MÉXICO. El desencanto
Por Bruno Bert
La primera mitad del 2005 se caracterizó para México como de intensa lucha política en vistas a descalificaciones esenciales (y no al revés como posiblemente hubiera sido de desear) en el calendario electoral del 2006, que habrá de elegir nuevas autoridades nacionales y por ende nuevo partido político en el poder. Fue de una gran tristeza porque lo único que realmente demostró fue una inmensa inmadurez de la clase política, aunada a un sistema generalizado de corrupción, y una gran confusión ideológica en el general de la población. Por eso creo que fue el semestre del desencanto. ¿Qué se produjo teatralmente en ese tiempo? Voy a hablar del Distrito Federal porque es donde mejor conozco el panorama y además centraliza las producciones de mayor densidad artística.
Tiempo de identidades
Lo primero que llama la atención es el montaje de al menos ocho obras de Shakespeare, creando una tal simultaneidad de este autor como no lo he podido ver en los últimos 25 años, a pesar que en casi todas las temporadas alguna de sus obras -y a veces incluso más de una- estuvo presente. Decía un investigador hace unos años, que el regreso a los clásicos, y supongo que más en casos tan contundentes en número y autor, es síntoma de reacomodo de las identidades sociales: le preguntamos a ellos lo que no nos atrevemos o no tenemos claro como compartir en forma de interrogante con nuestros contemporáneos. Así, Shakespeare parece haberse vuelto en este año en nuestro gran interlocutor histórico en vista al confuso panorama sociopolítico por el que transitamos.
La iniciativa parte del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), con el Proyecto Shakespeare, que implicaba tres montajes, con tres directores distintos pero compartiendo buena parte de los planteles artísticos y técnicos. Las obras fueron: "El Rey Lear" (bajo la dirección de José Caballero); "Sueño de una noche de verano" (José Solé) y "El mercader de Venecia" (Raúl Zermeño).Y el resultado esencial se da en un fuerte apoyo de público, con salas generalmente llenas aun siendo de amplias dimensiones, y un contagio en el medio teatral que viene a dar como consecuencia la amplitud de montajes "shakesperianos" arriba mencionados. Vamos a hablar un poco de estos tres ejemplos dentro de una misma iniciativa liderada por el Estado y de los demás baste decir que -en líneas generales- ni contaron con los presupuestos ni con el nivel necesario como para dejar algún tipo de huella en nuestra memoria teatral. Al menos los vistos por mi.
Tiempo de fragmentación y traiciones: "El Rey Lear"
Confieso que "El Rey Lear" no es la obra de Shakespeare que más me interesa, a pesar de la alta consideración que en general se la tiene, pero no creo que valga la pena ponerme a discutir con los especialistas al respecto. El caso es que esta vez "El Rey Lear" fue montado por José Caballero, un director con una larga trayectoria muy respetable, con Claudio Obregón, un actor prácticamente emblemático de nuestro medio, en el rol principal.
La versión está manejada bajo una propuesta espacial de Alejandro Luna, el "pater" de la escenografía mexicana, con una semi localización temporal a través del vestuario de Tolita y María Figueroa. En lo que hace a lo primero, hay preferencia por los grandes espacios vacíos, seccionados parcialmente por grandes mamparas móviles, que nos hablan de climas, que nos reclaman a la teatralidad de lo que vemos y que, sobre todo, nos refieren a una unidad fragmentada como el espacio básico de la tragedia. Concepto obviamente correcto por la trama que desarrolla, donde un reino se parte, un rey se fragmenta en su afecto, etc. Pedazos todos de una unidad perdida por la estupidez de Lear y la ingratitud de sus herederas. Hecho que como un eco se repite en los personajes de segundo y tercer plano.
Por otro lado, las vestuaristas ubican la acción en un indefinido principio del siglo XX, en los tiempos de la balcanización de los imperios centrales, justamente unidos entre sí y con sus enemigos por clarísimos lazos de parentesco (el Kaiser, por ejemplo, era primo del Rey de Inglaterra y del Zar de Rusia, ambos enemigos suyos en la contienda).
"El Rey Lear" es temáticamente un juego de cajas, donde se mezclan consideraciones de tipo político, con otras de carácter social y otras más de subtrama psicológica, bañadas todas por las concepciones filosóficas de la época y sostenidas por una serie de aventuras, sucesos macabros y visiones asombrosas capaces todas de mantener la atención del público, fuera este villano, "clasemediero" o de la nobleza. Maravillas que sólo Shakespeare hacía y además le resultaba. Así, hay para todos los gustos, como decíamos al principio, aunque tanta abundancia de ingenio a veces debilite un poco las razones y vuelta un tanto inverosímil el desarrollo de partes de la trama. Después de todo, la tragedia no tiene entre sus premisas el tener que jugar con el concepto de verdad cotidiana como si fuera un drama de fines del XIX.
Pero, lo que quiero destacar es que, dado que conozco bastante bien el material, que además dura más de tres horas y he visto no menos de una decena de puestas tanto aquí como en el extranjero, supuse sería más que un goce, una leve tortura culta, de aquellas que habla Peter Brook. Pero no. La calidad de los actores por un lado -Claudio Obregón, Julieta Egurrola, Arturo Reyes, Enrique Singer, Ana Ofelia Murguía...y muchos más- más una dirección excelente que no arriesga novedades pero no se ancla en terrenos ya muy transitados, sumados al trabajo del escenógrafo e iluminador, las diseñadoras de vestuario y la música original de Antonio Russek, hizo que viera a mi muy poco querido Lear, ligeramente y con placer.
Decíamos que los clásicos tienen un algo de oracular. Creo que resultará tan fértil disfrutar el trabajo en sí intentar ver la orientación de las posibles preguntas sociales frente a la fragmentación, las traiciones y los reacomodos que pueden tanto hallar se sobre el escenario como en los palacios del poder político contemporáneo.
Noche árabe: la peligrosa fantasía de los deseos
Las grandes ciudades hacen, por sus mismas dimensiones e independientemente de donde se encuentren, que cada edificio, y dentro de él cada departamento, sea vivido como una isla anónima interconectada apenas con el mundo. Y en esa geografía enrarecida de soledades, todos los personajes pueden existir, todas las fantasías dejarse volar y es como si ello fuera efecto del espíritu mismo de la ciudad jugando con sus habitantes. Algo de esto sucede en "Noche árabe", de Roland Schimmelpfennig, que dirige Mauricio García Lozano.
El autor, que nació en Gotinga en 1967, se dedicó siempre de pleno al teatro como escritor, dramaturgista y director. Viajó como dramaturgo a los Estados Unidos por un par de años, donde funciono esencialmente como traductor, para radicarse luego en Berlín. Es un autor prolífico y uno de los más reconocidos de su generación. "Noche árabe" es del 2001 y supongo que la primera de sus obras que aquí en México se conocen. Pero seguro que no la última.
El material, que ha conocido también una versión radiofónica, toma de esta posibilidad la de potenciar el valor de la palabra como conductora básica de la imaginación de los que escuchamos las acciones que se suceden al interior de un multifamiliar. Es decir, que todo está en el plano de la narración. Como vivencias encapsuladas en una mente que se asombra y en un cuerpo insuficiente. Historias un tanto absurdas, narradas fragmentariamente en primera persona, que nacen de una especie de realismo básico para extenderse como una hiedra hacia todos los rincones del estilo. Algo así como las fantasías de "Las mil y una noches", narradas por Sherezada y actuadas en la mente del Sultán; pero también como un eco deformado y más contemporáneo de lo que nos mostraba Botho Strauss en "Grande y pequeño", una obra bien alemana del 79 y sus problemas de comunicación a través de los cuerpos.
Mauricio García Lozano, un actor y director muy presente en nuestros escenarios, nos crea como una plantilla rectangular donde cinco personajes de pie, con las ropas que caracterizan a cada uno, más que actuar en sentido clásico del término, generan -como en la radio o sobre todo en las narraciones orales- apenas el nacimiento del impulso en el propio cuerpo, con breves desplazamientos, para entregar a la voz la tarea de conducción. Pero lo particular es que todas las situaciones narradas son de carácter erótico, es decir esencialmente corporal, que así se vuelven oníricas, en un desesperado esfuerzo de mutua persecución, donde se muestran simultáneos los objetos soñados, los seres deseados y las geografías imaginarias de un tórrido desierto árabe. Como eje, se menciona reiteradamente el sonido del agua, que ha desaparecido en algunos pisos y se la siente correr tras las paredes, hasta que el ruido se vuelve ensordecedor para los personajes. Es decir que todos los planos se trastocan y vemos imaginación, símbolo, sub-realidad y el cotidiano tejerse de manera indisoluble entre los muros de cemento de un edificio de diez pisos. Y también pueden existir los duendes, sólo que en lugar de salir de las botellas ingresan a ellas y viven las consecuencias sin que nadie los advierta.
El resultado -contando con el trabajo actoral de Miguel Flores, Aída López, Carmen Mastache, Juan Carlos Vives y Carlos Corona- es francamente seductor. Excelentes actores, como vemos, pero sobre todo un texto espléndido y magníficamente construido y una dirección impecable, que, en el historial de este director, sólo compite con su opera prima: aquella maravilla que se llamó "Las aventuras de la capitana Gazpacho", de Gerardo Mancebo, en el 98. Una mención especial la merece Mariano Cossa, con su música original y en escena, porque indudablemente es el co-escribidor de la magia que percibimos a través de los sentidos. No vale la pena decir más, aunque sí discutirla mucho luego del placer de verla.
La vida silenciosa: "El solitario de Pessoa"
Se cumplen setenta años de la muerte de quien seguramente fuera el poeta portugués más importante del siglo XX: Fernando Pessoa. Paradojas del tiempo, habiendo fallecido prácticamente ignorado por sus contemporáneos, hoy fascina a todas las culturas y edades que vuelven su figura y obra en novela, película o, como en este caso, espectáculo teatral. Me refiero a "El solitario de Pessoa", un material de Cordelia Dvorák que se está presentando en el teatro Helénico.
En general, disfrutamos mucho más un trabajo cuando tenemos las claves de su interpretación, ya sea a niveles de lenguaje o al menos simplemente de información sobre el tema tratado. No es la excepción este caso, y resulta básico que quien lo comparta como espectador tenga un previo conocimiento de quien fue Pessoa, de sus preocupaciones estéticas e ideológicas, más un acercamiento mínimo a la vida que llevó. Esto permite reencontrarlo desde la perspectiva de los hacedores de la propuesta y disfrutarla doblemente.
Digamos, para no avanzar demasiado por ese camino en un espacio breve como éste, que lo que primero llama la atención en quien se acerca a Pessoa, es la contradicción entre una vida absolutamente insignificante, solitaria, llena de represiones emocionales y un pronunciado pero silencioso alcoholismo, y su extraordinaria capacidad de imaginación a partir de lo cotidiano. El crea heterónimos, es decir personajes literarios que son a su vez escritores con una vida muy precisa y estilos y obras muy concretos y diferenciados entre sí, y ellos -Álvaro Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro son los más importantes- se vuelven sus principales interlocutores, con los que Pessoa juega a la evanescencia, preguntándose si son ellos o él mismo quien en realidad no existe sino como sueño de otro.
Bien, Cordelia Dvorák conoce -y al parecer ama y admira profundamente- este mundo que compone el universo del poeta y lo recrea con una morosidad que comparte casi ceremonialmente con el público, que prácticamente lo rodea a muy cercana distancia. Allí, en escena, estará el poeta (en la ambigua figura de Bernardo Soares, otra creación suya) en su oficina de contable -era un muy modesto tenedor de libros- en horas de la noche, y hace nacer al conjuro de su desasosiego, a los heterónimos y a las imágenes que pueblan su escritura, sus preocupaciones y su absoluta y profundísima soledad. Y así, ese ser gris, amortajado en su eterno traje con chaleco, palomita, sombrero e impermeable, empieza a adquirir el vuelo lento de un talento enorme y de una sensibilidad gigantesca, lastrados por la timidez y la impotencia.
Las imágenes se componen y recomponen a través de pequeños elementos, de recursos teatrales mínimos y por momentos el uso de proyecciones. Como un mar lejano de tinta y soles ajenos. Así, un minucioso realismo convive con estallidos poéticos que resignifican los humildes objetos que lo rodean, desde un sello hasta un paraguas, o hacen nacer velas y arenas que no son más que emanaciones del propio escritor.
Este tipo de construcciones teatrales suelen ser sumamente peligrosas y los escollos principales se dan en los lugares comunes, la sobre carga de sensibilidad y la inconsistencia. Sin embargo, la habilidad de la directora y la calidad de cuatro actores como Silverio Palacios, Arnoldo Picazzo, Juan Carlos Remolina y Erando González, logran evitarlos constituyendo el trabajo casi como una composición musical que va ganándonos en la admiración hacia Pessoa y en la tristeza por una vida que se esparce como una ceniza apenas tibia de un fuego invisible para casi todos los ojos.
Una oportunidad para conocer algunos textos, sobre todo de "El libro del desasosiego", y una figura que vale la pena profundizar sobre todo en su rol de poeta.
En definitiva...
En otros momentos históricos y conociendo la idiosincrasia mexicana, posiblemente los escenarios se hubieran cubierto de un teatro testimonialista, convocante de la historia nacional y sus ejemplos tanto nefastos como aleccionadores. Se hubiera optado por la burla gruesa y hasta el panfleto. Hoy preferimos los clásicos y sus posibles lecturas oblicuas, las oníricas elucubraciones solitarias y el redescubrimiento de un poeta grandioso por un lado y un tantín fascistoide por el otro. Buen teatro sin duda y particulares circunstancias sociales.
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