placa donde se le tildaba de traidor. Pero su entrega y su sacrificio no fue en vano, pues los hijos de quienes presenciaron aquel ultraje inferido a un hombre que clamaba justicia: Miranda, Martín Tovar, Roscio, Mendoza, espejo, años después honrarían al primer martir de nuestra independencia. El 19 de abril de 1749, se corresponde por ello con el 19 de abril de 1810 que hoy nos convoca, pues aquella rebelión de Juan Francisco de León se condensa, toma forma, crece y se desarrolla 61 abriles después en aspiraciones colectivas. Son similares, son los mismos, son los descendientes que 61 años después pedirán la Independencia de Venezuela. Los del 19 de abril de 1749, apoyados por el pueblo, pidieron la expulsión de la Compañía Guipuzcoana, los del 19 de abril de 1810, también apoyados por un pueblo, pidieron la destitución y rechazaron al Gobernador Emparan. Fue la necesidad de comercio en 1749 que se corresponde y se une en 1810 a la necesidad de libertad civil. Es otro eslabón pero una misma cadena que nos une en la historia. Aquel ultraje a Juan Francisco de León, aquella sal derramada sobre su casa, aquellas prisiones, aquella sangre, todo eso fructificó el 19 de abril de 1810. Esa sal fue y sigue siendo una hoja de servicios impecable a la patria venezolana, porque aquel dolor de 1749 se convirtió luego en victoria en 1810, como también de aquel 1810 se desprende el laurel del triunfo del 13 de abril del 2002 donde un pueblo, hermanado con sus fuerzas armadas, después de dos días de tenebrosas tinieblas, ese pueblo, esas fuerzas armadas hermanadas a él nos hace llegar la luz recupera su libertad, repone a su presidente el comandante Hugo Chávez Frías. Hoy, estamos acá, para saludar a los héroes de épocas pasadas, pero también a los héroes recientes, los que siguen desafiando imperios, oligarquías e injusticias vengan de donde vengan. Hoy 19 de abril del 2005, tal como el 19 de abril de 1749, al igual que el 19 de abril de 1810, hoy le decimos al mundo que estamos acá para manifestarles que no permitiremos nunca más ser una colonia de nadie.
Hoy, le decimos al mundo, que este es nuestro país y nuestro siglo y es nuestro 19 de abril de 1810 transmutado en un glorioso 13 de abril del 2002, donde el pueblo, junto a sus fuerzas armadas, fue una sola e inmensa mano, colectiva, cósmica, sideral que le dijo al mundo No a los tiranos, No a los Imperios, No, No, nunca más porque este pueblo despertó y vive en un 13 y 19 de abril permanente y alerta. Aquí, este 19 de abril, hay una tempestad emancipadora, aquí hay un pueblo que dijo Nunca más.
Muchas gracias.

 

14 de junio 2005
VEAN EL ROSTRO DEL CHE
Hoy estamos acá para celebrar a un revolucionario, a un ejemplo de dignidad, a un dador de amor, es decir, estamos aquí para celebrar a un poeta, porque ellos saben que el amor al prójimo, es sobre todas las cosas, el más grande acto de amor sobre la tierra.
Los poetas nos enseñan que el amor a un pueblo, el amor a los desposeídos, es la primera virtud para no perder de vista el horizonte de una revolución.
Pero amarlos, ¿cómo?, ¿de qué forma?, siendo los mejores en nuestro trabajo, como nos instruyó el Che; permaneciendo eficaces, como nos educo el Che; estando prontos a servir y no a ser servidos, como nos enseño el Che.
La revolución es un acto de amor, en eso nos ilustró el Che.
¿Y la cultura? ¿Y el arte? ¿Y la poesía, qué pueden hacer en una revolución? Pues convertir el arte de cada quien en un fusil airado, preciso, de esperanza, de solidaridad, de hermosura; llevar nuestro arte con la voz del pueblo, esa es la manera para que nuestro canto perdure...
Mirar, nos enseña el Che, con nuestro arte a los ojos del pueblo. Crear, crear y crear con ellos, para que esos ojos dejen de estar tristes y errantes y miren a la luz gloriosa que nos depara esta revolución bolivariana.
Tú, camarada Che, camarada amigo, eres también un poeta del pueblo.
Los invito, en esta exposición, que vean el rostro del Che, porque en él encontrarán todas las banderas insubordinadas y siempre libres de nuestra América Latina. Vean ese rostro, confíen en ese rostro, que aun sigue peleando por un mañana de iguales, de pueblos soberanos e independientes.
Los invito, en esta exposición, que vean el rostro del Che, véanlo, porque ese rostro escogió los caminos del viento de la libertad. Vean ese rostro que es como tierra abonada por la ternura y el desprendimiento y en donde han crecido y siguen creciendo las flores de la bondad.
Vean ese rostro, porque en él encontrarán que escogió el camino de la vida hacia la libertad total de nuestros pueblos. Vean ese rostro, porque en él se refleja un nuevo amanecer. Vean ese rostro, porque ese es el rostro de un "Comandante del Alba".
Mientras vean ese rostro nos daremos cuenta que el Che es también, y sobre todo, un poeta que seguirá cantando y siendo ejemplo revolucionario por los próximos mil años y más.
Camarada Che, poeta Che, sigues vivo, estás vivo, y continuarás vivo. Que no haya en ninguno de nosotros una mirada triste, porque en ese rostro sigue una mirada incendiaria.
Camarada Che, camarada solar Che, camarada poeta Che, desde aquí, desde Anzoátegui, desde aquí, también tu Patria Venezuela, te saludamos "hasta la victoria siempre".

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