Dramaturgia y dirección: Hugo Aristimuño. 24 y 25 de noviembre
“Tendal de voces en torno al suceso de las tres viejas borrachitas detenidas en el Barrio del Progreso”, está inspirada en hechos reales y se basa en la poesía “policial” novelada del mismo título escrita por el poeta patagónico Jorge Spíndola. Una lectura sensible respecto de lo que era y es moneda corriente en nuestros barrios patagónicos: el constante peregrinaje de la gente desamparada, en situación de calle. El texto que surgió acerca de las viejitas es una “tendalada” de voces que no intentaba atrapar la verdad sino desplegar al viento múltiples formas de verlas, de narrarlas… Hay voces que persiguen silenciarlas, encarcelarlas, otras que las aman y las mitifican y hay voces que las juzgan. Jamás pensé que años después desde el teatro las alzarían con cuerpos para convertirlas en un alegato poético político de tal dimensión y belleza, frente a la violencia de género y todas esas formas de violencia que recaen sobre la vejez desamparada…”
Jorge Spíndola
Obra declarada“De interés cultural, social y educativo” por la Legislatura de la Provincia de Río Negro.
Mención especial a la Excelencia de la Creación escénica a partir de la poesía regional, por el Jurado de la Fiesta Provincial del Teatro de Rìo Negro 2017-
Premios “Teatro del Mundo”.Patagonia Norte. Centro Cultural Rojas Universidad Nacional Buenos Aires 2017
Por Direccion Teatral: Hugo Aristimuño
Por Adaptación Teatral: Hugo Aristimuño
Por Actuación Masculina: Gabriel Abayù, Carlos Irazusta
TEATRO DEL VIENTO
Teatro del Viento constituye un grupo de trabajo itinerante creado, dirigido y coordinado por Hugo Aristimuño desde el año 2000. Basado en su vasta experiencia y trayectoria teatral como director, docente, investigador y dramaturgo en la Región Patagónica, Aristimuño plantea como objetivos fundamentales, el generar espacios de encuentro, intercambio, estudio, perfeccionamiento, investigación y producción del arte teatral.
Su propuesta pedagógica, además de la permanente realización de talleres y seminarios en Viedma, en todo el país y en el extranjero, incluye la generación de espectáculos y producciones con la incorporación transitoria de actores y técnicos de diversos grupos y elencos interesados, seleccionados mediante invitación a sumarse al elenco estable de Teatro del Viento en proyectos específicos de investigación y producción teatral. Teatro del Viento ha merecido numerosos reconocimientos con sus espectáculos en el país y en el extranjero donde se presenta habitualmente.
De Jorge Spíndola
Con Carlos Irazusta, Gabriel Abayú
Asistencia: María Alejandra Lehner
Dramaturgia y dirección: Hugo Aristimuño
Teatro del Viento (Río Negro)
Duracion: 65 minutos
CELCIT. Temporada 2018
Hace un par de semanas fui invitado por Hugo Aristimuño y la compañía de Teatro del Viento, al estreno de la obra “Tendal de voces en torno al suceso de las tres viejas borrachitas detenidas en el barrio del progreso”, realizado en la Sala La Lunera, en la Manzana Histórica de Viedma. Viví una experiencia conmovedora de la que intentaré dar cuenta en este breve texto que persigue dar cuenta de ese tránsito o diálogo entre la poesía y el hecho teatral allí vivido. Un acontecimiento artístico que excede su escritura inicial y extiende su horizonte de sentido.
Aprovecho a agradecer a todas las personas que hicieron posible mi asistencia a esa ciudad. A todo el Grupo Teatro del Viento, incluyendo a Alejandra y a Débora, muy especialmente agradezco a Liliana Campazzo por su colaboración generosa en los talleres y en todos los frentes, y también a Cristian Stevenot y Patricia Soto Giménez por el estreno de “Peregrino”, obra de cuya belleza espero hablar en otra ocasión.
Escribí el Tendal de voces… hace ya varios años frente a aquello que era y, lamentablemente, sigue siendo moneda corriente en nuestros barrios patagónicos: el constante peregrinaje de la gente desamparada, en situación de calle como decimos hoy. Vivía en el barrio Progreso de Trelew, cada día veía a los ancianos que dormían en los huecos de las alcantarillas de Avenida La Plata, y los veía andar con otras ancianas. Me acuerdo que a una de ellas le decían “La vieja del palo” y también “María piedrazo”, después de haber sido detenida varias veces por apedrear camiones de la distribuidora de Quilmes y Coca Cola. Recuerdo otro hombre que arrastraba una caja de pescados de esas de plástico con unas ruedas, cargada de chatarras y latas; cantaba fuerte la marchita, le decían “El muchacho peronista”. Algunos de ellos y ellas amanecían derramados cerca del El Trompezón, calle Santa Fe abajo. Otros en los baldíos. Varios de ellos dormían, vivían, en los esqueletos de las fábricas quietas que quedaron tras el menemato. Recuerdo gente viviendo de la chatarra que podían rescatar de esas moles vacías. Recuerdo ahora a un anciano con su carretilla azul haciendo acopio de leña en un rincón de Welert, una de las tantas fábricas abandonadas. Y los perros, los perros siempre con ellos, a la siga, con esa amistad indescifrable.
La noticia de las mujeres detenidas la escuché en la radio a la tarde, ya no recuerdo bien las circunstancias. En ese tiempo vivía muy atento a las noticias locales porque trabajaba en los periódicos y era menester profesional. Hoy sigo escuchando pero a veces paso de largo. Recuerdo otra noticia policial del mismo período, un hombre de apellido Ñancupel fue hallado muerto por congelamiento tras una pelea. En ese contexto pensé en escribir una serie de poemas policiales, cuyo punto fuera poner en duda, romper la superficie de los textos periodísticos, sus estigmatizaciones, sus lugares comunes, sus in/criminaciones tacitas o evidentes. Un poema policial debería ser el contra-texto de una noticia policial, pensé, debiera develar la humanidad entera que late allí o al menos ese furor que nos interpela con su violencia, convertida en carne o tinta de consumo. En ese clima nacieron las voces del tendal que cuenta y da vida a las tres viejitas del barrio Progreso. La verdad es que nunca escribí ese libro de poemas policiales porque me rendí ante su crudeza, dudé de su eficacia poética, no sé, la poesía duda de sí muchas veces, cosa que no hace el discurso periodístico muy a menudo, salvo excepciones muy honrosas. (Pienso en Walsh y me dan ganas de darle delete a todo este párrafo, claro)
El texto que entonces surgió acerca de las viejitas es una tendalada de voces que no intentaba atrapar la verdad sino desplegar al viento múltiples formas de verlas, de narrarlas. Hay voces que persiguen silenciarlas, encarcelarlas, otras que las aman y las mitifican y hay muchas que las juzgan. Voces de niños, de policías, de locutores, murmullos que las rodean y las dicen y desdicen desde lugares diferentes. Jamás pensé que años después desde el teatro las alzarían con cuerpos para convertirlas en un alegato poético-político de tal dimensión y belleza, frente a la violencia de género y todas esas formas de violencia que recaen sobre la vejez desamparada.
El trabajo de dirección y adaptación teatral realizado por el maestro Hugo Aristimuño trae aquel texto hacia este presente, con una puesta escénica que lo trasciende, sin dudas. La lectura, la relectura paciente de alguien con ojos de mirar y ver adentro del alma humana, hace que ellas tengan una densidad subjetiva y trágica nueva. Una densidad social que se vivencia en ese maravilloso tiempo-ahora que produce el hecho teatral y que me recuerda a Walter Benjamin solicitando la visión del instante de peligro que se reitera e interrumpe la cadena lineal de la Historia para hacernos más transparente la tragedia de las y los oprimidos.
El trabajo múltiple de sólo dos actores hombres en escena, alcanza para darles ese horizonte de vida y de voces a las viejitas. Sus despliegues corporales, su sensibilidad creadora, lo hacen posible y creíble. Carlos Irazusta hace las tres ancianas, digo “hace” porque cada una de ellas se hace en su piel y se deshace en ella. Cada viejita desde su cuerpo-voz deja latiendo un eco, un perfume de vida y muerte al mismo tiempo, de esa ternura y desamparo que a veces es sólo silencio, sordera, indiferencia. Gabriel Abayú hace las otras voces, los otros cuerpos que rodean, increpan, encarcelan, aman o desean a estas ancianas. Y ambos hacen del extrañamiento y del desdoblamiento actoral un des-pliegue más donde poder ver u oír los matices, las sombras que velan tanta violencia naturalizada. Hay una escena de Abayú en la que me detendré al final porque allí hay un punto de fuga, un imprevisto poético que me llevó a nuevas lecturas de la obra.
Los mensajes al poblador al comienzo y al cierre de la obra le dan, como bien dice Carlos Espinosa, un aire de ruralidad a la escena suburbana. Hugo Aristimuño aquí da con algo que siempre ha rodeado mi escritura: la ruralidad y la oralidad persistente en nuestras vidas hechas en los bordes urbanos. He convivido con la fragilidad de cientos de personas que por distintas historias de despojo han tenido que caer en los bordes de las ciudades patagónicas. A veces para ingresar a su escena más luminosa, otras sólo para sobrevivir llevando una vida de periferia, sirviéndolas. He visto a nuestras madres y abuelas, lavar, servir, limpiar en los sectores mejor acomodados, las he visto criar a sus hijos.
Hace tiempo escribí el ensayo al que hace referencia Carlos Espinoza en su crónica, se trata de un breve artículo, “Poemas humanos: mensajes al poblador rural”, la intención allí era hacer visible los lazos de aquella ruralidad persistente con las ciudades, e incluso hacia dentro del propio territorio rural. El segmento del poblador que se reitera varias veces al día es el momento en que se suspenden las formas discursivas hegemónicas de la radio para dar paso a ese otro mundo que habita entre nosotros, a veces tan negado. Un mundo que se hace audible desde los registros propios del habla rural. Nombres de personas y lugares muy concretos, problemas y felicidades muy concretas, tránsitos y vivencias de la gente mapuche que habita en la meseta, en diálogo con otros familiares del campo o la ciudad. En fin, esos “poemas humanos” con sus “historias” de la gente de campo desmienten tanta idea de desierto acumulada en los relatos literarios canónicos. Quiero decir, la incorporación de las voces de los mensajes al poblador que hace Aristimuño en la obra, sitúan desde un clima de habla propio, a esa porción de mundo que habita los bordes de las ciudades de por aquí. Mundo del que no son ajenas las viejitas y sus intemperies.
Para terminar quiero detenerme o más bien traer de regreso una pequeña escena de la obra en que un oficial de policía interroga a un testigo o informante sobre las señas de las viejitas. Gabriel Abayú, desde su cuerpo-voz le da una resonancia política que nunca pensé que estaba allí tan nítida. Su cuerpo doblándose ante el interrogador habla de la violencia de las instituciones sobre nuestros cuerpos, del Estado construyendo sujetos delictivos, sospechosos, locos y locas. Habla de la persecución de la diferencia, especialmente si esa diferencia está enmarcada por la pobreza y el género femenino. Allí, ante el cuerpo temblando bajo la voz del otro, es donde volví a enlazarme a los cuerpos de las ancianas bajo la piel de Carlos Irazusta.
Ahí, en esa circularidad de los cuerpos y las distintas voces que los envuelven, percibí que aquel tendal recobraba otra vitalidad en el presente para convertirse en un alegato poético-político frente a la violencia institucional y patriarcal. Sentí su belleza en movimiento, como un tendal de cuerpos y de voces en lucha, alzándose en este nuevo ahora, frente a ese enemigo que no ha cesado de vencer.
El extenso y significativo título de “Tendal de voces en torno al suceso de tres viejas borrachitas detenidas en el barrio Del Progreso” corresponde al relato con forma poética del escritor patagónico Jorge Spíndola, que en versión teatral se está presentando en estos días en Viedma, con los actores Gabriel Abayú y Carlos Irazusta, bajo la dirección de Hugo Aristimuño, también responsable de la adaptación a la dramaturgia.
La historia es mínima: tres mujeres que deambulan por el barrio, se emborrachan, se cuentan sus historias de dolor y abandono, roban gallinas para hacerse un puchero y se divierten gritando algunas cosas que resultan ofensivas para “la moral y las buenas costumbres”, lo que da lugar a la violenta intervención policial y la detención de las tres viejas. Pasó de verdad, pasó una vez en algún barrio de las afueras de una ciudad patagónica, y puede volver a ocurrir en cualquier momento. Porque la pobreza y el desamparo son moneda corriente, teniendo como víctimas preferidas a los niños y los ancianos.
Uno puede tomar la anécdota para la risa, “decían pavadas, se levantaban las polleras para mostrar sus culos caídos”. Quizás puede enfadarse (con las tres mujeres, con la sociedad que las parió) y reclamar que “alguien tiene que hacer algo para que esas tres viejas no anden por la calle dando lástima de ese modo”.
Pero no. Spíndola no permite adoptar la cómoda indiferencia de espectador de televisión, y el tándem Aristimuño-Abayú-Irazusta le da una vuelta más de tuerca a la cosa, porque la obra se convierte en una dura interpelación al público que llena la breve sala del teatro “La Lunera”, en la manzana histórica viedmense.
“De lo que aquí se trata es que estas comadres son ancianas que están locas y solas, date cuenta: viejas, locas y solas” advierten el escritor y uno de los personajes, encarnado por Irazusta.
“Sus mentes tropiezan en el cielo, el pensamiento cae sobre sus lenguas, como un golpe de vidrios explotados. ¿De qué van a hablar, si el viento de la locura ahora sopla por sus boca?. ¿No ves sus lenguas azotadas como trapos” subraya Spíndola en el impecable poema-relato que forma parte de su antología personal “Perro lamiendo luna”.
No hay tiempo para reflexionar. No lo permite la sucesión de imágenes cargadas de tristeza, desgarradoras e inquietantes, compuestas en un ágil desfile de situaciones y personajes compuestos por Abayú e Irazusta, con austeros recursos de vestuario, iluminación y utilería.
Uno se queda apesadumbrado, al borde del desconsuelo. Si la puesta fuese realista, en un formato teatral tradicional, tal vez algún miembro del público se abalanzaría sobre el escenario para rescatar a una de las viejitas de los golpes del policía, como se cuenta que ocurría en la escena final de Juan Moreira cuando está a punto de ser asesinado por la espalda por el sargento Chirino. Es tanta la violencia que consume a las tres pobres viejitas, que uno baja con bronca las escaleras que conducen a la calle.
Con acierto Aristimuño crea de un clima campesino, descriptivo del ámbito original de las tres pobres viejitas, con hábitos y necesidades bien distintas a la vida urbana.
Para esa finalidad introduce los “mensajes al poblador rural” , en la voz de Abayú caracterizado como un artificioso locutor radial. Estos mensajes fueron analizados por el propio Spíndola, en un interesantísimo artículo de tiempo atrás, calificándolos como una forma de “oralitura” (término que le toma prestado al poeta chileno Elicura Chihualiaf ) “que cuestiona nuestro fetichismo por la escritura; un oralidad ancestral que aún es soporte cultural, puente de diálogo o mixtura de voces; un mestizaje de lenguas y de tiempo que se realizan en ella”.
De esta forma la interpelación de las tres viejitas locas y solas, su sencillo y profundo drama desafiante las formas sociales “aceptadas”, y el cuestionamiento a la discriminación que sufren, se ubican en un marco social poblado de mensajes que aceptan y difunden condiciones de sometimiento y sordos reclamos por la igualdad de oportunidades.
La puesta viedmense de “Tendal de voces en torno al suceso de tres viejas borrachitas detenidas en el barrio Del Progreso”, por el Teatro del Viento dirigido por Hugo Aristimuño, constituye un hecho sobresaliente de integración en el ámbito cultural regional patagónico. Porque el texto se inspira en una episodio policial ocurrido en Trelew, pero su autor –Jorge Spíndola- vive alternadamente entre Comodoro Rivadavia (Chubut) y Valdivia (Chile).
con Pheonía Veloz
1º de abril al 31 de julio
Martes de 17:30 a 19
con Hernán Gené (España)
Sábado 20 de enero
15 h (hora Argentina)
con Horacio Banega
4 de julio al 8 de agosto
Jueves de 19 a 21
con Teresita Galimany
3 de abril al 29 de mayo
Miércoles de 19 a 21