“Dos cuerpos frente a frente
son a veces
raíces en la noche enlazadas”
Octavio Paz
La sala aguarda en silencio el comienzo de la acción. El público rodea completamente el escenario, generando una intimidad que perdurará durante la hora y media de función. Solo una cama-nido coronada con una figura de pájaro ocupa el escenario. Las luces se apagan y los cuatros protagonistas se colocan en posición para comenzar una danza que los une y los aleja simultáneamente. Un movimiento donde los cuerpos se entrelazan y se desprecian. Sufren y gozan. Van y vienen. El erotismo de la escena es palpable. El viaje de Los amores feroces ha comenzado.
El Teatro de La Abadía apuesta en esta ocasión por una obra híbrida que combina la palabra poética con lo coreográfico y teatral, basada en la poética del amor del nobel de literatura Octavio Paz. La obra da el pistoletazo de salida a la temporada con esta propuesta creativa, que se enmarca en la celebración de los treinta años de La Abadía en la escena madrileña.
En el transcurso de la representación el público es conducido a una suerte de hipnósis por medio de una amalgama de sensaciones que culminan en un intento de respuesta a la pregunta que ronda nuestra existencia: ¿qué es el amor? Paz ya se lo preguntó a lo largo de su vida, y es, a través de la experiencia propia, que llega a esta Llama doble: la dualidad eterna entre el erotismo y el amor. Dicha dicotomía sobrevuela toda su poética y se vuelve eje de estos Amores feroces, donde el cuerpo y las sensaciones son los verdaderos protagonistas.
La dirección de Rosario Ruiz Rodgers y la dramaturgia de Jorge Volpi logran llevar a escena la relación entre poesía, erotismo y pensamiento que atraviesa la obra de Paz. La iluminación, que oscila entre tonos rojos y azules —referencia a esa dicotomía de La llama doble (1993)—, guía este viaje vital entre amantes, interpretado por el gran reparto de Leonardo Ortizgris, Isabel Pamo, Lucía Quintana y Germán Torres. Si bien el hilo conductor es la voz del propio Paz, también se mezcla con un eco de voces como las de Elena Garro, Adolfo Bioy Casares, Bona Tibertelli de Pisis, André-Pieyre de Mandiargues, Francisco Toledo o Marie-José Tramini. Los actores consiguen entrelazarse con las diferentes personalidades que encarnan, buceando entre las miradas, los diversos puntos de vista de un mismo sentimiento.
La estética de la puesta es sobria pero intensa, atravesada por la obra del pintor y escultor mexicano Vicente Rojo. Pese a la escasez de elementos en escena, esta no pierde intensidad: su fuerza se condensa en lo esencial —la interacción de los cuerpos— sostenida por una iluminación precisa y una selección musical que articulan los ejes del montaje. En el fondo, un escenario denso y vegetal se erige, un paisaje simbólico desde donde parpadea un hilo rojo. Este resuena a los primeros versos de Octavio Paz que se citan en la obra: “Creció en mi frente un árbol/ creció hacia dentro/Sus raíces son venas, /nervios sus ramas/sus confusos follajes pensamientos”. El suelo, por otra parte,lleno de lo que parece arena negra, podría evocar las cenizas de esas llamas que nos atraviesan, envolviendo el verdadero suelo rojo que late bajo la superficie, el cual solo es revelado en algunos momentos en manos de sus personajes.
Este proyecto escénico consigue finalmente su cometido: convertir la reflexión en una experiencia sensible. Octavio Paz ya advertía que en sus poemas de amor se evocaban constantemente, como obsesiones, “imágenes que eran la cristalización de mis reflexiones”. Y así sucede en la obra: estas reflexiones sobre algo tan esencial en nuestras vidas como es el amor son transmitidas —a través de los diferentes sentidos y representaciones artísticas— en escena, con la poesía como “vaso comunicante”, tal y como el propio Octavio Paz indicaba. El pensamiento se despliega por la danza, los cuerpos y las imágenes con gran potencia visual, sostenido por un hilo conductor que lo lleva a tierra: la historia de amor de Paz, y que podría ser la de tantos espectadores.
Paz decía en sus versos: “Amar es despeñarse:/ caer interminablemente”. Así, a lo largo de la obra, uno se precipita también: por los silencios que abren abismos, por los cuerpos que se buscan o se rehúyen, por los sonidos que irrumpen con violencia o se disuelven, por las imágenes que dejan sin respiración y por las disertaciones que suspenden el vértigo sin detenerlo. Todo ello es amar, todo ello es el teatro.
Dramaturgia: Jorge Volpi
Puesta en escena: Rosario Ruiz Rodgers
Reparto: Leonardo Ortizgris, Isabel Pamo, Lucía Quintana y Germán Torres