La puesta de Sanguinetti revela una versión descarnada y profundamente incómoda, sobre las relaciones humanas. Transita en los márgenes del vínculo filial, desde una estética que dialoga directamente con el teatro de la crueldad, corriente artística impulsada por Artaud que quiere perturbar al espectador a través de la exposición cruda de los impulsos reprimidos. En esta pieza, la violencia no es solo explícita, también es emocional. Se desata en el ámbito de lo cotidiano con tal brutalidad que desacomoda al público que se ha dejado engañar por los primeros instantes de humor para enfrentarse, de repente, a lo más oscuro de lo humano.
La crueldad es un territorio brumoso. Sabemos que forma parte de nuestra especie, pero lo negamos, lo escondemos, como una vergüenza ancestral. Sin embargo, vamos al teatro para ver en espejos deformados todas esas sombras que nos envuelven, aun sin quererlo. La reina de la belleza es perfecta para recordarnos hasta qué punto la represión, la frustración y el deseo que habita la naturaleza humana pueden arrasar con los afectos y los vínculos más cercanos.
El título completo, La reina de la belleza de Leenane, ciertamente es de una enorme ironía. Quienes no conocen la línea estética del autor, podrían levantar muchas ideas en su imaginario, menos lo que va a suceder en la obra. La aparente visión de un mundo ideal en el título impacta contra una realidad vacía y llena de amargura.
La obra está ambientada en Leenane, un pueblo rural de Irlanda, una zona, marcada por la falta de oportunidades y el aislamiento.
La historia se centra en la relación enfermiza entre Maureen, una mujer de mediana edad atrapada en una vida de cuidados, y Mag su madre, manipuladora y dependiente. Dos mujeres que malviven, enfrentadas en su microcosmos. Lo que comienza como un retrato costumbrista va transformándose en una danza de tensiones acumuladas, resentimientos latentes y un deseo de libertad tan legítimo como destructivo.
La dirección de Sanguinetti es muy eficaz, no recurre al sentimentalismo, más bien apuesta a un trayecto en el que lo incómodo se va instalando hasta llegar a límites insospechados.
Sin duda el texto es excelente y de gran actualidad, pero en esta nota quiero subrayar la importancia del trabajo de las actrices que toman este desafío y lo convierten en un hermoso acto estético y ético. Myriam Gleijer, desde su vasta trayectoria teatral, maniobra al personaje con certezas, en líneas finas y grotescas a la vez, en la que construye una figura materna manipuladora, corrosiva pero lúcida. En ese sentido, su personaje encarna el miedo, descontrolado, a la soledad. Su presencia escénica es altamente dominante
Por su parte Soledad Frugone, en el personaje de Maureen, levanta en escena una configuración que va de la vulnerabilidad a la determinación, mostrando a la mujer descarnada por momentos, patética en otros, hasta llegar al punto más alto de su personaje, donde se revela el horror ante la desesperación por escapar de las sombras de la madre. Todo su trabajo se articula desde lo visceral, que va tejiendo en agudas hebras, la tensión que se desborda en sus gestos.
Lo cierto es que Gleijer y Frugone logran un duelo actoral de altísimo nivel que vertebra toda la puesta. Ambas despliegan un trabajo corporal, con una fina capacidad para expresar la fragilidad y la furia reprimida que hace de sus personajes, figuras trágicas y perturbadoras a la vez.
Por su parte la puesta en escena es una clara señal del encierro emocional. Todo es aislamiento, imposibilidad de huir, imposibilidad para el amor.
Aunque ambientada en un remoto pueblo irlandés, La reina de la belleza de Leenane aborda temas universales como la dependencia emocional, la violencia doméstica y la lucha por la autonomía. En el contexto uruguayo actual, la obra resuena con cuestiones sociales contemporáneas, como la carga del cuidado no remunerado sobre las mujeres y la falta de apoyo institucional en áreas rurales. La representación de una madre que utiliza el amor como herramienta de control y una hija que busca liberarse de esa influencia refleja dinámicas familiares que siguen siendo relevantes hoy en día.
La obra va en el teatro El Galpón, Sala Atahualpa. Los sábados a las 20.30 hs y los domingos a las 19 hs
El elenco está conformado por Myriam Gleijer, Soledad Frugone, Sebastián Serantes, Giuliano Rabino.
Fotografía de Alejandro Persichetti