Por Bruno Bert
Tal vez lo más característico del teatro mexicano de este momento es cómo no refleja - al menos de manera más o menos directa y reconocible - la conflictiva realidad de nuestro país. La política y la teatralización manifiesta de los hechos públicos están muy por encima de la capacidad que, por ahora, tiene naturalmente el teatro para expresar los miedos y las ansiedades de una determinada población. Los creadores van a la zaga de los hechos, confundidos, un tanto desconcertados y ocupados más bien por situaciones focales de presupuesto, programación y reubicación incierta a partir de lo nebuloso del panorama político y cultural. Naturalmente, hay formas oblicuas de hablar y es imposible no hacerlo porque el silencio es también una forma de mencionar las cosas, así sea por ausencia. Pero el teatro, antaño tan proclive a las barricadas y los manifiestos, a las agitaciones y las vanguardias, hoy se muestra más que modesto y deja que la escena se vista de telones y luces manejados por los actores políticos, tan pésimos en un rol como en otro, cargados siempre de estridencias, megalomanías y falta de sentido de la oportunidad.
Bueno, nosotros reseñaremos a continuación dos de los espectáculos que más nos han atraído en lo que va de nuestra temporada. Toda vinculación con el externo corre por cuenta de quien se atreva a establecer los puentes.
La síntesis hace parte esencial de la dramaturgia contemporánea, y "Congelados" es un ejemplo muy interesante de ello. Temáticamente me recuerda un viejo filme de Miguel Littin, aquel chileno de profundo compromiso político. Me refiero a "El chacal del Nahueltoro" (1969), donde se contaba la historia de un desclasado que vivía con su mujer y tres hijos en un basurero. En una noche de borrachera los mata a todos, luego es detenido, se le hace comprender la gravedad de su crimen y finalmente se lo fusila. La película terminaba bajo el grito de "asesinos" en un intenso cuestionamiento social de las raíces de los actos.
Algo similar nos cuenta Bryony Lavery, la dramaturga inglesa autora de esta obra dirigida por Lorena Maza. Sólo que los componentes sociales, aún existiendo claramente, pasan como a un segundo plano, porque los tiempos son otros, y también los lenguajes, aquí no solo ajustados al teatro, sino también a apenas tres personajes - el asesino serial de niñas, la madre de una de las víctimas y una sicóloga - que manejan mucho más el monólogo que el entramado provocado por los encuentros entre protagonistas. Aquí parecieran pasar a primer plano las consideraciones psicosociológicas sobre el ser humano y una inconmensurable soledad filosófica. Ni siquiera existe ya la posibilidad de pensar que una transformación social permitirá el reencuentro con lo humano, ya que lo humano es así, simplemente aterrador.
La complejidad del material es notoria, lo mismo que su pertinencia, y resulta altamente interesante la labor combinada de la directora con Hania Robledo y Teresa Uribe en la concepción escenográfica, con amplios paneles móviles, espacio vacíos y juegos de transparencias y disolvencias que dejan al actor y las palabras en un juego directo con el ámbito y con la evocación de otros lenguajes visuales. Y es esta la ubicación perfecta de la ambigüedad ética. Cada uno de los tres personajes presentados aparece sucesivamente bajo aspectos que pueden explicar tanto su dolor como su egoísmo, su patología personal, la posibilidad de la bondad y el sinsentido de esta palabra. No existe ni la defensa ni el ataque de ninguna posición, sólo un muestreo de acciones y pensamientos, y esa soledad final de la que hablábamos, capaz de combinar la risa con la muerte, entendiendo que el hombre, generalmente, es capaz de sobrevivir a todo y a cualquier costo.
El primer peligro es transformar el producto en un melodrama, y evitarlo es un minucioso trabajo de la directora con las actrices. El segundo, es tratarlo como su contrario, acercándolo a lo que podría ser, sobre todo en la puesta, una especie de ecuación fría que recordara las estructuras de las piezas didácticas; y nuevamente el trabajo de Lorena Maza esquiva la tentación implícita y aborda el material casi desde el diseño, dejando espacio para ese río de palabras, volviéndolas corriente que talla cauces en la psicología de los personajes.
Muy interesante la labor actoral de Julieta Egurrola - la madre de la víctima -, Aurora Cano - la psicóloga - y Alejandro Calva, el asesino serial. Los tres se manejan con una calidad indiscutible, siempre a un paso de un desborde sumamente calculado, que enfría apenas las emociones que emergen a borbotones, quebrando la razón de ese estadio del subconsciente que los mantenía "congelados" por el peligro latente que contienen.
En definitiva, un material excelente, capaz de mantener en vilo al espectador, despertando en él la conciencia de algunos rasgos esenciales de nuestro tiempo, que cuestionan nuestras relaciones y valores con un trasfondo político de absoluto desamparo.
La obra de George Büchner (1813-1837) en brevísima, pero absolutamente seductora para nuestra contemporaneidad. Y de entre sus pocas obras, "Woyzeck" - su último e inconcluso material teatral - es el nombre que más resonancias conserva para nosotros. Y sin embargo no es muy convocada (en nuestro país creo haber visto tres puestas en los últimos quince o veinte años), lo que hace que sus reapariciones sean especialmente esperadas. En este caso, quien la ha llamado a escena como director es Agustín Meza, un joven que egresó hace unos años de la ENAT, y que tiene en su haber apenas cuatro puestas - creo que todas premiadas. Meza suele dedicar un par de años de trabajo a cada propuesta escénica, situación insólita en un espacio chambista como el nuestro, y que nos recuerda el caso de Claudio Valdés Kuri, apenas mayor que Meza y también ejemplo de lo mejor de nuestro teatro joven.
"Woyzeck" narra la breve historia del soldado de ese nombre, barbero del regimiento, y con ciertos rasgos de simpleza espiritual. Su relación con la "ciencia" consiste en comer sólo garbanzos durante meses, a instancias del médico que experimenta con él; con el honor, a través de la relación con su "filosófico" capitán; y con la sexualidad y el afecto por medio de su mujer, un tanto aficionada a la sensualidad y a los tambores mayores y sus entorchados uniformes. Mediante un diálogo breve, conciso, que alterna con algunos interesantes monólogos, vamos definiendo personajes goyescos y viendo el accionar y el pensamiento de la sociedad alemana de principios del XIX, con su carga de prejuicios, ataduras y crueldad, en donde el pueblo en definitiva es un deficiente usado y manipulado por los poderes civiles y militares para finalmente descartarlo cuando deja de encajar en sus parámetros convencionales.
Meza nos presenta la historia en una especie de corral rodeado totalmente por el público, con el piso lleno de virutas y una serie de objetos cargados de sugestión. Se trata de un mundo cerrado al que nos asomamos con una curiosidad cargada de malicia. En el centro, una especie de gran pecera nos marcará la presencia del agua, con los simbolismos que conlleva y su imagen final de muerte, del lago nocturno aún donde Woyzeck arrojará el puñal usado para asesinar a María.
De inmediato llama la atención la calidad de factura de todo lo que compone la historia: el espacio, los objetos, el vestuario, las texturas - que escapan de los elementos para incorporarse al ámbito a través de una excelente iluminación a manos de Blanca Forzán -, y una muy oportuna elección del material musical que teje en el aire la nostalgia de un mundo que va perdiendo su calidad humana. Es clara la mano de un director artesano que compone cada parte de un todo arropándolo con especial cuidado y afecto, incluso con una delectación que en algunos momentos puede hasta parecer excesiva, en cuanto a tempos y ritmos se refiere.
En el trabajo del equipo, a veces un tanto irregular, destaca Tomás Rojas en el difícil papel de Woyzeck, con sus asombros, su ternura mutilada y la sombra de estupidez o incomprensión que por momentos opaca sus ojos. María es Ireli Vázquez, muy contenida, interesante y tal vez necesitando ese aire que se respira en un baile, ese aliento que se pierde entre los fuertes brazos del tambor mayor, ese absorber los vientos que corren más allá de la ventana de su bohardilla. Un asunto de aspiraciones, nada más. Los demás, correctos; incluso la ingenua belleza del niño que participa sin violencia y ajustadamente. Ellos son Diego Oropeza, Adriana Segura, Mario Balandra, Llever Aiza, Erwin Veytia, Cesar Ríos y Ramón Solano.
En definitiva, un "Woyzeck" que nos devuelve lo mejor de Büchner, nos prende ante un teatro no complaciente y lleno de belleza y nos habla de nuevas líneas de creación con su eco de tradiciones en manos de un director hábil y sensible.
Dos autores y ambos extranjeros; contemporáneo el primero, clásico el otro. Y no es que falten escritores, al contrario. México es un país especialmente fértil en dramaturgos y también hay calidad, nombres que importan, sustancia en los trabajos. Bueno, será que en los últimos seis meses estuvieron en ternas menores y esto fue lo que emergió. Al menos a mi criterio, no siempre coincidente con las opiniones canónicas. Se esperan cosas importantes en lo que falta del año, veremos si es cierto que lo mejor siempre está al cierre