Lo que ocurre es Hamlet Exprés, la relectura vertiginosa y aguda que propone el dramaturgo y director Rogelio Gracia, actualmente en cartel todos los miércoles de agosto y septiembre en La Cretina bar de Montevideo.
Esta versión no es una adaptación más. Es una condensación quirúrgica, una reinvención lúdica que transita entre el respeto por el texto original y una mirada moderna, sin solemnidad, pero con toda la potencia dramática que la historia del príncipe danés merece. En un gesto que podríamos llamar casi irreverente —pero de una inteligencia escénica notable— Gracia desarma Hamlet para armarlo nuevamente en una suerte de rompecabezas escénico donde nada es lo que parece, pero todo tiene sentido.
Dos actores, mil voces
Sobre el escenario, solo dos actores: Agustín Urrutia y el propio Rogelio Gracia. Ambos se multiplican, se transforman, se tensan y se liberan en una dinámica que parece no tener límites. No hay escenografía compleja, no hay despliegue técnico aparatoso. Del vestuario no quiero hablar porque, así como puede llegar a ser una “dudosa” sorpresa, también desaparece frente a lo que va a suceder durante este viaje de una hora en el que visitamos a Hamlet.
La escena está despojada porque cuentan con todo lo que necesitan: el cuerpo, la propuesta textual y la notable consciencia de lo que supone explotar el uso de los recursos mínimos en escena.
La actuación de Urrutia se destaca por su plasticidad: es el actor que representa a Hamlet, pero también es una suerte de materia moldeable en manos del director, a través de la cual levanta la visión – muy shakesperiana- de cómo funciona las lógicas de la maquinaria del poder que manipula el deseo humano, sea este la corona o la posibilidad de decir los parlamentos hamletianos, más deseados de la escena mundial. En el trabajo de Urrutia confluyen distintas capas que se entrelazan y dialogan entre sí. Por un lado, está la presencia del personaje de Hamlet; por otro, el esfuerzo constante del actor por construir esa figura escénica. Y, finalmente, se manifiesta la relación directa con el público, al que Urrutia observa, interpela y mantiene como parte activa de la experiencia teatral.
Gracia, por su parte, se desliza entre narrador, director escénico y personajes que dan soporte a algunos de los momentos claves de la obra. Marca el ritmo y subraya con exactitud las líneas que construyen la médula de uno de los dramas teatrales, más conocidos y pensados, desde lo popular a lo académico.
El juego como lenguaje
Hamlet Exprés se apoya en una estructura de relato que dialoga con el espectador, rompe la cuarta pared y la vuelve a levantar con igual naturalidad. Claudio, Gertrudis y Polonio aparecen encarnados por el público, que es invitado —sin forzar— a asumir breves roles mediante un objeto simbólico que los identifica. Este recurso no solo potencia el carácter lúdico de la obra, sino que propone una reflexión sutil sobre la participación y la responsabilidad en la tragedia. ¿Quién es culpable? ¿Quién actúa? ¿Quién observa?
Este juego es una perfecta estrategia para articular un texto complejo con una escena contemporánea, viva, descontracturada, sin por eso perder el hilo narrativo ni la densidad temática. Es riesgosa pero funciona muy bien. La locura, la traición, el deseo, la venganza: todo está ahí, condensado en escenas breves, diálogos elegidos con precisión y una dramaturgia que sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo.
Un Shakespeare inesperado (y necesario)
Shakespeare ha sido representado de mil maneras. Desde puestas clásicas hasta versiones futuristas, el Bardo de Avon se presta como pocos autores al juego de la relectura. Pero Hamlet Exprés se anima a caminar por una cornisa más riesgosa: la que separa lo posible de lo improbable. ¿Se puede hacer Hamlet en una hora, con dos actores y un puñado de objetos? La respuesta es sí, cuando detrás hay una dirección inteligente y actuaciones de gran compromiso físico y emocional.
En este sentido, la propuesta cobra especial valor como experiencia teatral para estudiantes de educación media. No solo por la accesibilidad del formato, sino porque abre una puerta lúdica y reflexiva a una de las obras más complejas del canon occidental. Ver esta versión de Hamlet puede ser el primer paso para adentrarse en Shakespeare desde el disfrute, la sorpresa y la risa, sin perder de vista el drama humano que la obra encierra.
El teatro como juego (y como arte mayor)
Al final, lo que propone Hamlet Exprés es un manifiesto teatral: el teatro es juego, y en ese juego se puede decir todo. La propuesta de Gracia y Urrutia lo demuestra escena a escena, con una enorme entrega física. Aquí no hay lugar para la improvisación caprichosa. Todo está cuidadosamente calculado, incluso hasta lo que puede sorprenderles a ellos, como que el público pueda cambiar el género de los reyes. No importa, ellos tienen el control para que la obra fluya como un mecanismo perfecto que articula drama, humor, reflexión y poesía.
Hamlet Exprés va en La Cretina bar de Montevideo, todos los miércoles de agosto y setiembre.
Actuaciones: Agustín Urrutia y Rogelio Gracia.
Fotografía Alejandro Persichetti