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ARGENTINA. La traducción: una constante toma de decisiones
Reflexiones de un traductor argentino de Brecht, Moliére, Wesker y otros autores

Por Jorge Hacker

 

La traducción literaria y poética es un arte independiente que nunca se detiene en el conocimiento ni en la experiencia, sino que avanza a niveles de creatividad y descubrimientos sensibles, que se identifica fuertemente con el arte que interpreta.
La traducción, hija natural de la prosa y de la poesía, dejará su estela de conocimiento cosmopolita, su sello de validez universal. Y sus cartas de ciudadanía a los textos que trasladará de su lengua original a decenas, a veces centenas de idiomas receptores, para ir a recalar en las bibliografías y en las bibliotecas de culturas lejanas.
No por ello, el género traducción deja de ser menos delicado y complejo que los materiales que están en su origen. Los textos suelen exigir una toma de decisiones constante, el profundo conocimiento de sinónimos, giros idiomáticos y particularidades de cada idioma. Hablo por supuesto de la traducción literaria en primer lugar.
Asimismo, el género decide el lenguaje y el estilo condiciona una forma de utilizar el idioma; un ensayo filosófico no se rige por los dictados de las licencias poéticas, y los textos dramáticos exigen al traductor una toma de conciencia y un conocimiento del escenario y de los tiempos y ritmos actorales que no siempre forman parte de su práctica como traductor.
Es por ello que hay traductores especializados en diálogos y monólogos escénicos, y en hacer más comprensibles los conflictos, las didascalias, las acotaciones y los modismos que las convenciones escénicas exigen.

 

ACTUALIZAR LAS VERSIONES DE OBRAS ANTIGUAS
Son, por lo menos, conflictivas las traducciones de las tragedias antiguas de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Los traslados del griego antiguo a nuestro idioma de hoy, del griego homérico al español de 2004, pueden haber sufrido varias traducciones intermedias que logran hacer perder sentidos originales a la tragedia más pintada. No hay más que ver y considerar al diccionario Corominas de etimología y significados a partir de orígenes y traducciones varias, para que a uno le venga el deseo de limpiar tanto avance desordenado y siempre a punto de hacer estallar los significados perimidos y los sonidos petrificados que ahí se encuentran.
En la mayoría de los casos se parecen más a remedos y convenciones viejas y fuera de uso. A una búsqueda literal y no literaria de expresiones condenadas a vivir entre signos de exclamación sin una justificación sólida.
Las traducciones de las tragedias (no se debe olvidar que son en primer lugar textos dramáticos, y que fueron hechos para ser dichos desde un escenario) dan una sensación de museo y, desprovistas de su vitalidad original, obligan sin excepción a adaptaciones y versiones actualizadas.
Esto no quiere decir que no haya aciertos. Lo que seguramente no hay es un cuidado y un control sobre ediciones, que con tal de ser impresas (no olvidemos que se trata muchas veces de textos escolares, o sea de ediciones multitudinarias) desaprovechan la oportunidad de ser atractivas. Es más, invitan a un estudio memorizado ya que no responden a expresiones familiares identificables por los lectores. En última instancia representan a esos bustos de mármol de ojos vacíos, incoloros. Antiguos de toda antigüedad.

 

LA ACTITUD DE LOS AUTORES ANTE LA TRADUCCIÓN
A partir del año 1962, luego de años de aprendizaje, actuaciones y asistencias de dirección, comencé mi camino como director de teatro profesional. De las 65 obras estrenadas a ese nivel entre 1962 y 2004, 20 fueron textos en otro idioma original, no castellano. En todos los casos me ocupé de las traducciones además de las puestas en escena.
En la práctica el devenir de las traducciones para la escena se compone de trámites complejos. Se supone que los autores, que en general confían la representación extranjera de sus obras a las asociaciones de autores de cada país, deberían elegir cuidadosamente a los que habrán de tener la responsabilidad de llevarlos a otro idioma. Esto no siempre es así en nuestras sociedades neoliberales y dependientes. Grandes y pequeñas agencias literarias, con un poder económico apreciable y contactos en el ambiente del espectáculo, suelen monopolizar a los autores de éxito y digitan o incorporan sus obras a sus agencias para usufructuar los porcentajes de boletería que en el caso de autores famosos, suelen significar ingresos millonarios. También los empresarios privados, propietarios de salas o productores que manejan a figuras importantes, suelen condicionar los porcentajes de ingresos por traducciones a la elección de quienes firman el traslado del éxito en el país de origen al teatro local en cada caso, figurando muchas veces en forma personal al frente de la traducción.
A esto hay que agregar que a muchos autores no les interesa demasiado el destino de sus piezas en el extranjero. Una vez que se sienten protegidos en sus intereses (en el caso frecuente de autores ya fallecidos son los herederos los que tienen la decisión al respecto) no siempre tienen interés en conservar el control sobre las traducciones, en especial tratándose de idiomas que no dominan, y de países en los que el traslado idiomático implica un traslado cultural. Suelen conformarse con una administración que les garantiza el derecho intelectual, que traducido en dinero significa la defensa del capital representado por la autoría y la traducción. Al igual que en la música, toda representación debe ser defendida por la asociación de autores del sitio donde se presenta la obra.
Quiero citar un ejemplo, que no por ser bastante fuera de lo común y extremo, deja de constituir un indicio cabal. Se trata de Thomas Bernhard, el inconformista austríaco ya fallecido, autor de novelas y dramas, textos conocidos en el mundo entero y llevados a todos los idiomas. En una entrevista a la que accedió en Viena en 1986 le preguntan:

 

"¿Se interesa usted por la suerte de sus libros?
-Hablando francamente, no.
¿Y por las traducciones?
-Apenas me intereso por mi propio destino, así que menos aún por el destino de mis libros. El destino de mis libros en el extranjero. No me interesa en lo más mínimo. Una traducción es un libro diferente, que no tiene nada que ver con el texto original. Es el libro de quien lo tradujo. Yo escribo en lengua alemana... No se puede traducir. Una pieza de música es interpretada en todo el mundo conforme a la partitura, pero un libro...? A mí, deberían interpretarme en alemán, sea donde sea, y con mi orquesta!"

 

Está claro que es la opinión de un conocido trasgresor, un crítico implacable de las inclinaciones culturales y políticas de su país, Austria, así como de sus tradiciones conservadoras, totalitarias y racistas.
Ciertamente no están lejos de posiciones análogas Harold Pinter, en una Londres cada vez menos chauvinista, o Gore Vidal, uno de los críticos más duros y efectivos de su Estados Unidos natal, profetas culturales e ideólogos, además de talentos literarios reconocidos. Pinter publicó en enero de 2003 un poema antibélico titulado "War" (Guerra) condenando la guerra de Afganistán y la invasión de Irak, poema que recibió el Premio Wilfred Owen (en honor a uno de los grandes poetas ingleses muerto a los 25 años en la Primera Guerra Mundial) bellamente traducido en la revista Radar, de Pagina 12.
Ante ejemplos como estos, y a pesar de opiniones a veces encontradas de los autores mismos, la pregunta es: ¿Cómo renunciar a la responsabilidad de traducir los valiosos mensajes en verdad dirigidos a todos los habitantes del planeta Tierra, cuando nos han sido dadas las armas y la capacidad de tomar decisiones idiomáticas y la ideología para comprender los contenidos y, las más de las veces, las intenciones de los creadores?

 

UN PROBLEMA NO MENOR PARA LOS TRADUCTORES ARGENTINOS
Ciertamente, en los últimos años al disminuir nuestro poder editorial en detrimento del creciente poder español, los traductores argentinos nos hemos visto cada vez más acorralados por las grandes agencias españolas y su monopolio de las traducciones. Esta, que parece una mera cuestión de mercado es mucho más profunda. Nadie duda que las lenguas españolas y el castellano argentino son idiomas distintos, en lo literario y en lo dramático, en los giros idiomáticos y en las expresiones populares, en el vocabulario y en la terminología técnica. Nada se dice en España como en Argentina, aun las palabras que son iguales, tienen sonidos diferentes y en la escritura cambia el ritmo y los tiempos.
En los últimos films de Almodóvar, sin ir más lejos, haría falta un subtitulado castellano para que el espectador argentino disfrute con claridad de ese idioma cargado de giros desconocidos y a un ritmo endemoniado, que los latinoamericanos no acostumbramos.
Dependerá de las posibilidades de recuperar la industria, que Argentina pueda revertir aunque sea en parte, el manejo y los contratos de traducción editoriales y jerarquizar los traductores locales. Con solo entrar a Internet, vemos que las posibilidades de participar en las colecciones importantes, están limitadas a españoles y en segundo término a las editoriales mejicanas que tuvieron la suerte de no quedar tan desairadas en la competencia.

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