Si la memoria -esa desgraciada huidiza- no me falla, a principios del año 1999 un amigo colombiano me reenvió un correo del CELCIT de Argentina en donde se consignaban noticias teatrales de Iberoamérica. Era una especie de newsletter al que podía uno suscribirse con una solicitud al administrador de la instancia que resultó ser el queridísimo Carlos Ianni, director de escena y miembro central del CELCIT. Eran los tiempos tempranos de la popularización del correo electrónico y de las páginas web. Y la suya, que arrancó desde el 2000, ofrecía materiales teóricos a los que uno ni en sueños podía acceder desde México y otras latitudes, así como textos dramáticos de colegas de los que sólo conocía el nombre y alguna obra que llegaba en fotocopias de las fotocopias de las fotocopias: Marco Antonio de la Parra, Rafael Spregelburd, Mauricio Kartún, Juan Carlos Gené, Gustavo Ott, Alejandro Tantanian, Alejandro Finzi, Benjamín Galemiri, Néstor Caballero, Javier Daulte, Daniel Veronese, Roberto Perinelli y varios más de los que no había oído hablar. A algunos los había conocido en un Congreso Latinoamericano de Dramaturgos que el Teatro Nacional Cervantes realizó en el 2000, coordinado por Julio Bacaro y Eva Halac, al cual fui invitado. Su entonces incipiente biblioteca de autores Dramática Latinoamericana me causaba una inevitable envidia y mandé un mail con un texto que recién había recibido el Premio Nacional de Dramaturgia del Instituto Nacional de Bellas Artes de Méjico (hace pocos años rebautizado como Luisa Josefina Hernández). Apreté la tecla send como quien tira una botella con un mensaje al mar. Hacia marzo de 2001 publicaron en digital mi obra Talk Show, en el número 40 de la lista.
Desde entonces comenzó una fructífera relación no sólo como dramaturgo sino como director de la entonces naciente PASODEGATO, Revista Mexicana de Teatro de la que me convertí en director, y que posteriormente se convertiría en una editorial de peso iberoamericano. Mi apartado como autor en su colección Dramática Latinoamericana no ha parado de crecer y cuento hasta el momento con 12 obras publicadas ahí. El sueño de un dramaturgo es que lo lean, y cuando se ve la cantidad de descargas que tiene www.celcit.org.ar con cifras que van de las 3000 a las 17000 el cerebro le estalla a uno. Si el 10% de quienes descargan los textos las leen realmente uno se puede dar por servido hoy que los niveles de lectura alrededor del mundo son tan bajos. Por ello la labor, el servicio inmenso brindado por Juan Carlos Gené (†) y Carlos Ianni y equipo, no tiene parangón. Los estudiantes de teatro de todo el mundo hispano pueden acceder hoy, gratuitamente, a 644 textos dramáticos para su estudio y posterior escenificación.
En 2009 realicé una residencia en Buenos Aires para escribir una obra con una beca financiada entre las instituciones de cultura de México y la Argentina. Llegué un 9 de julio con un frío que calaba los huesos. Me consiguieron un apartamento compartido en la calle de Alsina, en el edificio inmediato a la Librería de Ávila, a no más de cinco cuadras de la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, corazón político de la Argentina. Yo no tenía por qué saberlo, pero de los pocos conocidos y contactos que tenía entonces en esa amada ciudad, todos -absolutamente todos- estaban de vacaciones. La primera semana la pasé casi sin contacto humano-teatrero, me deprimí horrorosamente. Poco a poco fueron dando señales de vida y a la semana me topé con que justo a la vuelta de mi hogar temporal, en la calle de Moreno, estaba la nueva sede del CELCIT. Fue como descubrir el paraíso. Irme a meter de oyente a las clases de Dirección de Juan Carlos Gené y a las de actuación de Carlos Ianni. Conocer a Teresita Galimany y a Claudia Quiroga. Ver el Minetti de Thomas Bernhard encarnado por el viejo Gené con dirección Ianni fue la gloria. El Barrio de San Telmo me llenó de coordenadas y también aparecieron Mauricio Kartún a quien también me le fui a colar a sus clases a pesar de su resistencia (¡Ché, pero hacemos lo mismo!, me dijo; y prometí no hablar en sus sesiones, sólo quería saber cómo daba su taller) y Jorge Dubatti con una generosidad inmensa me consiguió decenas de cortesías para ver lo mejor del teatro porteño que yo reportaba no sólo en PASODEGATO sino también en el diario Milenio de México. También en el Teatro Nacional Cervantes participamos con puesto en la Feria del Libro Teatral con las publicaciones mexicanas que me harían crear vínculos increíbles con quien luego dirigiría la Librería Libros del Balcón, Juan Pablo Poggio, así como con mi cómplice de una maravillosa puesta en escena de mi obra Divino Pastor Góngora, el actor Rubén Ballester. La cereza en el pastel fue el curso de Principios de la Dramaturgia que impartí en CELCIT a principios de septiembre de ese 2009. Entendí el frenesí de esa ciudad y de la movida teatral y como mis queridos Gené e Ianni servían a su comunidad escénica como una misión de vida.
El intercambio con estos pioneros de la divulgación de nuestro teatro Iberoamericano en digital no se ha detenido. De verdad, las y los chicos del CELCIT han sido los primeros en inundar la web www.celcit.org.ar con contenidos desde 1999. En estos casi 40 años que llevo en el teatro, me llama poderosamente la atención que distingo dos categorías de colegas. Unos son los que se sirven, los que sacan ventaja a toda costa, los que encajan la puñalada u ocupan demasiado tiempo ensuciando el prestigio ajeno. Los otros, quizá más escasos, los que sirven la mesa, abren la puerta, comparten convocatorias para que otros ganen, difunden lo de otros aún antes que lo propio y abrazan el éxito ajeno con generosidad. Grande la diferencia entre servirse y servir. El CELCIT y su gente sirve, a todos, no en balde uno de sus lemas en redes sociales es: “50 años al servicio del teatro latinoamericano”.