Olga Cosentino entrevista a Magaly Muguercia
"Una cubana o cubano es una cosa muy compleja... En Cuba, en tiempos de la esclavitud, hubo cimarrones, no hay que olvidarlo. Y en el alma nacional hay un cimarrón; también. ¡Anda suelto por ahí mucho cimarrón socialista!" (1)
Nacida en La Habana, donde se doctoró en Ciencias del Arte y donde se desempeñó como miembro del Consejo de Dirección de la Escuela Internacional de Teatro de América Latina y el Caribe, la investigadora Magaly Muguercia reside desde hace un año y medio en Buenos Aires. Aquí reparte actualmente su tiempo entre los cursos que dicta en el CELCIT y sus funciones en el Centro de Documentación de Teatro y Danza del Complejo Teatral de Buenos Aires. (2) Aunque en la agenda de esta académica - en cuya trayectoria figuran, entre otras calificadas experiencias, su trabajo junto a Eugenio Barba o su paso, en los años 70, por la ex Unión Soviética, donde profundizó en el método Stanislavski - caben además talleres y seminarios que dicta en distintas instituciones culturales. Y una permanente actitud de observación sobre la realidad, seguida del análisis, la reflexión y la escritura. Y, por fin o en primer lugar, una afable disposición para el encuentro y la charla amistosos, en un bar de la avenida Corrientes, café de por medio.
La cita y el cortado que pide al camarero (soy muy cafetera pero ahora lo bebo con un toque de leche, para no abusar) inducen la inevitable comparación con las costumbres en su Cuba natal. Para la memoria y el registro inevitablemente superficial de la cronista, los cubanos cultivan en bares, esquinas y demoradas caminatas por el malecón habanero, un verdadero arte de charlistas y una hospitalaria disponibilidad para el intercambio coloquial. Magaly, sin embargo, pone énfasis en establecer diferencias. "Antes existía en Cuba, como en Buenos Aires, la costumbre de reunirse en un bar a charlar entre amigos. Antes. Ya no están los lugares físicos donde se ejercía esa práctica. Quienes llegan a la isla como visitantes o turistas tal vez tienen una impresión equivocada, ya que en los últimos tiempos se ha encarado el rescate de antiguos cafés en La Habana Vieja. Pero eso no forma parte de la vida cotidiana del cubano medio. Fue una tradición, sí, pero se interrumpió en los años de escasez, durante el llamado período especial. Y nunca se ha recuperado del todo el café habanero. Pero si quieres puedes encender el grabador ya. Chachareamos y después tú borras", invita sin reservas. Aunque admite que en general rehuye las entrevistas. "Me ha pasado ver cómo en la prensa, pongamos que de buena fe, la gente se ve obligada a decir y opinar con ligereza. No me gusta sentir que estoy diciendo nada definitivo ni concluyente. Distinto es cuando escribo. Entonces sí, lo firmo y asumo la responsabilidad".
En este tiempo dominado por declaraciones concluyentes de mercaderes de opinión, cuando los medios masivos compiten por obtener respuestas radicales o escandalosas de sus reporteados y estos suelen llegar a las entrevistas estratégicamente munidos de una o dos réplicas de fuerte impacto, como para que funcionen como título vendedor, la delicada prudencia de Magaly Muguercia resulta por lo menos curiosa. Aunque en el transcurso de la charla y aún en algún gesto posterior a la misma - como el pedido de que la cronista tome en cuenta, también, algunos de sus ensayos y ponencias (3) a la hora de redondear la publicación de esta conversación - quedará bastante claro que esta mujer cubana, intelectual, militante revolucionaria, de sensual y refinado pensamiento crítico, ha desarrollado, acaso en su contacto con el teatro, un comprometido respeto por la multiplicidad, las ambigüedades y las contradicciones de lo humano. Atendiendo a sus reservas, se le confirma que esta entrevista no pretende que enuncie teorías sino que cuente cómo y por qué desde hace un año y medio vive y trabaja en Buenos Aires. Y cómo se siente en esta ciudad.
"No me faltan amigos - declara - pero no busco mucho el contacto. En el ejercicio de mi trabajo soy sociable pero en mi vida personal, diría que soy un poco solitaria. En cuanto a Buenos Aires, creo que este es mi momento de vivir aquí. Admiro profundamente la cultura argentina, su vitalidad, su capacidad de resistir. Pero todavía debo resolver qué voy a hacer con esta experiencia mía."
Hay que decir que entre los aportes de Magaly Muguercia al Centro de Documentación Teatral está su traducción de algunas entradas de la Enciclopedia Mundial del Teatro editada en 2003 en Oxford, Inglaterra, y que aún no ha llegado a la Argentina, lo que constituye un adelanto fundamental para estudiantes e investigadores locales. Por otra parte, y a pedido de Josefina Delgado, la directora del CDT, Magaly se dedica a confeccionar bibliografías de teatristas argentinos sobre los cuales el Centro posee documentación. Y propuso la edición de folletos o desplegables para informar al público sobre la existencia y accesibilidad de esos materiales que - se lamenta - "son consultados bastante poco".
- ¿Qué tipo de público se acerca a consultar?
- Vienen investigadores, actores, directores, pero también gente que no tiene demasiados conocimientos, estudiantes que tienen que hacer una tarea escolar o los espontáneos, la gente a la que le gusta el teatro y viene a ver qué le podemos ofrecer; por ese último público, el naïf, yo siento especial simpatía. Pero quiero encontrar la manera de romper un poco esa falta de disponibilidad que separa a los usuarios de los materiales. Hay que hacer visible esto, que es un tesoro bibliotecológico. No estoy de acuerdo con clasificar para luego guardar todo en una gaveta. La gente tiene que encontrar satisfacción a su interés académico pero también a su curiosidad sencilla por saber, por ejemplo, quién fue Grotowski, quién Stanislavski, quién Meyerhold. Me imagino volanticos pequeños que la gente podría llevarse a casa y un buen día reencontrarlo y decidir leer un poco más. También me imagino conversando con ellos y ayudándolos a buscar, pero eso no me está permitido porque no tengo cargo de referencista.
- ¿En Cuba este tipo de materiales está más cerca de la gente?
- Si juzgo por mis experiencias en la Casa de las Américas y en el Centro Martin Luther King, indudablemente sí. En estas instituciones se cuida mucho la accesibilidad, aunque no haya suficientes computadoras.
Por otra parte, hablando de accesibilidad, en el aspecto de la investigación teatral creo detectar aquí en la Argentina una vertiente que se maneja con un lenguaje muy técnico, y a veces un poco paralizado por la terminología recurrente y estandardizada. Pero se ejercen también, me consta, otros modos más inquietos de abordar la investigación. Pero me admira muchísimo que convivan todas esas vertientes. El que no se pueda reconocer en determinado estilo, lenguaje o nivel tiene la opción de escoger algo que salga de esa línea dominante. Aunque también es cierto que lo que sale de la línea dominante se publica menos. Pero es muy rica la cantidad de literatura de análisis. Con esto no quiero hacerme la cándida e ignorar que también hay luchas por el poder, zancadillas. Como en todas partes, claro. Pero siento enorme admiración por el quehacer cultural en la Argentina.
No obstante, admite Muguercia que a su experiencia argentina le falta pasar de "este estadio de deslumbramiento" a un análisis más profundo. Y asegura que "a las puertas de mis 60 años no estoy dispuesta a renunciar a seguir investigando". Aunque menciona la cifra, no se reconoce como alguien a quien las décadas exactas inducen a alguna especie de balance profesional o biográfico demasiado definitivo. Tampoco - dice - le importa el reconocimiento social, al menos no en cuanto a cargos y solemnidades. Pero se sabe siempre alerta respecto a los síntomas de la realidad y de la vida: "Me puedo detener con el mismo interés ante una puesta en escena que me seduce como delante de una columna de piqueteros. Me siento muy viva y llena de inquietudes", confirma, y asocia espontáneamente con los motivos personales - algunos de ellos, al menos - que la llevaron a cambiar su domicilio habanero por el porteño. "Venía sintiendo, desde hace más de una década, que me había quedado afuera del circuito al que pertenecía. No sé..., tal vez yo misma me ubiqué en una situación marginal dentro de la cultura cubana".
Durante varios años al frente del Departamento de Teatro Latinoamericano de la Casa de las Américas y de la revista de teatrología Conjunto, Magaly Muguercia renunció a ambos cargos - evoca - cuando se precipitaron en Cuba las consecuencias de la caída de la ex Unión Soviética, a comienzos de los 90. "Ya antes había empezado un proceso muy crítico en la sociedad cubana, no desde la disidencia anticastrista sino desde posturas muy revolucionarias. Pero con la caída del campo socialista aquel proceso quedó trunco. La urgencia por "salvar la patria, la revolución y el socialismo", que era el lema de aquellos momentos, hizo que la política se concentrara nuevamente en la toma de decisiones centralizada y que se suspendiera aquel movimiento crítico que prometía una renovación dentro de la revolución. Hasta hoy creo que abandonar aquella corriente crítica y democratizadora invocando la crisis ("no es tiempo de teorizaciones", dijo Fidel, y dijo también "Socialismo o Muerte") abortó la posibilidad de construir en Cuba el socialismo del siglo XXI.
Reconoce que su generación tiene un vínculo muy profundo - "simbiótico", califica - con la Revolución Cubana: "Para nosotros es la vida misma. Fíjate que siendo adolescentes nos lanzamos a alfabetizar campesinos, a empuñar el fusil y a realizar tareas para las que acaso ni estuviésemos maduros; pero eso ha hecho que vivamos con esa marca tan profunda. Entonces, al quedar trunco aquel proceso autocrítico, yo hice opciones que me alejaron físicamente del país pero también me alejaron desde el punto de vista grupal, de la participación en el nivel institucional. De haber sido una persona muy involucrada en la función dirigente, como cuando trabajé en Casa de las Américas, pasé por voluntad propia al campo no institucional."
- ¿Cuál fue tu actividad en Cuba después de Casa de las Américas?
- Hice una rica experiencia en una institución cubana atípica que es el Centro Martin Luther King, una organización no gubernamental de cristianos protestantes y revolucionarios, que hacen una labor sociológica y de educación popular. (4) Es una institución no oficial, aunque vinculada al Estado cubano. Trabajé allí durante tres años del período especial, entre el 95 y el 97.
- ¿Qué tipo de tarea desempeñabas?
- Me convocaron como teatróloga, para observar los talleres que se hacían con ciudadanas y ciudadanos cubanos para encontrar modos de participación social y política para la gente. Eran talleres vivenciales, no solo de estudios abstractos o teóricos, que introdujeron en Cuba la corriente conocida como educación popular, de Paulo Freire en Brasil. Porque curiosamente en Cuba la educación popular no se dio a conocer, o al menos no se ejerció en propiedad sino hasta fines de los años 80, y en los 90.
- Pero para entonces, ya hacía tiempo que Cuba había logrado erradicar el analfabetismo.
- Sí, pero lo hizo dentro de otra concepción pedagógica. Ya en 1961 Cuba hizo una revolución en la educación alfabetizando a todos los niños y adultos inmediatamente, facilitando y estimulando el acceso a las universidades y democratizando la enseñanza. Es cierto. Pero también es lícito preguntarse desde qué filosofía se establece una relación entre el educando y el educador. Hay que decir que nosotros fuimos afectados por visiones bastantes conservadoras, verticalistas, dogmáticas, de repetición en los métodos educativos formales. Esto es así más allá de que no pueda ignorarse el nivel de instrucción tan alto que logró Cuba en la población. Pero no fue una filosofía pedagógica que tuviera por objetivo enseñar a la gente a pensar por sí misma. Eso explica, en parte, que recién en el ochenta y tantos haya llegado a Cuba Paulo Freire, cuyas ideas pedagógicas iban por otros carriles.
- ¿Cómo vinculaste, en tu quehacer, esas ideas pedagógicas con lo específicamente teatral?
- Estuve encargada de observar grupos y talleres que trabajaban socialmente. Esto me agregó algo sobre el teatro, la convivencia humana, lo democrático. Y me di cuenta de que el teatro, que era lo que yo conocía, tenía una presencia muy importante en todas las actividades sociales. Desde entonces me dedico a estudiar no sólo el teatro como arte o entretenimiento sino otras situaciones dotadas de teatralidad. Como el caso de los piqueteros aquí, un movimiento que tiene un particular modo de comportamiento, una dinámica, un movimiento en el espacio, una gestualidad y hasta un vestuario, para hablar de lo más evidente. Diría que estas nuevas actividades que encaré a partir de los 90 me permitieron acercarme a cosas que me han cambiado la vida y me ayudaron a relativizar mucho más esa supuesta condición de especialista de nivel académico. No es que me haga la modesta sino que me he dado cuenta que me interesa mucho más la cuestión del intercambio, la interacción con otras personas y con otras situaciones.
- Tu postura crítica, ¿te llevó a revisar otros aspectos de tus convicciones políticas?
- Siempre desde un ideario prosocialista, no proimperialista. Pero empecé a sentir en Cuba cierta soledad y la necesidad práctica de ganarme la vida. En el Centro Martin Luther King fui acogida con una manera particular, tal vez por ser una institución cristiana. No olvidemos que lo religioso se había abandonado en Cuba, tal vez porque estuvimos afectados muchos años por el ateísmo científico como política. Eso sin idealizar en exceso la cosa. Para un cubano de nuestra generación, esos talleres permitieron que recuperáramos cierto contacto con la espiritualidad, con la dimensión de lo sagrado. Lo que es la fraternidad persona a persona, que no es lo mismo que la fraternidad cargada de connotaciones políticas.
- Entiendo que esa dimensión de lo sagrado es algo que el Estado cubano respeta actualmente, ¿no es así?
- En 1992 se reconoció oficialmente el derecho de los militantes del Partido Comunista a ser creyentes. En la ley siempre estuvo reconocida la libertad de credo pero en la práctica tenía cierto costo social. Pero en los 90, cuando una realidad dramática enfrentó a los cubanos a la imposibilidad de satisfacer necesidades básicas como la alimentación, muchos se refugiaron en la religión. El Estado permitió esa apertura porque era evidente que algún cauce reclamaba la angustia extrema de quienes veían venirse abajo la subsistencia material y moral. Hoy han vuelto a practicarse libremente los distintos credos, incluyendo, desde luego, las religiones de ancestro africano, las más populares y arraigadas en nuestra cultura, que siempre habían sido descalificadas socialmente.
- Precisamente en los primitivos ritos religiosos está el origen del teatro. ¿Las artes escénicas cubanas mantienen ese lazo original?
- En mi paso por el Centro Luther King pude comprobar los fenómenos de ritualización que se producían en esos talleres. Las situaciones vitales donde el grupo combina su presencia física con estrategias simbólicas a fin de producir cambio son performativas, no importa que los participantes lo hagan consciente o no. Yo lo vi con mis ojos y lo experimenté con mi cuerpo en aquellos talleres. Cumplido un ciclo en esa institución decidí desvincularme de todo lo oficial y trabajar sólo como free lance. Algo extraño, porque no es una manera cubana, donde todos trabajan vinculados a alguna institución. Ahora organizo mi vida con otra libertad y asumo los riesgos de no tener un empleador seguro.
- ¿Este cambio no se parece a los criterios del cuentapropismo liberal?
- Ese es el tema. Pero no creo ser ciento por ciento consecuente con las leyes del mercado. En el 97 me invitaron a colaborar en Haití, para reflotar una revista de pensamiento y cultura que había dejado de salir. Trabajé allí dos años y dejé dos números hechos, y hasta hoy sigue saliendo; no sabes lo que eso significa en un país en las condiciones de Haití. Y después escribí sobre el teatro de la vida, sobre las performance cotidianas en un pueblo extraordinario, que se expresa con el cuerpo, con códigos que no pertenecen a las convenciones de la cultura occidental.
- En los últimos años también has residido y trabajado Chile.
- Mi experiencia en Chile también tiene que ver con determinados errores de la política cubana, como no permitir durante años que regresaran al país profesionales que se habían ido. Fue el caso de mi hijo, que había viajado en el 95 a Santiago de Chile, para hacer una maestría en su especialidad, ingeniería en computación. Solicitó una prórroga que no le concedieron, se enamoró de una chilena y decidió quedarse en Chile. A eso se le llama en Cuba ser un desertor, y nunca más lo dejaron volver, hasta que en junio de 2004 el estado dio permiso para entrar de visita a su país a decenas de miles de personas. Por lo tanto, cuando terminé mi trabajo en Haití miré a mi alrededor y me dije: ahora me voy para Chile. Estuve tres años como profesora en la Universidad Católica y en la Finis Terrae, entre 2000 y 2003. La verdad es que aquel problema fue fuente de dolor y sufrimiento en mi familia. Nunca lo justifiqué y discutí esa disposición incluso con apoyo del ministro de Cultura de Cuba. En esa época, el padre de mis hijos, Raúl Macías, que era escritor, dramaturgo, guionista de cine y militante del Partido Comunista y vivía en La Habana, enfermó de cáncer. A mi hijo no le permitieron ir a verlo. Por eso hablo con severidad de algunos aspectos de la política cubana. No obstante, quiero dejar en claro que vengo de una familia de militantes revolucionarios. Mis ensayos y ponencias para congresos o foros académicos, en general promueven simpatía y respeto hacia Cuba, a pesar de ser críticos de la actualidad. Porque no soy contrarrevolucionaria ni afín con los cubanos de Miami. Sólo que me atrevo a problematizar un país que creo conocer un poco. Claro que eso me creó una situación de virtual exclusión profesional en mi país, donde no puedo dar clases ni se publican mis trabajos. En 2003 volví a Cuba y estuve dos años intentando reintegrarme. Algo que además necesitaba, ya que si no, jamás tendré derecho a retiro. Cuando llegué llamé al decano de la Facultad de Artes Escénicas, de la que soy fundadora, para decirle que estaba allí dispuesta a dar clases. Pues hasta el día de hoy no soy necesaria en la facultad. Evidentemente, estoy marcada por lo que escribo y por algunos actos públicos de desobediencia civil en los que he incurrido, como mandar correos electrónicos de protesta a los medios, cuando pasó lo de mi hijo; y otros. He navegado con suerte porque muchos me conocen y comprenden por qué soy desobediente y atrevida.
- ¿Cuál es tu opinión acerca de las manifestaciones de solidaridad hacia Cuba y Fidel Castro que provienen de los sectores latinoamericanos más afines con el pensamiento socialista?
- Creo que lo que se valora desde afuera es lo que Cuba representa para la utopía del continente. Y estoy de acuerdo en que se necesita esa Cuba simbólica. Pero desearía que quienes se dedican al análisis social y político se detuvieran a pensar también en la Cuba real. Si no lo hacen incurren en un ocultamiento que falsea el análisis. Siempre he entendido la admiración que genera la Revolución Cubana. Pero mis posturas críticas no menoscaban el respeto hacia lo que fue históricamente la revolución socialista y el proyecto de esa sociedad. En cambio, la ortodoxia procubana de algunos intelectuales "amigos de Cuba" a veces me hace sentir discriminada. Como si se apropiaran de algo que en realidad es de todos y ellos conocen menos que nosotros. Aquí en Argentina he visto actuar a esa dañina buena fe más de una vez.
1. De "El cuerpo cubano en los 90", ponencia de Magaly Muguercia presentada en el encuentro del Instituto Hemisférico sobre Performance y Política de Río de Janeiro, julio de 2000. Publicado en inglés: Boundary 2, vol. 29, número 3, fall 2002. Volver
2. A la fecha (septiembre de 2006), ya no labora en esa institución. (N. de la R.) Volver
3. Magaly Muguercia, "El escándalo de la actuación", La Habana, 1996; "Cuerpo entero, llanto general. Ejercicio frente a las Torres Gemelas", La Habana/Santiago de Chile, 2001-2002; "Banderitas de papel", La Habana, 2003; "Bailar y comer arroz con pollo", La Habana, 2005. Volver
4. M. Muguercia, "La performance. Comentarios para la educación popular", La Habana, 1996. Volver