Recientemente estrenada en la sala Cero de El Galpón, Edipo en Ezeiza se presenta como una experiencia escénica que entrelaza mito, política e identidad, y lo hace desde un lugar tan visceral como incómodo.
Hemos acompañado brevemente el proceso, a partir de dos ensayos que nos permitió desatar esos momentos previos al estreno, donde todos los signos que sostienen la obra, se montan de manera estratégica de tal forma que, sin notarlo, juegan un rol imprescindible en el sostén de la magia que supone lo teatral.
Aun en esos instantes de tejido, de composición de fragmentos, algunas líneas de acción se presentaron claramente, haciendo visible la tensión entre la historia y el presente. La dirección sutil pero firme de Micaela Larroca, apunta sin duda a entramar la ficción a la memoria colectiva.
Edipo aterriza en Ezeiza
La pregunta que dispara la obra —¿qué hace Edipo en Ezeiza? — no se responde fácilmente. Y tampoco pretende ser respondida. Porque Ezeiza no es solo un aeropuerto. Es también la herida abierta del 20 de junio de 1973, el día en que el regreso de Perón se tiñó de violencia. Es ese lugar ambiguo entre la espera y la fractura, entre el arribo y la expulsión. Llevar allí a Edipo, el mítico buscador de la verdad, es cargar la escena con una potencia simbólica que transforma el escenario en un campo minado de sentidos.
Audivert no traslada el mito sin más: lo atraviesa. Lo deforma. Lo ensambla con una distopía barrial, claustrofóbica, donde los personajes se debaten entre la sospecha, el encierro y la vigilancia. Todo remite a un estado de excepción permanente, a una paranoia tan argentina como universal.
Luz, cuerpo y poder
El trabajo escénico es de una precisión milimétrica. La luz no cumple una función meramente estética: es parte del conflicto. Aparece como oráculo, como delimitadora de zonas seguras e inciertas. El juego lumínico, diseñado para dialogar con el movimiento de los actores, acentúa esa sensación de encierro entre unas paredes que parecen caer sobre los personajes y donde todos los elementos del espacio funcionan como instrumentos de control.
Los cuerpos, en constante tensión, hablan tanto como los diálogos. Dos hombres y una mujer componen un triángulo cargado de una violencia que nunca estalla del todo, pero que atraviesa cada gesto. La escenografía, austera y decadente, no representa un lugar sino un estado: el de un país, una familia o una mente que se desmorona.
Las actuaciones impactantes, atraviesan la ficción, interpelan al espectador que parece ahí como el otro ajeno, extraño, y por eso siempre sospechoso.
Los personajes están a cargo de Martina Ferrería, Mauricio Ripoll y Tomás de Urquiza. Los tres mantienen un alto nivel de tensión escénica para contarnos la historia de esta familia que vive en una distopía loca.
La dirección de Micaela —contenida, firme, atenta— sostuvo un proceso colectivo donde las jerarquías se mueven en distintos sentidos en favor de una creación compartida.
Desde el proceso al estreno, hubo una clara consciencia entre la búsqueda y la visión del objetivo final.
Teatro como advertencia
La atmósfera recuerda a El Eternauta, no sólo por lo opresivo, sino por el sentido de resistencia. Hay algo en Edipo en Ezeiza que advierte sobre los peligros de mirar hacia otro lado, de no hacer las preguntas incómodas, de delegar la verdad. El texto de Audivert —afilado, poético, feroz— penetra como un cuchillo sin aviso. No da tregua. No ofrece consuelo.
Lo político y lo mítico se funden sin didactismo. Es el espectador quien debe descifrar el código, quien debe atreverse a mirar en los ojos vacíos de un Edipo moderno, ciego de tanto ver.
¿Cuál es la función del teatro en la obra?, es tal vez una amenaza. ¿Qué supone hacer teatro o leerlo, sino el peligro de la verdad? El teatro se vuelve una especie de espía de sus propias representaciones.
Edipo en Ezeiza no busca responder al mito, sino hacerlo estallar en nuevas direcciones. Nos enfrenta con el poder, con la historia, con nuestras propias formas de negar o aceptar la verdad.
El estreno de esta obra en Uruguay llevado a cabo por este equipo, no debería pasar inadvertido, no solo por la calidad de la propuesta, sino por su capacidad de poner al público contra las cuerdas y provocarlo, por su clara intención, desde el texto a la puesta, de inquietar/nos.
Y en tiempos donde el teatro corre el riesgo de volverse cómodo, eso es, quizás, lo más urgente que puede ofrecer.
Edipo en Ezeiza va en la sala cero del teatro El Galpón, los viernes a las 20.30hs.