De Eduardo Rovner. Dirección: Gaby Fiorito. 27 de marzo al 21 de agosto
Los peligros del turismo
de Eduardo Rovner
Con Mauricio Chazarreta, José Formento, Christian Chen Serna (Chen Xiu Yán), Iván Steinhardt, Gabriel Wolf, Emilio Zinerón
Vestuario: Facundo Veiras
Música original: Sebastián De Marco
Luthier: Fernando Tortosa
Fotos: Evann Violeta
Asistencia: Emilio Zinerón
Dirección: Gaby Fiorito
Duración: 75 minutos
Cuatro tipos del montón, con historias personales diferentes y un negocio común: el turismo receptivo en la villa miseria.
Eusebio, tejedor de ponchos, es el jefe de este original emprendimiento, conformado además por el grafitero Diógenes, el jardinero Gervasio –especialista en tés-, y Juan, probablemente el más culto, dueño de una bibliocleta. Unidos por el fracaso y la soledad, estos personajes van tejiendo una serie de discusiones y reflexiones acerca de los avatares de este negocio, con una calidad discursiva que oscila entre grafitis y fragmentos de autores célebres, degustando distintos sabores de té, mientras aguardan la llegada de los visitantes.
Luego de acondicionar el lugar y ensayar números culturales para recibir a los turistas, se enfrentarán a una decisión que pondrá en jaque la honorabilidad de los protagonistas, frente al hambre de supervivencia.
El montaje propone una estética cargada de teatralidad, con una alta dosis de absurdo, en la que se yuxtaponen los planos del deseo con el de la realidad, la soledad, las heridas no cicatrizadas, sobrellevadas con un gran sentido lúdico y un saludable humor negro.
¿Todos somos miserables?
CELCIT. Temporada 2016
Eduardo Rovner y Gaby Fiorito, forman un dúo de atinadas y sorprendentes puestas teatrales
Miserables, los peligros del turismo, un drama social plasmado en forma de comedia con grandes elementos de absurdo. Cuatro compañeros ricos en personalidades e historias personales contrastan con la vida que les toco transitar. Son un grupo dispar cuya imaginación y desesperación al límite de perder la dignidad, los ha llevado a adentrarse en el negocio del turismo en su propio ámbito, una humilde vivienda. Exaltando y elevando características de una villa miseria hacen una puesta escena para contentar a los visitantes extranjeros, quienes disfrutan en descubrir cómo vive la clase más baja de una sociedad desigual, distante e indiferente en donde nos vemos inmersos en nuestros días.
Con un discurso superficial, pero con un entre líneas lleno de una exquisita crítica social e irónico humor, el texto de Eduardo Rovner se ensalza en las buenas interpretaciones de un equilibrado y talentoso equipo actoral. Ellos son: Mauricio Chazarreta, José Formento, Iván Steinhardt, Gabriel Wolf, Emilio Zineroni y Christian Chen Serna (Chen Xiu Yán), quienes aportan lo mejor de cada uno para cautivar y emocionar en la acertada y deslumbrante dirección de Gaby Fiorito. Como siempre este equipo Rovner-Fiorito han vuelto a acertar con las exigencias del público y la pieza resulta emotiva, representativa y reflexiva. Una buena opción para cerrar el fin de semana.
Como conclusión estamos frente a una obra vivaz, sufrible y divertida al mismo tiempo. La enérgica dinámica de la puesta mantiene al espectador atento de principio a fin. Cuatro almas desoladas anhelan la llegada de los turistas como único medio para escapar de su humilde situación. Un artista frustrado de grafitis, los otros vendedores de productos desiguales, raros tés, libros añejos y ponchos regionales. Ellos dan título a la obra “Miserables”, pero en realidad son la misma cara de una misma moneda que refleja la feroz sociedad actual. Resultan rebeldes, vanguardistas, vulnerables y doblegados hacia el final, sólo para satisfacer las necesidades del que tiene más, los esperados turistas. Imperdible.
¡Qué finde largo! Vino fenómeno para recargar pilas, para tomarse unas buenas siestas, para ponerse al día con series y pelis, para salir un poco a orear la bocha y ver cosas nuevas y buenas que ofrezca la ciudad. Y una de las cosas más prometedoras desde siempre en Buenos Aires es la cartelera teatral. Mientras disfruto del pesto que le estamos pegando a EE.UU. en la Copa América (Lio te llevo en el alma, y cada día te quiero más), les escribo esta columna para que se espabilen y se encaminen rumbo a la reina del plata y sus secretos.
Somos una ciudad que se ilumina de oportunidades, de ofertas de toda índole: oficiales, independientes, del under, de la calle… Andamos todos pululando por el asfalto, pateándola para adelante, chupando mate, con las luces de las marquesinas enmarcándonos el cerebro. Y, muchas veces, de llenos que estamos, no salimos del fondo ni que vengan degollado, dejando que el viejazo nos marque cuerpo a cuerpo y nos gane lo mejor.
Es por eso que, este domingo, había planeado gambetear unas cuantas cosas, antes de que se me presentara el espíritu del invierno presente y me compeliera a enchancletarme y fingir una lesión. Decidí que al mediodía aceptaría la invitación a comer un asado con amigos que ofrecían su casa con la mejor onda. A la tarde me pondría con arreglos del hogar, a las 20hs iría al Celcit a ver Miserables y pasadas las diez de la noche, rumbearía para Tigre a un cumpleaños. Cuando arrancó el día, pensé que no podría hacer todo, que el viejazo y el invierno me dejarían en “orsai”, pero con tenacidad y compromiso pude hacerlo todo con muchísima energía y fenomenal onda.
El asado estuvo fantástico, con las cosas de la casa venimos encaminados, lento porque hacemos todo el Chuchi y yo, pero encaminados al fin. El cumpleaños fue un gol de media cancha, como siempre en casa de mi amiga Agustina que se manda unas fiestas recontra copadas; y de la función de teatro es de lo que me gustaría hablarles ahora, para que se pongan las pilas y vayan a ver este zapatazo al ángulo que es Miserables, los Peligros del Turismo.
Ya el año pasado, Gaby Fiorito nos había sorprendido con su maravillosa puesta de Cuarteto. Lejos de dormirse en los laureles, ahora vuelve a meterse con Rovner y a salir más que airoso del trance, cabeceando en el área con remarcable precisión, aun cuando el despliegue emocional de la obra es avasallante.
Como siempre, lo pictórico está fuertemente presente en la elección de Fiorito. Esa especie de expresionismo criollo que lo caracteriza y que enmarca toda la acción en un potentísimo corsé visual. El escenario como lienzo polifacético, la imagen como materia prima, la palabra como catalizador, la música en un rol casi chamánico, y el movimiento como refinador inconfundible.
La estrategia del director es casi imbatible.
Cuatro tipos, otrora clase media, se la rebuscan vendiéndoles a los turistas algunas cositas que, aunque cultas y refinadas, no escatiman miseria: té, libros, ponchos al telar y grafitis. Superficialmente cultos, analizan una y otra vez la desgracia que los asola, sin dejar por eso de lado la picardía y el aprovechamiento.
La dignidad como mercancía.
Cuatro cínicos, cuatro víctimas, cuatro hombres que, con portento discursivo y justeza coreográfica, plantean un juego de contraste soberbio entre la necesidad, la ironía, la ingenuidad pasmosa, la violencia y el oportunismo.
Iván Steinhardt, Mauricio Chazarreta, Gabriel Wolf y José Formento brillan cada uno con luz propia, sosteniendo durante la trama a estos personajes unidos por una misma materia dramática, pero con claras y valiosas peculiaridades compositivas. Son la línea de ataque de un equipo conformado virtuosamente. Todos tienen su momento en el escenario y le sacan provechoso partido, interpelando al espectador tan certera como atenazadoramente. Es claro que el director conoce a sus actores y los contiene y los suelta, ateniéndose brillantemente al talento, al punto fuerte de cada uno.
La música original de Sebastián De Marco, una cumbia lastimosa tan bella, perfecta y absolutamente inherente a la obra, se vuelve inolvidable. Una rabona de melancolía, tropicalísima, que se mete en las venas y en la memoria. Los desafío a ver esta obra y no tararearla por lo menos, por las dos horas siguientes.
Explota por las bandas Christian Chen, muy sorpresiva y contundentemente.
Y así, como no podría ser de otra manera, termina el partido en goleada 4 a 0 y yo voy perfilando el párrafo final de esta columna. Miserables, los Peligros del Turismo, tiene todo para llevarse la copa con magia, garra y dignidad. El trabajo del equipo es verdaderamente maravilloso. Una máquina imparable, que resulta del esfuerzo sesudo, sensible, comprometido y leal a un lenguaje que se aproxima a la creación colectiva, pero se somete sabiamente a la dirección de Fiorito.
Es imperativo verla.
Y diciendo esto, cambio de camiseta con el Chuchi y me voy al vestuario.
Denuncia social en tono de humor. Como personajes fugados de “La novela de dos centavos”, de Bertold Brecht, “Miserables” es la historia de cuatro individuos que arrojados a la subsistencia por un Capitalismo feroz deciden aunar esfuerzos y, haciendo uso de los recursos del sistema, intentarán arrebatarle algo de lo que se le caiga distraído del bolsillo, habida cuenta de que la teoría del derrame resultó ser un cuento del tío más en el objetivo de acumular riqueza. Así, pasarán del marketing villero, a la venta agresiva, de la estrategia de comercialización al valor agregado del producto. Todos estos elementos serán llevados al extremo de transformar su cuerpo en mercancía miserable para que su exhibición alimente el morbo de los que buscan ver un pobre en su “entorno natural”. Cuatro hombres con el corazón roto y los bolsillos vacíos que intentan aferrarse a un saber que les devuelva una identidad para no ser borrados definitivamente de su subjetividad. ¿Cómo hilvanar esa humanidad en un telar que se va viendo cada vez más viejo y que rompe la trama? Veremos cuatro sujetos que atravesados por el enciclopedismo de por lo menos los últimos dos siglos ingresan a este siglo XXI sin notar que ese conocimiento se ha vuelto estéril, inconexo; que los discursos se vuelven repetidos, o son dichos a un público que ya no entiende su significado; donde gritar las ideas a voz en cuello es el último refugio de la impotencia de recuperarles su sentido. Incluso el saber popular a través del refrán se experimenta desarraigado y el saber milenario de toda una cultura, la del té en este caso, se vuelve herramienta de penetración cultural mercantilizado. Miserable: dicese de la persona que vive en un estado de pobreza extremada; también dicese de la persona que es muy desgraciada e infeliz. Podemos pensar que estos hombres tienen un poco de ambos. Estos terminarán descubriendo que para los colonizadores... perdón, turistas, la dignidad del otro siempre tiene un precio, e incluso estos miserables sabrán en cuánto están dispuestos a venderla. Un texto de Eduardo Rovner profundo, que arroja verdades que tendremos que hilvanar en nuestra mente para que nos arrope como un poncho de Eusebio, uno de los personajes. Una dirección y puesta en escena brillante, dinámica, con una dirección de actores que logra un grupo compacto, aceitado; todo ello a cargo de Gaby Fiorito que logra momentos estéticos de alto impacto como el inicio de la obra o la escena de la Iglesia. Cuatro actores (Mauricio Chazarreta, José Formento, Ivan Steinhardt, Gabriel Wolf) a los que les compraremos todo lo que nos quieran vender de esta hermosa y sentida obra, junto al guía de turismo (Emilio Zinerón) que los conecta con el mundo y les trae los clientes; y un turista (Christian Chen Serna) muy particular, no tanto por su manera de ver el mundo como por su destreza. Una escenografía que limita el lugar que cada uno de ellos a encontrado en este universo villero, que define su identidad en su quehacer confirmando que el trabajo construye subjetividad. Dos objetos jerarquizados: el triciclo y el telar-instrumento realizado el luthier Fernando Tortosa. Las luces aportan un elemento fundamental a esos momentos dramáticos ayudando a construir un clima para sacarlos de esa miseria en una imagen imponente, rica, inolvidable. Un vestuario cuidado en los detalles para dar un tinte personal a cada uno de estos desarropados, creación de Facundo Veiras. Música original de Sebastian De Marco, que seguirá sonando en nuestra mente mucho después de abandonar la sala. Todo ello sucede en el CELCIT, lugar conocido por su compromiso social, no sólo teatral. Para corroborar ello bastan algunas palabras del recordado Juan Carlos Gené que bien vienen al caso: “El teatro presenta al hombre como es, angelical y homicida, tierno y cruel. Nunca ha sido el teatro ámbito de almibaradas visiones del hombre… nos enseña a descubrir y amar, precisamente, lo que la realidad oculta: a comprendernos, aceptarnos y también a cuestionarnos y no aceptarnos. Ése es el sentido de este oficio y es lo que da al oficiante una nobleza y una trascendencia que casi siempre ignora. El teatro es reserva de la vida, es gesto de aprecio y celebración de sí misma. Es el espacio de la dignidad del hombre".
"Miserables" es una obra que nos dejará preguntando, como lo hace el autor, "¿Todos somos miserables?
En Villa Malandra conviven cuatro hombres con un oficio en común: recibir turistas para que conozcan con deleite morboso las desventuras del lugar y sus habitantes.
Eusebio, tejedor de ponchos, es quien lleva la batuta en este equipo particular. Con pretensiones filosóficas y morales expone sus argumentos a favor de la vida que llevan y despotrica contra el turismo, contra la geografía, contra el gobierno y, básicamente, contra todo lo que se le va cruzando. Lo siguen Gervasio, el cultivador de tés, un típico espécimen teatral de jipi-con-rastas-que-está-un-poco-loco-y-siempre-dice-la-verdad; y Juan, dueño de una “bibliocleta” y de una joroba, costo de acarrear su propia porción de cultura verdadera. Cierra la comitiva Diógenes (que solo comparte con su par griego el culto a la pobreza), un grafitero que teje sus discursos a partir de refranes mal empleados y busca difundir en las paredes del barrio información de interés para el vecino o sus pequeñas epifanías cotidianas.
A través de diálogos ridículos, degustaciones de té y el destacable uso de música en vivo mediante un instrumento-telar especialmente diseñado para la ocasión, iremos conociendo a quienes conforman el espectáculo turístico. Pero cuando la hora se acerca, aparece la verdadera puesta en escena y los personajes se caracterizan: más jorobados, más viejos, sucios, tullidos y locos. Como caricaturas de sí mismos recibirán al contingente turístico para hacer de sus miserias un número de exhibición y, cuando la situación se les vaya de las manos, deberán preguntarse a cuánto están dispuestos a vender lo que les queda de dignidad.
En el país que tenemos, la imaginación y el humor son lo último que se pierde. Que un grupo de habitantes de la villa miseria Malandra realicen un emprendimiento turístico para atraer curiosos que se regocijen con nuestro miserabilismo, no es una ficción teatral, sino un fenómeno candente. Cuatro emergentes de esa realidad en emergencia se unen en una tarea empresarial: el líder, un fabricante de ponchos, pero sobre todo, un demagogo; un botánico especialista en tés de toda especie; un grafitero que recita un proverbio para cada ocasión, y un bibliotecario quien atesora el acervo literario. Emergentes que surgen como símbolos del quehacer social, dialogan y razonan sobre sus motivaciones y conductas. Todo, mientras aguardan la llegada de los turistas, para quienes representarán la parodia marketinera de su vida villera.
Gaby Fiorito concibió la puesta en escena de esta obra de Eduardo Rovner con una dinámica siempre en movimiento, desde la espectacular llegada de los cuatro personajes en una bicicleta, pasando por constantes cambios de escenario, y un sabio uso de los cuerpos, puestos a expresar el drama. La acción –que se afinca en la autoparodia- va tornándose más dramática hasta culminar en la degradación más aberrante, que plantea un interrogante sobre dónde residen las verdaderas miserias.
No hay muchas oportunidades de reencontrarse con la farsa en el teatro, por lo que es esta una deliciosa ocasión para hacerlo. Farsa que remite a nuestra situación social, y podría extenderse a otros territorios. Porque la obra –si bien algo reiterativa– se afinca en la realidad contemporánea, y en las consecuencias del capitalismo salvaje.
Un elenco impecable, donde se destacan José Formento (el tetero) por su versatilidad e Iván Steinhardt (el refranero) por la profundidad que sabe darle a su personaje.
El tema musical de Sebastián Demarco crea el clima desde antes de la salida a escena y perdura hasta mucho después de haber salido de esas profundidades.
En tiempos de crisis, el miserabilismo se presenta como una cualidad inseparable de la conducta humana. En él, se exponen los recursos más bajos del ser, lo más vergonzoso y humillante. Pero para sobrellevarlo con altura, siempre están presentes discursos de superioridad: social, intelectual, que aparentan status.
"Miserables (los peligros del turismo)" viene a dar rienda suelta a los aspectos más bajos de la decadencia –moral- a través de un texto del siempre ácido y punzante Eduardo Rovner, convertido en puesta por tercera vez y en su mejor versión, por Gaby Fiorito (3xRovner, Cuarteto).
La obra comienza en un local ubicado en la Villa miseria “Mandrake”. Un grupo de miserables fellinescos deambulan el lugar a la espera de explotar comercialmente sus desgracias con los turistas extranjeros (esos que traen dólares o euros), mediante sus miserias exacerbándolas, amplificándolas a un punto degradante de no retorno. Ellos son Eusebio (Mauricio Chazarreta), tejedor de ponchos, jefe de este emprendimiento, el graffitero Diógenes (Iván Steinhardt), el jardinero Gervasio (José Formento) –especialista en tés-, y Juan (Gabriel Wolf), dueño de una bibliocleta (biblioteca montada en un vehículo rodado 20).
El espectáculo realizado por Altro Ké Compañía Teatral comienza lentamente, describiendo personajes con su forma de pensar y pasatiempos en donde reparten sabiduría en largas charlas para demostrarse cultos sin serlo. A contraparte de lo dicho está lo que hacen, que irá siendo justificado por un discurso de superioridad hacia el resto de la sociedad, propio de una clase media en evidente decadencia.
Pero hacia el final el texto se intensifica y el relato, azaroso y dubitativo, explota en un cúmulo de ideas que aquí no adelantaremos sobre la conducta que da título a la obra. Desborde frenético y descabellado para impactar en el espectador con un desenlace final más fatal que la propia muerte.
“Eduardo Rovner es uno de los más grandes dramaturgos argentinos contemporáneos, con quien, a partir de 3xRovner –espectáculo que nos trajo muchas satisfacciones y premios- entablamos una fuerte relación autor/director con una alta dosis de amistad”, afirma Gaby Fiorito, “en esta oportunidad, Eduardo me mostró un listado con 8 títulos suyos para que eligiera uno y lo lleve a escena. Leí tres textos que no conocía y de esos tres, con Miserables, fue amor a primera vista. Sus textos, en general, nos hablan muchísimo más que de la fábula aparente. Rovner es un denunciante, y como tal, me parece un hallazgo desde el quehacer artístico poder adherir a un autor que denuncia bajo el velo de la metáfora, sin caer en la obviedad de esa denuncia. La empatía con su obra tiene que ver con una conexión casi metafísica, al leer sus textos, leo imágenes. Esas imágenes me invaden, me habitan y por supuesto, me quitan el sueño, me piden estar vivas en el cuerpo de los actores y en el espacio escénico: me piden pista.
¿Cuál era el principal desafío de Miserables: los peligros del turismo?
El principal desafío era empezar a arremangarse y poner el cuerpo para, muy de a poco, ir arrimándonos a la esencia de la obra. Esencia muy compleja que yuxtapone un plano de orden más filosófico –que tiene que ver con la espera, con la honorabilidad del hombre y el hambre de supervivencia-, con otro plano más “palpable” que se relaciona con la realidad de nuestra sociedad actual. Ese era el principal desafío, poder desentramar esa complejidad y a la vez transmutarla en una síntesis escénica que logre captar, mantener y generar el goce en el espectador, goce producto del humor ácido, irónico, negro, y también producto de cierto dolor en los genitales. Fueron 5 meses de un intenso trabajo.
Dentro del absurdo del texto se genera la sensación de estar frente a un espectáculo circense ¿Cómo ideaste la puesta? ¿Por qué elegiste este tono para la obra?
Tiene que ver con la poética teatral que venimos trabajando desde el 3xRovner, que alimentamos en Cuarteto y profundizamos aún más en esta nueva puesta. En lo personal, me aburre mucho el teatro donde el actor se limita a decir un texto, por eso en mis puestas trabajo mucho con el cuerpo del actor, abordando a fondo cada escena con un gran sentido lúdico, construyendo pinturas vivas, explorando posibilidades de rupturas y dinámicas espaciales, tratando de lograr una partitura precisa. Elijo una poética que desnude el alma del actor y del texto, que no solo él entre en trance, si no que el espectador vivencie codo a codo las emociones y con las emociones del actor. Eduardo habla de nuestra poética teatral como de “farsa moderna explosiva”. Otros, la han bautizado como “farsátira”. Algunos críticos la asocian con cierto aire circense y ciertas influencias del neorrealismo italiano, lo cual se agradece. Pero más allá de rotular un estilo, lo que tengo claro es que quiero un teatro bomba, donde emerjan cosas viscerales, donde se transpire la camiseta para disfrute de todos los que asisten al ritual.
¿Cómo trabajaste con el elenco desde el aspecto físico, tanto desde la caracterización de los personajes como las secuencias de mayor despliegue de acciones?
En principio charlamos mucho acerca de características psicológicas -personalidad, temperamento, calidad discursiva- y las características físicas de cada uno de los personajes, atendiendo por un lado al oficio que desempeña desde hace años, -uno es jardinero, otro grafitero, otro es tejedor de ponchos y el cuarto es un bibliotecario ambulante- cuál es el background de cada uno en relación a su actividad, cuál ha sido su tránsito de vida y cómo es su mundo de relaciones y vínculos, incluso sus vidas amorosas. Durante el proceso creativo fuimos probando la incorporación de todo este bagaje al cuerpo del actor, y fueron apareciendo determinadas maneras del decir de los parlamentos, ciertas rupturas y cierto extrañamiento en los cuerpos, llevando por ejemplo a descubrir en Juan, el bibliotecario, que al ser “ambulante” ha llevado durante años libros en su espalda, generando así una prominente joroba. O el andar de Gervasio, el jardinero, con un tono muy relajado debido al consumo de sus tés y ciertas hierbas de su propia plantación. El despliegue de acciones tiene que ver con una decisión de puesta, decisión consensuada y compartida por todo el equipo. Tiene que ver con esa poética que hablamos antes y que forma parte del cómo contar la historia, imprimiéndole dinamismo y vértigo al teatro que proponemos
Fiorito hace mucho énfasis en El sentido lúdico: “Las esperas reiteradas y el cansancio llevan a los protagonistas a jugar en diferentes momentos, incluyendo así al juego como una forma de vincularse entre sí, sea tanto para contar una anécdota -que ya se la han contado entre ellos de mil maneras distintas- como para transmitir alguna vivencia. Uno de esos juegos es, por ejemplo, parodiar la mesa más famosa de nuestro país, con la nimia diferencia que en lugar de un gran banquete, ellos toman té y comen pan duro. Otro de los juegos planteados, cuenta el origen del té en China. Otro, más oscuro, narra una anécdota que ha presenciado Juan en la calle, donde un grupo de turistas orientales linchan a un motochorro a la salida de una iglesia.
Si bien el texto tiene algunos años, ¿cómo crees que refleja el estado de la sociedad nacional de hoy?
Lamentablemente tiene plena vigencia. Y en este punto, refleja no solo el estado de la sociedad actual nacional, sino también de países hermanos como Brasil -los tours a las favelas- y a otros países de nuestra querida Latinoamérica, del continente africano, etc. Pero en lo que se refiere a nuestra sociedad, la temática planteada tiene varias aristas de análisis. Probablemente la primera tenga que ver directamente con la cuestión económica y el salvajismo de un sistema que excluye cada vez más, aunque desde el discurso nos hablen de inclusión. Y me permito citar un texto maravilloso que dice Diógenes, el grafitero, que con cierto humor ácido, logra quizás la síntesis perfecta en este aspecto, él dice: “quieren ser Hood Robin, porque le roban a los pobres para repartírsela entre los ricos”. Otro punto de análisis tiene que ver con la idiosincrasia argentina, esta viveza criolla aplicada al afán de supervivencia, esto es cómo hacerle cintura a una realidad hostil a partir de la creación de este emprendimiento, que es el turismo receptivo en las villas miseria. Aflora también la contradicción que es muy nuestra: los protagonistas se la pasan debatiendo y criticando con dureza aquello que finalmente les da de comer, algo así como quedarse instalados en un mal necesario, en lugar -en todo caso-, de buscar nuevos modos de resolver. Contradicción y lamento, y cierto goce de esa situación.
¿Qué herramientas te aporta el “absurdo” como género para explorar nuevas formas de teatralidad?
Considero que es la puerta más grande a la exploración que mencionás, y esa puerta nos permite entrar en un mundo lejano al cotidiano del común de la gente, pero muy cercano y rico en teatralidad. Tiene que ver con la vida de estos personajes y con la forma de transitarla, vidas como un conjunto de repeticiones inútiles -y aquí la circularidad de la música del comienzo-, vacías, carentes de sentido y significado, que se llevan a cabo más por costumbre, tradición e inercia que por coherencia y lógica. La eterna espera de algo mejor, que a la vez, se sabe que nunca va a llegar, no obstante se sigue esperando. Lejos del naturalismo que cierra, presenta, espeja una realidad, el absurdo nos permite abrir, metaforizar, jugar, salirse de lo racional para entrar en el campo de la extravagancia. Ahora bien, así como es un terreno extremadamente rico en posibilidades creativas es al mismo tiempo altamente peligroso. Ese desorden, esa carencia de racionalidad, esa extravagancia, necesita al mismo tiempo un orden, un entramado bien pensado, una coherencia para que no pierda su esencia y para que sea eficaz. Todo lo que proponemos está milimétricamente masticado, elaborado, fundamentado.
¿Cómo fue la elección de los protagonistas y el diseño de cada personaje? ¿Qué aportaron ellos a cada uno?
Es la primera vez que como director trabajo con un elenco de seis varones. Y la formación del elenco fluyó en forma rápida y en total armonía. Con Mauricio Chazarreta hace once años que venimos trabajando juntos. Con Iván Steinhardt, venimos de compartir los dos montajes anteriores del mismo autor. Con José Formento habíamos trabajado mucho con “Colón agarra viaje a toda costa”, de Adela Basch, obra con la que hicimos muchas temporadas y una gira por todo el interior del Perú y Colombia durante 42 días. Emilio Zinerón hizo una asistencia conmigo en “Caja robada”, de Walter Rodríguez, pieza en formato de comic que seguramente retomaremos más adelante. Eduardo Rovner me sugiere a Gabriel Wolf -un grande- para el personaje del bibliotecario y Gabriel acerca a Christian Chen Serna, un novel actor que está cursando en la EMAD y que ha hecho un debut brillante en Miserables. El diseño de cada personaje es producto de un trabajo conjunto, minucioso, intenso y al mismo tiempo muy placentero. Cada uno trae consigo una escuela distinta, lo que le hizo mucho bien al trabajo en su totalidad. Además quiero destacar el nivel de entrega que estos locos talentosos han tenido con la propuesta y desde ya que aprovecho al máximo los aportes que cada uno trae consigo, lo que agradezco plenamente porque le da al trabajo un valor agregado importantísimo. Por citar un ejemplo eché mano de los conocimientos de chino mandarín y de Kung Fu que tiene Christian y lo pusimos al servicio del personaje y de la obra.
Además de un impecable elenco se destacan varios rubros técnicos: “Trabajamos mucho con Facundo Veiras, excelente vestuarista, quien ha tenido una actitud muy proactiva, sumando sus puntos de vista y enriqueciendo muchísimo el perfil de los personajes desde el vestuario que debían habitar”, confirma Gabriel, “otros hallazgos del equipo y que colaboran altamente con el diseño de los personajes y de la puesta es el trabajo creativo de Fernando Tortosa, un talentosísimo lutier que nos creó un objeto sonoro maravilloso -Fernando es el creador y realizador de los instrumentos de Les Luthiers- y la música original –muy bella- que compuso el músico Sebastián De Marco. Evann Violeta es la única nena del equipo, y es la responsable de captar con su sensibilidad femenina las impecables fotografías de la obra. La verdad es que estoy sumamente agradecido y a la vez orgulloso del equipazo que hace Miserables.
Entre varios tópicos que derivan del tema central, está la de la muerte del lenguaje y el olvido de la cultura, ya sea desde los libros, el arte callejero, el vestuario o las hierbas autóctonas. ¿Crees que existe una misión quijotesca en estos personajes? ¿Qué son caballeros de otra era luchando contra una sociedad a destiempo de ellos?
Coincido que son personajes quijotescos sí, y todo lo que ello conlleva, una visión tiernamente distorsionada de la realidad con una gran dosis de idealismo, y eso creo que es lo que los hace más queribles. Ellos sueñan, anhelan, quieren compartir su mundo, al tiempo que buscan aplacar sus heridas y su soledad. Estos personajes, al igual que la comunión entre Quijote y Sancho, están unidos por el fracaso y la soledad y por cierto sentimiento de no ser comprendidos por la sociedad. Hablan de valores y principios éticos, políticos y sociales y ahí aparece claramente la lucha contra los molinos de viento. Son personajes claramente quijotescos y atemporales. El quijotismo va más allá de un contexto histórico y social determinado, es una actitud frente a la vida.
¿Cuáles son tus próximos proyectos y cuál el recorrido que le queda a Miserables teniendo en cuenta que tus anteriores obras basadas en textos de Rovner pudieron exhibirse en diversas localidades, inclusive en varios países de Latinoamérica?
Esperemos que Miserables corra la misma suerte que los montajes anteriores. Disfrutamos mucho hacerla y nos encanta llevar nuestro trabajo a todos los rincones posibles. En lugares como Colombia, Perú, Venezuela, valoran muchísimo nuestro teatro y siempre es muy enriquecedor viajar y compartir con nuevos públicos. En principio vamos a continuar con las funciones en ese templo teatral maravilloso que es el CELCIT. Luego, en el mes de Julio, sumamos la reposición de Cuarteto -en otra sala- y hay dos proyectos nuevos que vienen pidiendo pista: uno sobre una obra de Pablo Albarello -autor que me gusta mucho- y otro de Arístides Vargas, otro de los grandes dramaturgos contemporáneos.
Nuestra opinión: Muy buena
¿Qué pueden tener en común un grafitrero, un jardinero experto en tés, un tejedor de ponchos y un bibliotecario ambulante? Estos cuatro personajes de oficios extraños confluyen en un sector de la villa miseria llamada Villa Malandra. Esperan, con cierto grado de ansiedad, la llegada de los turistas para hacerles un tour villero. Eusebio, el tejedor de ponchos, es el jefe de la manada. Con aire de dictador se ocupará de ejercer el liderazgo. Pero, en la espera, comienzan a aparecer las particularidades, los deseos, las ansias e incluso las confesiones; los turistas se convierten entonces en una suerte de excusa que le da paso a que estos personajes tan disimiles cobren vida y se desplieguen.
Pocas veces en la cartelera porteña tenemos la suerte de poder disfrutar de una farsa, en este caso con aires modernos, populares, pero con los componentes necesarios para remitirnos a aquel género sin demasiada estructura ni sometido a un orden específico que da lugar al desarrollo de los personajes. Asociada la farsa siempre con la idea de comicidad grotesca y bufonesca, poco refinada, tiene sin embargo una fuerte teatralidad y una técnica corporal extremadamente elaborada del actor.
El elenco estelar de Miserables se hace cargo del reto, apuesta a su cuerpo y a todas sus posibilidades, a lo dicho, pero sobre todo a cómo es dicho. Los cuatro actores principales dan una clase magistral de cómo construir a un personaje sin dejar nada de lado: los movimientos, los gestos, los modos de hablar, los matices. Y el director, Gaby Fiorito, asume la ardua y desafiante tarea de tomar una obra teatral de Eduardo Rovner y desplegarla en sus máximas capacidades teatrales: no se queda con el mero texto (delicioso por cierto) sino que juega con la plasticidad de los cuerpos, (con un elenco que se lo permite, claro; entre ellos está Gabriel Wolf de Los Macocos), con una escenografía que se desarma para rearmarse y mutar en otra cosa, unas coreografías que remiten a un circo callejero, fellinesco, y una música que le da todo el color, nos sumerge en su atmósfera y nos mete de lleno en Villa Malandra solo con un compás.
Finalmente, luego de mucho conversar, filosofar, luego de muchos tés y mates, refranes y confidencias, los turistas aparecen para llevarlos al extremo de la infamia. Y mientras el público ríe, las acciones se suceden y con la pregunta de quién es más miserable, si el que invita al turista a recorrer la villa o el turista que los mira, se llega al final, contundente, para que la pregunta sobre qué es lo que nos causa risa, quede flotando en el aire.
¿Qué es ser miserable?, ¿qué estamos dispuestos a dar y a perder por nuestra dignidad?, ¿el dinero nos mueve más que ser personas honorables?, ¿a qué nos lleva el fracaso y la soledad?.
Eusebio (Mauricio Charrazeta) es un tejedor de ponchos, Juan (Gabriel Wolf) es un amante de los libros y tiene una biblioteca ambulante, Diógenes (Iván Steinhardt) es un graffitero y además le gusta hacer refranes y Gervasio (José Formento) es un especialista en tés y en yerba mate. Los cuatro viven en la pobreza y trabajan en un negocio común, el turismo receptivo en la villa miseria. Mientras acondicionan el lugar para la llegada de los visitantes reflexionan sobre muchas cuestiones como la debilidad, la soledad, la honorabilidad y la supervivencia.
Entre risas, refranes, bailes, discusiones, descalificaciones, destratos y reflexiones los cuatro amigos llevan a cabo conversaciones sobre el honor, la vulnerabilidad social, la dignidad del hombre, el fracaso, las heridas no cicatrizadas, la decadencia, la necesidad de ceder el honor y la dignidad hasta la vergüenza por obtener algo de dinero.
La obra presenta elementos del humor negro y del absurdo.
Gaby Fiorito, su director, sabe dirigir muy bien esta comedia ya que les da su momento de brillo a cada uno de los personajes. Entre ellos logran una armonía y esto se ve reflejado en sus actuaciones porque el público está atento a cada movimiento en el escenario y acompaña con risas desde el comienzo hasta el fin de la función.
“Miserables, los peligros del turismo” es una obra en la que todos nos podemos sentir identificados. ¿Todos somos miserables?.
Lo que más llama la atención al espectador de “Miserables” de Eduardo Rovner con dirección de Gaby Fiorito es la estética, los cuadros coreográficos bellos que aparecen y desaparecen con una agilidad impresionante. Como estar en un museo de pinturas que se deslizan continuamente—con cuatro personajes que en realidad son tipos que alguna vez pertenecieron a la clase media y ahora se dedican al turismo receptivo en la villa miseria.
Eusebio, tejedor de ponchos, es el jefe de este original emprendimiento, conformado además por el graffitero Diógenes, el jardinero Gervasio –especialista en tés-, y Juan, amante de libros, dueño de una bibliocleta.
Entran encimados en la bibliocleta, como campeones, después se dedican a las peleas verbales, discusiones y reflexiones acerca de las idas y venidas del negocio, grafitis y frases de autores famosos, entre té y mate, a la espera de los visitantes. Y ensayar y preparar el lugar, claro, para recibir a los turistas y también enfrentarse, a desnudar la debilidad de cada uno versus la sed de supervivencia.
Pero el espectáculo de Rovner es multifacético, con muchas lecturas posibles. Por un lado el texto, muchas veces con tonalidades que remiten al teatro del absurdo, el vestuario emblemático de hoy o de varios siglos atrás, una musicalización original y precisa y actores fuera de serie que entran en la piel de los personajes con pasión, alegría y entrega.
Sin entender el español, el espectáculo sería perfectamente comprendido por alguien de otro idioma y de otro país, pues la situación planteada es común en todo el planeta. Es un espectáculo inteligente, hilarante que a la vez tiene mensajes subterráneos sobre el honor, la vulnerabilidad social, los imaginados miedos del “otro” y un mundo en decaimiento.
Un momento de un humor ácido pero alegre sucede con la entrada del turista chino: clic, clic, sonrisa pintada en la cara, clic, clic…luego se convierte en un guerrero de artes marciales.
Además del tándem de Rovner- Fiorito, el espectáculo cuenta con la colaboración de Fernando Tortosa, de Les Luthiers, en la creación de instrumentos informales, el vestuario de Facundo Veiras y la composición musical de Sebastián De Marco.
Cuatro hombres desolados esperan y desesperan con la llegada de los turistas, por eso uno se dedica a los grafitis, otro a los mates y tes, un tercero a los libros y un cuarto a ponchos y mantas. Son los miserables del titulo que se transformarán en serviles porque de esa actitud depende el dinero que recibirán. Y aunque logran armar una digna rebeldía quedarán vulnerables y entregados, degradados y humillados.
El director logró una puesta que trasciende el texto y lo enriquece con la ferocidad de los tiempos actuales. Con la vitalidad de una oscura comedia del arte, el motivo de la inspiración (cuando se hacían tours a las villas miserias) queda como anécdota y la obra se transforma en una metáfora tétrica de una actualidad que duele. Pero en el mientras tanto, entretiene, hace reír y sorprende al espectador con todo ese talento desplegado.
Un elenco para el aplauso.
Eduardo Rovner y Gaby Fiorito, autor y director respectivamente, constituyen una dupla que nunca decepciona. En Miserables, se superan a sí mismos.
Una obra inteligente, profunda e hilarante. La intensidad de la puesta lleva al espectador a estar pendiente de cada movimiento sobre el escenario. Con acierto, Gaby Fiorito le conceda a cada actor su momento y les da la oportunidad de lucirse con esos personajes ridículos y queribles.
Diógenes (Ivan Steinhardt) y sus grafittis y refranes, Eusebio (Mauricio Chazarreta) con sus ponchos, Gervasio (José Formento) con sus tés misteriosos y Juan (Gabriel Wolf) con su bibliocleta muestran un mundo que muchos no desean ver, pero que está ahí al alcance de la mano.
La música, una composición original de Sebastián De Marco, mueve pies y manos del público mientras ingresa y parte de la sala.
Fernando Tortosa contribuye con su trabajo artesanal y exclusivo a esta propuesta
¿Cuál es el precio de la dignidad? es la pregunta que flota en el aire.
Apoyado en el texto de humor irreverente e incisivo de Eduardo Rovner, el director Gaby Fiorito despliega toda su creatividad y presenta una obra redonda y desafiante.
Se produce en el Celcit el gran encuentro entre un texto certero (Eduardo Rovner), una puesta en escena deslumbrante (Gaby Fiorito) y las cautivantes actuaciones de Mauricio Chazarreta, José Formento, Iván Steinhardt, Gabriel Wolf, Emilio Zineroni y Christian Chen Serna (Chen Xiu Yán).
Miserables, los peligros del turismo plantea interrogantes en torno a la dignidad del Hombre. ¿Todos somos miserables? ¿La vulnerabilidad social y económica trastocan los valores del juego de la decencia? Con componentes del absurdo se abre el juego a partir de cuatro personajes qué trágicamente venidos a menos han fundando el negocio del turismo receptivo en la villa miseria. Ellos harán una puesta en escena de la miseria dentro de la puesta en escena original para atraer a morbosos turistas al mundo la pobreza.
Que el turismo es un peligro creciente y amenazador es uno de los tópicos que laten durante toda la pieza. Flota en el aire esa sentencia hasta que con humor cruel se devela cuál es el peligro mayor que encierra el turismo. Sin adelantar nada de la intriga de la obra, plantearemos la pregunta sobre si nuestro mayor peligro es el Otro o la necesidad con cara de hereje que, agazapada espera traicionera para atacar en cualquier momento y ceder hasta el último despojo de vergüenza, el último harapo de decoro. Con elementos del absurdo, personajes adorables y humor astuto Miserables… confluye en la reflexión punzante, entretenida y lúcida sobre el juego perverso entre el honor y la necesidad de seguir viviendo. Una obra para pasar un muy buen rato, visual y sonoramente atractiva e intelectualmente necesaria.
con Claudia Quiroga
Lunes 18 de marzo
21 h (hora Argentina)
con Gustavo Schraier
1º de agosto al 30 de noviembre
Lunes de 9 a 10:30
con Teresita Galimany
3 de abril al 29 de mayo
Miércoles de 19 a 21
con Andrea Hanna
11 de septiembre al 30 de octubre
Miércoles de 15 a 17
con Cintia Miraglia
3 de junio al 22 de julio
Lunes de 17 a 19
con Malena Graciosi y Josefina de Cara
2 de mayo
9:30 (hora Argentina)