De José Watanabe. Con Ana Yovino. Dirección: Carlos Ianni
De José Watanabe (Perú). Dirección Carlos Ianni. Versión libre de la tragedia de Sófocles. Con Ana Yovino.
De José Watanabe (Perú). Entrevistas a Ana Yovino y Carlos Ianni. Imágenes del espectáculo
Fino polvo sobre toda la piel
No siendo yo argentina, solo puedo especular sobre el sentido que otorgará el público porteño a estos versos de la "Antígona" de Watanabe:
"Quiero que toda muerte tenga funeral
y después,
después,
después
olvido".
El sentido se forma cuando el receptor relaciona la construcción simbólica con algún real-real que está “afuera”. Cada comunidad comparte, además de existencia vivida, repertorios de símbolos y códigos para interpretarlos. Ese diccionario contiene saberes y convicciones previas, técnicas, reflejos, iconos, formas de festejar y traumas. Con estos componentes se modela un cuerpo individual y social no del todo controlable, no del todo consciente, y a eso se le suele llamar cultura. Desde su cultura, el grupo da sentido.
Por eso, sólo me atrevo a vaticinar que la obra del poeta Watanabe frotará fino polvo sobre toda la piel del espectador. Y así ungido, este se preguntará: ¿qué ha sucedido en mi patria?
He aquí los puros hechos:
En Tebas, pasada una guerra cruenta, la joven Antígona quiere dar sepultura al cadáver de su hermano Polinices, general muerto en combate; pero el tirano Creonte considera a Polinices un traidor por haber vuelto las armas contra sus hermanos. Le niega, pues, las honras fúnebres. Al cuerpo insepulto lo destrozarán buitres y perros, nunca será abrigado por la tierra, y jamás entrará en el reino de la luz y de la paz. Ese es el castigo horrendo.
Pero Antígona “tiene el corazón puesto en cosas ardientes, en deseos de desobediencia” y, como se sabe, la desobediencia es el alma del drama. Violando la prohibición, la muchacha asperja con vino el cuerpo del hermano, lo frota con fino polvo y lo soterra. Capturada, Creonte la condena a morir de hambre y sed encerrada en una cueva en la montaña.
En la historia reciente de Argentina también hay cadáveres destrozados y errantes, y hermanas y hermanos y padres, madres, hijos e hijas que no pudieron enviarlos hacia la luz y hacia la paz.
Algunos aconsejan:
"... agradezcamos hoy la vida
y el sol
y la paz que es un aire transparente, y empecemos a olvidar".
Otros, sin embargo, siguen empeñados en salvar a sus muertos.
Pero enseguida debo aclarar que el teatro no solo produce sentido; el teatro está cincelado con forma precisa y preciosa que golpea directo sobre la vista y el oído, y que modifica el espacio y el tiempo con acción viva. El evento teatral no solo remite a sentido sino a deseo movilizado.
Les cuento, desde ese plano, que las imágenes diáfanas y arcaicas de Watanabe corren aéreas, regando chispas como una zarza ardiente. Corren hacia la tragedia.
Creonte frunce el ceño y declara: “Debo ser obedecido en lo pequeño, en lo justo, y aun en lo que no lo es”. Creonte me oculta los resplandores de amanecer, ahuyenta a la primavera y asusta al ciervo. Mi cuerpo, producido por el tirano, se extingue sobre sí mismo, como una vela. Pero yo no quiero la ética pequeña de la supervivencia. Quiero ser la “ola rara”. No quiero el “demorado atrevimiento” de Hemón, que llega tarde a salvar a Antígona y en vez de besar a la doncella solo puede vomitar sangre sobre sus labios.
Un golpe de teatro de Watanabe hace caer, al final, el último velo. Con un recurso súbito, el espectador queda frente a su propia pequeña alma culposa, fabricada por el tirano. El alma que no logra comprender su propia cobardía y complicidad.
Magaly Muguercia. Noviembre 2005
De José Watanabe
Versión libre de la tragedia de Sófocles
Con Ana Yovino
Musicalización y diseño de iluminación: Carlos Ianni
Diseño de escenografía y vestuario: Solange Krasinsky
Asistencia y fotografía: Soledad Ianni
Dirección: Carlos Ianni
Duración: 60 minutos
Este espectáculo cuenta con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro
CELCIT. Temporadas 2006-2007-2013-2014-2015-2016-2017-2020-2023
La tragedia, original de Sófocles, narra las visicitudes que debe atravesar su protagonista, Antígona, luego de que en una guerra encarnizada en Tebas mueren sus dos hermanos. El tema es que ambos luchaban en bandos opuestos y el poder, en manos del tirano Creonte, dispone enterrar a uno (Eteocles) con todos los honores, dejando al otro (Polinices) insepulto, por considerarlo traidor. Antígona, se rebela y, tras reclamar justicia sin ser escuchada, decide enterrar con sus propias manos a su hermano, aunque esto signifique su propia condena, al no acatar lo dispuesto por el gobierno reinante.
En esta versión, maravillosamente escrita por José Watanabe y dirigida por Carlos Ianni que podemos ver en el CELCIT, una sola actriz aparece en la escena. Ella nos cuenta, y a la vez, vivencia la obra en su totalidad.
Ana Yovino, como la actriz inmensa que es, encarna a Antígona y, con sutiles pero contundentes y claros cambios de energía, nos presenta al resto de los personajes (Creonte, Ismena, Tiresias, etc). Ella sola, con un vestuario neutro y tres sogas que cuelgan de la parrilla, se pone al hombro toda la tragedia. Es un trabajo que conmueve e impresiona. La luz y el sonido sostienen su actuación de manera concluyente. En la voz clara y firme de Yovino cada palabra, cada frase, impacta y queda resonando en el espectador.
Impresiona la vigencia de esta historia y como la vemos reflejada, inevitablemente, en la de nuestro país y la de todo el planeta hasta nuestros días. Luchas fratricidas, egoísmos a ultranza que solo generan más y más desgracias. Parece mentira que la humanidad no aprenda, no cambie actitudes y siga provocando un daño sobre otro que solo conduce a un mal mayor.
Esta versión, que ya lleva 17 temporadas exitosas, además de su valor literario y estético; nos interpela en lo personal y en lo colectivo. ¿Hasta cuándo los hombres y mujeres de bien seguiremos sucumbiendo ante los tiranos que solo buscan la destrucción?
La lucha contra el mal no cesa, ojalá se multipliquen las Antígonas del mundo, y finalmente, el amor venza al odio…
De José Watanabe
Versión libre de la tragedia de Sófocles
Con Ana Yovino
Musicalización y diseño de iluminación: Carlos Ianni
Diseño de escenografía y vestuario: Solange Krasinsky
Asistencia: Luis Emilio Cerna Mazier
Dirección: Carlos Ianni
Prensa: Giacani-Lauro
Funciones: sábados a las 19 hs.
Duración: 60 minutos
Localidades $ 2.500. Estudiantes, jubilados y docentes: $ 1500
En su 17ª temporada se presenta Antígona, versión del poeta peruano José Watanabe. La obra puede verse los sábados a las 19 hs, en el Celcit (Moreno 431). Interpretada por la talentosísima Ana Yovino y con la dirección de Carlos Ianni. El espectáculo se viene presentando desde el año 2006 en distintos escenarios del país y latinoamérica, ha participado en el Festival Internacional de Teatro de Mérida, México y en la Semana Internacional de Teatro de Asunción de Paraguay.
Como muchos conocen, la historia de esta tragedia está situada en Tebas. La joven Antígona quiere dar sepultura al cadáver de su hermano Polinices, general muerto en combate, que se enfrentó durante la guerra a Eteocles, también hermano de ambos. Pero el tirano Creonte considera a Polinices un traidor por haberse rebelado al poder. Por consiguiente, le niega las honras fúnebres dejando al descubierto su cuerpo insepulto, para que lo destrocen buitres y perros y nunca pueda entrar en el reino de la luz y de la paz. Antígona violando la prohibición, asperja con vino el cuerpo de Polinices, lo frota con fino polvo y lo entierra. Pero finalmente, Creonte la captura y castiga haciéndola morir de hambre y sed en una cueva sellada en la montaña.
En esta versión libre, basada en la clásica tragedia griega de Sófocles, escrita por Watanabe en 1999, el texto en formato de poemas está conformado por una sucesión de monólogos de seis personajes que se expresan en la voz de la “narradora”: Creonte, Antígona, Ismena, Hemon, el Guardia y Tiresias. Ana Yovino interpreta en este caso a todos ellos, atravesando por una amplia gama de estados y matices y dejando al descubierto la compleja y ambivalente condición del ser humano.
La propuesta de Carlos Ianni apuesta a una estética minimalista y que pone en primer plano el trabajo de la actriz y las imágenes que se van generando a partir de sus palabras. Un espacio despojado y oscuro, con solo tres sogas blancas que cuelgan del techo y el juego de luces y sombras creado por medio de la iluminación. Algunos sonidos y música con reminiscencias latinoamericanas, ayudan también a reforzar este acercamiento entre el universo de Watanabe y la clásica tragedia griega. El director consigue de esta manera, a partir de mínimos elementos pero muy acertados, adentrarnos en este ambiente trágico pero a la vez de sublime belleza, en el que el espacio se va transformando en la imaginación de acuerdo a las necesidades del relato. Se destaca también, como mencioné anteriormente, el impecable trabajo de Ana Yovino, con el que ganó el premio Trinidad Guevara como actriz protagónica. Su cuerpo y su voz logran adueñarse del espacio, con una maravillosa ductilidad para transitar por todos los personajes sin necesidad de demasiados artificios.
Es muy interesante esta versión, además, porque el texto propone una nueva acción dramática que ya no gira en torno a Antígona, quien continúa siendo la protagonista a nivel de la tragedia, sino en torno a Ismena. Aquella que sobrevivió y no tuvo el valor para luchar junto a su hermana. De esta manera, la trama se resignifica y adquiere cierto paralelismo entre la violencia ejercida sobre el cuerpo inerte de Polinices y la historia reciente de Argentina y de varios países latinoamericanos que han sufrido las atrocidades de las dictaduras. Aquellos cuerpos insepultos, desaparecidos, frente a parte de una sociedad que fue testigo pasivo de aquel horror que hoy lamenta. Porque la riqueza de Antígona, es justamente el poder descubrir que a partir de la memoria histórica universal de un clásico, emergen señales que nos ayudan a entender nuestra propia tragedia.
Ficha técnica
De José Watanabe
Versión libre de la tragedia de Sófocles
Con Ana Yovino
Musicalización y diseño de iluminación: Carlos Ianni
Diseño de escenografía y vestuario: Solange Krasinsky
Asistencia y fotografía: Soledad Ianni
Dirección: Carlos Ianni
Funciones: Sábados 19 hs. Hasta el 25/11
CELCIT
Moreno 431. CABA
Teléfonos: 4342-1026
Adaptación de Antígona de Sófocles, por José Watanabe, basada en el mito de la antigua Grecia, con Ana Yovino y dirección, sonido y luces de Carlos Ianni. Escrita hace más de 2000 años en Grecia, cuna de la democracia. La primera representación data del año 441 a. C. Se sigue reponiendo debido a los temas fundamentales que toca: el rol de la mujer, la definición de justicia, la cuestión de la divinidad, entre otros.
Por Ana Abregú.
Es bello obtener la realeza
como premio a la justicia;
pero es más bello aún
preferir la justicia a la realeza.
Plutarco
Dos fuerzas representadas por un hombre con todo el poder, Creonte (Ana Yovino), y una mujer, Antígona (Ana Yovino), dirimen el rasgo distintivo de la tragedia en posturas de razones opuestas, bajo la «palabra de los dioses»; dos caras del mismo gesto de hacerse de la ley, bajo el designio de entidades metafísica.
Polinices –en griego: pendenciero, Polis, que refiere a la noción de estado, en el sentido de voluntad del pueblo– y Eteocles –étéos: "verdadero"y kleos: fama, rumor, gloria–, hermanos de Antígona se han matado entre sí; el primero atacando a Tebas, el segundo defendiéndola. Las relaciones entre los personajes de la tragedia, hermanos, tío, hijo del tío, consolida la efectividad de la simbología de las situaciones endogámicas como modelo de tensión entre razón y conveniencias; Creonte, el rey, elige castigar el atrevimiento de Polinices negándose a enterrarlo mientras que honra a Eteocles con honores y sepulcro. Los elementos en juego son el desafío a ese designio, por parte de Antígona que hará lo necesario para tratar de enterrar a Polinices y el rey que ha emitido un decreto en contra de ello.
La tierra, la madre, el reino de Hades se revela como una aspiración para la vida en ese otro momento que es la muerte, otro estado del ser, con el que Antígona dialoga, le debe el acto de enterrar al hermano, mientras Creonte, por el contrario, el acto de dejarlo pudrirse sin entierro. En la Grecia antigua los ritos funerarios aseguraban que las almas de los difuntos llegaran al Hades impedidos para volver y atacar a los vivos. Morir sin sepultura, los condenaba a ser comido por los pájaros y las bestias, el alma torturada y vagando sin fin.
Creonte, guardia, mensajero, adivino, hermana menor de Antígona –Ismene–, Hemón –hijo de Creonte y prometido de Antígona–, queja del pueblo, polifonía de voces con que Ana Yovino desovilla la tragedia que repone este clásico de Sófocles que enfrenta dos aspectos fundamentales: el cumplimiento de leyes, representadas por decretos del Rey, y leyes de dioses; ambas basadas en un deber ser, que refiere a lo público –el pueblo– y a lo privado –el deber familiar.
El cuerpo insepulto de Polinices, objeto que detona la crisis, pone en juego decisiones, juicios, discernimientos, elecciones que reponen una maquinaria de eventual cambio en el rol de la mujer y el impacto de su determinación.
“Qué tiempos serán los que vivimos, que es necesario defender lo obvio.”, dijo Bertolt Brecht; qué es lo obvio en esta obra: tanto Antígona como Creonte delegan la razón en la divinidad, la diferencia antitética está en las intenciones; Antígona del lado de la compasión, por mandato divino; Creonte del lado del poder, también por mandato divino. A los ojos de nuestra época: una mujer empoderada que pone en juego la vida, voz y acción; en Sófocles un rasgo de provocación, mujer contra el poder, ambos esgrimiendo las razones de la divinidad.
Excelente texto de Sófocles con artificios poéticos que halagan el oído, acompañado de recurso como instantáneas; estética despojada y profunda identificación entre personajes y actriz que representa esta compulsa alegórica entre el poder del pueblo y el de la monarquía como derecho divino mediada por el relato. Enorme potencia actoral de Ana Yovino.
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Ficha Artística/Técnica
Unipersonal: Ana Yovino
Fotos: Soledad Ianni
Diseño cartel: Agustín Calviño
Musicalización y diseño de luces: Carlos Ianni
Escenografía y vestuario: Solange Krasinsky
Dirección: Carlos Ianni
Sin intervalo
Duración: 60 minutos
Este espectáculo cuenta con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro
CELCIT. Temporada 2006-2007-2013-2014
Moreno 433
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Tel: 4342-1026
http://www.celcit.org.ar
Sábados 19:00.
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El clásico de Sófocles se presenta en Buenos Aires, en su décimo sexta temporada, en versión libre del poeta peruano José Watanabe. Fue llamado el poeta sabio, maestro del arte del haiku, recibió de su padre japonés la influencia de la cultura y la sabiduría oriental. La consubstanciada dirección es de Carlos Ianni, también, el responsable de la breve, pero, elocuente escenografía y la impecable iluminación. El rol protagónico es de Ana Yovino, que, con solidez interpretativa y perfección, encarna -ella sola-, a través de sutiles recursos escénicos, los cinco personajes: Antígona; Creonte, el rey y tío; Tiresias, el adivino; Hemón, el hijo de Creonte y prometido de Antígona; e Ismene, su hermana débil y temerosa, quien relata la historia.
La escena transcurre en Tebas. Luego de la cruenta guerra, la joven Antígona quiere sepultar el cadáver del general Polinices, su hermano, según las honras fúnebres. Pero, el tirano Creonte se lo impide porque lo considera un traidor, condenándolo a que los buitres y perros lo despedacen y que nunca pueda ser cobijado por la tierra y pueda descansar en paz. Este es el horrendo castigo.
Antígona se atreve a contradecir a Creonte y a desobedecer sus órdenes. Toma a su hermano muerto, lo frota con polvo y entierra el cuerpo. El tirano la captura y la condena, castigándola a morir de hambre y sed en una cueva sellada en la montaña. Este es el nudo de la tragedia.
La obra, escrita en el siglo V a.c., es un clásico que continúa hablando de temas universales: el poder y su arbitrariedad; la injusticia y la desobediencia; el desafío al poder y la singularidad disruptiva de la mirada de mujer de Antígona, con una visión y una lógica distinta: humana. Ella encarna y asume este desafío total al poder. Y esto ocurre a través de los siglos y de los territorios, cada vez que estas mujeres arquetípicas asumen la existencia “de otro modo”. Tenemos monumentales ejemplos de este tipo de mujeres en nuestra historia y, sobre todo, en la reciente.
La historia es narrada por Isemene, la hermana débil de Antígona, y ella cuenta, desde su perspectiva, el duelo de los hermanos, el castigo a su hermana, el suicidio del prometido de Antígona, Hemón, y el peso que cargará, eternamente, el tirano Creonte.
Son varias las miradas y las voces que resuenan en el escenario de dos frentes de la sala del CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral). La interpretación de Ana Yovino, múltiple, pone, no sólo, el cuerpo y la voz: pone el alma. Es tan perfecta y elocuente que nos cuenta, toda ella, esta tragedia con recursos actorales de primer orden: su cuerpo dúctil, su voz clara, sus movimientos armónicos y ajustados a la indicación del texto. Para el espectador todo esto convierte a esta experiencia en un momento de sobrecogedora belleza, poesía y profundidad.
Se percibe el gran trabajo de dirección de Carlos Ianni, que da el tono inconfundible de la experiencia y del compromiso de su trabajo. El escenario tiene, ascéticamente, apenas tres sogas que cuelgan y un juego de luces que le confieren a la obra una intensidad que no distrae en ningún momento. Al contrario, concentra la atención y la emoción del/la espectador/a hasta el final y aun después de finalizado el momento. Nos quedamos pensando y sintiendo los ecos de estas voces corales que hablan de tantos temas que nos siguen interrogando: la necesidad de las voces desobedientes, que claman justicia y poder llevar una flor a la tumba de sus queridos muertos…
Además, esta obra se presenta en la sala del CELCIT, un lugar que concentra la mejor tradición del teatro latinoamericano y que dirige el laborioso y visionario Carlos Ianni ¡Todo es celebración!
Vestuario y escenografía: Solange Krasinsky
Asistencia de dirección: Soledad Ianni
Iluminación, musicalización y dirección: Carlos Ianni
Antígona puede verse los sábados a las 19hs. en CELCIT, ubicado en Moreno 431, CABA.
Vigilar al poder
En su temporada número 17 se vuelve a presentar la adaptación de José Watanabe escrita en 1999, con la puesta en escena del talentoso director Carlos Ianni, este clásico de Sófocles mantiene su potencia política como su exquisitez poética.
“Destino es de los débiles crear señores del poder, así como en sueños creamos seres para nuestro miedo, y sólo el dormido los ve, y se angustia.” Este es uno de los tantos parlamentos que brotan de la voz narradora que tiene esta historia, plasmando imágenes que acechan en el vacío del escenario. Entre penumbras, ella recuerda la caída del poder de Tebas y recorre el espacio como si fuese la misma ciudad. Con dos elementos puntuales, la escenografía se resuelve al estilo minimalista, ya que tres sogas blancas con un nudo en sus puntas cuelgan en distintos sitios de la escena, son destacadas por cenitales que crean zonas de sombras según las acciones de la narradora. El color de la luz es blanca y tenue, incluso cuando hay luz un poco general, pues la historia comienza en el primer día de paz, dónde la muerte aún se encuentra cerca. Así mismo, el diseño sonoro marca los acentos y vibraciones, enmarcando una atmósfera tensa y difusa.
En esta versión el argumento dramático se estructura en monólogos de cinco personajes que los interpreta la narradora (Ana Yovino): Antígona, Creonte, el Guardia, Hemón y Tiresias. La actriz es dueña de una fina calidad de movimiento para componer cada uno de estos roles, definidos por la postura corporal, un determinado tono de voz y sobretodo la intensión de su mirada.
Acerca de la manipulación de la utilería, en este caso las tres sogas, la actriz no cae en la literalidad ni en movimientos previsibles, al contrario, el uso de los objetos apela a avivar la imaginación del público; además, sus intenciones sobre el espacio escénico, ya sea empujar, tirar, sostener, buscar, van abriendo el espacio creando zonas nuevas que estaban ausentes, tal es así que, en un momento la escena queda vacía pues ella se escabulle en la oscuridad pero su relato continua haciendo latir a la representación por sí misma. Con respecto al vestuario, lleva pantalón y camisola amplia de color blanco contrastando con el tono ya descripto de la puesta escenográfica, un atuendo neutro y funcional para la interpretación y de cierto carácter ceremonial.
Sin intención de spoilear sobre la identidad de la narradora, ella mantiene un fuerte lazo con esta historia que no puede dejar de contar: la historia de Antígona que, sin culpa, enfrenta al edicto de Creonte cuando este impide sepultar al hermano Polinices caído en la reciente guerra. En este sentido, toda la puesta se despliega como un portal a la imaginación de la narradora, siendo la palabra el puente de un pasado doloroso y al mismo tiempo la posibilidad de mantener vigilado al poder.
Esta versión de Antígona es realmente una propuesta de disfrute teatral.
Esta es una versión de la tragedia de Sófocles que es pura poesía gracias al bellísimo texto de José Watanabe, a la profundidad y eco ancestral que crea la dirección de Carlos Ianni, y a la potencia visceral de la actuación de Ana Yovino.
Con esto planteado, podemos ir deshaciendo en nuestro recuerdo la suma de momentos de atmósfera vibrante y expresividad conmovedora, para recrearlos ante nuestros ojos y nuestro corazón como el derrotero de una heroína de todos los tiempos, Antígona.
Hija de Edipo y de Yocasta, Sófocles la retrata en el texto original como una muchacha piadosa, que ha cuidado de su padre ciego y ahora, que sus hermanos Polinices y Etéocles han luchado por el trono hasta darse muerte el uno al otro, ahora que su tío Creonte, desplegando autoridad y poniendo relieve en el ejercicio de justicia declara que Polinices no sea enterrado, no tenga funerales y que ni siquiera pueda cubrirlo una capa de polvo, teme que su hermano -deshonrado como traidor-, no pueda pasar al mundo de los muertos.
Watanabe en su texto comprime esa laxitud misericordiosa; acá Antígona es objetora de la férrea autoridad que quiere imponer el nuevo rey. Y Carlos Ianni con su dirección, le da torque a esa heroína volviéndola potente, cuestionadora, incansable, que defiende ante todo el cuerpo de su hermano, lo corpóreo de él, lo que se devorarán los buitres, lo que despedazarán las fieras, y entonces sí, qué será de su alma vagando entre los vivos. Pero lo que sobrevuela esta versión es -sobre todo-, la voluntad de que el amor venza a la ley del gobernante de turno.
Ana Yovino es Antígona, pero también Creonte; es el adivino Tiresias, así como el tierno y furioso Hemón, su prometido e hijo de Creonte. Es el soldado que no encuentra el cuerpo de Polinices que ha custodiado para que nadie lo entierre, y a su vez encarna a Ismena, su hermana temerosa de la regla que impone el rey. En un juego de transiciones sutiles, Yovino va desplegando a todos estos personajes, sin alarde, sin estilizaciones innecesarias. Este mecanismo bellamente articulado, terminé de entenderlo con las palabras de la actriz en el documental del CELCIT, en el que explica que el director propuso trabajar con energías diferentes para los personajes, en lugar de con caracterizaciones, con lo que Antígona, por ejemplo, representaría la energía de la Tierra, y Creonte la del fuego.
Estas transiciones entre los personajes, así como el lenguaje metafórico que nos permite la ilusión de una antigua Tebas, se resuelven con mucha eficacia con una escenografía que envuelve a Antígona de oscuridad, donde ella es como un destello, sólo con tres sogas que penden sobre el escenario, que serán metáfora de tres etapas de su breve vida.
Destacable la sala de este Centro, que ofrece la posibilidad de ver la obra desde todos lados, y desde diferentes ángulos.
Los sábados, en el CELCIT, 19 hs.
Desde muy pequeña sintió un interés particular por la poesía . Ana Yovino recuerda que su madre solía escuchar discos en los que autores como Nicolás Guillén o Pablo Neruda recitaban sus creaciones. Escuchar sus voces le producía una fascinación especial. Y algo de esa experiencia quedó marcada en su cuerpo.
La intérprete reparte su labor por estos días entre el reestreno de Antígona , del peruano José Watanabe en el Celcit, los ensayos de La celosa de sí misma , de Tirso de Molina junto a la Compañía argentina de teatro clásico y la reposición de Federico, poema del cante jondo, sobre textos de Federico García Lorca, también en el Celcit.
Con Antígona lleva recorrido un largo camino. El espectáculo, bajo la dirección de Carlos Ianni, se estrenó en 2005 y, desde entonces, se repone con cierta frecuencia. "Cada vez que vuelvo a ponerme en la piel de estos personajes me pregunto qué hay de nuevo acá -comenta la actriz-. El texto es un extenso y maravilloso poema que posee imágenes muy potentes, muchas capas y tantos significantes que nunca queda nada cerrado. Siempre hay algo por descubrir. En estos 15 años he tenido un crecimiento personal importante. Es más, Antígona y yo crecimos juntas".
En la obra de Watanabe confluyen varios personajes a los que la intérprete debe dar entidad: Antígona, Creón y una narradora. "No es casual la decisión que todos los personajes los encarne una sola actriz -explica-. Es como decir: todos tenemos miedos, fuerza, coraje. Tenemos todas las capas humanas y elegimos qué ponemos en juego y qué no". Yovino conoce muy bien a su personaje. Antes de abordar esta pieza interpretó la Antígona, de Jean Anouilh, en La Carbonera (2004), y posteriormente Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal, en el Teatro Nacional Cervantes (2011). "Es un personaje que me dio mucho coraje para enfrentar miedos. Ella es la maestra de la ley del deseo. Vence cualquier represión y castigo. Su motor es el amor".
Desde hace tres años forma parte de la Compañía argentina de teatro clásico, un proyecto que la tiene muy entusiasmada no sólo porque comenzó a abordar el repertorio teatral del Siglo de Oro español sino porque el proyecto ha logrado una cohesión muy importante. Todo comenzó en 2018 cuando el director Santiago Doria convocó a un grupo de intérpretes para montar La discreta enamorada , de Lope de Vega, en el Centro Cultural de la Cooperación. A poco de su estreno el espectáculo fue invitado a participar del Festival de Teatro Clásico de Almagro, en España, donde logró una fuerte repercusión y hasta una invitación para regresar en 2019 con el montaje de El lindo don Diego, de Agustín Moreto. El grupo (integrado por Irene Almus, Gastón Ares, Ana Yovino, Gabriel Virtuoso, Mónica D'Agostino, Andrés D'Adamo, Pablo Di Felice, Francisco Pesqueira) volvió a presentarse en Almagro y agregó funciones en Olmedo y en Avilés. "Me gusta matizar y poder pasar por diferentes personajes -cuenta Yovino-. El teatro tiene ese juego exquisito que es poder conocer el mundo a través de esos textos maravillosos. Las obras clásicas además de las situaciones ricas que proponen también tienen poesía. Ese gusto por el decir poético en estos años me fue atravesando".
La celosa de sí misma será el tercer montaje de la Compañía que tiene previsto su estreno para mayo, en el Centro Cultural de la Cooperación. "Es una pieza totalmente absurda -define su intérprete-. Cuenta la historia de un hombre que se enamora de la mano de una mujer que ve en misa. Lo fantástico del amor es que uno puede hacer en el otro una proyección del deseo propio. A esa mano de doña Magdalena este señor le pone el condimento que quiere pero cuando conoce a la mujer la realidad es otra". Los integrantes de la Compañía quieren generar no solo espectáculos sino además debates, talleres, promover un verdadero encuentro con la poesía. Ana Yovino considera que hay un público que está ávido de escuchar el verso. "Es un gran juego de ingenio", afirma.
El último proyecto, por ahora, en el que está embarcada la actriz es la reposición (desde hoy) de Federico, poema del cante jondo , un trabajo que estrenó en 2019 y que le brindó la posibilidad no solo de trabajar una dramaturgia junto a Ingrid Pelicori y Marcela Suez, a partir de textos de Federico García Lorca, sino que comenzó a dirigir y descubrió un campo de trabajo que le interesa continuar y profundizar.
La dulce agonía
Desnudo ante la luz, el escenario se encuentra casi vacío. Tres largas sogas colgadas del techo, que por su disposición podrían estar unidas por puntos invisibles y formar un triángulo, ocupan la escena. Estos pocos elementos con los que cuenta la obra, nos permite dialogar con una concepción libre de la representación donde el espectador debe imaginar en los lugares donde solo se encuentra el vacío.
La actriz Ana Yovino entra en escena y representa de manera comprometida un cuerpo múltiple que alberga a todos los personajes de la obra: Antígona, Creonte, el guardián, Tiresias, Hemón e Ismene.
Vestida de manera neutra, su cuerpo construye universos simbólicos donde los pasajes a cada personaje transitan con naturalidad.
Según este texto clásico para la literatura teatral y mundial, Antígona quiere brindar una sepultura digna a su hermano, a pesar de la ley que rige creada por Creonte donde se indica dejar insepulto a Polinices. Esta ley es desafiada por Antígona que al ser descubierta queriendo llevar a cabo su cometido, es encerrada en vida en una cueva sellada en la montaña. Hemón que pretendía a Antígona, al enterarse de los hechos, acaba con su vida. Los sucesos trágicos que la preceden son sumamente conocidos. La muerte ronda todo el tiempo y ejerce su labor infalible. Las sogas son también una metáfora al suicidio.
El director Pedro Álvarez Osorio decía en una conferencia que: “si el espacio escénico es dinámico, naturalmente está desarrollando un discurso y esta elaborando un discurso de acción; la acción no está solo en los acontecimientos, sino que esta con la luz (…)” En La acción que se desarrolla en el espacio, el juego de luces y sombras va a tomar un lugar preponderante acompañando los matices que conlleva este texto dramático.
La música también elabora edificios para la imaginación, abriendo y cerrando escenas donde no hay telón que divida porque, al fin y al cabo, la obra no lo necesita.
?Esta versión libre de la tragedia de Sófocles escrita por José Watanabe y dirigida por Carlos Ianni, ha sido distinguida con el premio Trinidad Guevara por la labor actoral de Ana Yovino y apuesta por una escenografía minimalista, dando lugar a un discurso actual donde se puede pensar la discusión sobre la asimetría del poder de géneros.
Que toda muerte tenga funeral. Carlos Ianni dirige esta versión libre y contemporánea de "Antígona", con la gran actuación de Ana Yovino.
Antígona de José Watanabe es una versión libre de la célebre tragedia griega de Sófocles. Esta adaptación trae la antigua tragedia a actual contemporaneidad argentina.
En esta nueva mirada del clásico griego se utiliza el formato del unipersonal para entablar con el espectador una intensa reflexión sobre la presente problemática de la asimetría de poder entre géneros así como también sobre el lugar de una mujer en una sociedad patriarcal. Con un espacio escénico originalmente dividido en tres instancias por tres gruesas sogas que cuelgan y pesan, como pesa el deber de cumplir con la voluntad de los dioses en la conciencia de Antígona, la iluminación será clave para el relato. El interesante juego de luces y sombras que se despliega a lo largo de la obra aporta a la escenas verdaderamente un aspecto pictórico y ceremonial, donde en ocasiones todo es penumbra o simplemente sólo oscuridad.
Del mismo modo la música tiene una incidencia siempre puntual dejándolo todo en manos de los silencios y de la declamación profunda de Ana Yovino como la protagonista de esta historia. Ella se destaca por su interpretación desarrollada tanto desde lo vocal como desde la corporalidad. Es decir, por servirse de su propia voz y de su cuerpo entero para darle al texto dramático los matices y componentes necesarios para hacerlo conmovedor. Encarnando a su vez el papel de Antígona, el de Creonte, el del Coro, y así el de todos los personajes de Sófocles que conviven en ella como una síntesis superadora del dilema ético entre el enfrentamiento de la esfera de lo público y el deber civil (del estado) y la esfera de lo privado y el mandato familiar (de los dioses).
En este sentido, es muy acertada la elección de un vestuario neutro, andrógino y hasta atemporal que posibilita la transformación rápida de la actriz en cada uno de estos personajes. Vestimenta que sigue la estética misma de la puesta minimalista y austera, no por eso menos profunda y fuertemente simbólica. Vale insistir aquí, en la comprometida labor de Yovino llevando adelante este intenso monólogo, desplazándose con solemnidad, por momentos con pasión, otros con mucha dureza, según sea propicio al ritmo, a la dinámica del texto, adueñándose efectivamente de todo el espacio escénico.
Definitivamente, Antígona es una propuesta estética poética y movilizante, con la combinación justa entre dramaturgia, dirección y actuación. Que emociona y que sobre todo invita a pensar. Para los que disfrutan de los grande clásicos del teatro y de las nuevas lecturas que los mismos proponen al ser acercados a la actualidad.
Conmovedora actuación de Ana Yovino en Antígona, mujer de corazón insumiso y desafiante, en el unipersonal basado en la tragedia griega.
El espectáculo unipersonal ‘Antígona’ se ha reestrenado en el teatro del CELCIT con mucho suceso. La obra, actuada por Ana Yovino, dirigida por Carlos Ianni y con texto del poeta peruano José Watanabe, es una acertada adaptación de la tragedia griega de Sófocles.
“…los dos guerreros de largas lanzas que quedaron mirándose,
increpándose,
solitarios en sus armaduras fulgurantes, ay juego perverso,
eran nacidos de una misma madre y de igual padre.
El movimiento fue simultáneo: una lanza avanzó y la otra vino
y así la muerte se hizo dos, pero entera en cada hermano”.
Drama, odio, tragedia
Los dos hermanos varones de Antígona, Etéoles y Polinises, se enfrentan por el trono de Tebas. Ambos mueren en movimientos simultáneos bajo la lanza del otro. Creonte se convierte entonces en rey de Tebas y decide que Etéoles sea dignamente sepultado, mientras que el cuerpo de Polinises, como castigo por haber traicionado a la patria, quede expuesto “tendido perfectamente de perfil” sobre la tierra a merced de los animales y la naturaleza. Y dictamina que a cualquiera que intente darle sepultura se le dará muerte.
Antígona no puede soportar la idea de que a su hermano no lo cobije la tierra y que su alma quede vagando por toda la eternidad. Entonces decide cubrir el cuerpo de Polinises con “fino polvo”, enfrentando así el poder de Creonte por considerar injusta su orden. Aun sabiendo que le espera la muerte.
El texto del poeta peruano José Watanabe se destaca por el profundo lenguaje y las maravillosas metáforas. Ana Yovino narra y les da vida a los cinco personajes que componen la obra sin otro recurso más que la actuación; no hay cambios de vestuario, sólo utiliza la energía de su cuerpo y de su voz.
Conmoción en la sala
Con su magnífica representación, la actriz tensa y aligera el clima de la sala, llegando así al espectador: manejando su ánimo, conmoviéndolo.
La sala donde se desarrolla el drama es bifrontal, lo que le permite a Yovino mostrarse desde diferentes ángulos. Llama la atención la particular síntesis de lo espacial: la escenografía se compone únicamente de tres sogas que cuelgan del techo y que, sin embargo, cumplen todas las funciones necesarias: hamaca, árbol, muro.
La iluminación es tenue y está hábilmente acompañada por relámpagos de música; ambos elementos escénicos están a cargo del director de la obra, Carlos Ianni.
Antígona es una mujer desafiante que se resiste al control y cuestiona los límites del poder. Pero también es una mujer que demuestra cómo la fuerza del amor trasciende todos los miedos.
¿Qué cosas arden en tu corazón, Antígona?
¿A dónde vuela tu resentimiento, muchacha?
¿A Zeus, que ha descargado sobre tu familia cuanto dolor hay en el mundo,
o al rey que ahora se ensaña con tu hermano?
Antígona, la obra escrita por José Watanabe en 1999, es una versión libre de la tragedia de Sófocles.
La historia comienza cuando se desata una guerra entre dos hermanos de Antígona, y ambos mueren a manos del otro.
Creonte, rey de Tebas, decide darle sepultura a Etéoles y no a Polinices, ya que lo considera un traidor de su gente y su tierra.
Antígona no puede soportar esta decisión.
"Oh rey, no necesitabas mucho para hablar con voz de tirano.
Nadie conoce el verdadero corazón de un hombre hasta no verle en el poder"
La hija de Edipo y Yocasta decide obedecer las leyes divinas antes que las humanas, y cubre al muerto con un fino polvo. Enfrenta a su hermana Ismene cuando ésta se niega a ayudarla, y la acusa de tenerle cariño al rey.
Antígona es una mujer sin temor, que no retrocede ante a la adversidad, y desafía a la autoridad. Sin embargo desata la ira de su tío, quien la condena a muerte.
"Dices que he violado tu ley.
¿Pretendes tú, mortal, prevalecer
por encima de las leyes no escritas pero inquebrantables de los dioses?"
Como castigo a su desobediencia, Creonte la encierra en una cueva sellada en medio de la montaña.
Los dioses se enojan con el rey, éste intenta revertir su orden, pide enterrar al muerto y liberar a su sobrina. Pero resulta tarde, la tragedia lo sacude cuando llega a la montaña y se encuentra con su hijo, novio de Antígona, que al verla muerta decide quitarse la vida frente a él.
El director de la obra, Carlos Ianni, logra que el texto se destaque por sobre lo visual, con un escenario despojado que sólo tiene tres sogas -apenas iluminadas- colgando del techo. Y que actúan como soporte del cambio de personajes que la actriz lleva adelante: pared, pino, hamaca...
Más allá de las significaciones culturales, sociales e incluso políticas -enfrentar al poder, pedir justicia, el rol de la mujer, la sumisión y el arrepentimiento-, la puesta en escena logra destacar el vínculo entre hermanos. Con culpa, con remordimiento, con amor.
Ana Yovino es la actriz que pone el cuerpo y representa a cinco personajes: Antígona, Creonte, Tiresias, Hemón e Ismene quien termina siendo la narradora. Para diferenciarlos utiliza distintos tonos de voz. Por momentos es imposible dejar los ojos abiertos -aunque el movimiento de Yovino en el escenario hable e interprete las distintas personalidades-, el recitado perfecto y la dicción tan clara hacen que el espectador se sienta en medio de Tebas.
José Watanabe fue un poeta peruano también llamado poeta sabio, su padre japonés le transmitió otra mirada del mundo, relajada y serena. Su poesía daba la sensación de estar formada por haikus, aunque no lo fueran se leían así.
En su Antígona plasma una lucha de justos contra justos, ya que lo que se desprende del texto es que cada uno tiene su razón y su verdad.
Hay versos bellísimos, intensos y crueles que sumergen al espectador en un estado contemplativo. Quien sale de ver esta obra puede desarrollar distintas conclusiones en base a los temas que abarca, lo que no puede es sentirse indiferente.
Cinco personajes interpretados de gran manera por una actirz en una obra de más de dos milenios con vigencia.
La actriz Ana Yovino interpreta Antígona de Sófocles, por 16° año consecutivo. Dirigida por Carlos Ianni, sobre el texto de José Watanabe, en versión libre del clásico griego; la sobriedad de la representación traslada impecablemente al espectador al siglo V antes de Cristo.
En esta tragedia, los dos hermanos de Antígona que se enfrentaron entre si, mueren. Pero uno de ellos no es enterrado como lo marca la ley divina y es tradición occidental, pero la protagonista decide contradecir la orden del rey. El tirano, también es interpretado por Yovino con un cambio de voz y postura, que emana instrucciones para el cumplimiento estricto por parte de la población.
Con estructura, iluminación y escenografía minimalista, la obra atrapa al espectador en lo más importante: la trama. Con solo tres sogas, una gran iluminación y el trabajo actoral unipersonal, se logra conmover y reflexionar sobre la tragedia y la desdicha de quienes osan contradecir al poder.
Con una hora de duración, la obra finaliza evidenciando que muchas veces los que se atreven a contradecir los preceptos injustos de los poderosos son condenados, pudiendo pagar con lo más preciado.
Vuelve ANTÍGONA, en versión libre de José Watanabe, con Ana Yovino y dirección de Carlos Ianni al escenario del CELCIT .
Escrita en 1999 la versión de “Antígona de José Watanabe, cumple 16 años de funciones, bajo la dirección de Carlos Ianni y la notable interpretación de Ana Yovino; desde el 1° de marzo podremos disfrutar de una nueva temporada de esta propuesta.
En Tebas, pasada una guerra cruenta, la joven Antígona quiere dar sepultura al cadáver de su hermano Polinices, general muerto en combate; pero el tirano Creonte considera a Polinices un traidor por haber vuelto las armas contra sus hermanos. Le niega, pues, las honras fúnebres. Al cuerpo insepulto lo destrozarán buitres y perros, nunca será abrigado por la tierra, y jamás entrará en el reino de la luz y de la paz. Ese es el castigo horrendo. Pero Antígona “tiene el corazón puesto en cosas ardientes, en deseos de desobediencia” y, como se sabe, la desobediencia es el alma del drama. Violando la prohibición, la muchacha asperja con vino el cuerpo del hermano, lo frota con fino polvo y lo soterra. Capturada, Creonte la condena a morir de hambre y sed encerrada en una cueva en la montaña.
En la historia reciente de Argentina también hay cadáveres destrozados y errantes, y hermanas y hermanos y padres, madres, hijos e hijas que no pudieron enviarlos hacia la luz y hacia la paz.
La perversa locura de la última dictadura cívico militar, que nunca entregó los cadáveres a sus deudos y la trama planteada por Sófocles, no tiene un paralelismo exacto, pero en su punto esencial resultan tragedias idénticas, porque se trata del mismo imperioso reclamo humano de enterrar a nuestros muertos; es el orden establecido que no puede contra la tragedia privada que adquiere una altura moral, un lado ético, que derrota desde ese flanco a la dictadura, tanto de Creonte como de Videla. No es tampoco menor el hecho que Antígona sea mujer, las Madres también lo son.
Pero mejor es que sea usted quien saque sus propias conclusiones luego de ver esta inteligente versión de la mayor tragedia de Sófocles: agéndelo.
“Oh dioses, pudiendo habernos hecho de cosa invisible o de piedra que no necesitan sepultura ¿por qué nos formaron de materia que se descompone, de carne que no resiste la invisible fuerza de la podredumbre?”, se pregunta Antígona. Ella ha elegido obedecer las leyes divinas y no las humanas, darle a su hermano la sepultura debida. Ana Yovino desempeña varios papeles; es Antígona, pero también Ismene, Creonte, Tiresias. Ella misma, la narradora, va revelando información gradualmente hasta llegar a la conmoción final.
El texto de José Watanabe (escrito en 1999) es una muy lograda y lúcida adaptación de la tragedia griega de Sófocles. La actuación de Yovino, quien ya lleva doce años interpretando este rol, es sublime en todo momento y no deja lugar a dudas de que estamos ante una gran actriz. Este año fue ganadora del premio ACE por su actuación en La discreta enamorada, de Lope de Vega, con lo cual demuestra que además de interpretar muy bien los textos contemporáneos, descolla en los clásicos. Ya había sido nominada al ACE por su rol en otra versión de Antígona, la de Anouilh . Este año, además, hemos visto su trabajo como directora en Mujer foca.
El director Carlos Ianni hace brillar este texto poético con una puesta que se concentra en lo mínimo para resaltar la potencia de las palabras que se ven acentuadas por algunos movimientos corporales. Las sogas que cuelgan de lo alto sirven a Yovino para realizar varios juegos, todos ellos muy interesantes visualmente. El Celcit, con sus butacas situadas en diferentes lugares, permite distintas perspectivas de la acción (nos habla de un adecuado manejo del espacio por parte del director y la actriz), como también son varias las perspectivas de la tragedia que nos brinda cada personaje, como si estuviéramos ante la multiplicidad de perspectivas de “En el bosque”, de Ry?nosuke Akutagawa.
Yovino consigue emitir su voz de distintos modos, según el rol que interpreta. “Nada grande entra en la vida de los hombres sin alguna maldición” y “No hay peor tortura que la propia imaginación” son frases que esbozan grandes verdades. Ismene imagina la muerte de su hermana y ese es su peor tormento. La imagen de ella doblándose sobre sí misma como una figurilla de cera la persigue. El texto de Watanabe sitúa a Antígona en un escenario más actual y demuestra que el miedo es el enemigo más fuerte de los hombres; que el miedo en todas las épocas es el que deja al pueblo adormecido e inmóvil. Pero al mismo tiempo hay mujeres que se movilizan y luchan por encontrar la verdad. El autor escribe la obra para el grupo Yuyachkani, a propósito de las fosas comunes que había en el Perú donde las madres buscaban los huesos de sus hijos. La mujer desobediente, que en esta obra se encarna, nos muestra con su desobediencia, ese acto vital que cuestiona las imposiciones del poder, tan esencial para afianzar la propia existencia: seguir la voz interna puede llevarnos a la muerte, pero es la única manera de no dejarse vencer, de luchar por lo que creemos justo.
En nuestra opinión lo que más impresiona en el espectáculo unipersonal “Antígona,” (basado en la versión libre del poeta peruano José Watanabe sobre la obra clásica de Sófocles) es el coraje de una mujer frente a la represión.
En el escenario aparecen tres cuerdas, y un espacio vacío y a la vez lleno de imágenes y energía escénica. Ana Yovino en efecto entra en la piel de varios personajes y produce una reflexión del público sobre la actualidad de la mujer en nuestra sociedad—a través de una historia escrita hace 2.500 años.
Como se sabe las grandes obras de literatura tratan temas universales, como la lucha de Antígona por la justicia y la ceguera de los hombres y de la sociedad; la defensa que ella hace, a costa de su propia vida, de su hermano Polinices, muerto y sin derecho a una sepultura digna.
Antígona no tuvo hijos, no tuvo nupcias, no tuvo noche de bodas, no tuvo entierro y, sobre todo, no tuvo miedo. Una mujer joven, de profundas convicciones morales, que se enfrenta a la ley del Estado y al poder de turno. Ella misma lo dice: “Nací para compartir el amor, y no el odio.” Pero en el mundo real los hombres luchan por el poder, no por el amor.
El enfoque latinoamericanista de Watanabe ciertamente explora el coraje de Antígona para explorar el efecto social que grandes luchadores pueden tener sobre la posibilidad de lograr cambios sociales. La acertada puesta en escena del director Carlos Ianni propone que la actriz se involucra emotivamente en los hechos que narra. Entonces, el cuerpo y la vida emotiva de Yovino es el verdadero escenario. Una historia sumamente densa y compleja se realiza con la voz, el cuerpo y las emociones de Yovino, una actriz de una refinada técnica actoral, que asume las voces de Antígona, Creonte, Hemón, Tiresias e Ismena, su hermana.
Tal vez conviene revisar la historia antes de ir al CELCIT para ver la obra, pero el espectáculo es de todos modos visualmente bien logrado y teatro en su sentido más genuino.
Aunque bien dotada para la comedia, en la última década Ana Yovino ha estado más comprometida con la tragedia en distintas manifestaciones: Antígona, Berenice, Ofelia, Clitemnestra fueron encarnadas por la eximia intérprete que actualmente prepara un espectáculo como directora.
Diez años conviviendo con Antígona y otros cuatro personajes de esta tragedia, en la reescritura de Sófocles hecha por José Watanabe, no han impedido que Ana Yovino incurriese en varias “infidelidades”: obras en la que actuó paralelamente con gran rendimiento, entre las cuales algunas tragedias (dos de ellas, la de Jean Anouilh y la de Marechal, inspiradas en la misma tragedia). Lo más reciente en el género, La oscuridad de la razón, admirable versión firmada por Ricardo Monti de la Orestíada, de Esquilo, que dirigiera con remarcable osadía Virginia Innocenti.
La fuerte interioridad con que Yovino encara este arduo género, la forma en que se deja habitar por los personajes ahondando en ellos, su sinceridad como intérprete, la apartan de cualquier énfasis grandilocuente. La celebración de los diez años –con intermitencias- de la Antígona de Watanabe, puesta en escena con mucho acierto por Carlos Ianni, la encuentran trabajando en los preparativos de Ofelias, espectáculo alrededor del rol de la joven enamorada de Hamlet. El elenco lo integran Aldana Zulaica, Sang Min Lee, María Julieta Bottino y Nayla Noya. Vale recordar que la propia Ana fue una memorable Ofelia en la versión de la tragedia de Shakespeare que en 2010 condujo Manuel Iedvabni.
¿Tuviste alguna duda frente a la propuesta de hacer la Antígona del poeta peruano?
-La única incertidumbre tuvo que ver con que en ese momento estaba haciendo la obra de Anouilh, pero leí el texto que me alcanzó Carlos Ianni y supe que iba a aceptar encantada. Me conmovió mucho la belleza de sus palabras y me preguntaba cómo podría traducirlas en acción, cómo llevar a escena ese texto. Tenía que asumir cinco personajes diferentes, caracterizarlos. Pero finalmente cuando llegó el proceso de los ensayos todo resultó muy gratificante. Antes, apareció Cita a ciegas, que hicimos con Carlos en el Cervantes, así que Antígona estuvo un poquito en pausa. Y la transición con la obra de Diament nos sirvió para conocernos: el destino se organizó así…
La pieza de Watanabe se estrenó en la antigua sala del Celcit.
-Sí, y como te decía fue muy bueno el camino de hallazgos que tuve con el director. Llegamos a ciertas pautas que no tenían tanto que ver con caracterización a los personajes sino más bien con recurrir a elementos de la naturaleza. Pensamos en Antígona como tierra, su hermana Ismena como aire, Creón como fuego. Ese proceso me dejó un montón de herramientas que yo después empecé a transmitir a la gente que viene a tomar los seminarios. Si se piensa en la tierra, hay algo de lo humano que se arraiga en el piso, en la realidad. Y hay algo del aire que está en la cabeza, en los pensamientos: es decir, esta Ismena más dominada por las ideas ajenas, más etérea acaso, muy tironeada entre lo que quiere, lo que puede. Creón, a su vez, como el fuego en la boca del estómago, una voz que expresa un orden más masculino. A Tiresias nos costó encontrarlo, hasta que un día Carlos me dijo: “Lo soñé como un sapo dado vuelta que hablaba”. Me indicó cómo poner las manos, tirar el pelo para adelante, y ahí apareció el brujo, el vidente. Las tres sogas también surgieron intuitivamente: le pegunté a Carlos para qué servían esos ganchos que estaban en el techo, me respondió que eran para hacer acrobacia. Estaba presente Solange Krasinsky, la escenógrafa, y sugirió poner unas sogas. Entonces afloraron estos elementos que se transforman en diferentes ámbitos: un pino, una hamaca en el recuerdo de la infancia, la cárcel, el lazo con que se ahorca Antígona. Algo empezó a moverse y solo había que dejarse llevar.
Han sido muchos años de dejarse llevar, y todavía no bajó del todo el telón…
-Es que somos un equipo, funcionamos como tal; cada vez que viajamos con la obra, Soledad Ianni está ahí poniendo las luces… Es muy rico todo lo que viene sucediendo con este espectáculo, creo que se debe a que fue concebido con amor por el teatro, por la poesía, por el trabajo, por el encuentro con los otros. Antígona es como una especie de tótem que dice: “Un orden diferente es posible”. La gente sale siempre emocionada y a la vez reflexionando, repensando sobre cuestiones importantes: el respeto por lo humano, por la diferencia. Tengo fe en que la propuesta de Antígona es factible porque, a pesar de tantos desastres, la humanidad ha ido evolucionando.
Salvo en Medea y en Antígona, la tragedia griega no suele reconocer la situación de inferioridad de las mujeres, no se subrayan sus intereses específicos.
-En Antígona está clarísimo el deseo de devolver el cuerpo del hermano a la tierra, a la madre tierra. Ella sale a distintas horas para lograrlo, a la noche, al mediodía. Quiere darle albergue, calor, protección: ese gesto es muy femenino, ahora lo pienso desde ese lugar de género. Antígona se transforma en la madre de su hermano. Defiende la dignidad de ese cuerpo que puede ser comido por los perros, por los pájaros…
Por otra parte, ella cree en esa disposición de los dioses y la quiere cumplir, es parte de su integridad como persona.
-Lo expresa así: “Hay una ley suprema y yo debo cumplirla, no así la tuya”, le dice a Creón. “Hay una ley natural, una ley de los dioses que va más allá de tu ley como gobernante”.
¿Podrías seguir haciendo esta Antígona, descubriéndole cosas nuevas?
-Me siento muy hermanada con este texto, como Antígona con Polinices. Muy agradecida. Es un gran mural que hay que seguir pintando, porque siempre habrá más colores. Y al mismo tiempo, continuar meditando acerca de la humanidad, quiénes somos, para qué queremos vivir. Cuando estrené esta obra tenía 30 años. En ese momento, era como una bomba que explotaba en mi cuerpo, en mi cabeza. Lo que he ido comprendiendo a lo largo de todos estos años es que hay que parar un poco esa fuerza, contenerla, masticarla, no dejarla aflorar del todo, no exhibirla. Creo que las dos versiones, la explosiva y la más madurada, han sido auténticas. Yo misma he ido cambiando: si antes me dejaba ganar por lo impulsivo, ahora elijo cuándo dejarlo salir.
Podría decirse que has hecho una maestría en Antígona, a través de las tres obras.
-Lo que me pasó con este personaje fue insólito: me llegaron las tres versiones, no es que yo fui a buscarlas. Dora Milea me propuso la de Anouilh, Carlos Ianni la de Watanabe, Pompeyo Audivert con el Cervantes me acercaron la Antígona Vélez de Marechal. Tampoco es que me dediqué especialmente a investigar sobre el personaje aunque me atrae mucho, los materiales me fueron llegando. En todo caso, hice un master sin querer queriendo, viviendo las diferentes versiones. Porque son tres obras de mucho peso. También me pasa que veo antígonas, creones, ismenas en la vida. Todo se antigoniza… Te digo más: cuando me pongo a defender o a criticar algo con pasión, mis hijos me dicen: “Pará, Antígona”. Me cargan con frecuencia, y yo me río con ganas. Es un verdadero misterio lo que me ha pasado con este personaje que me vino a tocar a la puerta y yo le he abierto con todo gusto para departir durante una década…
Mucha promiscuidad la tuya con Antígona.
-Imaginate, duerme conmigo… Y este año abrió la temporada del festejo del 40 aniversario del Celcit. Ella a veces se va por un tiempo, y vuelve porque sabe que la puerta está abierta. Cada temporada me despido sin saber si regresaré con esta Antígona de Watanabe. Siempre está el deseo de hacerla, siempre en algún lugar del país la piden. Vos me llamás para que hablemos de ella y a mí me gusta explayarme, es una hermana.
¿Ismena es una prima?
-También es una hermana, la entiendo, me siento muy cerca de ella a menudo. Por ejemplo, cuando me pregunto: ¿Por qué no me animé a decir, a hacer tal cosa si realmente lo deseaba o lo consideraba justo, ¿por qué me gobernó la indecisión?
La María-Clitemnestra de La oscuridad de la razón es como una fuerza de la naturaleza que arrasa…
-María es una mujer que comete un crimen después de haber sido víctima de violencia: su marido prácticamente la violaba, y ella descubre su sexualidad con el hermano de su marido, va hacia su goce, hacia el amor. Hace una gran declaración de libertad. Ricardo Monti tiene una mirada muy interesante sobre ese personaje, realmente adoré hacerlo.
Y ahora, a tu manera, como directora, volvés a la tragedia shakespeariana con Ofelias.
-Estoy trabajando con un grupo de actrices en este proyecto de creación colectiva; por el momento, en un cruce con Alejandra Pizarnik que nos resulta muy movilizador, que vamos madurando con tiempo. La idea es entrar en el sueño de Ofelia después de su muerte y por fin escucharla. Porque es un personaje que nunca fue escuchado en la obra de Shakespeare: tratamos de percibir qué tenía ella para decirnos. En un mundo ligado a conflictos de poder, rebelarse desde la poesía. La gran pregunta que Ofelia le hace a Gertrudis es: ¿cómo poder reconocer el verdadero amor? La escena habitualmente denominada de la locura, para mí es la escena de la lucidez de Ofelia, es donde ella puede poetizar todo lo que le ha sucedido: la muerte del padre, la traición de Hamlet. Ofelia habla de un mundo donde imperan la deslealtad y la muerte, y donde los que ella amó –su padre, su hermano, Hamlet-, la sueltan. Su padre la pone de carnada, habla abusivamente de su “casto tesoro”, Hamlet la humilla mucho, a lo mejor con intención de salvarla… Pero nadie va a darle un abrazo, un consuelo; se quedan haciendo conjeturas. Allí ella empieza a sentir ese frío que, creo, estuvo desde el comienzo de la obra. Esos hombres que dicen quererla, ninguna la respecta en su individualidad, en sus verdaderos deseos. Una mentalidad masculina que todavía perdura en cierta medida. Y Ofelia va a buscar en el agua la paz, quizás alguna forma de renacimiento. Ofelia está acá, en estas chicas que violan, matan, tiran en bolsas de basura. En esos cuerpos abusados, maltratados, despreciados. Chicas que se vuelven a morir cuando en la tele, los que pasan la noticia comentan si la víctima había bebido, si estaba de fiesta, si tenía un short…
Mientras seguís preparando Ofelias, se acerca el estreno a mediados de septiembre de Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez y José Podestá, versión y dirección de Claudio Gallardou donde te toca el papel de Vicenta, la mujer de ese gaucho convertido en leyenda.
-Se ha formado un equipo muy grande, todos contentos y felices de celebrar, con una mirada actual, la fundación del teatro criollo que representa esta obra. Encabezan Alberto Ajaka, Pablo Brichta, Cutuli, Mariana Torres, muchos nombres… En su momento, un exitazo popular, una suerte de acto performático donde podía haber hasta caballos en escena. En esta adaptación se trata de mantener el espíritu festivo del circo, y también de meterse en la tragedia de Moreira, perseguido por la fatalidad a partir de una deuda que no le quieren pagar. Claudio Gallardou decidió hacer más foco en la historia romántica: el triángulo protagónico está formado por el Moreira, la Vicenta, su esposa, y el alcalde que se la quiere soplar. Para lograrlo, el funcionario manda a Moreira al cepo, corre a la casa de la Vicenta y se aprovecha por la fuerza de la situación. Aunque menos que en la película de Leonardo Favio, aparece algo de lo político en este espectáculo donde habrá proyecciones, músicos, bailarines; la coreografía es de Oscar Aráiz, una estilización del folklore. Yo todavía estoy descubriendo a la Vicenta, una mujer de campo capaz de luchar por su amor en una situación desventajosa, víctima ella también de la violencia machista del alcalde.
La gran actriz Ana Yovino encarna la versión que hizo José Watanabe y, a su vez, es una de las protagonistas de La oscuridad de la razón
Desde que despuntó admirablemente en Cocinando con Elisa (1997), Ana Yovino no ha hecho otra cosa que confirmar una y otra vez su calidad de actriz de rara transparencia, capaz de mudar, sin esfuerzo aparente, de registro y de género. Si bien Yovino ha abordado con mayor frecuencia el drama y la tragedia -con picos tan altos como Berenice (2007)-, también ha sabido retozar en la comedia con suma gracia: de hecho, el año pasado, lo hizo en algunas instancias de Guayaquil, una historia de amor. Actualmente, la intérprete prosigue descollando en La oscuridad de la razón, en el Centro Cultural de la Cooperación, donde también continúan las funciones del espectáculo de poesía Con un tigre en la boca. Por otra parte, se apresta a participar en el Juan Moreira que se presentará en el Teatro Nacional Cervantes, y por las suyas, prepara como directora Ofelias, obra en torno al personaje de Hamlet, con dramaturgia de Bea Pustilnik, y las actuaciones de Aldana Zulaica, Sang Min Lee, María Julieta Bottino y Nayla Noya.
Sin dudas, una de las creaciones más celebradas de Ana Yovino es la Antígona del peruano José Watanabe, una reescritura poética de Sófocles en la que asume el punto de vista de Ismena -la hermana legalista- y se desdobla con notable plasticidad en otros cinco personajes femeninos y masculinos, persistiendo en el candelero, en forma intermitente, diez años después de su estreno.
"Sigo dándome el gusto de entrar y permanecer en esa poética de Watanabe, que en esta versión da la palabra a Ismena, la que no se anima a enterrar a su hermano por temor a las consecuencias", declara Ana Yovino, con el fervor inicial intacto. "En su actitud, acaso, nos podemos ver mejor reflejados que en la heroica Antígona, porque ella es la que hace con su vida lo que va pudiendo, la que acepta a su pesar las disposiciones del poder por temor. Esos rasgos la humanizan. Ismena pide perdón por no haber realizado ese deseo que era el mismo que el de Antígona: cumplir los ritos fúnebres con el cuerpo de su hermano Polinices. Ése es uno de los aspectos de esta versión que vuelve contemporánea la tragedia, la acerca a las dictaduras de América latina, del mundo. El autor la escribe para el grupo Yuyachkoni, a propósito de las fosas comunes que había en el Perú, madres buscando los huesos de sus hijos", agrega.
-Con 2500 años encima, la obra de Sófocles mantiene su lozanía, y su riqueza parece inextinguible: ha inspirado óperas, películas, ballets, novelas, incontables adaptaciones teatrales...
-Es que es inagotable. Me tocó actuar en otras versiones: en 2005-2006, la de Anouilh, que la lleva a la época de la ocupación en Francia, con una gran escena entre Creón y Antígona, donde el rey explica que después del caos de la guerra, el orden se impone mediante el miedo. Y en 2011, la Antígona Vélez, de Marechal, en la que impera el mismo recurso... Antígona propone que reine el amor.
-Ella sostiene los motivos del corazón y, a la vez, defiende ciertos principios inmutables, anteriores al poder de turno?
-Exacto. No tengo hermanos, pero sí hijos y creo comprender esa fuerza poderosa que puede llevar a dar la vida por el ser querido. Antígona asiste a ese cuerpo que le pide ayuda pasando por encima de todo lo que se le oponga. Así va armando un discurso político y ético.
-En esta reescritura, hay algo que coincide con la idea que regía la obra de un gran cineasta, Jean Renoir: todos los personajes tienen sus razones.
-Es así: el texto fue concebido para una sola actriz y podría decirse que ese cuerpo que encarna tiene todos los personajes y sus razones para obedecer, desobedecer. Incluso, para romper la piedra con sus uñas, como hace Hemón para encontrar a su amada Antígona.
-Entre otros personajes tenemos a Tiresias, quizás el primer trans de la tragedia, ya que fue hombre, fue mujer?
-Totalmente. Por eso entiende tanto a unos y a otras. Él es brujo, vidente. Puede conectar con Antígona. Huele la sangre y le advierte al rey que no se pase al aplicar el poder porque podría salir perdiendo.
-¿Recordás el momento en que recibiste este texto?
-Se me eriza la piel, me acuerdo perfecto. Carlos Ianni me llamó, me dijo de qué iba la obra. Le comenté -él ya lo sabía- que estaba haciendo la Antígona, de Anouilh. Me pidió que la leyera y a las pocas páginas le anuncié: "Yo hago esto". Fue muy placentero el camino de descubrimientos que tuvimos con el director.
-Y el espectáculo siguió vivo a través de una década.
-Claro que sí. Se formó un equipo que cuida de Antígona: viajamos, volvemos al Celcit, seguimos haciendo la obra en escuelas. Hay una energía que nos baja del personaje, del texto. La gente sale siempre muy conmovida. Y yo siento que cada vez profundizo más, se me revelan cosas nuevas. Creo que en estos diez años crecí de la mano de Antígona, de su autor, de todo este recorrido apasionante tan ligado al oficio de actriz que elegí.
Esta obra es una versión libre de Antígona de Sófocles del autor peruano José Watanabe. Una de sus particularidades es que es una pieza escrita para una sola actriz. La puesta de Carlos Ianni lleva cinco temporadas, con presentaciones en nuestro país y en el mundo.
La pregunta podría ser ¿qué nos convoca hoy de esta pieza escrita originalmente hace más de dos mil años?
En el escenario aparecen tres cuerdas como única escenografía y una actriz de ojos grandes, con un vestuario minimalista. Todo ese espacio vacío lejos está de no contar nada, se va llenando de imágenes, de símbolos, como una puesta oriental.
Las múltiples composiciones de Ana Yovino son de una profundidad que conmueve; su cuerpo y su voz se transforman con pequeños y claros cambios. sus grandes y profundos ojos ahondan en imágenes que se multiplican en el espectador.
El personaje de la narradora se va cargando a lo largo de la pieza y causa una identificación y a la vez una interpelación en el público: como espectadores de nuestra realidad, de las injusticias de nuestro país y de Latinoamérica; a la que muchas veces permanecemos inmóviles, como guardianes de un silencio que nos condena o nos condenará.
La invitación a recorrer esta obra es kinestésica, se va metiendo por debajo de la piel con metáforas e imágenes que abren a muchos niveles de sentidos y comprensiones.
Las implicancias que esto tiene en el espectador se terminan de develar cuando la narradora revela su propia identidad, ahí todo cobra otra dimensión, otro peso, como si la butaca se moviera de lugar.
La actualidad está en la universalidad de Antígona, en la poesía de esta versión de José Watanabe en la puesta de Carlos Ianni y en la danza de imágenes que despliega Ana Yovino. Después será trabajo de cada uno dejarse interpelar por la propuesta de esta pieza.
Reflexiones en torno a la puesta de Carlos Ianni, interpretado por Ana Yovino y con poesía de José Watanabe en el espacio CELCIT. “¿No sentimos cuando la vemos, acaso internamente, un lejano vestigio de vergüenza, tal como sucede a Ismena, ante la estoica dignidad de Antígona?”.
El pasado domingo 01 de marzo tuve la suerte de asistir a la última función teatral de ANTÍGONA, unipersonal interpretado por Ana Yovino, con poesía de José Watanabe y dirigida por Carlos Ianni en el espacio CELCIT. El Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral cumple cuatro décadas de trabajo ininterrumpido difundiendo, formando y promoviendo el teatro Argentino y Latinoamericano.
Habiendo asistido a la última función, este comentario no cumple la función de promoción habituada para próximas/cercanas expectaciones, sino que se constituye insólitamente como una mirada retrospectiva hacia un espectáculo que ya no está en cartel (aunque – nunca se sabe- quizá sea repuesto en el futuro) pero que habrá dejado en otros, como en mi persona, una huella, marca, sensación, vibraciones, pensamientos… de eso se trata el teatro.
Primeramente debo destacar el generoso y emocionante trabajo de Ana Yovino, actriz distinguida por este trabajo con el Premio Trinidad Guevara como actriz protagónica y nominada al Premio Florencio Sánchez como actriz en unipersonal. En escena Ana es Antígona, y es además todos los otros personajes: es Creonte, el Coro, Tiresias, el mensajero, Ismena. Trabajo que destaca por la emocionada entrega que la actriz ofrece y que requiere de una enorme plasticidad corporal desplegada eficazmente para llevar adelante las transiciones entre los personajes y sus interpretaciones, y para convertir al cuerpo del actor en ese soporte mágicamente maravilloso que puede transformarse – casi sin límites- para contar historias.
En efecto, en una apuesta minimalista, el director Carlos Ianni se vale para contarnos esta historia sólo de una mujer con un vestuario simple y blanco, en contraste a un espacio vacío tan negro como su suelto cabello, en el que sólo tres cuerdas equidistantes, apenas iluminadas, constituyen la escena (el cuerpo transforma la escena, las cuerdas son pared, soporte, pino, hamaca, cueva, etc.). Y, también, de la bella poesía de José Watanabe que, en versión libre, re-cuenta la tragedia sofóclea de forma fiel a la sucesión de los hechos, pero dando un giro interesante y especial al final: parece ser Ismena la que relata la historia desde la culpa y la vergüenza que le pesan por no haber ayudado a su hermana: Antígona.
Para los que no la conocen (y para no pecar de algo que muchas veces critico a los directores teatrales: “no contar, sino hablar sólo para entendidos”)… se la presento: Antígona es un arquetipo del amor incondicional; ha sido una hija de estirpe complicada y maldita, que ha tenido que acompañar a su padre, Edipo, en su condena y su exilio (Edipo en Colono), y que, en esta tragedia de Sófocles que lleva su nombre, se enfrenta ante la situación de tener que defender, a costa de su propia vida, a su hermano ya muerto, Polinices, reclamando y ejerciendo para él, el derecho a una sepultura digna y a los rituales correspondientes encomendados por los dioses para que los muertos puedan descansar en paz. Todo lo cual Antígona hace, a costa de su renuncia a sus nupcias, su descendencia y, finalmente, a su propia vida. La hondura y profundidad de esta obra de Sófocles ha trascendido a lo largo de los años de manera tal, que ha sido (y sigue siendo) resemantizada numerosas veces, lo cual pone de manifiesto la vigencia que el mito tiene por su indagación en tópicos que hacen a la condición humana más allá de particularidades históricas.
Antígona: la que no tuvo hijos, la que no tuvo nupcias, la que no tuvo noche de bodas, la que no tuvo entierro, pero por sobre todo… la que no tuvo Miedo!! Antígona es, ante todo, una mujer joven que, con una profunda convicción moral, y eminentemente sola, se enfrenta a la ley del Estado y al poder de turno. ¿No será esencialmente eso, (por supuesto entre otras cosas) por lo que, después de tantos miles de años desde su creación este personaje nos sigue fascinando y nos sigue descifrando a nosotros… humanidad en existencia? ¿No sentimos cuando la vemos, acaso internamente, un lejano vestigio de vergüenza, tal como sucede a Ismena, ante la estoica dignidad de Antígona? Particularmente siempre me ha conmovido, en el contexto de esta actual sociedad, muchas veces cruzada por el discurso del miedo, lo que este personaje tiene de “valor”. Además de ser arquetipo femenino que se opone a lo que usual y socialmente quieren identificarnos a las mujeres, madres y dóciles… Pues no, efectivamente, el sentido del nombre “Antígona”, desde su misma etimología (según griego antiguo significa: “?ντι” = negación, y “ γoν?” = generación o linaje), leyéndose así como “sin descendencia”, como aquella que (subrayo) elige no tener hijos por ser fiel a su conciencia y dignidad. Sin embargo también, en un juego de palabras, su nombre me resuena como “antagonista”, como la “que actúa en oposición”, la que tiene el valor para oponerse a un acto que considera estatalmente injusto, y también, como “Anti – agón", la que se opone pero no a través de la lucha como fenómeno violento en sí, sino por medio de un acto de piedad y amor. En palabras de Antígona: “Nací para compartir el amor, y no el odio”.
La versión teatral de Antígona en la piel de Ana Yovino cobra importancia por su dramática dimensión política.
Una joven de mirada sombría es el gesto de la culpa que se derrama como una sangre negra sobre Tebas. Es la secuela de la guerra, un cuerpo donde se revela y condensa un drama político que es también íntimo, familiar. En la tragedia griega esos dos espacios jamás pueden diferenciarse porque el conflicto oscurece a los personajes que están en el poder. El destino lastima sus privilegios y sus actos pasan a ser la letra de la historia.
En la Antígona que reescribe José Watanabe, la dimensión política está mucho más presente que en la tragedia de Sófocles. La guerra, que en el texto griego era un dato del pasado, aquí da pie a otra batalla, la de los jóvenes que no aceptan las prohibiciones del mundo adulto y se ensucian con la tierra que se niega a cubrir a un hermano muerto, corren las piedras de la caverna donde se encuentra castigada la mujer amada, dejan que el cuerpo se involucre, se embarre y se vea maniatado y herido, como en un gesto de rechazo a su clase, pero también con la voluntad de castigar la quietud de su comunidad y socavar la autoridad de sus padres.
Si Bertolt Brecht cuestionaba a Antígona por su protagonismo individualista, si la ubicaba como el emblema del héroe burgués que había que dejar atrás, Watanabe entiende que la soledad de su acto se debe a un pueblo que acepta silencioso la prohibición de Creonte de enterrar a Polinices, que soporta el no cumplimiento de una ley divina en función de la obediencia a un tirano. En la voz de Ana Yovino está la exhortación, el cuerpo que deambula inquieto hasta lograr su causa, la chica que se ríe sólo cuando está frente al poderoso porque ella es una excepción. El sujeto no previsto, aquel que no ve en el miedo una señal de detención.
La piedad es el móvil de Antígona, la empatía extrema por ese hermano hecho cadáver al sol, alimento de las fieras, olor nauseabundo para dormir a los testigos. Ese sentimiento de compasión era central en la tragedia para producir la identificación del espectador con el héroe. En esta puesta dirigida por Carlos Ianni es la actriz la que se involucra emotivamente en el acto de contar. Ese rol que se interrumpe en el pasaje de Yovino por cada uno de los personajes del drama, como una médium que se deja capturar por las almas de su historia, no es simplemente una referencia al lugar del coro.
La que oficia de narradora es Ismene, la hermana que no acepta la hazaña que le propone Antígona, que calcula las condiciones objetivas y decide que es mejor no aventurarse si ya se sabe que van a perder, que el castigo será la muerte. Ismene llora en su relato de sobreviviente porque ha comprendido tarde que una vida donde se rechaza lo que es justo, que un palacio vacío, con toda su familia muerta, es la mayor derrota.
Ese dato de una Ismene que se dedica a contar una acción que no pudo realizar es, tal vez, el mayor mérito de esta propuesta de Watanabe, ya que transforma a un personaje en narrador, fracturando el límite de linaje que cada espacio del escenario griego señalaba. Ismene se convierte, de este modo, en un ser político, porque le da a la palabra dicha una dimensión histórica. Ella es la encargada de que la proeza de su hermana adquiera una sentido más allá de la muerte.
La decisión de que una misma actriz componga la galería de personajes que hacen al drama refuerza esta idea de evocación de Ismene. Las sogas como único elemento escenográfico dibujan un espacio indeterminado, donde la peripecia puede seguir ocurriendo, donde el arma suicida de Antígona multiplicada por tres obliga a un comportamiento salvaje, a desmarcarse de las normas.
El cuerpo de Ana Yovino es el verdadero escenario de batalla donde se tensionan las persistencias del destino. Donde un hombre se atrevió a ocupar el lugar de los dioses y fue desafiado por una joven que entendió la tradición familiar como un sacrificio que se debía cumplir, como el hecho maldito de la realeza para cosechar una paz que siempre necesita de muertes.
La hija que no murió, la hermana que se negó a repetir la secuela familiar, quedó viva para hablar, para proclamar esa historia frente a un auditorio contemporáneo y también para interpretarla.
La versión libre de José Watanabe alcanza en el cuerpo y la voz de Ana Yovino una estatura resignificante que enaltece al teatro.
Y cuando cesa su mal después de un largo año,
le apresa otro tormento más cruel.
Hesíodo
Antígona, la opositora, la que decide quebrar una ley circunstancial proclamada por su tío y ahora Rey de Tebas, desaparecido su padre, muertos sus dos hermanos varones. Antígona, la opositora a la circunstancia, la que tributa honores fúnebres le pese a quién le pese. Esa oposición entre la ley del hombre y las leyes que considera divinas, son las que la convierten en un sujeto trágico.
Como señala Leandro Pinkler(*), el marco del problema de Antígona que desea darle a su hermano Polinices la misma honra fúnebre que recibió su otro hermano Etéocles, trasciende lo meramente jurídico para enfrentarnos a los límites del obrar humano, que por sus normales tendencias, se llamen como se llamen: osadía, soberbia o locura, tienen un final fatídico. Pensemos en Sófocles y su idea sobre los excesos.
En este tópico tan arraigado pero no siempre comprendido, se sitúa la obra de José Watanabe cuya versión libre está elaborada y entretejida sutilmente para una sola actriz.
Una sola actriz que deberá reponer al coro, a su tío Creonte, a sí misma, a su amado Hemón, a Tiresias, en fin, a toda la cosmogonía sofocleana que ronda sin césar las subjetividades a través de los siglos.
Nada hay en el escenario, su director Carlos Ianni opta por una serie de sogas, cuasi paralelas, en ellas se arraigan las nociones de justicia, dolor, obediencia/desobediencia, son los pilares flácidos en los que Antígona, en un trabajo excepcional de Ana Yovino, debe soportar la responsabilidad que, ancestral, le ha quedado cuando sus hermanos se han matado entre sí.
Pero hemos visto y veremos muchas “Antígonas”, de hecho, la propia Yovino se ha sabido estrellar contra un horizonte de lanzas haciendo Antígona Vélez. Pero, el desafío que plantea este unipersonal es dilucidar a cada uno de los actores de esta tragedia en la voz y el cuerpo de un mismo sujeto. De una sola actriz.
Así, Yovino flexiona imperceptiblemente su voz para ser la narradora, la hermana justiciera del insepulto, para ser Creonte que no quiere dar marcha atrás porque debe hacer valer la palabra de un rey que, además, ha llegado al trono fruto de una tragedia basta y anterior. De la tragedia que ha dado vida a la heroína, los amores de su madre con su padre/hermano. Este sino trágico, que parece gritar aún hoy que las generaciones condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra, como dijo mucho después G. G. Márquez, obliga al ser de los personajes que Yovino compone, a desdoblarse de manera sutil, fugaz pero con una impronta inolvidable.
Cuando es Creonte, su voz adquiere la dimensión del autoritarismo, cuando narra, es una musa dulce que nos lleva por el sendero del cuento, cuando es Antígona adquiere la tragicidad que la ha puesto en este mundo y que no la abandonará hasta su última morada. Cuando es Tiresias adquiere el tono de la sabiduría del que, viéndolo todo más allá, pide prudencia, su tono es atinado y persuasivo. Cuando se pone en la piel de Hemón, suplica para que su padre, el rey, escuche a todos, para que el pueblo tenga justicia, para que su amada tenga la luz.
No es necesario nada más. Un texto de una poesía que Sófocles aplaudiría de pié y una dirección impecable hacen maravillas con una de las actrices más dúctiles y talentosas de su generación, Ana Yovino. Recuerde este nombre querido lector, recuérdelo.
Porque la tragedia dimensiona las posibilidades de un actor, lo sepulta sin honores o lo eleva de categoría y Yovino sale mucho más que airosa de esta puesta que, necesaria, debe tener una factura impecable, sino sería un intento más de tomarse de los clásicos, un fallido más de esos que solemos presenciar. Pero no, Watanabe, Ianni y Yovino hacen que el espectador asista como un recién nacido a una tragedia mil veces ya representada como si fuera la primera vez.
*) Pinkler, Leandro, El problema de la ley en Antígona de Sófocles, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 1998, españa. Enlace permanente: http://hdl.handle.net/10171/13691
Son las voces y el cuerpo las que se adueñan de la puesta de Antígona, unipersonal dirigido por Carlos Ianni, interpretado con enorme entrega y corazón por la actriz Ana Yovino, las que reinventan esta tragedia más popular del dramaturgo Sófocles, llevada al teatro en diversas ocasiones tanto como adaptación o en versiones libres.
En este caso particular, la prosa del poeta peruano José Watanabe es la encargada de despertar por decirlo de algún modo los fantasmas que recorren el escenario desde las diferentes ausencias para traer en carne y texto a los principales actores de esta historia trágica, así como a un narrador que se encarga del relato haciendo del público un auditorio cómplice de una de las mayores injusticias a partir de una desobediencia de los mandatos del rey y en segundo término de la voluntad de los dioses como marca el conflicto principal del texto de Sófocles.
Es Antígona, hija de Edipo y sobrina de Creonte -rey de Tebas-, la joven transgresora que transita por dos duelos distintos: por un lado la muerte de sus hermanos Eteocles y Polinices, enfrentados y alcanzados por la certera lanza en un combate feroz durante las cruentas batallas de Tebas y por otro el duelo propio de la madurez que significa enfrentarse al poderoso pero también a abandonar la inocencia a pesar de los roles pasivos impuestos desde la tiranía.
La afrenta máxima no es otra que la búsqueda de justicia para que ambos muertos descansen en paz, aunque sobre el traidor Polinices pese la condena del rey y la orden expresa de no sepultar su cadáver, a merced de los carroñeros y como escarmiento para todo aquel que intentara torcer el rumbo del destino de grandeza. La arrogancia del poder así como la soledad de quien se aleja de la esencia humana juegan un rol trascendente en esta tragedia que no hace otra cosa que reflejar la lucha desigual por mantener la dignidad.
Ana Yovino encuentra en su desdoblamiento las energías de cada personaje y su cuerpo parece el canal comunicativo más efectivo para este desafío singular donde la representación se consuma a partir de los cambios de tonos, cadencias, inflexiones y actitudes, pero siempre con la fuerza expresiva que sale de lo más hondo; que brota desde adentro para exteriorizar dolor o la imperceptible voluntad hasta el último hálito vital.
Así, entre la dulce Ismena -la hermana menor de Antígona, que no rompe la inercia de la desobediencia por temor- o la avasallante Antígona hay sutiles matices por donde se interpelan en voz alta también los discursos del tiránico Creonte, los presagios apocalípticos del ciego Tiresias y hasta un centinela absolutamente sumiso.
El movimiento que acompaña el fluir de las emociones y las palabras se genera de manera orgánica a partir de una puesta en escena en la que prevalecen tres sogas que a veces se transforman en árboles, otras en columpios para redefinir y resignificar a esa Tebas relatada y narrada desde una mirada poética y de gran sensibilidad.
Diez mil espectadores en la Perla del Oeste
El Festival de Teatro Rafaela 2006 convocó a diez mil espectadores que disfrutaron y aplaudieron dieciocho propuestas. Se desarrolló en el Teatro Lasserre del Centro Ciudad de Rafaela, el Centro Cultural La Máscara, el Centro Cultural Municipal y el Cine Teatro Belgrano. También en plazas de la ciudad.
El éxito de la XIX Fiesta Nacional del Teatro realizada en la ciudad de Rafaela en abril de 2004 (10 días de fiesta, 24 provincias participantes, 35 obras de teatro, 53 funciones, 300 artistas, 5 salas a pleno y 22.0000 espectadores), dio el puntapié para que desde el Departamento Ejecutivo Municipal de Rafaela se impulsara la realización de un festival propio. Es por eso que del 29 de junio al 3 de julio de 2005 se desarrolló en dicha ciudad el primer Festival de Teatro Rafaela 2005, organizado por la Municipalidad de Rafaela, a través de su Subsecretaría de Cultura, con la colaboración del Centro Ciudad de Rafaela, el Centro Cultural La Máscara y el Instituto Nacional del Teatro. Pero Rafaela va por más y hace apenas unos días, entre el 19 y el 23 de julio, se realizó a todas luces el Festival de Teatro Rafaela 2006.
El Festival de Teatro Rafaela 2006, desarrollado en las cuatro salas existentes en esa ciudad: Centro Cultural La Máscara, Centro Cultural Municipal, Cine Teatro Belgrano y el Teatro Lasserre del Centro Ciudad de Rafaela contó con la presencia de 18 producciones teatrales, en las que se dieron cita directores, dramaturgos, técnicos y actores de Buenos Aires, Rosario y La Pampa. El resultado: la suma de casi 10.000 espectadores que asistieron desbordando, como el año anterior, los cálculos de los organizadores, de los medios locales e invitados, y de las mismas compañías teatrales.
El intendente de Rafaela, el CPN Omar Perotti, declaró que "Rafaela merece y espera este festival porque el teatro se ha hecho parte de la ciudad y de la gente. La realización de este evento y su consolidación como espectáculo artístico contribuyen al desarrollo de Rafaela como centro cultural regional". El director de teatro, bailarín y actor rafaelino Marcelo Allasino, responsable de la programación y "factótum" del Centro Cultural La Máscara (uno de los espacios teatrales más interesantes del país), comentó que "estos espectáculos transitan diversos géneros con un mismo denominador común: la calidad, reconocida en festivales o destacada por la crítica especializada".
LAS "JOYITAS" DEL FESTIVAL
Cabe destacar, ante todo, una supremacía de espectáculos llegados de Buenos Aires. Quizás no hace falta preguntarse el porqué sino, más bien, mirar la calidad de los espectáculos, elegidos por selección o invitación y no por convocatoria. Una apuesta "jugada" desde su génesis que implicó la necesidad y el trabajo por parte de Allasino (y por consiguiente del festival todo) de ver espectáculos para posteriormente elegir aquellos que resultaran indicados para el perfil del festival.
La programación fue variada y la multiplicidad de géneros ofreció propuestas que fueron desde el naturalismo hasta la danza teatro, los espectáculos para público infantil y los eventos callejeros. Pero, más allá de una que otra sorpresa, digamos, ¿desalentadora? que surgió de algunos espectáculos que venían cargados de una fama que luego fue diluyéndose, perdiéndose como hoja al viento, tres fueron, quizás, los espectáculos que, de una manera u otra, reafirmaron la supremacía sensitiva de ese lugar de circulación deseante llamado escenario.
"Antígona", de Sófocles, en una versión libre de José Watanabe, dirigida por Carlos Ianni con la actuación de Ana Yovino, fue una de las propuestas que se presentaron la primera noche del festival. En Tebas, pasada una cruenta guerra, Antígona quiere dar sepultura al cadáver de su hermano Polinices, general muerto en combate. Pero el tirano Creonte considera a Polinices un traidor por haber vuelto las armas contra sus hermanos; le niega, pues, las honras fúnebres. Pero Antígona viola la prohibición, es capturada y Creonte la condena a morir de hambre y sed encerrada en la cueva de una montaña.
Revalorizando el mito de la heroína griega, en un escenario totalmente despojado (sólo tres cuerdas colgando) Ana Yovino, bajo la dirección de Ianni, interpreta a una Antígona tan feroz y virulenta como descarnada y conmovedora; resignifica el mito y pone en palabras y acciones la historia negra de los argentinos. Frases como "un cadáver que respira nos gobierna", o "soy cuando me palpo", entre otras apuntan directamente a todo aquello de lo cual pareciera no quererse, no poderse, no atreverse a hablar o representar todavía en el teatro argentino; o que tibiamente algunos casos aislados comienzan a hacerlo: los desaparecidos; los desaparecidos y la forma, el cómo de su representación escénica sin caer en lo panfletario o lo testimonial.
TEATRALIDAD IMPACTANTE
"Fotos de infancias", de Jorge Goldenberg, dirigida por Berta Goldenberg y Juan Parodi, con las actuaciones de Claudio Benítez, Catherine Biquard, Cecilia Miserere, Gustavo Monje, Ignacio Oliveros y Clara Virasoro se presentó en la segunda jornada del festival y fue uno de los más emotivos espectáculos. A través del artificio teatral, a través de un lugar tan falso como placentero, tan fraudulento como veraz, tan fugaz como intenso, y con el recurso de una reescritura en escena (con el imprescindible aporte de un dramaturgo como Jorge Goldenberg) de siete fotografías aportadas por los actores en las que aparecen niños de diferentes edades, registrados en diferentes situaciones, "Fotos de infancias" posee la particular y potente cualidad de ser un espectáculo que, si bien va a, digamos, lugares comunes, transforma ese momento (la niñez) en una obra teatral que posee, y valga la redundancia, una teatralidad tan impactante desde la aparición de la primera fotografía hasta el apagón o la salida final, cuando los actores se van, se alejan de ese mundo que por una hora los cobijó.
"Fotos de infancias" tiene una reminiscencia, un pequeño olor a Charles Dickens; sobre todo eso: un olor, un aroma, uno que otro déj‡ vu al escritor: "Era la mejor de las épocas, era la peor de las épocas; era la época de la sabiduría, era la edad de la locura; era la época de crecer, era la época de la incredulidad; era la estación de la luz, era la estación de las tinieblas; era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperanza. Lo teníamos todo ante nosotros y no teníamos nada...".
LA INTENSIDAD Y LA FUERZA
"Pero tenés amigos. Tenés un montón de amigos. ¿Qué les ofrecés a tus amigos para que te apoyen tanto? ¿Qué ofrecés? Tuve una noche en la que todo me fue revelado. ¿Cómo puedo volver a hablar? Estoy triste. Siento que el futuro no tiene esperanza y que las cosas no pueden mejorar. Me aburre todo y nada me satisface. Como persona soy un rotundo fracaso. Soy culpable, se me está castigando. Me gustaría matarme. Antes podía llorar pero ahora estoy más allá de las lágrimas. He perdido el interés en los demás. No puedo tomar decisiones. No puedo comer. No puedo dormir. No puedo pensar. No puedo sobrellevar mi soledad, mi miedo, mi asco. Estoy gorda. No puedo escribir. No puedo amar. Mi hermano se muere, mi amante se muere, los estoy matando a ambos.
"Voy como una tromba hacia mi muerte. Me aterra la medicación. No puedo hacer el amor. No puedo estar sola. No puedo estar con otros. Mis caderas son demasiado grandes. No me gustan mis genitales. A las 4:48 cuando la desesperación visita habré de colgarme al compás de la respiración de mi amante. No quiero morir. Mi mortalidad me deprimió tanto que he decidido cometer suicidio. No quiero vivir. Tengo celos de mi amante que duerme y codicio su inducida inconciencia. Cuando se despierte envidiará mi noche insomne de reflexión y discurso que la medicación no logra trabar. Me he resignado a la muerte este año. Algunos llamarán a esto autoindulgencia (tienen suerte de no conocer su veracidad). Algunos conocerán el simple hecho del dolor. Esto se está volviendo mi normalidad".
Así comienza "4.48 Psicosis", la obra póstuma de Sarah Kane, con dirección de Luciano Cáceres, la actuación de Leonor Manso y el destacable e impresionante diseño de iluminación de Eli Sirlin. Fue uno de los espectáculos más intensos y fuertes del Festival de Teatro, Rafaela 2006 a pesar de haberse realizado en una sala de dimensiones demasiado grandes para dicha obra que, desde el título hace alusión a la hora en que se cometen más suicidios ya que, según estadísticas de Inglaterra, a esa hora aproximada acaba el efecto de los fármacos psiquiátricos tomados la noche anterior.
"4.48 Psicosis" posee un texto sólido, perturbador, que se hace carne en Leonor Manso de una forma tan convincente como aterradora. A veces, la, digamos, magia (¿?) del teatro produce emociones tan fuertes y shokeantes que pueden cambiar la vida. "4.48 Psicosis" es uno de esos casos teatrales que pueden cambiar la vida (al menos por la hora que dura el espectáculo).
CONVICCIÓN, VOLUNTAD Y DECISIÓN
El Festival de Teatro, Rafaela 2006 fue realizado con convicción, voluntad y decisión tanto política como artística y, sin lugar a dudas, se suma a otro importante festival que se realiza en la provincia: El Argentino de Teatro, organizado por la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Entre los dos, posicionan a la provincia de Santa Fe como un lugar "potencialmente seductor" para la producción y la creación teatral de la zona y de todo el país.
LA CARTA DE PRESENTACIÓN
Los rafaelinos pueden sentirse orgullosos. Una vez más, categóricamente, demostraron que saben y pueden organizar un festival de características especiales como el que acaba de finalizar.
La razón esencial es, básicamente, la organización. Desde el intendente Omar Perotti hasta el último de los empleados municipales y desde los directores de las salas hasta el último de sus colaboradores trabajaron intensamente para que quienes visitaron la Perla del Oeste pudieran percibir la precisión en los horarios, la amable disponibilidad, el afecto, la cordialidad. No es algo costoso, se trata de ponerle las ganas necesarias a una idea que se concreta de la mejor manera posible: con indisimulable entrega.
Ahora cabe esperar para el 2007 la nueva edición. Para que esa Perla sea, si se puede, negra. Porque son las más caras, las que se compran también con decisión. Y con el corazón en la mano, como los rafaelinos.
Interesantísima propuesta la de la obra "Antígona". Partiendo de un bellísimo texto versión del poeta peruano José Watanabe la puesta en escena moviliza creando climas que conmueven e interpelan al espectador.
Tremendo sudor actoral tuvo que desplegar Ana Yovino al interpretar los múltiples personajes de la trágica historia de Sófocles. No resulta sencillo mantener la atención del público desde un texto escrito en verso y desde una elección actoral unipersonal. Sin embargo, la actriz logró superar exitosamente su paso por Rafaela. Valiéndose del instrumento cuerpo Yovino supo adoptar a través de la metamorfosis de la voz y las posturas y ritmos corporales los diferentes personajes de "Antígona".
articularmente me sorprendió la interpretación de Tiresias, como el viejo consejero que ve estando ciego y advierte a Creone del error de su accionar. Sin embargo, el destino es tan poderoso que el esfuerzo de Tiresias y el arrepentimiento de Creonte no bastan para impedir el motivo de la causa de la culpa de Ismene
No me queda más que agradecer la posibilidad de poder presenciar un espectáculo donde la actuación y el texto llenan todo el tiempo y el espacio escénico. El director Carlos Ianni logró un constructo teatral con los elementos más primitivos y esenciales que requiere el ejercicio de la actuación: una actriz, un texto, un tiempo y ritmo tensos, un espacio despojado -sólo tres sogas-, y un público expectante.
La obra aporta una nueva mirada de la tragedia de Sófocles, dando un giro hacia el lado de la culpa. Este sentimiento impulsa a Ismene a volver a hablar y reactualizar una tragedia clásica. Sólo espero que el público haya podido aferrarse como yo a compartir el dolor trágico de esta nueva propuesta de la historia de Antígona. Quizás Sófocles no tuvo más que decir en el momento de escribir "Antígona", pero parece que una vez más los personajes superan al autor e Ismene necesitaba un después de Antígona. A Ismene aún le quedaban palabras por emitir, Watanabe supo escuchar esos gemidos culposos y lastimeros, Ianni decidió teatralizarse y finalmente Yovino lo hizo realidad. Una realidad de la que el espectador no puede escapar, por lo menos mientras dura la ficción. Es decir, que el espectador comparte esa ficción que presenta la obra teatral, la vive. Puedo concluir por lo tanto que ficción y realidad juegan hasta que se confunden y se hibridan para concretizar la puesta en marcha del engranaje teatral.
"Antígona". De José Watanabe. Versión libre de la tragedia de Sófocles. Dirección: Carlos Ianni. Intérprete: Ana Yovino. Musicalización y diseño de luces: Carlos Ianni. Escenografía y vestuario: Solange Krasinsky. Asistente: Soledad Ianni. Celcit, Bolívar 825; 4361-8358. Viernes y sábados, a las 21. Entrada: $ 10. Duración: 65 minutos.
Nuestra opinión: bueno
No importa cuántas veces se haya visto "Antígona", sea en su versión original o en alguna de las muchas buenas versiones que le han hecho honor (Anouilh, Marechal, Gambaro y, ésta del poeta peruano José Watanabe), la tragedia de Sófocles sigue golpeando en el pecho a quien se le ponga adelante. Más allá de las inevitables asociaciones que se puedan hacer con la suerte de los muertos durante la represión del último gobierno militar aquí en nuestro país, la historia de esta joven que enfrenta a la autoridad para darle sepultura al cuerpo de su hermano a costa de su propia vida es de por sí suficientemente potente como para resistir el paso del tiempo y continuar siendo atractiva.
Es que más allá de sus connotaciones políticas, sociales y culturales, todas grandilocuentes, que hablan de enfrentarse al poder, de la búsqueda de la dignidad, del autoritarismo y la sumisión, "Antígona" se puede percibir también como una historia pequeña y sensible sobre el amor fraternal.
Y esta puesta de Carlos Ianni sobre el precioso texto del poeta peruano José Watanabe es justamente en ese punto pequeño cuando la historia logra, por oposición, los momentos más fuertes.
Ana Yovino recorre la obra poniéndole el cuerpo a los cinco personajes que la cuentan: la propia Antígona, Creonte, Tiresias, Hemón y la narradora, que termina siendo su hermana Ismena. Con un espacio escénico apenas vestido por un delicado trabajo de luces y tres sogas colgadas desde el techo que se convierten alternativamente en hamaca, pino, caverna, la actriz va alternando personajes con apenas unas pocas modificaciones en el voz y en la cuerpo. Es inevitable que el espectador ancle su mirada en ella como la propia Antígona, pero junto a las pequeñas transformaciones de la actriz el texto permite unir perfectamente los puntos de la historia y sus personajes.
Cuando es la narradora quien habla, y desde cierta neutralidad que el papel le propone, Yovino logra los momentos más conmovedores de la pieza, sobre todo hacia el final. Imágenes fuertes también son las que consigue con su vidente Tiresias, que con una ingeniosa composición física y vocal lo despega eficazmente de los demás. Creonte, sobre todo en el primer parlamento, suena demasiado sentencioso, y Antígona, por momentos más trágica que sus palabras.
Es así que cuando la historia se cuenta con menos recursos logra sus golpes más certeros.
Presentará este unipersonal en el Celcit
A fines de junio de 1997, los espectadores que acudían al teatro del pueblo a ver "Cocinando con Elisa", la obra de Lucía Laragione, quedaban sorprendidos al ver a una joven actriz, por ese entonces ignota, que hacía un contrapunto magistral con Norma Pons. Era Ana Yovino, quien a partir de ese momento no paró de trabajar y alcanzó un importante prestigio en el mundo teatral vernáculo.
Y en menos de dos años va por su segunda "Antígona". En la temporada 2004-2005 estrenó la versión de Jean Anouilh, dirigida por Dora Milea. Y el viernes estrenará la versión que hizo el poeta peruano José Watanabe sobre la tragedia de Sófocles, dirigida por Carlos Ianni ("Cita a ciegas", "Donde el viento hace buñuelos"), en el Celcit.
El director le ofreció la obra a Yovino en 2004 pero, al poco tiempo, apareció la posibilidad de hacer "Cita a ciegas", entonces el proyecto quedó detenido. De todas formas, apenas se estrenó la obra de Mario Diament en el Cervantes, organizó su vida como para repartirla entre sus dos hijas, las funciones nocturnas de ambas obras y los ensayos de la tragedia. "Me sorprendió que me llamara y le dije que estaba haciendo otra «Antígona». Pero ya lo sabía y me pidió que leyera el texto. Me entusiasmó mucho porque él me encanta como director. Además, la propuesta era hacer varios personajes de la tragedia. Ese era un nuevo desafío. No sólo tenía que hacer Antígona, sino a la narradora, a Creonte y Tiresias. Me fui a mi casa, la leí y me fascinó porque está escrita como una poesía -explica la actriz-. Parecen varios poemas, pero no pierden la acción: está el conflicto y lo dicho con unas imágenes maravillosas. NO bien terminé el último párrafo le dije que sí."
-¿No te pareció que ibas a hacer la misma obra en poco tiempo?
-Es que son tan diferentes que, enseguida, me había olvidado de que era la misma. Además, me entusiasmó la idea de hacer un unipersonal. La obra de Watanabe tiene una reelaboración del personaje de Ismena. Es una pieza que habla del miedo al poder, a que nos maten, a poder llevar nuestras decisiones a cabo porque está el ceño del poder mirándonos, amenazándonos. O sea que tiene como protagonista a esta hermana a quien acobarda el mandato de Creonte.
-¿Cómo trabajaste los personajes masculinos?
-Lo que acordamos con Carlos fue no componerlos exteriormente, entonces empezamos a hablar de energías. Antígona es tierra; Ismena, aire, y a Creonte lo ubiqué en el centro del estómago. No estoy tratando de componer un hombre; tampoco una mujer para Antígona. Están ubicados en diferentes sectores del cuerpo y eso da otra conducta y otras voces. Jugamos con el cuerpo y sus diferentes posibilidades. ¿Cuántas veces en el día soy más una rea que una princesita? Es ubicar más ese lugar mío en el servicio del personaje.
-¿Por qué no se te ve mucho en televisión o en cine?
-No sé... será que no me ocupo mucho por conseguir trabajo en esos medios. Bueno, con la tele me pasó algo. Trabajé tres años seguidos ("Alas", "La nocturna" y "Vulnerables") y me cansé mucho. En ese momento fue una decisión. Sé que no fui demasiado simpática con muchos productores y no puse mucha voluntad, pero no es que tenga nada en contra del medio. En "Alas" y en "Vulnerables" me trataron muy bien, pero Estevanez maltrata a los actores y es prepotente. Entonces me cansé. Sentía que estaba de estreno todos los días. No supe manejar la energía de trabajar mucho más de oficio. Ahora no sé qué me pasaría.
Mientras tanto, Ana Yovino está trabajando sobre una idea que comparte con Dora Milea y Pablo Finamore, pero no tienen plazo de estreno ni apuro. Lo suyo es la elaboración, el gusto por una carrera que es su vida.
Una versión particular de "Antígona". La actriz tendrá a su cargo la composición de los cinco personajes.
Una versión muy particular de Antígona, la tragedia de Sófocles, subirá a escena a partir de mañana en el CELCIT (Bolívar 825). La joven actriz Ana Yovino tendrá a su cargo la composición de los cinco personajes de esta versión libre del poeta peruano José Watanabe, dirigida por Carlos Ianni.
En Tebas, pasada una guerra cruenta, Antígona quiere dar sepultura al cadáver de su hermano Polinices, general muerto en combate; pero el tirano Creonte considera a Polinices un traidor por haber vuelto las armas contra sus hermanos. Le niega, pues, las honras fúnebres. Pero Antígona viola la prohibición, es capturada, Creonte la condena a morir de hambre y sed encerrada en una cueva en la montaña.
La versión de Watanabe, protagonizada por Yovino, se presentó el mes pasado en el 2ø Festival Internacional de las Artes de Mérida, México. Antes, en Buenos Aires, se habían hecho cinco ensayos generales abiertos al público. Ahora, Yovino se prepara para el estreno oficial. Nunca había hecho un unipersonal y asumir Antígona fue un desafío grande. "Es un espectáculo en el que tengo que conectarme con la platea, narrarle la historia, mirar la cara de la gente y eso no es fácil, al principio me daba terror. Los ensayos con público fueron un buen entrenamiento", explica.
Esta versión está escrita en forma de poesía; los versos son libres, sin rima. "El riesgo era caer en el recitado, pero por suerte, pude evitarlo", dice Ana. Por su cuerpo y por su voz pasan cinco personajes a lo largo de la hora de función: la narradora, Antígona, Creonte, Tiresias y el guardia. Con el mismo vestuario y apelando a cambios de actitud corporal y de tonos de voz, logra interpretar a todos. "Es un juego muy interesante, porque me tengo que debatir conmigo misma. Hay un diálogo entre Creonte y Antígona. Cuando hago de Creonte, tengo todos los fundamentos para decirle a Antígona por qué dejé a Polinices sin sepultura. Y Antígona le responde que ella nació para amar, y ahí esgrimo argumentos contrarios", repasa.
En el espacio, pequeño, hay tres sogas colgadas "que se van transformando en hamacas, pinos, cuevas...", enumera la actriz, a quien le gustó muchísimo el texto desde que lo leyó por primera vez y sobre todo el final, que ofrece "una vuelta que conmueve mucho, porque la narradora se hace cómplice del espectador. Es una sorpresa".
Hasta hace muy poco, Ana hacía otra Antígona, la de Jean Anouilh, bajo la dirección de Dora Milea, en La Carbonera. "Para hacer esta nueva Antígona que estoy por estrenar, me despojé absolutamente de la anterior y el texto me ayudó a vaciarme. El hecho de hacer cinco personajes, en otro espacio y con otro director, permitió que no se me juntaran los trabajos; no tuve que hacer un esfuerzo para separarlas. Son dos experiencias diferentes", asegura esta joven que empezó a estudiar actuación a los 6 años y que cuando se debatía entre dedicarse al teatro o trabajar de otra cosa, fue seleccionada para integrar el elenco de Cocinando con Elisa —llegó a la audición recomendada por Manuel Iedvabni—, que le valió varios premios. "Antes de esa obra, yo había quedado embarazada (ahora ya tiene dos hijos, Camilo, de 9, y Julia, de 4), y estuve a punto de dejar el teatro." Pero, como Edipo, no pudo escapar al destino y su destino es el escenario.
La "Antígona", del poeta peruano José Watanabe, es una verdadera prueba de fuerza para quien la interprete con sus 22 poemas-monólogo. En la puesta en escena de esta adaptación libre de la tragedia de Sófocles, la actriz tiene que representar diversos papeles: la de la propia Antígona, su hermana Ismena, el Narrador, Creonte, el Guardia y el ciego vidente Tiresias.
Se trata de un unipersonal con cambios que obligan a variar los registros de voz, las diferentes emociones por momentos radicalmente encontradas, a desplazarse por las diferentes partes del escenario, incluyendo las del fondo y emitir sus parlamentos desde cada una de ellas.
En esta puesta en escena proveniente de Argentina, bajo la dirección de Carlos Ianni, la actriz Ana Yovino salva con creces esa dificultad. La joven intérprete demuestra un fuerte temperamento para controlar las emociones, para evitar que salgan de cauce y hagan caer la obra en efectismos. Dominan los diversos matices anímicos y las posturas de ideas a que da pie la lucha entre el orden de la ciudad, encarnado por Creonte, y el del derecho natural encarnado por la propia protagonista. La gran tragedia griega, recreada además por otros dramaturgos (Anouilh, etc.), sigue mostrando la lucha arquetípica de los dos órdenes jurídicos, de las diferentes actitudes ante un mismo hecho, de los conflictos entre los afectos familiares y los deberes hacia el poder.
Vestida de blanco, Ana Yovino hace gala de una difícil sobriedad en la proyección de la voz y la expresión de reacciones anímicas. Sincera en su representación, pasa con fluidez de un personaje a otro, lo cual implica una fuerte introspección en el carácter de cada uno. También, los movimientos van en función de la personalidad de cada personaje. Y como la escenografía consta de sólo tres sogas que cuelgan desde el techo y que cumplen distintas funciones simbólicas, la actriz las usa para sostenerse, colgarse, anudarlas, enlazarlas.
El final, donde la débil Ismena habla desde el proscenio, conmueve por la mezcla de amor filial, represión y remordimiento que la aquejan por no haber ayudado a su hermana. Es un lamento en voz moderada, pausada, que hace terminar la obra con la difícil posibilidad de resaltar la pasividad, misma que traerá consigo un arrepentimiento permanente.
El modo de actuar de Yovino y el ritmo de la obra no es algo a lo que estamos acostumbrados. Por ello, la admiración hacia esa actitud de control y al mesurado manejo de los elementos y de los simbolismos en escena. Nada de gritos ni de desgarramientos forzados, sino la verdad de las emociones.
"¿Qué es lo que ocurre en mi patria / para que ojos tan jóvenes / miren con tanta amargura?". En este fragmento de Antígona, podemos notar las posibles alusiones de una obra cuya interpretación abre llagas en pueblos que han sufrido mutilaciones por razón de Estado.
En el programa de mano, se incluye un texto de la investigadora cubana Magali Muguercia, en el que hace referencia al modo en que el público argentino puede asumir esta obra, teniendo en cuenta la represión sufrida durante la dictadura: "En la historia reciente de Argentina, hubo miles de hombres y mujeres asesinados bajo el cargo de traidores a la patria. El Estado desapareció sus cadáveres, de modo que tampoco aquí pudo haber honras fúnebres sino cuerpos despedazados, y hermanos y hermanas y padres, madres, hijos e hijas que no pudieron enviar los cuerpos amados hacia la luz y hacia la paz. Como el de Polinices, aquí hay miles de cadáveres destrozados y errantes". En el caso mexicano, tampoco somos ajenos a esas tristes condiciones de represión política y de desapariciones forzadas.
La obra se presentó dos veces, el pasado lunes 16, en el Auditorio "Silvio Zavala Vallado" del Centro Cultural Olimpo, dentro del II Festival Internacional de las Artes. La escenografía y vestuario corresponden a Solange Krasinsky, la musicalización y diseño de iluminación al propio director Carlos Ianni y, como asistente de dirección, figura Soledad Ianni.
Antígona", de José Watanabe, sobre la tragedia de Sófocles. Intérprete: Ana Yovino. Escenografía y vestuario: Solange Krasinsky. Música: Sergio Pudencio. Dirección: Carlos Ianni. Celcit, Bolívar 850. Reservas: 4361-8358.
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Las representaciones de esta versión libre del original, se presentan como ensayos generales abiertos al público. Lo que se ve tiene, sin embargo, madurez suficiente para acreditarse como un espectáculo muy logrado. Sobre todo, si se tiene en cuenta una dificultad mayúscula: una sola intérprete debe hacerse cargo de todos los personajes principales.
Del centenar de obras escritas por Sófocles (497-406 a.C.), tan sólo siete han llegado a nosotros, y de éstas, "Antígona" es sin duda la más popular y representada hasta hoy. Se entiende: su tema es siempre actual, el conflicto entre la razón y los sentimientos, la ley y la piedad, el orden y la pasión justiciera. Hijos del desdichado Edipo y de su propia madre, Yocasta, dos hermanos, Eteocles y Polinices, se han dado muerte recíprocamente en batalla, frente a los muros de Tebas. El primero, defendiendo la ciudad de los invasores; el segundo, a la cabeza de los enemigos.
Triunfantes los tebanos, el rey Creonte (cuñado y sucesor de Edipo) decreta que al leal Eteocles le sean rendidas las honras fúnebres, pero el cadáver del traidor Polinices permanecerá insepulto, profanado por las aves carroñeras y los perros. Antígona, hermana de los difuntos, se niega a obedecer esta orden: no puede permitir que el alma de su hermano vague sin reposo por la región de las sombras. Se anima a transgredir el decreto real y, sigilosa, procura enterrar a Polinices, burlando a los centinelas. Descubierta, su tío la condena a morir de inanición en una caverna cuyo ingreso será sellado. Su prometido, Hemón, hijo del rey, muere con ella. El destino atroz de esa dinastía perseguida por el furor divino, se cumplirá tal como el vidente Tiresias (que es ciego) lo profetizó.
A través de los siglos, la voz de Antígona se alza reiteradamente para denunciar los abusos del poder y redimir a los oprimidos. Con el clamor de Job y los monólogos de Hamlet, es uno de los más conmovedores testimonios del afán humano por superar una condición sumisa y abyecta, y alcanzar una dignidad propia. Ponerse de pie frente a las tiranías es casi una tarea cotidiana en el mundo entero y desde siempre. Menudo desafío el de Ana Yovino: ser Antígona y Creonte, Ismena (la hermana menor, que no se atreve a cooperar con la protagonista) y Tiresias, todos juntos e individualizados por la voz y la actitud corporal. Actriz cabal, dueña de una notable expresividad vocal y física, guiada por la experta mano de Carlos Ianni (a cargo también del preciso juego de luces), sale triunfante del arduo cometido.
ENTREVISTA CON ANA YOVINO Y EL DIRECTOR CARLOS IANNI
La actriz y el director presentan "Antígona", poema dramático de José Watanabe, sobre la tragedia de Sófocles.
“Destino es de los débiles crear señores del poder,/ así como en sueños creamos seres para nuestro miedo, y sólo el dormido/ los ve, y se angustia.” El poema dramático "Antígona", del peruano José Watanabe, dispara y recrea nuevas imágenes como versión libre de la tragedia del griego Sófocles, a la que pone voz y cuerpo la actriz Ana Yovino, “secuestrada por nosotros”, dice Carlos Ianni, quien la dirige en esta obra y en "Cita a ciegas", trabajos que –anticipa– presentará en México en los próximos meses. Ofrecida a la manera de ensayo abierto –y en el marco de las Jornadas Internacionales de Solidaridad a beneficio de la sala La Veleta, de España, afectada por un incendio–, "Antígona" se puede ver mañana, y los jueves 8 y 15 a las 21, en el Teatro CELCIT, de Bolívar 825, con entrada a cinco pesos.
Ianni y su equipo colaboran así con otro espacio de la red del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, cuya sede local preside el dramaturgo, actor y director Juan Carlos Gené. Entre una y otra puesta, Ianni coordina y programa las actividades del CELCIT, junto a otros artistas y docentes, a los que se sumó, últimamente, la investigadora y ensayista cubana Magaly Muguercia. Yovino, por su lado, proyecta estrenar en 2006 un texto de Pedro Sedlinsky que ensaya con Pablo Finamore. La dirige Dora Milea, quien la condujo en otra "Antígona", la del francés Jean Anouilh. Este nuevo montaje –con escenografía y vestuario de Solange Krasinsky, y asistencia de dirección de Soledad Ianni– recupera poéticamente la figura de la joven hija de Edipo, rebelde a la prohibición de su tío Creonte, rey de Tebas, de enterrar el cadáver de su hermano Polinices. Ese es el castigo que se aplica al “traidor”, al que se opone. En diálogo con Página/12, Ianni y Yovino evalúan estos y otros aspectos de la puesta, reiterando la fidelidad a Sófocles, aun cuando la mirada de Watanabe, de madre peruana y padre japonés, sea otra.
Escrita en 1999 y estrenada al año siguiente en Lima, por el grupo Yuyachkani, retrata “una lucha de justos contra justos, porque cada personaje tiene su verdad y sus razones”, observa el director. Esa es la impresión que produce la descripción de la batalla entre los hermanos Etéocles y Polinices: “El movimiento fue simultáneo: una lanza avanzó y la otra vino/ y así la muerte se hizo dos, pero entera en cada hermano.” Antígona entra en conflicto con los dioses que se han ensañado con su familia. Su actitud resguarda el tono trágico de una obra que .opina Ianni- “tiene absoluta vigencia: es un homenaje a quienes sufrieron y sufren a causa de la arbitrariedad y la injusticia y un reclamo por los muertos sin sepultura”.
Aun sin ser contrapunto de Antígona, su hermana Ismena se niega a desafiar a Creonte. Esa negativa no es enjuiciada por Sófocles ni tampoco por Watanabe: “Lo que prima en ella es el temor a que la maten, pero no se la condena por eso. Ismena no la pasa liviana en esta historia. La tortura recordar el gesto de su hermana y no haber podido tomar la decisión de enterrar a Polinices”, puntualiza Yovino, quien cumple también los roles de la Narradora, Creonte, el Guardia y el viejo Tiresias, el ciego sabio que le enrostra al rey su soberbia. La actriz se enfrenta a un trabajo diferente del logrado en la versión de Anouilh, donde compartió la escena con Antonio Ugo. “Trato de alejarme de esa composición, y el texto me ayuda, me sostiene. Sigo otro camino. La rebeldía de Antígona es aún más potente frente a los dioses. Ella no es la heroína clásica, no va adelante porque sí. Tiene miedo, como cualquiera, y ama la vida, pero no puede aceptar que su hermano permanezca insepulto, humillado, desgarrado por perros y buitres. Su sentido de justicia es más poderoso que el miedo a morir. Lo manifiesta cuando el guardia la descubre: quiero que toda muerte tenga funeral, y después, después, después olvido.”
Enamorada de su primo Hemón, hijo de Creonte, comprende que se lo acuse a Polinices, el desterrado que regresó para dar batalla en lucha fratriciday oponerse al tirano, pero también sabe que “la muerte iguala y otorga derechos”. Por eso, en un descuido de los guardias, intenta cumplir con el rito del enterramiento. Si la descubren será castigada con una muerte horrorosa: la arrojarán a una cueva de la montaña cuya entrada será tapiada, y se consumirá allí, padeciendo hambre y frío. De ella se dice que tiene el corazón “puesto en cosas ardientes, en deseos de desobediencia que a otros helarían o convertirían en estatuas del miedo”. La rebeldía y la fatalidad harán de esta Antígona un personaje maldito para quienes se arrogan todo el poder. Sobre este punto, Yovino recuerda el pasaje en que la joven tapiada exclama: “Yo soy la maldición, la ola rara que se estrella y muere en el interior de esta cueva.” Una maldición que Ianni matiza señalando otra secuencia menos atormentada. Aquella en la que Antígona declara: “Yo he nacido para amar, no para compartir odios.”
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