Idea y dirección: Teresa Duggan
“Con la llave que todo lo abre y la mano que todo lo cierra”
Obra de danza teatro que se zambulle en el mundo femenino. Es un contrapunto entre el interior de la casa, de la represión que se respira en ella y el mundo exterior.
La apariencia, la frustración, la envidia, la rebeldía, y el "qué dirán”, funcionan como los cinco sentidos de estas mujeres. El afuera de la casa de donde llegan ecos de pasiones y un erotismo desatado representa las fantasías más impetuosas, de las mujeres de Lorca.
Esta obra recibió un subsidio de Prodanza
Este espectáculo formó parte del 12º Festival Internacional de Buenos Aires - FIBA 2019
Inspirada en el clásico de Federico García Lorca "La casa de Bernarda Alba"
Idea, coreografía y dirección: Teresa Duggan
Intérpretes: Vanesa Blaires, Natalia del Castillo, María Laura García, Estefania Gulla, Laura Daniela Fernández, Gabriela Pizano, Laura Spagnolo, Daniela Velázquez
Música original: Edu Zvetelman
Vestuario: Nam Tanoshii
Fotos: Carlos Furman, Edu González Nobile
Compañía Duggandanza
Duración: 50 minutos
CELCIT. Temporada 2016-2023
“Tomé lo simbólico, lo poético, como la voz del cuerpo. Utilicé el vasto mundo de imágenes que remiten a la polarización entre realidad y deseo, represión y rebeldía, mandato y libertad, dualidades presentes en toda la obra”, dice Teresa Duggan, la directora y coreógrafa de Las Bernardas, inspirada en La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca.
Una madre tirana, insensible y atenta solo a los mandatos sociales somete a sus hijas a un luto estricto luego de la muerte del padre. Condenadas a un encierro durante ocho largos años, el afuera –y la libertad que implica– se tornará objeto del deseo para ellas, y más cuando irrumpe la figura masculina –Pepe el Romano–, que representa la virilidad, el erotismo y la posibilidad del amor. Un hombre y cinco mujeres que se lo disputan es suficiente para generar celos, envidia y hasta odio.
Como en todas las obras del autor español, hay una gran cantidad de símbolos –el color banco y el verde, el caballo, solo para mencionar algunos–, y a través de estos, la danza se enlaza con la obra original. La casa de Bernarda Alba le viene perfecta a un lenguaje tan polisémico como es el corporal. Teresa Duggan concibe un espectáculo con una enorme potencia, en el que los personajes y los objetos en escena conforman una versión que mantiene lo esencial de Lorca y lo potencia.
Más allá de que la coreografía es excelente, la puesta trabaja también con imágenes proyectadas, y voces que representan el afuera o que remiten directamente a la obra del dramaturgo español. Hay que destacar, además, la expresividad con que las intérpretes componen a sus personajes: con un mínimo de palabras, toda la fuerza lorquiana está en la danza, en los gestos y en los rostros que son la imagen de todo lo que pasa por la vida de estas mujeres.
Isadora Duncan afirmaba: “Si pudiese decir lo que quisiera decir, no habría razón para bailarlo”; en Las Bernardas Teresa Duggan consigue expresar con los cuerpos y con sus movimientos un lenguaje único que remite a Lorca, pero que también le confiere una dimensión más simbólica.
Adriana Santa Cruz. leedor.com. 14/05/2016
La similitud, la asimilación casi automática a la norma es el registro que se pone en cuestión en Las Bernardas.
La palabra es imagen. Como si el escenario dejara que la letra lorquiana se escribiera para convertirla en un dibujo blanco detrás de esas mujeres de negro. El conjunto y la intérprete que se separa de la madeja. Los movimientos tienen una estructura casi idéntica pero su repetición está alterada, desfasada en esa suerte de actrices- bailarinas. La acción grupal construye un cuerpo del que será extirpada una de ellas.
Disuelta la historia, dejando que la trama de La Casa de Bernarda Alba resuene en una voz en off, como espectros que se resisten a dejar la casa, Teresa Duggan se queda con el armado simbólico del texto lorquiano y lo usa como un ritmo para marcar sus diferencias con cierta línea de sometimiento. Aquí las hijas de Bernarda mutan en perras rabiosas. No son tanto sus actos de hermanas que parecen detestarse sino el imaginario que en ese encierro de paredes tapiadas las come como una peste. Duggan asume las lecturas de la obra y va hacia esa dramaturgia como si abriera sus vestidos, les soltara el pelo y se situara en la metáfora que las mujeres andaluzas usaban como contraseña.
Tadeuz Kantor afirmaba que la vida en escena debía mostrarse a partir de la falta de vida. Si en la puesta de Duggan no está el maniquí, figura inanimada que el artista polaco proponía casi como un reemplazo insidioso del actor, los pantalones y tiradores de Pepe el Romano funcionan como la ejecución de una ausencia. La estampa elástica de un hombre tironeado como una bandera, vaciado para que ellas tengan esa ropa en la piel por un instante. Si es verdad que todas lo desean pero Adela es la única que lo tiene, también es cierto que el verdadero sueño de esas mujeres es convertirse en un hombre. Su feminidad se vuelve demasiado fatigosa y labrar el campo sería un descanso frente a la vigilancia permanente de su castidad, frente a la trituradora del chisme que en García Lorca es casi el signo mundano de la parca.
En Duggan la danza se torna actuación y la puesta se alimenta del teatro de la imagen. Una estética que hace de la síntesis su partitura. No se trata de ilustrar aquello que en el texto lorquiano desborda de simbolismos sino de darle a los recursos escénicos la posibilidad de instalar ideas que adquieran un valor dramatúrgico.
El pasaje en el que las Bernardas diseñan el espacio con sus sillas diminutas establece en ese contraste de dimensiones, en el modo en que el objeto se sitúa en escena como un factor narrativo, la transmutación de esos personajes que manchan las paredes blancas de la casa con sus ladridos. La firmeza fálica del bastón de Bernarda opera en un mismo sentido. Duggan se ocupa de alterar lo que García Lorca señala como el hastío de la mujer de su época y le da a esas risas y gemidos, a esas convulsiones maníacas, la posibilidad de actuar en un mundo casi onírico, como si las hubieran soltado en plena noche para ver de cerca el caballo que anuncia la llegada de Pepe el Romano.
El drama pasa a ser una pieza que cabe en sus manos. Desde el acceso a una materialidad lo que podría haber sido armado escenográfico devine juguete, ornamento de múltiples usos, un conflicto que le da una frágil pausa a la tragedia.
Las fotos que las Bernardas se sacan en un rictus enmarcado por ese sonido que parece iluminar con su flash esa gestualidad tan sincronizada pero a la vez tan palpable, tan delatora de una angustia que llega en los jirones de una anécdota, tiene algo de modernidad. Un cruce entre el cine mudo y esa fachada social que determina toda la obra, hasta la muerte de la protagonista que no puede habitar con su deseo ese mundo. Pero lo que en García Lorca era expiación, en estas Bernardas que se apropiaron del nombre de la autoridad deviene en furia, como esas perras vengadoras del teatro griego que acorralaban al asesino.
Alejandra Varela. Página 12. 06/05/2016
Al leer la obra de Federico García Lorca “La casa de Bernarda Alba”, se siente en carne propia una opresión en el pecho, uno se solidariza con esas mujeres atrapadas en su propia casa, alejadas de la realidad masculina, dominadas por una madre omnipresente, quien cobraba un poder absoluto, tras la muerte del padre del hogar.
Esa misma sensación, esta vez potenciada, por tantos y tan bien seleccionados recursos, se hace presente al contemplar la versión de Teresa Duggan inspirada en el clásico lorqueano.
Desde el inicio, el escenario y la puesta conducen a ese mundo asfixiante en donde el alma no encuentra su lugar pero el cuerpo impone y dispone, en la belleza y fuerza de esta versión danzada, combativa, desgarrada de las Bernardas.
En la oscuridad de la escena, un personaje arrastrándose suelta su ovillo, empieza a tejerse la trama y comienzan sus protagonistas a coser sus sexos, sus corazones, sus vidas, mediante ese hilo que parece conectarlas a todas, y llevarnos a nosotros por una historia que en los 50 minutos que dura la obra, no podemos dejar de contemplar, de admirar, de nutrirnos de cada una de ellas, sus gritos desgarradores, sus carcajadas de locura, sus penas, sus reclamos, que nadie escucha.
Todo aquello que no se dice desde los labios, nos lo grita a viva voz una pantalla con los textos yendo y viniendo proyectados en la pared, y en nosotros, mientras sucumbimos al paso histérico del baile, se lee la palabra terrible, no es casual, la historia lo es, la pared se convierte en una protagonista más, en un muro, hablado, presente, inevitable.
En este nuevo enfoque del texto conocido, los elementos elegidos funcionan metafóricamente de manera exacta, frene a el negro resplandeciente de vestidos y escenario, será el personaje de Adela, aquella rebelde y valiente mujer entre todas sus hermanas, quien portará el verde de la esperanza, de la juventud que se niega a perderse, del amor a la vida, al hombre, aquel que sin estar está siempre presente. Un pantalón sin dueño, pero dueño de todas, va y viene entre las manos danzantes, suplican por hacerlo suyo, así como el deseo incontenible de cabalgar hacia el hombre, hacia la libertad, hacia donde lo que no conocen pueda llevarlas.
La música brinda una profundidad, una poesía constante, nos llega a través de nuestros oídos y nos eriza la piel, acompaña esos cuerpos que piden estallar, ser escuchados, ser vistos.
Acierto total en la elección del elenco, quienes desde lo gestual nos invitan a contemplar esta historia oscura, sórdida, que nos devora y nos intriga. Se complementa con la voz en off, llevando un hilo conductor que siempre nos mantiene atentos, inmersos, con los ojos puestos en el universo representado.
El final es impecable, si bien todos en su mayoría lo han leído en palabras de Lorca, la mano de la directora se deja ver, se aprecia la sutileza, la poesía en el narrar, lo sublime dentro del terror.
Una fantástica propuesta de la compañia Duggandanza, una manera distinta de contar desde otro punto, con otros recursos, desembocando en aquella puerta que merece ser abierta, con aquella llave que todo lo abre, y la mano que todo lo cierra.
Crac! Magazine. Crac! Magazine. 16/04/2016
La versión que propone la coreógrafa del clásico lorquiano La casa de Bernarda Alba suma una visión interesante al drama femenino. Con logros y altibajos, las bailarinas tejen, a partir de movimientos enérgicos, una trama de violencia, frustraciones, envidia, rebeldía y deseo.
Las Bernardas, versión de la coreógrafa Teresa Duggan del clásico lorquiano La casa de Bernarda Alba, presenta un universo cerrado de mujeres opresoras y, a la vez oprimidas, en el que la madre está ausente pero se hizo carne en las hijas. La represión y las ansias de libertad luchan al interior de cada una. La puesta, que acaba de subir a escena en el Celcit (los sábados a las 20 en Moreno 431) ofrece un espacio despojado con dos frentes (las butacas se ubican en dos planos contiguos), lo que hace que el elenco circule y se desplace generando movimientos continuos.
El espacio oscuro se nutre de una diversidad de elementos. Proyecciones en uno de los laterales y una banda de sonido muy rica, hecha de distintas texturas. Sonidos, melodías y voces se oyen casi ininterrumpidamente, generando continuidad y fluidez en la acción. En este interior doméstico ennegrecido, la figura materna autoritaria aparece multiplicada en su descendencia. Vestidas de negro por el luto que la madre impone, impidiendo toda salida al exterior, las hermanas expresan con intensidad el deseo de liberación y también la censura y el sometimiento. Los movimientos son siempre enérgicos, sean explosivos, sincopados o ligados, y la expresividad alcanza los rostros y las voces de las intérpretes. Así se va tejiendo una trama de violencia, frustraciones, envidia, rebeldía y deseo. Es como si la fuerza censora de Bernarda se transfiriera a ellas, cobrando tanto o más fuerza que si la concentrara ella sola. De las cinco hijas, sólo una está habilitada por la madre para el casamiento, generando rivalidades.
La más sensual es lógicamente Adela, la menor, que hasta se envuelve en un vestido verde intenso, desatando desaprobación y envidia. La presencia masculina que provoca el conflicto entre hermanas, Pepe El Romano, se sintetiza en un pantalón con tiradores que ellas manipulan y quieren adueñarse, cada una a su turno. Con este elemento, reaparece en escena un rasgo que de atenuarse, haría que paradójicamente el espectáculo ganara en contundencia. Si la expresión de los cuerpos ya es intensa y hasta desatada por momentos, los gritos o los suspiros desgarrados resultan de más, como reforzando algo que no necesita un apoyo extra. El resultado es que refuerzan lo ya evidente. Por eso, por momentos, ciertos gritos y voces resultan forzados o redundantes. Del mismo modo, los rostros de algunas intérpretes tienden a endurecerse por demás. Se trata de un equilibrio no fácil de alcanzar pero que vale la pena explorar, ya que la búsqueda de la directora y su elenco es muy valiosa. En el mismo sentido, el volumen de la banda de sonido es demasiado alto y juega en contra. La trama es variada: un ensamble de música original de Edu Zvetelman, textos en off en castellano castizo, sonidos ambiente y plegarias crean un ambiente sugestivo. Pero cuando el sonido es demasiado fuerte, aturde y no se puede apreciar del todo.
Además de las hermanas aparece en escena una mujer-gato que empuja y juega con un ovillo, como un animal doméstico que ronda y es testigo de lo que ocurre. La intención de Duggan se inclina hacia la danza-teatro: aspira a una carga dramática que trasciende los cuerpos y el baile, incluye elementos (como sillas de distintos tamaños o la tela blanca que remite al vestido de novia) y crea un ambiente escénico atractivo.
A ochenta años del asesinato de García Lorca, Teresa Duggan suma una visión interesante al drama femenino escrito en 1936 en pleno franquismo, que aún hoy continúa vigente. Lo hace con varios logros (la fragmentación de Bernarda, la concepción del espacio escénico, la dramatización de ciertas escenas como la de las mujeres-caballo) y también con algunos altibajos, como cierta sobreactuación gestual y vocal. Es una propuesta para el disfrute de un público amplio (los aplausos sostenidos del final lo confirman), más que para el círculo más cerrado de los seguidores de la danza contemporánea y experimental. La compañía Duggandanza es una de las pocas agrupaciones independientes que se sostienen en el tiempo: nació en 1984, cuando Teresa volvió de Estados Unidos donde se perfeccionó en las escuelas de Alwin Nikolais, Merce Cunningham, José Limón y Movement Research. Desde entonces, estrenaron espectáculos para adultos y algunos también para chicos, con un elenco que se fue renovando. En forma paralela a las creaciones de su compañía, Duggan coreografió espectáculos de circo y de música de otros artistas. Actualmente, sigue explorando nuevos territorios: estudia Régie en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.
Carolina Prieto. Página 12. 12/04/2016
Nacida en la sociedad asfixiante de la España de 1936, La casa de Bernarda Alba (1936), una de las obras más célebres de Federico García Lorca, ha provocado múltiples versiones coreográficas, utilizando distintos lenguajes.
Con variados recursos teatrales, Teresa Duggan logra homenajear a su autor a 80 años de su asesinato en el escenario del CELCIT.
Hay una presencia constante del texto en la obra, mediante proyecciones que traspasan a las bailarinas. Estas ocho mujeres son Bernardas, recorridas por una corriente de violencia ora reprimida, ora explícita con la utilización del grito como desahogo o como elemento represivo hacia sus pares. La opresión ejercida desde la religión está mostrada en el frenesí de las plegarias, en un tenso contrapunto con la sexualidad, que aflora salvaje en todas ellas cuando Adela las tienta con un pantalón masculino como símbolo de Pepe el Romano. Tomado como elemento erótico, la prenda pasará de mano en mano para dar rienda suelta a tanto deseo almacenado.
El diseño en L del espacio es, ab initio, todo un desafío que la coreógrafa resuelve variando los planos de modo que cada desplazamiento tenga más de un sentido. Este doble juego se traslada también a las lecturas que pueden practicarse sobre los símbolos que Duggan utiliza con habilidad.
"Las Bernardas" apela al lenguaje de la danza-teatro, exigiendo dramáticamente a las intérpretes, quienes responden de maravillas al reto.
Patricia Casañas. Revista Noticias. 03/04/2016
Que la casa se incendie, pero que el humo no salga por la chimenea.
Lorca escribe La casa de Bernarda Alba en 1936, poco antes de ser asesinado por los fascistas en la guerra civil española. Podríamos decir que era una metáfora de la falta de libertad que existía, y como una premonición del destino de quienes se opusieran al autoritarismo que vendría luego con el triunfo del franquismo. La puesta comienza con la figura en bajo piso del gato, que se desplaza por la escena como quien juega con un ovillo de lana y va señalando las líneas del destino de las vidas de las Bernardas. Sus movimientos sinuosos, escurridizos conforman una red donde las palabras son atrapadas. Luego las mujeres vestidas de un negro riguroso porque están de luto, se mantienen en la rigidez del espacio de una casa que protege y a la vez agobia. Entre ellas una se atreve, a vestirse de colores, el verde identificará a Adela en toda la puesta, a morder la manzana, símbolo del pecado, a amar a quien no debe, y a decidir finalmente que hacer con su vida. Teresa Duggan, juega con la dramaturgia lorquiana que se mueve entre los pies de los personajes, con una luz que también recuerda a Adela. El ritmo pesado del taconeo, la rigidez del mandato el social encarnado en la voz de una madre con autoridad patriarcal: Bernarda. Sus hijas, títeres de su voz y su mando, se desplazan, juegan y se oponen al deseo que les despierta lo que está afuera de las paredes blanqueadas de las casas andaluzas; el amor, el hombre, Pepe el Romano. Un objeto de deseo que la directora resuelve en escena a partir de un pantalón con tiradores, de los que cada una y todas tirarán como símbolo de su sensualidad a flor de piel. La tela blanca, que se extiende por sobre todas, el vestido de novia que añoran, el blanco símbolo de la pureza, la castidad, la honra virginal que debe tener una mujer que se precie, en el asfixiante mundo del pueblo. La voz en off que resemantiza lo expresado por el cuerpo en escena, que se mueve al compás de la música y las contradicciones entre el pecado, el sexo y la condición social impuesta. Sin embargo, en algunos cuadros, aunque nos lleve hacia la tragedia, la solemnidad se suaviza y la risa de los juegos aparecen hasta que nuevamente el objeto de los desvelos de esas mujeres presas de los mandatos y de su propio miedo aparezca para volverlas frágiles, vulnerables. La disposición espacial en ángulo de noventa grados, divide la percepción del espectador, y obliga a dos frentes, aunque la dirección haya privilegiado el lado a la derecha de la entrada de la Sala. Ese nudo duro lorquiano es lo que ha privilegiado Teresa Duggan, y en cuanto a los movimientos coreográficos que realizan las bailarinas/actrices estos “partieron de las sensaciones, del texto, de lo que se cuenta en la obra y está traducido a veces en movimientos muy impulsivos o muy cortados. Es decir, trabajamos el movimiento en relación al estado de ánimo, en vez de ponerle pasos a esos estados de ánimo”.1 Por lo tanto, es un movimiento que se ha originado en el interior de cada cuerpo y se expande hacia el exterior buscando distintos tipos de contactos de placer y desplacer. Esta estructura coreográfica/ dramática que para algún espectador podría resultarle indeterminada, por el contrario, permite que sea el receptor de estas potentes imágenes visuales y auditivas quien le otorgue un sentido particular al hecho espectacular. Con un vocabulario expresivo propio y con ductilidad cada intérprete construye a su Bernarda y como espejos se multiplican ante nuestra atenta mirada. Un mundo poético, metafórico, dicho por el cuerpo, por cada movimiento y por los precisos objetos -como las pequeñas sillas recordando los años de la tierna infancia. Un relato intenso, con escenas de tensión y de muerte y otras casi oníricas que se entrecruzan, como las apariencias se entrecruzan con la sensualidad reprimida, como se entrecruza el espacio privado, íntimo, con el espacio público, social. Otros dos aciertos de la puesta en escena son, por un lado, el dispositivo visual que proyecta sobre el piso y la pared fragmentos, palabras sueltas “como si ellas estuviesen metidas adentro del libro”2 y, por otro, la música original que por momentos acompaña y en otros se distancia del devenir ficcional. Una escritura coreográfica y dramática que actualiza el texto primero con sello propio, producto de una destacada trayectoria en el quehacer artístico de la Compañía Duggandanza.
lunateatral2. lunateatral2. 01/04/2016
No una, ni dos, sino siete Bernardas se mueven en una escena estrellada que refleja en el suelo las letras de las que nace su universo. Inspirada en temas de La casa de Bernarda Alba, esta otra casa no está delimitada por paredes, sino que emerge de un lenguaje despojado, un poco danza y un poco pantomima, de una economía precisa, sin exacerbaciones.
No hay en Las Bernardas de Teresa Duggan despliegue de destrezas ni emociones a flor de piel que distraigan de la oscuridad que construye: el drama, la opresión, la culpa todopoderosa salpicada de risas y juegos como el suelo de letras estrelladas son los verdaderos protagonistas.
Las siete Bernardas (hijas, madres, hermanas, fieras, por momentos todo a la vez) impostan sus voces contra Adela, la única nombrada, bendita y condenada por la juventud que la distingue, el color verde de su vestido un clamor de vida y un augurio del pasto bajo el cual descansará, porque (ya lo sabemos), la fachada y la armonía de la familia de Bernarda terminarán por aplastarla.
Bernarda suena, también, inconfundible en su lugar de mando, pero a través de palabras extranjeras: extrañas, externas y ajenas a los cuerpos que en la tierra la oyen bramar con la distancia y la potencia de las campanadas. Al igual que la multitud de sillas, la voz de Bernarda, los cantos y los rezos llegan desde el mundo del cine.
Solo la gata, negra como el atuendo de sus amas, es libre de apartarse de la ley de la casa y puede jugar interminablemente. Las mujeres, en cambio, solo ríen un instante, juegan y cantan un instante, sueñan con sus bodas y se adornan de blanco pero apenas un instante. Enseguida sobrevienen el luto, la contrición, la penitencia.
La gata, amaestrada lo suficiente para posar ante la lente que retrata periódicamente la fachada armónica de la familia de Bernarda, es la única que se permite ver el reverso, apuntar su larga cola al bombillo de la cámara para husmear detrás y conocer los horrores que ocultan las sonrisas de las Bernardas que guardan la vida al precio más alto. La gata acaso respondiese al llamado de la Poncia.
BLE - bailarlescritos. BLE - bailarlescritos. 29/03/2016
El comienzo es oscuro y ubica al espectador en lo que será el clima de toda la obra. Una mujer de negro se asoma desde un rincón acurrucada en el suelo. Suenan campanas como si fuera un llamado a misa, mientras ella avanza como un gatito desplegando un ovillo.
En ese momento empieza a tejerse la trama.
Aparece un grupo femenino vestido de negro encarnando a todas las Bernardas, a la multiplicación de la madre en cada una de las mujeres de la casa. Se oyen rezos. Es el “mea culpa”. Mujeres abolidas de vientres cosidos y deseos reprimidos por todo el cuerpo. No hablan, no sienten. Sufren. Se silencian, se callan, se persignan.
En medio de tanto oscuro el verde esperanza lo viste Adela. Resalta entre el negro funeral. Negro del duelo extenso impuesto por la madre como una superiora inquisidora que quiere controlar la juventud inflamable. Luto por la vida que anhelan y no tienen. Que solamente la rebeldía potente del deseo se animará a quebrantar.
Las mujeres se transforman desde una corporalidad orgánica. No hay un despliegue en cuanto a la técnica de danza contemporánea (si bien se intuye que la poseen). La dramaturgia se apoya en la potencia del gesto, donde resalta el cuerpo grupal. Un entrelazamiento colectivo que anima cada escena como un cuadro viviente.
Son una jauría de lobas hambrientas que juegan con las faldas como si jugaran con el ocultamiento de su propia sexualidad, su propio ser mujer.
Y entre tanta opresión aparece un pantalón: el hombre deseado, ausente en sus pieles, omnipresente en los cuerpos así como en la obra. Objeto codiciado por todas.
Así se pueden ver otros símbolos puestos allí para traer esa ausencia, como los caballos evocados o el bastón. Ambos representan la fuerza, el falo, el macho, la hombría. Lo que no está. Más allá de acompañar la sucesión de actos de la pieza teatral a la que la directora rinde homenaje.
Finalmente una manzana, como fruto prohibido cuya transgresión solo puede desembocar en tragedia, y a quien solo Adela se atreve a morder.
La pieza construye desde el cuerpo sonoro, activo y poético, la obra de Federico García Lorca, haciendo carne su texto.
Craneápolis. Craneápolis. 29/03/2016
El mundo ha cambiado desde 1936, pero no tanto. “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca enfatiza las tradiciones violentas sufridas por la mujer española durante la época. Teresa Duggan toma la esencia de la obra en un espectáculo de danza-teatro (“Las Bernardas”) que resalta sensaciones femeninas, frustraciones, envidia, rebeldía, erotismo, fantasías desmesuradas.
La vieja déspota doña Alba no está en esta versión; son las hijas las que cargan con la represión y el oscurantismo. Vestidas rigorosamente en negro, se muevan sobre el escenario con desplazamientos perfectamente coreografiados. Son bailarinas, pero en contraste con muchas personas formadas en el baile, sus caras son muy expresivas. Es que además de ser bailarinas, son actrices.
Una actriz-gata avanza simbólicamente deshilando un ovillo. Además el personaje que desata el conflicto, Pepa El Romano, es un par de pantalones con tiradores, engendrando hermosos y significativos juegos escénicos. Textos en off aparecen como plegarias y los temas musicales de Edu Zvetelman introducen un fondo auditivo desconcertante. La rebelde trágica Josefina Perés aparece en un atuendo de verde furioso, en fuerte contraste con el negro de sus hermanas. También hay emotivas secuencias con sillas...
El título mismo supone un enlace con la obra de Lorca, pero sin conocer la historia el espectáculo es un recorrido estético placentero debido a la expresividad de las actrices-bailarinas y la coreografía minuciosa de Duggan.
La triste letanía de violaciones, abuso y muerte a la cual la mujer de hoy se ve sometido ratifica que el mundo de hoy, con todos sus supuestos avances, no ha cambiado en lo esencial.
Hopkins Theatre in English. JaquematePress. 28/03/2016
La casa luce en penumbras y reina el silencio, mientras una borrosa presencia central parece controlarlo todo. Sólo se divisa un animalito doméstico que juega con un ovillo. Es la casa de doña Alba, personaje que -se supone el público conoce a través del clásico de García Lorca. Pero en esta versión, la vieja dama déspota no está; no hace falta, porque su carga de represión y oscurantismo se ha transferido a sus hijas: ellas han asumido ese rol dominante y censor, según el elocuente título de la pieza: Las Bernardas.
Es una transmisión del control y la censura que coincide, en el plano de la educación, con la noción clásica, no siempre tenida en cuenta, de "ideología": el brazo reproductor (inconsciente) de los principios de una clase dominante.
Cifrado en esa premisa, el nuevo aporte de Teresa Duggan avanza por un camino definido. En la dialéctica entre el deseo y el mandato materno, hay apelaciones a la voz, que las intérpretes emiten a veces con timidez, y otras con matices exasperados. También, textos en off, como plegarias en un castellano castizo. En los certeros temas musicales de Edu Zvetelman se alternan sintetizadores con instrumentos acústicos, más inserts de otras fuentes sonoras no especificadas en el programa.
Con despliegues preferentemente grupales (a veces, con energía desatada), la composición coreográfico-dramática de Duggan destaca, a cierta altura, la irrupción de la rebelde Adela (Josefina Perés) con un atuendo verde-furioso que contrasta con el negro riguroso de sus hermanas, que no tardan en acallar su impronta hasta sofocarla.
La exigencia de incluir en el relato la imprescindible gravitación de Pepe El Romano (el desencadenante del conflicto) sin alterar el esquema escénico de un bloque unívoco femenino, se resuelve con un recurso que resulta un hallazgo: un pantalón con tiradores, prenda que será tironeada desde cuatro ángulos por las mujeres como si se tratara de ménades despedazando a un fantoche.
Esta invención escénica, configurada en la combinatoria de siete mujeres (además de un gato), conforma una experiencia emblemática de eso que, con insistencia no siempre rigurosa, ha dado en denominarse danza-teatro (o, a veces, un discutible teatro-danza). Este lenguaje, en la Argentina, tuvo una pionera insoslayable en Ana Itelman (1927-1989, maestra de la que Duggan fue discípula), en este caso con encomiable equilibrio entre lo dramático y lo que, en términos eclécticos, es movimiento danzado.
Consecuentemente con esa concepción, la obra no incluye "baile" en sentido convencional y sí, en cambio, una fuerte expresividad corpóreo-espacial. Un marco espacial, por lo demás, frecuentemente alterado por un original diseño lumínico que incluye proyecciones de textos circulantes.
Uno de los rasgos destacables de Las Bernardas acaso resida en el atrevimiento de Duggan a imprimir una vuelta más de tuerca a un material architransitado como este clásico lorqueano; a la propia Itelman se debe una memorable versión, en el Teatro San Martín, con el título de Casa de puertas (1977).
La propuesta de Teresa Duggan, sin embargo, con una vasta experiencia previa y por una vía conceptual, llega a resultados propios y, en algún punto, innovadores.
Néstor Tirri. LA NACION. 19/03/2016
El sábado pasado se estrenó con gran expectativa la obra “Las Bernardas” inspirada en “La casa de Bernarda Alba” de García Lorca, ¿qué te llevó a hacer esta puesta, desde dónde la encaraste?
Hay algo en mi conexión con Federico García Lorca que es como una suerte de amor, que no comprendo demasiado, como todos los amores. La Casa de Bernarda de Bernarda Alba me interesó fundamentalmente porque todo aquello de lo que habla en esa época (1936) lo podríamos trasladar al presente, por eso es un clásico. Uno le puede cambiar la forma pero el contenido es el mismo. El tema de la estructura social, las apariencias, el no decir lo que realmente sucede y vender que está todo bien, que uno está feliz, armónico.
Trabajo mucho sobre esa ironía entre lo que sucede adentro de la casa y lo que Las Bernardas sienten. Digo las Bernardas porque en la obra no aparece el personaje de Bernarda, sino que lo refracté y todas son Bernardas. Creo que todos tenemos algo de ella, una voz de censura, de crítica casi inmediata. Es algo con lo que tenemos que lidiar individualmente y como sociedad. Me pareció interesante entonces repartir ese personaje entre todas. La que si aparece es Adela, que es la figura antagónica, la que quiere romper estructuras, ser libre, pero que finalmente no puede, porque es más fuerte la estructura familiar y religiosa que su deseo de salirse del rebaño.
¿Qué elementos utilizaste para la puesta en escena?
Seguí la estructura de la obra como si fuera un mapa, y le di una vuelta de tuerca desde el trabajo con objetos y la poética.
En relación a lo coreográfico, los movimientos que hacen las Bernardas no vienen de la danza académica, sino que partieron de las sensaciones, del texto, de lo que se cuenta en la obra y está traducido a veces en movimientos muy impulsivos o muy cortados. Es decir, trabajamos el movimiento en relación al estado de ánimo, en vez de ponerle pasos a esos estados de ánimo.
Me interesó mucho que la interpretación sea más actoral que de danza, eso fue un gran desafío para las intérpretes porque son todas bailarinas, sin embargo cuando uno las ve parecen actrices que se mueven más que bailarinas que hablan.
Trabajamos también con retratos familiares, cada tanto termina una escena con uno de esos retratos donde todo parece que está bien.
Puse el personaje de un gato negro porque me pareció interesante su presencia, desde un lado medio supersticioso como el gato que presagia y también porque es el testigo de lo que sucede adentro de la casa, de lo que las hermanas viven, desean y reprimen. Si el gato hablara, ¡de todo lo que nos enteraríamos!
También trabajé la presencia de Pepe el Romano, que está representado por un pantalón con unos tiradores. Adela es la que lo trae como si fuese un anzuelo, para ver qué les sucede a las otras hermanas, que la reprimen y castigan tanto, para ver cómo se comportarían ellas si estuviesen con Pepe el Romano. Esa es una escena medio bisagra donde se muestra toda la sensualidad y el deseo que tienen reprimido, son como volcanes. Me interesó trabajar el adentro y el afuera no solo de la casa sino también de ellas mismas.
Después hay un dispositivo visual, todo el texto de la obra aparece por momentos proyectado en las paredes, en el piso, pero no se lee, sino que trabajamos la textura del texto, como si ellas estuviesen metidas adentro del libro. Casi siempre el que trae el texto es el gato, cuando él aparece, aparece el texto.
Además trabajo con objetos, telas, con unas sillas, que son todos símbolos que están dentro de la obra. Le doy un tratamiento más poético, más plástico, sin dejar que sea dramático, porque es realmente muy dramática la obra. En un momento hice un quiebre y puse un paso doble que es una suerte de respiro porque si no el espectador se mete cada vez en un pozo más oscuro.
Es un trabajo muy complejo, porque además de ser ocho intérpretes, tenemos dos frentes, no es el típico escenario a la italiana, entonces en la puesta es importante que el público vea de los dos lados. Habrá que ir dos veces, porque se ve una cosa de un lado y otra del otro. Eso me pareció muy interesante porque depende del punto de vista donde uno está parado es cómo ve la vida. Así pasa en el teatro, depende donde te sientes es lo que vas a ver y sólo podés ver otra cosa si te cambiás de lugar. Eso me pareció rico para explorar.
Por el deseo de libertad y la rebeldía que genera en las hijas -sobre todo en Adela- el autoritarismo de Bernarda, se podría trazar un paralelismo con la situación que vivimos hoy en día las mujeres ante tantas formas de opresión y violencia?
Sí, pero esto viene desde hace miles de años. Dentro de la obra hay mucha violencia física entre ellas, de la madre hacia las hijas. La raíz, el machismo, en la obra está fundamentado por la mujer, hay una frase de Bernarda donde dice “hilo y aguja para la mujer, mula para el hombre”. Las mujeres estaban destinadas a coser, a partir de cierta edad se empezaban a hacer el ajuar para prepararse para el casamiento. Esa violencia está dentro de nosotros, atravesar la Bernarda que todos tenemos, conlleva también esto, hay algo en la reacción física, en la inhibición de hábitos. Las Bernardas tienen una cosa muy instintiva, la razón está dada por la orden, por el patrón de conducta, pero ellas son puro instinto. Hay una parte de la obra donde todas le dicen cosas a Adela, “ponete derecha”, “peinate”, una suerte de “bulling”, porque ella era la diferente. Todas esas cosas, que uno recibe de chico, las va repitiendo y no se da cuenta del efecto residual que va quedando. Por eso me pareció interesante que aparezca todo esto, como barreras que hay que atravesar, pero que están, no es algo que pasó en un pueblo de España hace mucho tiempo, pasa todo el tiempo en todos lados.
Hablanos de lo que te mueve, lo que te lleva a componer, a crear
Siento que algo me invade, se me ocurren imágenes y me meto como en un cuartito de jugar. Además las chicas con las que trabajo, hace mucho tiempo que están en el grupo y que bailan conmigo, entonces me siento muy acompañada en ese juego, todo lo que propongo siento que es parte de un lenguaje que compartimos. Yo no soy una coreógrafa de marcar las coreografías y quedarme a puertas cerradas a ver cuándo me viene la inspiración. Es un ir y venir, entonces alguna propone algo o dice lo que le pasa y todo es parte de la construcción. Más allá de eso, todo lo que tiene que ver con lo creativo, no sé bien de dónde viene. Siento que la creatividad es un ovillo que cuanto uno más tira más aparece, en vez de pensar que se me van a terminar las ideas, me pasa al revés. Creo que hay algo que es fascinante y que todos tenemos, que no se compra ni vende, y es la imaginación. Es algo muy rico, yo dejo que “mi niña” juegue, invente y me enamoro mucho de lo que voy haciendo, eso hace que todo tenga un tinte de alegría.
Se puede ver que en tus obras te valés de muchos recursos, como el humor, la manipulación de objetos, la luz, incluso los sueños, cómo está presente todo eso a la hora de componer? De armar una pieza?
En el caso de las Bernardas me sirvió mucho la obra en sí, es la primera vez que hago algo basado en una obra que ya existe. Hice, por ejemplo, un espectáculo sobre Frida Khalo donde inventé su historia, su entorno, es decir, era mi Frida Khalo. Pero en este caso la obra, el análisis de la lectura, la utilice como una especie de mapa, respeté los tres actos, lo que va sucediendo en cada uno y eso me sirvió mucho.
Con objetos hace un tiempo que vengo trabajando. Me gusta mucho la relación de las dimensiones, por ejemplo en Las Bernardas las intérpretes trabajan con unas sillas chiquitas y como ellas son grandes, esas sillas representan un poco la infancia, el lugar que ocupan en la casa, tienen una simbología. Me gusta mucho trabajar con lo simbólico, lo que simboliza cada objeto y también los colores, por ejemplo el verde, que es el color de la rebeldía para Lorca. Entonces el personaje del gato empieza jugando con un ovillo verde, después también aparece el verde en un vestido y luego en un chal, ese color va haciendo de hilo conductor, como una suerte de devenir.
Además del mapa de la obra y del uso de la simbología, también las relaciones fueron haciendo como un devenir. En esta obra ya teníamos en principio y el final, eso es distinto a una creación, como Astas de Terciopelo, donde todo nació de un sueño y luego le di una dramaturgia. En este sentido, ahora sentí que tenía más un ancla.
Tu compañía cumplió hace un par de años, 30 años. En retrospectiva ¿qué conclusiones podés extraer de esa trayectoria? ¿Qué te muestra el camino trazado? Y ¿hacia dónde te dispara hoy?
Lo que me muestra es que empecé a bailar porque me hacía feliz y eso sigue estando, ese centro no lo perdí. Cuando empecé a tomar clases de danza, siempre la concebí junto con la creatividad, nunca sólo como intérprete, pero no tenía como expectativa ser coreógrafa, maestra, nada. Era como un refugio, la danza era el lugar en el que me sentía como pez en el agua, donde me siento más armónica, más libre, más feliz, y eso, en todo este tiempo no lo perdí. Muchas veces cuando hay competencia o situaciones tensas, vuelvo a ese centro. Cuando vuelvo ahí, que es como volver a un nido, todas esas otras cosas tienen una importancia relativa para mí. Ese es el mayor balance que hago.
Todo lo que fui logrando es a partir de mi trabajo, realmente me siento una coreógrafa independiente. El trabajo, la producción, el estar siempre haciendo algo, me da también una enorme libertad. Por otro lado, yo podría haber elegido otras cosas que sean más comerciales, pero no me llenaba, estoy mejor haciendo lo que tengo ganas de hacer. Nunca me desvié demasiado de mi centro.
En mi trayectoria hay como tres grandes etapas, empecé con el movimiento como lenguaje y como argumento, con el pasar del tiempo empecé a incorporar el trabajo con la luz, que es casi como si fuera un intérprete más.
La idea de ir haciendo la puesta en escena se fue desarrollando con el tiempo, de hecho estudio dirección de puesta en escena para ópera en el Teatro Colón. Siento que todo se fue expandiendo, al principio era sólo movimiento, una música y lo espacial. Tal vez eso tiene que ver con que estudié 4 años en Nueva York y allá todo pasa mucho por la riqueza del movimiento, eso me influyó y cuando volví y empecé a coreografiar lo primero que me salió fue lo último que había aprendido. Después empezó a aparecer mi propio comentario, lo que yo quería decir.
Me siento muy libre a la hora de crear, no estoy pensando si esto es 80’s, 90´s, 2000, 2016... hay una presión grande a que todo sea moderno, cool, pero no me importa nada de eso. Me parece que el arte no tiene fecha de vencimiento.
¿Cómo fueron tus inicios en la danza?
Yo empecé a estudiar danza cuando terminé la secundaria, cuando aparentemente ya era grande, pero cuando uno encuentra su vocación no es tarde, no se es grande, porque el tiempo se acorta, la certeza hace que todo se acorte. Empecé a estudiar danza con Ana Itelman, ella era muy versátil y eso me encanta, no estar encasillada en una sola cosa, y los fundamentos que ella me enseñó y me inculcó, su visión sobre la danza y el arte, los sigo compartiendo ahora. Es una persona que fue muy importante cuando me inicié, y sigue siendo importante en mi trayectoria. Yo empecé con ella, después estudié en Nueva York, ahí tuve la suerte de bailar en una compañía americana, donde aprendí mucho de la coreógrafa, y después cuando volví empecé a hacer mi camino.
Y lo que me gusta es que la gente que baila conmigo, se queda conmigo, eso me parece algo importante, me interesa mucho armar vínculos, no tanto la que baila bien pero que no pasa nada más allá de su movimiento, me interesa el tejido, la trama, porque yo me dedico mucho a esto, siempre digo que la danza es mi vida y mi vida es la danza, no lo puedo separar. Si no tengo esa trama bien conformada sería una falta de inteligencia, sería elegir no ser feliz. Y yo me considero muy feliz.
¿Cómo ves la situación de la danza hoy en nuestro país? ¿Qué pensás del proyecto de ley de danza y el sindicato de bailarines?
Veo que la danza ha crecido muchísimo, hay muchos creadores, gente muy interesante, y aparte también el teatro toma más cosas de la danza, el arte está muy fusionado.
Lo que creo que sería importante es que haya un teatro donde se pueda mostrar danza, eso nos está faltando, un espacio para la danza independiente. Porque uno baila donde puede, pero no hay un teatro destinado para la danza independiente. Con respecto a la ley de danza me parece muy importante que salga, pero al mismo tiempo creo que hay algo en la danza que todavía falta, hay mucho “rancho aparte”, por esto de que es tan difícil lograr visibilidad cada uno trabaja mucho para su propia visibilidad, entonces se arman como guetos.
Cuando se habla de “la danza”, me parece que hay un trabajo que hacer más de base para poder lograr luego algo en la superficie. Yo no me siento integrada en un montón de estas movidas, y hace 30 años que estoy en la danza, veo que se arman grupos, subgrupos y que ellos son los que llevan la voz cantante de tal o cual cosa. No siento que haya una integración, una fuerza de la danza, hay impulsos y gente que se agrupa. Mi política es hacer lo que hago lo mejor posible y siendo lo más honesta posible, no tratar de trepar o ubicarme con el que está de turno, y yo veo que eso sucede.
En relación al sindicato me parece muy bien, también creo que es más para bailarines profesionales que están en espectáculos, musicales, etc., pero en las condiciones en las que está la danza independiente, donde no hay contratos, uno tiene que alquilar una sala para poder ensayar, más los gastos de la obra, se parte de mucho más atrás. Me parece muy bien para los que están incluidos en los ámbitos oficiales, para los que ya está destinado un dinero para eso, pero siento que la danza independiente aún está por fuera. Es muy difícil la situación. También debería haber más y mayores subsidios. Desde que empecé siempre creí que el trabajo es lo que te abre la puerta, junto con el entusiasmo.
http://www.laizquierdadiario.c. http://www.laizquierdadiario.com/. 18/03/2016
con Ana Melo (Venezuela)
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