De Patricia Zangaro. Con Mercedes Alonso. Dirección: Laura Yusem
23 de junio al 4 de agosto
De Patricia Zangaro
Con Mercedes Alonso
Fotos: Roman Utge
Preparación vocal: Analía Damianich
Música: Cecilia Candia
Vestuario: Ivonne Fauvety
Diseño de iluminación: Jorge Pastorino
Producción: Lucía Ruderman
Asistente: Ornella Zampicininin
Dirección: Laura Yusem
Duración 65 minutos
CELCIT. Temporada 2013
Un escenario vacío y pleno. Cajas de cartón que guardan secretos del alma, suspiros de anhelos. Un puñado de recuerdos que sangran, que castigan, que laceran. Paloma batía sus alas en pleno océano abierto. Ella quería, ella luchaba, ella bregaba. Ella buscaba, junto a sus compañeros, la construcción de un mundo más humano, más justo.
Así se fue al Perú con su aleteo libertario y su misión de alfabetización.
Volvió a su Buenos Aires con el mismo timón y la misma brújula. Le recitó al cielo su amor, su esperanza y su agradecimiento a la vida. La vida porque sí, ni más ni menos que eso. Cajas de cartón que se convierten en una cueva, una cueva que es útero y nido. El único lugar donde Mercedes puede protegerse y soltar las lagrimas siempre nuevas, siempre eternas.
Porque hay una ley gitana que dice que te maten a quien más quieras, que no sepas ni dónde, ni cuándo, ni por qué.
Cajas de cartón que se hacen muro, que se hacen piedra. ¿Cómo gritar tanto dolor? Mercedes recorre las palabras de su hermana Paloma y las de su madre desde el núcleo de su propia tierra existencial. Una hermana que no entiende, que pisa el abismo, que se queda colgada en el llanto de la ausencia macabra. Una madre que sufre como un animal herido porque le han matado a una de sus crías. Entre ellas, una Paloma que dibuja los contornos de un mundo mejor. Más humano, más libre, enhebrado a la vida.
Mercedes Alonso habla de "Los pasos de Paloma".
La actriz planteó la obra como un “homenaje y cierre” de su historia familiar: su hermana mayor fue secuestrada por un grupo de tareas en julio de 1977. “Quizá dolió el proceso creativo, pero lo que estoy haciendo es un acto de amor”, señala.
“Yo la admiraba a Paloma porque se atrevía a todo. Hacía cosas que me sorprendían y me maravillaban. Hablaba de la vida de una manera en la cual no podía hablar una adolescente. Era una chica muy pensante, con mucho cuestionamiento. Era un ser libre.” Quien habla es la actriz Mercedes Alonso, hija de la artista Yvonne Fauverty y el mítico pintor argentino Carlos Alonso. Paloma es su hermana mayor, y aunque de niñas compartieron familia y hogar, hay una diferencia tajante entre ellas: Mercedes está en el mundo, a Paloma la hicieron desaparecer los militares en la madrugada del 30 de julio de 1977. Como “homenaje y cierre” de su historia, la actriz presenta cada viernes en el Centro Cultural de la Cooperación Los pasos de Paloma, una obra testimonial en la que recuerda los difíciles momentos que le tocó atravesar a su familia.
“Luego de ser convocada por alumnos de la Escuela Normal Nº 1 que querían ponerle el nombre de mi hermana al auditorio de la institución, sin darme cuenta empecé a leer sus diarios y sus cartas y a convivir con objetos suyos que habían estado durante muchos años en la casa de mi madre. Ahí empecé a sentirme con el coraje para hacer algo para sanar esa herida, darle un sentido. No sabía cómo iba a hacerlo, tenía muchos temores, pero sin dudas debía ser algo de índole poético, que es lo que había atravesado toda nuestra vida”, cuenta Mercedes, que tiene una mirada que se pierde de a ratos y una voz que delata la tristeza de su historia. Esas cartas y esos diarios, justamente, son los que la actriz lee en escena, “no como los leería Paloma”, sino como ella misma los siente.
En la obra –que la actriz autodefine como “de sentir femenino” (excluye a su padre porque al momento de la desaparición estaba exiliado en Italia)– también interpreta a su madre mostrando “los momentos en los que está bien, y también sus recaídas”. Escrito por Patricia Zangaro y dirigido por Laura Yusem, el espectáculo fue declarado de interés cultural y es auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación. De alto nivel dramático, está ambientado con una escenografía austera, pero profundamente simbólica: un escritorio donde lee los documentos de su hermana, un sillón donde hace de su madre y 24 cajas que cumplen con diferentes significados (“tienen que ver con las múltiples mudanzas que tuvimos que hacer durante la dictadura y también con los archivos donde se guarda la información de los desaparecidos”, revela).
Paloma, que a los 16 años ya se había emancipado y un año más tarde comenzaba un viaje por Perú con la noble y difícil misión de alfabetizar a los indígenas de Latinoamérica, fue detenida en su casa a cinco días de haber cumplido los 21. Desde entonces sólo quedan de ella recuerdos, anécdotas. Y fotos. Muchas fotos. Por eso además de la obra completan el homenaje una muestra del ruso Anatole Saderman, viejo amigo de la familia, donde se ve un selección de quince fotografías que incluyen tanto retratos de Paloma como instantes en la vida familiar de los Alonso y una exhibición de objetos personales de Paloma, especialmente seleccionados por Mercedes y su madre.
“Paloma estaba continuamente conmigo, durante muchísimos años no hubo un día en que yo no pensara y me acordara de ella. Por eso en la obra está su palabra respetada, enmarcada y valorizada. Es un homenaje que abarca mucho”, cuenta la actriz a Página/12.
–¿Este es un homenaje para Paloma o para usted y su familia?
–Esta obra es para Paloma, pero también para mí, para mi madre, que incluso participó de la producción con el diseño de vestuario, para mi padre cuando la vea y para toda mi familia y la gente que la conoció. Es un homenaje para todos ellos porque la obra también habla de su dolor. Y fundamentalmente porque es como el entierro que no pudo ser, es como un cierre. No es una despedida ni un encuentro, son las dos cosas. Porque uno se despide de una parte dolorosa cuando se encuentra con algo hermoso y poético, como esto.
–¿En qué sentido es un cierre?
–En mi caso por lo menos, con esta obra recuperé mi propia voz, salí de mi propia ausencia. Desde hace mucho tiempo estaba fuera de mí misma, con dificultades para continuar mi carrera, formar una familia, básicamente para afrontar la realidad. Estuvimos todos muchos años con este silencio, no por la censura del tema, sino por el dolor que causaba hablar de ella. Sabíamos que esta herida tenía que tener un fin, que tenía que cicatrizar en algún momento, pero lo que no sabíamos era cómo. Ahora lo descubrí, por lo menos yo.
–¿Sana o duele hacerla?
–Sana, completamente. Quizá dolió el proceso creativo, pero porque todos los procesos creativos conllevan algo de dolor. Pero hoy estoy con una sensación que tiene más que ver con la alegría que con la tristeza y que responde a la emoción de poder haber hecho algo después de tanto tiempo. Estoy más relajada, se me modificó algo adentro. Y siento que lo que estoy haciendo es un acto de amor. Por eso, a pesar de que se muestran momentos muy dolorosos, la obra otorga una sensación de paz a quien la vea.
–¿Cuánto de ficción tiene la obra?
–Lo único ficcional que hay es una breve anécdota sobre el cuadro del Che Guevara que hizo mi padre y que se dice que fue lo primero que vieron los secuestradores de Paloma cuando entraron a su casa. Eso no es cierto. Es parte de un cuento que escribió una periodista, pero lo tomo en la obra porque es una linda metáfora. Lo demás es todo verídico, la obra es fundamentalmente testimonial. Lo más teatral es la forma de contar esa historia, que es vertiginosa porque así fue mi vida.
“Los pasos de Paloma”. Un lenguaje austero para evocar a una Desaparecida por la dictadura militar.
Una niña de diez años camina por la cornisa del sexto piso de un edificio ubicado en Viamonte y Pasteur, durante una fría medianoche de viernes. Aferrada a la pared y calculando los pasos, recorrerá la distancia que separa las ventanas de dos cuartos, los de su madre y el de su hermana mayor, que está cerrado con llave. El peligroso itinerario del que saldrá indemne físicamente tiene como único objetivo aprovechar la ausencia de la segunda (a quien quiere y admira sin reservas) para curiosear entre sus pertenencias. No obstante, esa travesura será el anticipo del abismo emocional en el que caerá años después.
Esta potente imagen da inicio al admirable texto de Patricia Zangaro, una de las dramaturgas argentinas más sobresalientes de la generación intermedia. Utilizando un lenguaje tan austero como sutil, donde las palabras adquieren la sonoridad de una partitura o el de un poema en prosa, revive la figura de Paloma, la joven alfabetizadora, hija del reconocido pintor Carlos Alonso (1929), desaparecida en 1977, durante la última dictadura militar y hermana de Mercedes.
Justamente esta última trae a Paloma hasta nuestro agitado presente. No sólo a través de las cartas y apuntes en cuadernos que aún se conservan o los recuerdos de la madre sino, especialmente, al revivir su propia experiencia de vida. Tanto aquella que la convierte en sobreviviente de un pasado horroroso como la que refleja a la madura mujer que es hoy. Por eso, es la protagonista de este unipersonal donde se interpreta a sí misma para recordar a la muchacha que, según sus propias palabras, “era la alegría”.
El dolor inconsolable ante la ausencia y la falta de respuestas, la necesidad de juntar los fragmentos de la historia familiar, los excesos personales y sobre todo la omnipresente Paloma, tiñen el valioso testimonio de Mercedes.
Salvado el riesgo dramatúrgico de caer en el panfleto o la sensiblería, se necesitaba una puesta capaz de manejar las sutilezas del relato y sortear lo monocorde. Nadie mejor que la directora Laura Yusem y su solvencia para tomar la batuta y transformarlo en una bella cantata visual. Aliada con la certera iluminación de Jorge Pastorino, que da la sensación de mil espacios en uno, la elocuente música original de Cecilia Candia, y unos pocos elementos de utilería, Yusem logra crear un universo hipnótico.
Lejos estamos de cerrar las heridas tras esos años de plomo y muerte en la Argentina, pero, al menos, la reflexión de esa época es un bienvenido alivio. Un espectáculo bello, intenso y emotivo, que no conviene pasar por alto.
Sólo se necesita una palabra para caracterizar a este espectáculo: homenaje. Un acto que lo abarca todo, incluso lo que sucede fuera de la sala. Antes de entrar nos encontramos con fotos, cartas, un retrato, cuadernos y el diario de viaje de Paloma Alonso, la joven desaparecida al comienzo de la última dictadura militar. Es su recuerdo lo que sobrevuela la obra, el recuerdo de muchos. Porque su voz no está, pero sí la de su familia.
La cara visible de este unipersonal es Mercedes Alonso, su hermana. El renombrado pintor Carlos Alonso e Ivonne Fauvety, sus padres, también se involucraron en el proyecto. Su madre dispuso el vestuario y ambos aportaron retratos de sus hijas. Ya fuera del círculo familiar, Patricia Zangaro fue la encargada de ordenar en un bello texto aquellos años turbulentos. Mientras que Laura Yusem estuvo al frente de la dirección.
Los pasos de Paloma se refieren a su recorrido por el mundo. Ya que hubo una vida llena de sueños antes de su detención a los 21 años. La obra nos permite conocerlos, saber cómo descubrió el amor, la emancipación a los 16 años, su pasión por la militancia.
Los diversos escritos articulan la historia. Accedemos a su diario de viaje por Lima con el fin de alfabetizar a los indígenas, las cartas a su hermana durante su exilio en Italia, las poesías que le gustaban a Paloma. También, una noticia nos da el terrible contexto de la época. Estos recursos son propios del teatro documental de denuncia, con el agregado de que la actriz hace el papel de ella misma cuando era niña.
El enorme trabajo actoral de Alonso no se limita a reproducir los textos. Gracias a su fuerza desgarradora nos transmite el desconcierto de aquellos años y el amor que le tenía a Paloma. Con un vestido negro, pareciera que la voz y los recuerdos de la adolescencia son sus únicas armas. Pero luego, tras una veloz transición, logra darle entidad al dolor de su madre. Hay distintas miradas, al igual que una búsqueda. Como si fuera un eje en el relato, la joven Mercedes se encuentra en la cornisa a unos cinco pasos que la alejan del cuarto su hermana, de sus secretos.
Lo más llamativo sobre el escenario son las cajas. Su significado cambia ya que por momentos conforman el decorado y luego se vuelven objetos. Conservan recuerdos, como sucede en las mudanzas, otras veces permiten armar estructuras simbólicas (como una muro) y también explotar los sentimientos de la actriz, su ira o delicadeza. A un costado del escenario, una silla con un chal encima y unos zapatos le permiten a la actriz convertirse en Ivonne. Una mesa formal y unos anteojos la transforman en la lectora de los textos de Paloma.
Otro recurso interesante es el efecto de la luz. Hay pasajes en lo que define el espacio y el conflicto interno de Mercedes, llevándola a las sombras o encendiéndola. Algo similar sucede con la música. En un uso casi cinematográfico, se vuelve sutil durante las transiciones, pero también estridente en el dolor del personaje.
Una de las impresiones más fuertes que deja la obra es el trabajo del mundo femenino. A lo poético del texto se le suman alusiones literarias, como la tragedia de Antígona y su hermana Ismene. Transitan los nombres de Simon de Beauvoir, César Vallejo, Guillen. Y también impactan las menciones del cuerpo, la piel, los ojos y los pies.
Sobre el final de la obra se nos advierte de una maldición gitana: que te maten a quien querés y no saber ni cuándo ni dónde ni por qué. Ninguna obra de arte puede volver el tiempo atrás ni modificar lo sucedido. Pero sí darle sentido a una herida inexplicable y cruel. Sobre todo cuando se le pierde el miedo al silencio.
con Arístides Vargas (Ecuador)
22 al 25 de abril de 2024
Lunes a jueves de 14 a 18
con Debora Astrosky
Sábado 24 de febrero
19 h (hora Argentina)
con Laura Szwarc
1º de julio al 31 de agosto
Miércoles de 17 a 19
con Leila Barenboim y Ana Groch
21 de marzo
16 h (hora Argentina)